Capítulo I.
Los contornos de un concepto. Construcciones discursivas de la
literatura costarricense en el proyecto político del Estado, 1950-1970

Introducción

En este capítulo proponemos que en el proceso de construcción discursiva de la “Segunda República” y su modelo de Estado también se construyó un concepto de literatura costarricense. Partimos de esta premisa al considerar que dos acontecimientos fundantes en la literatura, la publicación de la primera historia literaria y la creación de la Editorial Costa Rica, estuvieron relacionados con esta coyuntura política de crear una “nueva Patria”. Es por ello que en esta sección respondemos a las interrogantes: ¿cómo se definieron categorías determinantes para la puerta de entrada del campo literario, tales como literatura costarricense, y dentro de qué contexto estético-político se entendieron estas tomas de posición?, ¿cuáles fueron las razones que explicaron la selección de un conjunto de escritores, obras y géneros literarios en el período de estudio? Estas preguntas también las retomamos en el siguiente capítulo.

Por consiguiente, consideramos que después del conflicto de 1948, la Junta Fundadora, y específicamente el mandatario José Figueres Ferrer, declaró la “Segunda República” en alusión a nuevas medidas económicas, jurídicas e institucionales que acompañarían los gobiernos en adelante. A partir de ese contexto, argumentamos que la literatura, o más bien el poder de los críticos, se dirigió hacia la construcción de los imaginarios nacionales. Lo entendemos de esta manera porque “en cada época histórica los grupos sociales resignifican los sentidos”26. Este imaginario, según Gabriel Ugas, es la codificación que la sociedad elabora para nombrar la realidad y ordenar o expresar la memoria colectiva. Como elemento cultural, agrega Ugas, se encuentra mediado “por valoraciones ideológicas, autorrepresentaciones e imágenes identitarias”27. Estas significaciones, como lo apunta Cornelius Castoriadis, se nutren de manifestaciones, figuras y formas que unen ciertos símbolos a ciertos significados28. Y para los efectos de esta etapa histórica que replanteaba hasta el mismo estatuto del Estado, tuvieron la función de definirnos como colectividad.

Para desarrollar nuestra propuesta organizamos el capítulo en dos apartados generales. El primero de ellos contextualiza el objetivo de estudio en relación con las principales investigaciones académicas que se han acercado al tema o al período de investigación, con el propósito de esclarecer nuestra perspectiva. El segundo de ellos argumenta que la literatura costarricense fue un concepto construido según los principios esencialistas, los cuales establecieron los puntos de origen de las letras, su determinismo geográfico y su tradición en términos de estética y género. Con base en esta caracterización se terminarían fijando los parámetros del reconocimiento literario desde la oficialidad.

Contextualización del objeto de estudio

Nuestra investigación propone que en el período 1950-1980, a partir de la institucionalidad cultural fundada por el Estado Benefactor y los conflictos ideológicos de esta coyuntura política, se construyó una categoría específica de literatura costarricense. Definir este concepto entre los intelectuales de la época significó validar una estética literaria (y política) en términos de temas, lenguaje, tradición, “función social” y compromiso; discusiones que terminaron por referir a imágenes de lo nacional29.

Este objeto de estudio, centrado en las construcciones nacionalistas de los imaginarios, ha sido trabajado en otros períodos. Los procesos de construcción del Estado-Nación en Costa Rica se han estudiado en abundancia, tanto por la historia como por la literatura a mediados del siglo XIX e inicios del XX. Ese interés posiblemente se explica por la aparición de reflexiones teóricas que situaron el surgimiento de la Nación y el nacionalismo en el siglo XIX30. En la historiografía costarricense coyunturas como la independencia, la campaña nacional, las reformas liberales y el modelo agroexportador constituyeron el contexto para analizar los sustentos ideológicos de los imaginarios nacionales31.

La literatura, al igual que la historia, atendió este tema en el mismo período. Los investigadores se concentraron en las representaciones literarias del discurso político liberal. Así, por ejemplo, se enfocaron en los estereotipos de la sociedad cafetalera recreados en los cuadros de costumbres32, las relaciones de subordinación al interior de la familia patriarcal y las expectativas del ciudadano-modelo de la Nación en la literatura oficial33, así como en la polémica nacionalista entre los escritores de finales del siglo XIX sobre cuáles deberían ser los “verdaderos” motivos de inspiración en la escritura literaria del país34.

Por tanto, el estudio de la “Segunda República” como una reconstrucción de la Nación ha experimentado un menor nivel de detalle. En esta segunda mitad del siglo XX han predominado las investigaciones sobre las medidas económicas y los programas sociales implementados en los distintos gobiernos. De manera que las problemáticas se han interesado por la puesta en marcha del Estado Benefactor, la disputa entre el poder central y la ciudadanía, el agotamiento del modelo estatal y el ascenso del neoliberalismo. Lo anterior ha conducido a líneas temáticas como la diversificación productiva, el endeudamiento externo, las políticas asistencialistas, la expansión institucional, el recorte presupuestario y los movimientos comunales35.

La exploración del período de estudio en la literatura se ha realizado desde tres enfoques. El primero de ellos provino de la historia de la literatura, la cual catalogó las obras literarias de 1960-1970 como rupturas estilísticas con respecto al realismo tradicional36. No obstante, estos estudios priorizaron más las síntesis temáticas de los textos que las problematizaciones estéticas de estos. El segundo estudio se concentró en la modelización del pasado en las historias de la literatura centroamericana durante 1957-198537, aproximándose más a una recapitulación de estas obras fundacionales que a un análisis comparativo de sus construcciones discursivas. Y el tercero de ellos sistematizó las reflexiones de los escritores de las décadas de 1980 y 1990, quienes por medio de artículos de opinión, cuestionaron los mitos nacionalistas y sus agentes de propagación en la contemporaneidad38, sin ofrecer un sustento metodológico a sus premisas.

En este sentido, el estudio de los imaginarios nacionales durante el período 1950-1980 ha sido poco trabajado, en contraste con el período anteriormente mencionado. Así, por ejemplo, una serie de preguntas aún permanecen sin explicación tales como: ¿de qué manera se construyeron las nociones de “ser costarricense” y de “nacionalismo” en este “nuevo proyecto de Estado”?, ¿cuáles bienes simbólicos validaron las instituciones culturales en un período en el que coincidieron las secuelas ideológicas del conflicto de 1948 con la Guerra Fría?, ¿cómo se negoció y se problematizó “lo propio”, “lo ajeno” y “la diferencia política”?

Con respecto a estas interrogantes resultó pionero el ensayo de Alexánder Jiménez, quien desde el pensamiento filosófico, planteó que la invención de la Nación en el período 1960-1970 reprodujo (o se sustentó en) los mitos del siglo XIX39. Siguiendo esta línea, Albino Chacón identificó que la retórica mistificadora de la obra de Abelardo Bonilla fue heredera de los discursos “modernizadores” de la segunda mitad del siglo XIX, porque al igual que los liberales, Bonilla atribuyó la formación de la Nación costarricense a los conquistadores españoles, a la “escasez” de indígenas y a la sociedad homogénea del Valle Central40. Por otra parte, Lidieth Garro con base en los editoriales del periódico La Nación señaló que los valores (y antivalores) asignados al “ser” y a la institucionalidad costarricense durante las décadas de 1950-1970 se cimentaron en un ideal democrático y en los prototipos del sujeto pacífico y anticomunista41.

De igual manera, Manuel Gamboa, Mercedes Muñoz, Manuel Solís y Patricia Fumero incursionaron en el discurso anticomunista de la opinión e institucionalidad pública durante las décadas de 1950-197042. Estas investigaciones evidenciaron la violencia política y las representaciones negativas sobre el comunismo, contribuyendo con un acercamiento al imaginario de la Costa Rica soberana por su proscripción a estas ideas políticas. En esta línea de imaginarios colectivos, Alfonso González fue quien desde una perspectiva psicológica profundizó en las percepciones dominantes sobre lo que “debía ser” el costarricense de la posguerra de 1948, identificando imágenes públicas como el ejercicio de la fuerza con la masculinidad y la idealización de la maternidad con la feminidad43.

Como podemos notar, el análisis del proyecto nacionalista del Estado en el período 1950-1980 no ha sido abordado exhaustivamente. Solo encontramos estudios que desde el ensayo filosófico, la prensa y las revistas culturales determinaron los mitos, los discursos y las subjetividades oficiales en estas décadas. A diferencia de estos trabajos, nuestra investigación explica las imágenes de lo nacional y las fracturas políticas al interior del Estado que se expresan en la actividad literaria. Proponemos que en esta etapa histórica, iniciada simbólicamente con la Junta Fundadora44, “el Estado [alcanzó] a darse cuenta de la estratégica importancia política de la producción cultural controlada y dirigida a convocar las sensibilidades colectivas”45. Siguiendo esta intención, la literatura o, más bien, las interpretaciones de la literatura y sus instituciones fueron espacios para construir valores que dieran sentido a la organización de la sociedad y la cultura en la “Segunda República”46.

La “Segunda República” fue una expresión utilizada por José Figueres Ferrer para nombrar el nuevo orden constitucional. Las tareas iniciales de esta etapa fundadora fueron la instalación de “tribunales especiales” para detener y castigar a las personas contrarias al régimen (calderonistas y comunistas), así como la elaboración de una Constitución Política que contuviera “las bases supremas” de la Nación. Las medidas del gobierno serían: la tecnificación de la administración pública (ingenieros, economistas, médicos, abogados y especialistas), la nacionalización bancaria, la creación de un sistema eléctrico, la reorganización de la agricultura y una filosofía anticomunista (por tanto, cristiana y democrática); acciones y principios que según Figueres lo separarían de la “Primera República”47. Con respecto al campo educativo y artístico, el proyecto de la Constitución declaró que “la Cultura es el fin superior de la Nación y merecerá especial consideración dentro de las actividades del Estado”48.

De acuerdo con dicha concepción, este Estado llegó a la vida con un conjunto de normas para legislar y asegurar el ascenso de sectores medios y empresariales. El proyecto reformista de la Junta, luego organizada bajo el Partido Liberación Nacional en 1951, se inició con la Constitución Política de 194949, el Tribunal Supremo de Elecciones en 1949, la Contraloría General de la República en 1950, el Código Electoral en 1952, el Servicio Civil en 1953 y el régimen de instituciones autónomas50.

Ante este panorama de creación jurídica e institucional, ¿es posible la coexistencia de dos cuerpos de leyes51: una legislación general de Estado y una “política poética” para regir los imaginarios de la literatura nacional?, ¿podemos entender esta nueva práctica legislativa en alegoría a una práctica también fundacional en la literatura?52 Desde nuestra perspectiva sí, sobre todo si consideramos que dos sucesos trascendentales en la literatura estuvieron relacionados con esta coyuntura. Aclarados con mayor precisión en los capítulos siguientes, uno de ellos fue el hecho de que el creador de la primera Historia de la literatura costarricense (1957)53, Abelardo Bonilla, formó parte de la comisión redactora de la Constitución Política y ejerció cargos en el gobierno. Y el segundo fue que la primera editorial del Estado, Editorial Costa Rica54, nació en la Oficina de Asuntos Políticos Internacionales durante la segunda administración figuerista (1953-1958).

Entendemos el campo de la literatura como uno de los “frutos culturales”55 de la Nación. Proponemos el esencialismo, explicado más adelante, como el concepto que acogió las nociones de “alma nacional”, “idiosincrasia” y “esencia nacional”; y que de acuerdo con Alexánder Jiménez, casi nunca fueron precisadas por sus pensadores56. Por tanto, nos enfrentamos a un concepto por momentos difuso, idealizado y politizado. Pero, ¿cómo podíamos a respaldar nuestra Nación si “Costa Rica nació a la vida sin literatura”?57, ¿cómo podíamos dar cuenta de nuestra existencia literaria sin un órgano para difundirla? En este punto, sostenemos que la creación de la Editorial Costa Rica reavivó estas discusiones.

En busca de la literatura costarricense

El año 1955 fue una fecha clave en el campo literario costarricense, ya que en esta época se llevó a cabo por primera vez una reunión de escritores y editores en el Ministerio de Relaciones Exteriores. La iniciativa, gestada por Fernando Volio, planteó una serie de solicitudes enviadas por diplomáticos residentes fuera del país, las cuales expresaron la necesidad de contar con información impresa sobre Costa Rica para divulgar en el exterior58.

La incapacidad de la Imprenta Nacional para atender esta empresa condujo a Fernando Volio, según un directivo inicial de la Editorial, a transferir el caso al Ministro de Relaciones Exteriores Mario Esquivel y al Viceministro Alberto Cañas. Con motivo de ello, se extendió una invitación a escritores y dueños de imprentas; particularmente, Antonio Lehmann propuso la creación de un ente editor y de una comisión redactora del proyecto59. Con base en los planteamientos originales sería una entidad sin intervención del gobierno, dirigida por una asociación de autores y con participación del Ministerio de Educación Pública.

Este suceso fundacional no se concretó hasta 1958, cuando Fernando Volio recuperó el proyecto ante la Asamblea Legislativa, en calidad de diputado del Partido Independiente de Jorge Rossi60.

Fotografía 1

Fuente: ©Fototeca de la Universidad de Costa Rica, Colección Semanario Universidad, 8 de junio de 1979. Fotógrafo: no se indica. Custodiado por el Archivo Universitario Rafael Obregón Loría. En la fotografía se observa a Francisco Zúñiga Díaz, Federico Vargas y Virginia Güell de la Editorial Costa Rica.

Con el respaldo del Ministro de Gobernación Joaquín Vargas y el presidente Mario Echandi, finalmente se aprobó y financió la moción con la consigna de editora nacional. Este proyecto de ley finalizaría con la creación de la Editorial Costa Rica en 1959, subvencionada por el Estado y dirigida por un Consejo Editorial. Este Consejo se distribuyó a su vez en comités de lectura para aprobar las obras, cuyas selecciones literarias se basaron muchas veces en las reseñas de Rogelio Sotela y Abelardo Bonilla61.

Al considerar este acontecimiento como un suceso inicial y dinamizador de la producción literaria, interpretamos que a partir de la demanda de diplomáticos radicados en el exterior se capitalizó un interés por divulgar obras costarricenses. Asimismo, inferimos que las publicaciones serían seleccionadas y resguardadas por una editora estatal, con asesoría de los principales estudios sobre la literatura publicados hasta esas fechas. Por tanto, siendo una petición enmarcada en una escala internacional pero regida por instancias nacionales, ¿de qué manera se construyeron las nociones de una literatura propiamente costarricense durante la época?

Los contornos de un concepto: el esencialismo en la literatura

Desde nuestro punto de vista, la literatura costarricense fue un concepto histórico que “fijó provisoriamente”62 significados. Esta construcción social, como señala Javier Fernández, “relacionó de una manera relativamente estable, y a veces controvertida, ciertos objetos con ciertos símbolos” para aprehender y comunicar realidades específicas. En nuestro caso, identificamos que el concepto construyó estos símbolos a partir de aspectos tales como: los puntos de origen de las letras, el determinismo geográficointelectual del país, la tradición estética y el género literario. A través de ellos, explicados más adelante, los críticos literarios y los escritores argumentaron las características constitutivas de la literatura, muchas veces justificadas con principios esencialistas.

Antes de profundizar en esta categoría, debemos aclarar que las instituciones y producciones culturales se asociaron con una idea de ser o hacer “Patria”. Así, por ejemplo, la Editorial Costa Rica se concibió como una institución con “incalculable influencia” sobre “la nacionalidad costarricense” al distribuir autores nacionales dentro y fuera del país. En el entendido de que “la Patria también es un libro”, la Editorial educaba y cumplía su patriótica labor al exhibir “nuestros valores literarios”63.

Con base en lo anterior, podemos observar que hacia las décadas de 1950-1970 existía en la intelectualidad costarricense una concepción romántica64 de la literatura, distintiva en América Latina durante el siglo XIX una vez alcanzada la independencia de las metrópolis. Quizá porque de alguna manera estas etapas históricas (posconflicto de 1948 y posindependencia) se concibieron por parte de los intelectuales como momentos en que surgían “patrias nacientes”, las cuales necesitaban sus propios héroes y emblemas. En esta visión, se exaltaron con un tono patriótico la actividad literaria (intelectual) y sus creadores porque sus textos “nos identificaban” con un territorio, una historia y un sentimiento nacionales.

En esta idea de ser o hacer Patria, las instancias artísticas simbolizaron un “sentido de pertenencia” que definía al costarricense, lo hacían formar parte de una sociedad y le permitían “desarrollar” un pensamiento consustancial a su nacionalidad. En este marco entendemos las palabras de José León Sánchez, quien insistió en la “nacionalización” de los jurados en los premios nacionales, ya que los extranjeros “debían ser sacados de ciertas instituciones donde ellos, lógicamente no pueden pensar como costarricenses. La Patria es algo que no se puede heredar, y en eso estamos de acuerdo”65.

Según esta perspectiva, la “Patria” modeló a lo largo del tiempo por razones geográficas, históricas y culturales, una “idiosincrasia” o “modo de ser”. Este “tipo de costarricense”, por supuesto masculinizado y homogeneizado, solo se podía encontrar (crear o interpretar) en expresiones intelectuales. Así lo sostuvo Luis Barahona, para quien “el ser y el hacer nacionales se manifiestan principalmente en las varias formas que adopta su cultura, tales como su literatura, su arte, su derecho, su política, sus estructuras sociales y normas morales de vida”66.

Por ello proponemos que el concepto de literatura se entendió según los preceptos del esencialismo; es decir, como una construcción discursiva enfocada en definir el “ser” de los objetos y en ordenar un sistema de valores generalmente en función de esta idea de hacer Patria67. Si bien los críticos encontraron los lugares donde se producía la “esencia” como el arte, la literatura y la política, también aclararon la importancia de tenerla. La “esencia”, al final de cuentas, se conceptualizó como el respaldo de la nacionalidad y la literatura en particular como:

el mejor conocimiento que se puede tener de un pueblo o una época… No hay ni nada habrá en la vida de los hombres y de los pueblos si no dispone de un medio de expresión: la palabra… De modo que la palabra, la literatura, la poesía no solamente son la expresión espiritual de los pueblos sino lo único que de ellos queda realmente, pues todos los procesos y evoluciones, todo el adelanto y el progreso sólo se perpetúan por la palabra68.

En estos términos, la literatura dotó de existencia y sentido histórico al ser costarricense. A través de ella, se rindió cuenta de la “evolución” y “progreso” ascendente del pueblo, confirmando que la nacionalidad no era una abstracción, sino que se podía objetivar con manifestaciones concretas (escritores ilustres, obras, instituciones, entre otras)69. Pero ¿por qué la literatura y sus representantes, específicamente, reflejaron/crearon el “alma nacional”? Porque, a consideración de Carlos Luis Fallas:

La literatura, que ha sido siempre una de las más claras y fieles expresiones del alma nacional de todo pueblo civilizado, contribuye a su vez –cuando es buena literatura nacional– a clarificar y dignificar el necesario sentimiento nacional de un pueblo; por lo que se puede decir que no existe verdadera nacionalidad allí donde no se haya creado todavía una auténtica literatura nacional… tenemos que llegar entonces a la conclusión de que impulsar ahora la producción literaria nacional y dar facilidades a los jóvenes escritores costarricenses, es hacer patria70.

Según las palabras de Fallas, las expresiones literarias por sí mismas creaban “el sentimiento nacional del pueblo”. Sin embargo, de acuerdo con Carlos Pacheco, Luis Barrera y Beatriz González, la literatura nacional “no nace, se hace”71 a partir de definiciones, caracterizaciones, tipologías y periodizaciones. Es por eso que este esencialismo, construido desde la literatura, tuvo una intencionalidad política. Para empezar, homogeneizó las visiones sobre la cultura e implicó, la mayor parte del tiempo, el acomodo político de las “esencias” a los rasgos más aceptados de la nacionalidad72. Asimismo, dirigió la mirada hacia un “pasado selectivo” con el propósito de ratificar el presente e indicar la dirección del futuro73, acentuando ciertos significados por encima de otros.

Si el esencialismo tuvo la intencionalidad política de delinear rasgos nacionales, ¿cómo construyó “nuestro hombre” si en Costa Rica las “transformaciones” eran “imperceptibles” y su “miseria incurable”? El autor de estas declaraciones, León Pacheco, tenía la respuesta: eran los escritores, quienes desde las obras literarias, “tuvieron que crearlo todo”, y por eso relatos como los de Magón “descubrieron” el mundo costarricense74. Estos textos dieron cuenta, para Pacheco, del “tipo costarricense” y de nuestra fisionomía colectiva mediante personajes o tramas con:

un sentimiento de conformidad, una perenne polaridad de capas sociales, una satisfacción del placer de vivir sin complicaciones, una confusión entre naturaleza y campo, la tristeza que, a pesar de la risa a veces exagerada, empaña las almas… Todo este conjunto de pequeños episodios da la sensación de que Costa Rica era una gran familia sin injusticias, z[s]ocarrona, democrática75.

Estas representaciones simbólicas, elaboradas por los críticos, las comprendemos como el “imaginario de una pretendida particularidad”76. Lo entendemos de esta manera porque los críticos conformaron una matriz de significados para orientar los sentidos de la literatura costarricense, como lo veremos en el siguiente capítulo. Este esquema interpretativo, mediado por percepciones muchas veces ideológicas, “hizo ser” y “parecer” naturales visiones específicas de la literatura.

En este punto sostenemos que los autores del esencialismo acudieron a diversas retóricas, tales como la idealización, la naturalización y la negación para construir las propiedades innatas de los objetos referenciados y legitimar una identidad literaria77. Esta idea podemos ilustrarla con las palabras de Claudia Cascante de Rojas, para quien Manuel González Zeledón (Magón) y Aquileo J. Echeverría:

nunca fueron traidores a la patria ni calculadores de libertades, enaltecieron en páginas inolvidables que son tesoro de las letras nacionales… Fueron los más humanos describidores del alma nacional… alimentaron [una empresa literaria] con la misma sangre de la patria, con lo campechano de sus costumbres, sin influencias extranjeras de ninguna clase… hicieron lo propio, lo que siempre será costarricense, pues mil estilos literarios que se abalancen sobre esa producción, no podrán quitarle su fortaleza autóctona78.

A partir de lo anterior, consideramos que la literatura costarricense se caracterizó por su “definición histórica”. Es decir, “lo literario” se predefinió con base en una tradición a ciertos textos (y no otros) y a los discursos socioculturales de la época. En esta definición tuvo importancia “lo histórico, lo canónico y lo real”, ya que como lo indica Claudia Ferman, la búsqueda de estas tradiciones literarias se llevó a cabo durante los procesos de formación de los Estados nacionales79.

Por estos motivos, el “pensamiento esencial” puso a prueba el estado “universal” o “general” de la obra en relación con la herencia histórica. Según Bourdieu, el principio de “esencia artística” evaluó la “autenticidad” del creador, la obra y su lugar específico (central o marginal) en el canon. En ese sentido estas disposiciones estéticas, como las llama el autor, al instituir la “mirada pura” sobre el arte finalmente establecieron normas de lo que debía ser reconocido dentro de un campo artístico, a la vez, construido por invenciones y mecanismos de legitimación a lo largo de la historia80.

Tal y como lo detallaremos a continuación, las “esencias literarias” recordaron los mitos sobre la pasividad histórica, la democracia rural, la vallecentralidad y la pequeñez intelectual. Con el objetivo de explicar el significado de cada una de ellas sistematizamos sus contenidos alrededor de cuatro núcleos temáticos. El primero, que denominamos “puntos de origen”, señalizó los acontecimientos fundacionales para el nacimiento de las letras. El segundo, que nombramos “determinismo geográficointelectual en la literatura”, explicó las particularidades literarias en función de las características históricas del país. El tercero, que identificamos como “tradición del realismo”, legitimó los temas literarios según la herencia estética. Y el cuarto, “el género de la literatura costarricense”, debatió el género portador de la tradición y de la producción de la época.

I. Los puntos de origen

En las décadas de estudio, los puntos de origen de la literatura se explicaron en relación con hechos históricos. El contexto seleccionado por momentos refirió a un proceso de larga duración y, por otros, a sucesos puntuales. A pesar de ello, en ambas versiones el nacimiento de la literatura se comprendió como un fenómeno tardío. Tal y como lo señala Juan Durán Luzio, esta percepción estuvo alimentada por la obra Historia de la literatura hispanoamericana, de Enrique Anderson Imbert, ampliamente difundida en la década de 195081. En esa publicación, notaremos que “la Costa Rica literaria” de Imbert se inició con Rafael Ángel Troyo, Aquileo J. Echeverría, Magón, Joaquín García Monge, Roberto Brenes Mesén y Alfredo Cardona Peña; escritores de principios del siglo XX82. En ese sentido, como afirmaría Abelardo Bonilla, la literatura costarricense se asumió, fundamentalmente, como un acontecimiento de finales del siglo XIX e inicios del XX83.

Los autores que hicieron mención al “primer punto de origen” de la literatura dataron distintas fechas. Para unos, comenzó tan pronto Costa Rica alcanzó la independencia en 182184 o se enfrentó a la defensa de su soberanía en 1856-185785. Para otros, solo pudo empezar con el surgimiento de los periódicos, las librerías y las imprentas, que desde sus primeros tirajes a mediados del siglo XIX produjeron una “literatura de consumo interno” y “provinciana”86. Estudios más sistemáticos explicaron su aparición con el auge cafetalero, las reformas educativas, la estadía de profesores extranjeros y la exportación de jóvenes intelectuales a finales del siglo XIX87.

Estos sucesos trazados en distintos momentos del siglo XIX se asociaron con la idea de libertad política, expansión educativa y despunte económico. Tales eventos tuvieron un grado simbólico porque en un país con “falta de relieve” y gestos “heroicos” representaron la evidencia del “desarrollo del pensamiento”. Quizá por estas razones Bonilla concluyó que la literatura costarricense nació primero con la Historia y el Derecho que con la “creación poética” ya que, al igual que el Estado, fue producto de juristas88.

Una vez señalados los hechos decisivos para la aparición de la literatura costarricense, el “segundo punto de origen” se fijó en la década de 1940. Según sus autores, el resurgimiento de las letras ocurrió con el “progreso cultural” del Centro de Estudio para los Problemas Nacionales y la fundación de la Universidad de Costa Rica89. Panorama favorecido también por la Revista El Pórtico, los suplementos culturales de La Hora y el Diario de Costa Rica y el concurso de novela de la Casa Editora Norteamericana Farrar & Rinehart, con el que “la narrativa contemporánea, se inicia en nuestra patria”90.

Como se puede confirmar con las citas precedentes, autores como Miguel Fajardo, Alfonso Ulloa, Alberto Cañas, Carlos Catania, Alfonso Chase y Abelardo Bonilla identificaron una historicidad91 en la literatura En otras palabras, estos críticos atribuyeron un ser histórico a la condición literaria, desde el cual se argumentó nuestra existencia y “evolución”, explicación histórica que no estuvo presente en estudios previos de la literatura, tales como los trabajos de Rogelio Sotela y Luis Dobles Segreda92. A diferencia del enfoque biobibliográfico de Sotela y Segreda, estos otros críticos identificaron la incidencia de la historia en la literatura, estableciendo las postrimerías del siglo XIX y la década de 1940 como dos momentos fundantes de la literatura costarricense.

Estos puntos de origen asociaron “los nacimientos” de las letras con eventos históricos que en su momento contribuyeron a crear “la idea de patria” y de “conciencia nacional”93, conectando la producción literaria con la “producción” de la Nación. No es casual, por tanto, que las grandes obras94 de la literatura nacional fueran aquellas que iban de la mano con grandes procesos de transformación como las reformas liberales, la modernidad, la legislación social y el reformismo socialdemócrata, sin olvidar los medios difusivos de estos “estadios culturales”. Legitimar estas etapas históricas significó que las obras producidas en estos “contextos nacionalistas” se convirtieran paralelamente en las novelas clásicas. Y como lo veremos en los capítulos segundo y tercero, significó muchas veces resolver los conflictos de la historia nacional con las lecturas oficializadas de los textos95.

A pesar de lo anterior, debemos recordar que los acontecimientos citados por los críticos también se habían legitimado como “la historia” de Costa Rica por uno de los intelectuales socialdemócratas más influyentes, Carlos Monge Alfaro. Este historiador y político solo veía los aportes (morales, institucionales y económicos) del país, la ruptura con el “primitivismo”, la “elevación de la democracia” en la generación de 188996 y el Centro de Estudio para los Problemas Nacionales en 1941, agrupación política en la que tuvo membresía97. En consecuencia, resultó coincidente que los mismos vacíos históricos98 de los que prescindía la historia, fueron los mismos vacíos que invisibilizaba la crítica literaria.

En el campo literario, la selección de esta temporalidad (inicios del siglo XX y década de 1940) validó la tradición estética. Así lo señaló el escritor y periodista Adolfo Herrera García, para quien la narrativa realista nacional debía reflejar la vida del campesino “casi idílica” en los escritos de Joaquín García Monge, Aquileo y Magón, convertida en “problema social” con las novelas de la década de 1940. Por ello, para Herrera, la “esencia” de la literatura costarricense solo se podía ubicar en las generaciones de 1900 y de 1940, ya que fueron los únicos escritores en abordar temas colectivos, separados unos de otros por el “paréntesis del modernismo”99.

Fijar esta temporalidad también generó la creencia de que nuestra literatura se brincó el romanticismo para nacer con el realismo, tal y como ocurrió en los “pueblos más avanzados” según las propias palabras de Bonilla100. El realismo, explicado con más detalle en el siguiente capítulo, tuvo esa importancia porque recuperó la tradición española (cuadro de costumbres), en un país supuestamente despojado de historia, caudillos, herencia indígena y arte popular como Costa Rica. En estos términos, el realismo constató el “genio de la raza” y registró el pasado nacional que “nos hace ser”101.

Aunque las ideas planteadas se retomarán más adelante, en este primer apartado se evidenció la relación entre la historia y la crítica literaria. En este caso, la crítica acudió a la historia para explicar su esencialismo102 y situar los orígenes de la actividad literaria según la magnificencia de los hechos políticos. Como lo veremos, estas “actas de nacimiento” justificaron la validación de una tradición estética en aspectos como movimiento, género y corpus narrativo. A la vez, la cercanía con las explicaciones históricas de la época afianzó una segunda característica del concepto: su determinismo geográfico-intelectual.

II. El determinismo geográfico-intelectual en la literatura

Como lo adelantamos en el apartado anterior, las argumentaciones de Bonilla, reproducidas por diversos autores, se basaron en las interpretaciones históricas de Carlos Monge y sociológicas de Eugenio Rodríguez103. Estas fuentes de información trasladaron una perspectiva determinista a los críticos; es decir, una forma explicativa en la que los acontecimientos o “razones de ser” de un evento estarían predestinados por circunstancias del pasado que definieron su estado actual104. Así, por ejemplo:

esta tierra, poco poblada y aislada durante más de tres siglos, creó una fauna humana familiar y patriarcal, en la que se conservaron muy puros el individualismo, el sentido democrático y el sentido de igualdad esencial de todos los hombres, heredados de España… las consideraciones generales sobre nuestras letras deben tomar en cuenta los hechos anotados: el aislamiento material y espiritual; las características del hombre costarricense; la ausencia de varias generaciones… y la densidad mínima… Estos factores eliminaron o desquiciaron las bases indispensables a todo proceso de desarrollo consecuente y produjeron la orfandad105.

Según esas circunstancias predeterminadas, la “cultura costarricense” solo pudo nacer en la Meseta Central. Esta altiplanicie produjo un “tipo especial de hombre”, exento de carácter y “sin tensión, muy tranquilo”106, cuyo talle pequeño y pueblerino originó “escritores de igual condición”107. Como resultado, el entorno “sencillo” desembocó en una literatura apacible y “sin extravagancias”, percepción que incluso salió a la luz durante la aprobación del proyecto de ley de la Editorial Costa Rica, ya que para entonces se debatió si “nosotros podemos presumir de un buen poeta”108. Después de todo, como sostuvo León Pacheco algunos años antes, lo anterior formó parte de un panorama costarricense en el que “no existía una música nacional, ni una escultura, ni una pintura, ni un pasado indígena importante”109.

En un país aislado, “escasamente poblado”, con ausencia de “grandes movimientos” y sin una “sólida cultura colonial”, el despunte literario no se visibilizó hasta el siglo XX, una vez conformados la nacionalidad y el orden jurídico-institucional. Para entonces, la producción tendió a enfocarse en la Historia y el Derecho, heredándole a la literatura costarricense cualidades como “claridad, lógica, laicismo, equilibrio y mediocridad”110.

Por tanto, según estas lecturas, la composición del medio nacional en términos de ambiente físico, población y “pasividad” histórica engendró una literatura costarricense modesta en el abordaje temático y en las técnicas estilísticas. Sencillez asociada con la “mentalidad” de una sociedad democrática y un devenir sin grandes pretensiones. Siguiendo esta interpretación, la literatura adquirió “aliento de letras nacionales” cuando “la nación toma forma”, orden instaurado con el pensamiento liberal111.

Lo anterior generó la tendencia de que los acontecimientos sociales se buscaran en la literatura, o bien, que en la literatura se releyeran los acontecimientos sociales. En este esquema de causa “sociohistórica” y efecto “literario”, la literatura propiamente costarricense era aquella que capturaba los sucesos de una época. Por estos motivos y como se presenta a continuación, los extractos de su esencia estuvieron en la capacidad de representar, a modo de reflejo, la realidad del país.

III. La tradición del realismo

Como se expuso líneas atrás, para Bonilla, Cañas, Chase y otros la literatura costarricense se inició a finales del siglo XIX y principios del XX y renació en la década de 1940. Esta génesis le asignó desde el principio su sello distintivo: el realismo. El movimiento, heredero del cuadro de costumbres, se destacó por sus “principios de doctrina” y su “sentimiento nacionalista”. Concepciones de la literatura, según Álvaro Quesada, que terminaron homologando las denominaciones de “nacionalismo”, “costumbrismo” y “realismo”112.

En las décadas de estudio, los críticos evaluaron la literatura por su grado de proximidad con la realidad. La producción literaria se pensó como “el espejo en cuya luna se reflejan el avanzar y el vivir nacionales con muy aceptable fidelidad”113. Fueron, por tanto, representaciones artísticas “del temperamento tico, de su genio particular, de su emoción propia”114; inspiradas en la “raíz social”, en “los rostros y angustias humanas” y en “los problemas sociales y políticos”115.

Un caso específico de estos requerimientos literarios se expresó en 1975, a propósito de las novelas Diario de una multitud de Carmen Naranjo y Las puertas de la noche de Alfonso Chase. Al parecer, el articulista anónimo estaba en desacuerdo con el grado de abstracción de la segunda obra y no la consideró como una “verdadera novela”, porque la narración careció de “sustento sociológico, sin personajes de “carne y hueso”, como deben ser todos los de este y otros géneros literarios… la novela de hoy es la vida… de los hombres cotidianos”116.

El discurso realista convergió con otros puntos de vista, aunque en menor medida con respecto a su acuerdo generalizado117. Así, por ejemplo, para el escritor y periodista José Marín Cañas esta “moda” realista tenía como objetivo desmitificar los objetos narrados y privilegiar la réplica como signo de “autenticidad”. Marín Cañas cuestionó esta opción estética porque el valor de la obra se centró en su “capacidad” de reproducir la realidad y no en imaginarla. Por tanto, si el escritor “se ciñe escuetamente en lo que ve”, “no se libera de lo cotidiano y real”, corriendo el riesgo de abandonar el proceso creativo para convertirse “en un fotógrafo”118.

El estudioso Alejandro Martínez señala que el realismo en la literatura persiguió la mímesis y la verosimilitud. Estas ideas de “imitación de la realidad social” o “apariencia de lo verdadero” representaron la realidad, pero a la vez, asumieron una “actitud evaluadora sobre esta”, ya que los hechos se juzgaron como verdad comprobable. Para Martínez, en la búsqueda de la fidelidad y precisión “mientras mejor pueda reconocerse la exacta concordancia entre las palabras y el mundo, más se podrá elogiar al escritor realista”119. En ciertas ocasiones no importaba “la escala del reflejo” empleada, sino la capacidad de reconstruir en el discurso temas, personajes o entornos identificados con la esfera de “lo familiar”.

En el caso costarricense, la aceptación de esta estética se justificó por la capacidad de expresar “la idiosincrasia”120, como veremos en el siguiente capítulo. Desde esta línea, la obra destacó por el retrato de “los grandes conflictos sociales y espirituales” y por la habilidad de “hurgar en las tragedias de la patria, captar nuestro propio grito, nuestra propia lágrima o nuestro propio canto. No hacerlo es traicionar nuestra nacionalidad”121. La creación se valoró por el supuesto de que “cuanto más lejos de

la fantasía y más cerca de la realidad ande el autor, más firme será su paso”122. Puntos de vista que nos conducen a revisitar la polémica nacionalista de finales del siglo XIX.

De vuelta a la polémica nacionalista

La tradición del realismo, “herencia” de los primeros escritores costarricenses, instituyó las pautas del canon literario.

Fotografía 2

Fuente: ©Fototeca de la Universidad de Costa Rica, Colección Semanario Universidad, sin fecha. Fotógrafo: no se indica. Custodiado por el Archivo Universitario Rafael Obregón Loría. En la fotografía se observa a Fabián Dobles tomando café

Una mesa redonda en 1973 demostró el hecho. El moderador Mario Picado inició con la pregunta: “¿cuál debe ser la búsqueda de los escritores costarricenses para encontrar una literatura auténticamente nacional?, ¿cuál será la solución?, ¿seguiremos buscando una literatura exótica, imitadora?”123A consideración de Fabián Dobles, la autenticidad radicaba en la vinculación de la obra con el ambiente costarricense, apartándose de la “literatura cosmopolita”. En opinión de José León Sánchez, las novelas, por lo menos aquellas escritas por él, debían recurrir a la historia como fuente de inspiración. Mientras que para Alberto Cañas, en la obra había que rechazar el “exotismo” y defender las experiencias vividas en Costa Rica. El espacio geográfico no tenía por qué ser París, “perfectamente se puede desarrollar en San Pedro de Turrubares”.

Las posiciones expresadas por los escritores nos trasladan a la polémica literaria de 1894-1902. En esa ocasión, las diferencias entre Ricardo Fernández Guardia y Carlos Gagini, principales protagonistas, polarizaron la discusión124. La controversia se centró en escribir sobre temas europeos, de inspiración grecolatina y francesa, o bien, escribir sobre temas nacionales, contextualizados exclusivamente en Costa Rica. El artista ¿debía imitar “los soles europeos” debido a lo “sandio y sin gracia” del pueblo costarricense, “desprovisto de poesía y originalidad”?125 ¿O más bien tenía que deleitarse con “la contemplación de unos ojos de mi tierra”, “de lo que mejor conoce”?126

La disputa continuó cuestionando los motivos artísticos, la ausencia de una tradición literaria y el tipo de lenguaje en las obras. A pesar de ello, Quesada señala que los ejes de esta discusión se plantearon hacia el futuro, no hacia el presente. La polémica se mantuvo, según el autor, en las características de lo que “debía llegar a tener” la literatura; y en esta contienda solo las obras de “la corriente nacionalista” conservaron su “valor y vigencia”127.

Referimos a la polémica literaria porque hacia el período de estudio, el debate estaba resuelto. Los planteamientos de los llamados “nacionalistas” de finales de siglo fueron reproducidos en la información recabada prácticamente 79 años después. Al igual que ellos, coincidieron en que el camino de la literatura residía en escribir de “lo que se conoce”, es decir, de personajes, paisajes, tradiciones, sucesos históricos y lenguaje nacional, requerimientos que terminaron finalmente aprobando la oficialidad del realismo.

El predominio de este acuerdo se puede ilustrar nuevamente con tres ejemplos concretos. Hacia 1962, el Consejo de la recién creada Editorial Costa Rica estableció los requisitos para premiar las obras en los Juegos Flores. La Editorial evaluaría en la novela el desarrollo de un “tema nacional”128 (ver la fotografía 1), condición que no se aplicó a los otros géneros. En 1966 el Consejo Editorial propuso una línea de ediciones populares para masificar el consumo de libros. Para entonces, la colección recibió el nombre de La Propia, obra escrita por Magón, con el objetivo de difundir una “actitud tradicional de la literatura costarricense”129. En 1974, valoraciones como “personajes coherentes y hasta enraizados en la tradición costarricense”, “identificados con nuestra idiosincrasia” otorgaron el premio Aquileo J. Echeverría en novela a las obras El no iniciado, de Otto Jiménez, y A ras del suelo, de Luisa González130.

Fotografía 3. Editorial Costa Rica
y los Juegos Florales

Fuente: Editorial Costa Rica, “Juegos Florales”, Brecha (Costa Rica) 6, no. 7 (marzo de 1962).

Con base en esta información podemos evidenciar que el realismo fue la “esencia” de la literatura costarricense, ya que portaba el potencial de dar cuenta sobre nosotros mismos. Aunque esta corriente tuvo distintos grados de aceptación, como se verá a lo largo de la investigación, es importante destacar que encontró su comodidad en la novela. No obstante, una serie de planteamientos cuestionaron cuál era el género de creación de la literatura en este período y qué condiciones favorecían la existencia de unos por encima de otros.

IV. Los géneros dominantes de la literatura costarricense

Las fuentes consultadas relacionaron la literatura costarricense con dos géneros: la poesía y fundamentalmente la novela. Este argumento se infiere porque el conjunto de obras y autores catalogados como los “clásicos” de las “letras nacionales” se ubicaron en dichos géneros131. En la búsqueda realizada, no se revelaron grandes discusiones con respecto al cuento, ensayo, testimonio u otros132. Retomaremos el teatro en el cuarto capítulo; por ahora, concentramos la atención en la novela y la poesía.

El género representativo de la literatura costarricense fue un tema en cuestionamiento. En 1972, Cañas auguró un posible florecimiento en la novela con la publicación de Los perros no ladraron de Carmen Naranjo, ya que “la nueva generación parece dedicada exclusivamente a la poesía”133. Acompañando esta perspectiva, un artículo de 1977 recuperó las palabras del crítico Seymour Menton, para quien la novela en Costa Rica “no ha tenido mucho arraigo debido a la falta de acontecimientos dramáticos nacionales que impulsen una producción literaria”134.

En contraste con estos puntos de vista, autores como Hugo Montes reconocieron en la novela el cultivo de la creación costarricense y el género de inmediata aceptación editorial. En 1974, Montes sostuvo que el “género de moda” y de “entretención”135era la novela, en vista de que su particularidad, “el realismo”, le permitió “establecer en palabras un mundo análogo al cotidiano… Todo es, como podría efectivamente ser o haber sido”. El alcance en ventas de esta expresión literaria, “como ningún otro”, provocaba a consideración del autor una preferencia editorial hacia la novela por encima de la poesía.

Ese mismo año, un grupo de escritores formularon la pregunta: ¿se encuentra en decadencia la poesía? Para Arturo Agüero, Emma Gamboa, Francisco Amighetti, Carlos Martínez y Alfonso Ulloa, el desapego hacia la poesía se explicaba por el limitado fomento institucional. La reversión de esta situación se obtendría mediante la participación de instancias como las revistas o suplementos culturales, los recitales, la Editorial Costa Rica, la Dirección General de Artes y Letras, el Ministerio de Cultura y el Ministerio de Educación136.

Ante este panorama alarmante, la supuesta decadencia desembocó en un llamado para contrarrestar la “crisis”. El Círculo de Poetas Costarricenses, en conjunto con el Ministerio de Cultura y el suplemento Áncora, proclamaron una “campaña nacional para impulsar una mayor difusión de la poesía”. Para tales efectos, la propuesta consistió en la edición de una colección denominada “La poesía costarricense”, con poetas “consagrados y desconocidos”. Los suscriptores de la campaña recibirían antologías autografiadas y aparecerían sus nombres en agradecimiento por el apoyo a la “lírica nacional”137.

El grado de (des)estímulo atribuido a uno u otro género, en la percepción de estos escritores, no correspondía con las publicaciones de la Editorial Costa Rica. De un total de 824 obras aprobadas durante 1960-1980, la novela y la poesía obtuvieron los porcentajes más altos, 21% y 20%, respectivamente, antecedidas solo por las obras especializadas (27%). Si segregamos los datos por décadas, en el decenio de 1960 la poesía alcanzó un 26% de las publicaciones, mientras que la novela abarcó el 13%. En la década de 1970, si bien el orden se invierte, los géneros redujeron la distancia porcentual, la poesía obtuvo un 18% y la novela un 23%138.

Las cifras anteriores nos permiten problematizar y, a la vez, visualizar los matices del fenómeno literario. Frente a la “proclamada crisis de la poesía”, podemos señalar que este género fue incluido en los programas de la Editorial desde 1961, la novela no apareció hasta 1963139. Además, en una disputa con la Asociación de Autores, la institución sostuvo que en la rama de la poesía “una

de las más difíciles aquí, este Consejo ha sido un abanderado”140. Así la situación, la crisis anunciada por los escritores parecía relacionarse más con la recepción y la comunidad de lectores que con los medios de publicación. Los datos sobre la novela, por su parte, revelan un crecimiento importante a mediados de la década de 1970; sin embargo, el despunte fue producto de la Colección de Clásicos Universales141, coeditada con la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA).

En este punto debemos clarificar el contexto de los debates. El género de la tradición fue la novela realista, expresión característica de los “clásicos nacionales” y generalmente aceptada en estos términos. Sin embargo, para la época, este “género tradicional” perdió su exclusividad ante otros “géneros de creación”, experimentales y fantásticos, al estilo de Carmen Naranjo, Alfonso Chase, Virgilio Mora, Gerardo César Hurtado, entre otros escritores, a los que nos referiremos más adelante. Este otro “género de creación” involucró también la poesía de talleres literarios, como el Círculo de Poetas Costarricenses, el Grupo Sin Nombre y Oruga142, que en las décadas de 1960-1970 despertaron nuevas discusiones sobre el papel de la literatura.

Los grupos de poetas costarricenses143 se plantearon si el realismo debía trasladarse a la poesía. Aunque desarrollamos este tema en el capítulo cuarto, adelantamos que se manifestaron dos caminos: optar por la poesía intimista o por la poesía social144, que para la época se entendió también como la dicotomía entre la “evasión” y el compromiso. En la primera vertiente, el Círculo de Poetas Costarricenses profesó una poesía de “las vivencias trascendentales” y de “un nivel muy íntimo”145 del ser humano. Desde este lugar, la “quintaesencia” no podía buscarse en el arte comercial ni mucho menos condenarla a los “valores ideológico-políticos”. Más bien, sus imágenes debían construirse en “la abstracción”146 y en la escritura compleja, escapando a la “racionalización” de la realidad y del lenguaje sencillo147.

El otro camino a seguir fue la “poesía política”148 (por su práctica, no necesariamente por su contenido) alimentada por las dictaduras latinoamericanas, las protestas contra ALCOA y el apoyo al Frente Sandinista de Liberación Nacional. Tomando como base este acontecer, el Grupo Oruga asumió la premisa de “llevar arte y cultura al pueblo”, para que “los hombres y mujeres se reconozcan”149. En ese sentido, era una posición política de arte irreverente, revolucionario y colectivo150. Por otra parte, el Grupo Sin Nombre no compartió la idea de “crear arte en el pueblo”, sino que más bien se autodefinió como “el pueblo mismo” y cuyas obras respondieron por sí mismas a “la realidad popular”151. A pesar de las diferencias en el proceso creativo, ambas propuestas tuvieron la pretensión de difundir el género entre los “obreros”, “campesinos” y “clases trabajadoras”.

La causa social, con tintes político-ideológicos, en la poesía fue catalogada por la crítica periodística con expresiones como “prosía”, “prosaíza” y “poesía de cartel”152, etiquetas que también persiguieron a otras producciones culturales, como lo veremos en el capítulo cuarto. Estos señalamientos apuntaron su dedo acusador al hecho de que si la creación poética asumía “consignas demagógicas” provocaba automáticamente “la caída mortal” del poeta153, aunque algunas de estas obras agotaran los ejemplares en las librerías154y se destacaran por recuperar “los vínculos a veces negados entre vida y poesía, entre poesía y realidad”155.

Podemos notar que el realismo era aceptado y promovido en la novela, género de la tradición. No obstante, cuando el movimiento se trasladaba a la poesía cuestionaba el contenido y la intencionalidad de la práctica literaria. Las respuestas a esta diferencia las podamos encontrar en las palabras de Jean Franco en su estudio sobre la literatura latinoamericana de las décadas de 1940-1950, para quien la poesía se asoció con la izquierda porque era “una forma cívica y pública de discurso… que atraía a la gente iletrada al círculo de la literatura. En ese sentido, el poeta tenía una ventaja sobre el novelista”156. Esta reflexión nos adelanta los dilemas a los que tantas veces se enfrentó el realismo y que trataremos a continuación: hasta qué punto los evaluadores de estas obras admitirían “la crítica social” de su contenido sin ser condenadas por esto como expresiones contrarias a la política cultural del gobierno y de la “nacionalidad” costarricense.

Conclusiones

La noción literatura costarricense fue una construcción elaborada por críticos y escritores interesados en legitimar una estética específica. En un período de la historia en el que se reformulaba el papel del Estado y la organización de la sociedad y la cultura, este concepto adquirió importancia por su capacidad de crear imágenes. El campo de lo literario se interpretó como un terreno para dar a conocer nuestra “esencia” a través de las obras y, por tanto, como una posibilidad para definir la nacionalidad. Las referencias a autores y textos particulares no solo establecieron los modelos literarios de qué escribir y cómo escribir, sino que también determinaron prototipos del “deber ser” literario/ nacional con base en lecturas idealizadas del pasado.

Según las conceptualizaciones de esta categoría, la literatura costarricense fue un fenómeno del siglo XX ligado al proceso de formación del Estado Nacional. Sus actas de nacimiento estuvieron marcadas por procesos como las reformas liberales de finales del siglo XIX o el reformismo socialdemócrata de la década de 1940, acontecimientos políticos que al magnificarse como momentos decisivos para la nación costarricense validaron la literatura producida en estas fases como “los clásicos nacionales”. Resaltar el capital simbólico del costumbrismo (fines del siglo XIX y principios del siglo XX) y del realismo (1940) contrarrestaba la idea de un “país sin letras” o de una literatura “modesta”, a la vez que brindaba los relatos para construir los imaginarios nacionales de la “Patria” a partir de esas estéticas.

El realismo, valorado por su verosimilitud, brindó los elementos para interpretar esa “realidad nacional”. Se consideraba una literatura legítima en tanto relatara nuestra existencia, socialmente construida, con espacios rurales, sucesos históricos y experiencias vividas. Sobre todo la novela, más que cualquier otro género, portó las características de la tradición. Esta tradición, fundamentada en el costumbrismo, buscó reproducirse en las obras con algún grado de “sustrato sociológico”, cerrando con ello la puerta de entrada al modernismo o a la literatura fantástica en la oficialidad.

De acuerdo con las discusiones de la época, esa estética dominante coexistió con otras formas de creación literaria que generaron, por un lado, una disputa entre la novela y la poesía para posicionarse como el género de promoción estatal, según lo demostró la campaña de suscriptores de la lírica nacional. Por otro lado, esas discusiones estéticas revelaron la presencia de propuestas estilísticas distintas al realismo y nuevos debates sobre la práctica literaria, que abordamos en el capítulo siguiente.


26 José Cegarra, “Fundamentos teórico-epistemológicos de los imaginarios sociales”, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, blicaciones/moebio/43/cegarra.html (Fecha de acceso: 16 de febrero del 2016), 4 y 5.

27 Gabriel Ugas, La educada ignorancia: un modo de ser del pensamiento (Caracas, Venezuela: Tapecs, 2007), 49. También consultar José Cegarra, “Fundamentos teórico-epistemológicos de los imaginarios sociales”…

28 Cornelius Castoriadis, La institución imaginaria de la sociedad, Vol. I (Buenos Aires, Argentina: Tusquets Editores, 2003), 254-257. El autor explica que el papel de las significaciones imaginarias es dar respuesta a preguntas como: “¿Quiénes somos como colectividad?, ¿qué somos los unos para los otros?, ¿dónde y en qué estamos?, ¿qué queremos, qué deseamos, qué nos hace falta? La sociedad debe definir su “identidad”, su articulación, el mundo, sus relaciones con él y con los objetos que contiene, sus necesidades y sus deseos. Sin la “respuesta” a estas “preguntas”, sin estas “definiciones”, no hay mundo humano, ni sociedad, ni cultura”, 254. Aunque estas “respuestas” aparecen en diversas manifestaciones, pues no se comportan como un “conocimiento objetivo”, tienen la función de instrumentalizar las percepciones de la realidad. Juan Luis Pintos, Los imaginarios sociales. La nueva construcción de la realidad social (Madrid, España: Editorial Sal Terrae, 1995), 11-12.

29 Hommi Bhabha, Nación y narración. Entre la ilusión de una identidad y las diferencias culturales (Buenos Aires, Argentina: Siglo Veintiuno Editores, 2010). Entendemos como imágenes de lo nacional el “campo de significados y símbolos que se vinculan con la vida nacional” o con las “formas de narrar la Nación”, 13-14.

30 Basta recordar los trabajos ampliamente conocidos de Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión del nacionalismo (D.F., México: Fondo de Cultura Económica, 1993); Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780 (Barcelona, España: Crítica, 1991); Ernest Gellner, Naciones y nacionalismos (Madrid, España: Alianza Editorial, 1983).

31 La invención de la nacionalidad se estudió durante el Estado Liberal y sus consignas de orden, progreso, civilización y morigeración de las costumbres. Los trabajos se aproximaron al tema, por ejemplo, mediante la fundación de instituciones, la develación de monumentos, la festividad cívica, las coyunturas electorales, las reformas jurídicas, los programas educativos, los textos historiográficos, las crónicas de viajeros y las manifestaciones artístico-literarias. El balance detallado de estos estudios a finales del siglo XIX y principios del XX escapa de nuestros intereses. Nuestro objetivo es evidenciar la concentración de trabajos en dicho período. Para profundizar en las referencias bibliográficas sobre el tema, consultar: David Díaz y Víctor Hugo Acuña, “Identidades nacionales en Centroamérica: bibliografía de los estudios historiográficos”, Revista de Historia (Costa Rica) 45 (enero-junio del 2002); David Díaz, Construcción de un Estado moderno. Política, Estado e identidad nacional en Costa Rica, 1821-1914, Serie Cuadernos de Historia de las Instituciones de Costa Rica, 18 (San José, Costa Rica: Editorial UCR, 2008); David Díaz, La construcción de la nación: teoría y método, Serie de Cuadernos de Historia de la Cultura, 3 (San José, Costa Rica: Editorial UCR, 2003).

32 Álvaro Quesada, La formación de la narrativa nacional costarricense (18901910): enfoque histórico-social (San José, Costa Rica: Editorial UCR, 1995); Álvaro Quesada, Breve historia de la literatura costarricense (San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica, 2008); Óscar Alvarado, Literatura e identidad costarricense (San José, Costa Rica: EUNED, 2011).

33 Margarita Rojas, Flora Ovares, Carlos Santander y María Elena Carballo, La casa paterna: escritura y nación en Costa Rica (San José, Costa Rica: Editorial UCR, 1993).

34 Alberto Segura (ed.), La polémica (1894-1902). El nacionalismo en Literatura (San José, Costa Rica: EUNED, 1995); José Pablo Rojas, “La venus de milo frente a la india de pacaca: discursividad fundante de la literatura costarricense”, Káñina (Costa Rica) 32, n. 1 (2008); Alexánder Sánchez, “El modernismo contra la nación. La polémica literaria de 1894 en Costa Rica”, Revista de Filología y Lingüística (Costa Rica) 29, n. 1 (enero-junio del 2003).

35 Por mencionar ejemplos podemos citar: Jorge Rivera, Estado y política económica (1948-1970) (San José, Costa Rica: Editorial UCR, 2000); Carmen Romero, Estado y políticas sociales (Tesis de Maestría en Sociología, Universidad de Costa Rica, 1983); Rosalila Herrero, Del Estado Benefactor al Estado Empresario: 1948-1978 (San José, Costa Rica: Publicaciones de la Cátedra de Historia de las Instituciones de Costa Rica, 1994); Julia María de la O, El crecimiento de la administración pública en el desarrollo: el caso de Costa Rica (1950-1980) (Tesis del Instituto de Estudios Latinoamericanos, UNA, 1982); Jaime Delgado, Costa Rica: régimen político, 1950-1980 (San José, Costa Rica: EUNED, 1991); Jorge Vargas y Guillermo Carvajal, “El surgimiento de un espacio urbano-metropolitano en el Valle Central de Costa Rica, 1950-1980”, Anuario de Estudios Centroamericanos (Costa Rica) 13, no. 1 (1987); Patricia Alvarenga, De vecinos a ciudadanos. Movimientos comunales y luchas cívicas en la historia contemporánea de Costa Rica (San José-Heredia, Costa Rica: Editorial UCR-EUNA, 2009).

36 Quesada, Breve historia de la literatura costarricense…; Margarita Rojas y Flora Ovares, 100 años de literatura costarricense (San José, Costa Rica: Farben-Norma, 1995).

37 Magda Zavala y Seidy Araya, La historiografía literaria en América Central: 1957-1985 (Heredia, Costa Rica: EFUNA, 1995).

38 Alexánder Jiménez y Jesús Oyamburu (comps.), Costa Rica imaginada (Heredia, Costa Rica: EFUNA, 1998); Carlos Cortés, La invención de Costa Rica y otras invenciones (San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica, 2003); Carlos Cortés, “La tradición de la ruptura”, Revista Pórtico 21 (Costa Rica) 1 (2011); Uriel Quesada, “Literatura costarricense: apuntes desde el margen”, Revista Pórtico 21 (Costa Rica) 1 (2011); Rodrigo Soto, “Construcción y demolición del mito de la excepcionalidad: acercamiento a la literatura costarricense”, Revista Pórtico 21 (Costa Rica) 1 (2011).

39 Alexánder Jiménez, El imposible país de los filósofos (San José, Costa Rica: Editorial UCR, 2005). El autor trabaja con el concepto nacionalismo étnico y refiere a la construcción de una Costa Rica pacífica (sin hechos violentos, movilizaciones sociales ni golpes de Estado), democrática (sin fraudes electorales ni desigualdades socioeconómicas), blanca (sin diferencias étnicas, invisibilización de la población indígena y afrodescendiente), civilizada y feliz. Estos imaginarios formaron parte de un proyecto de nación, el cual desde 1948 apostó por acentuar el papel del Estado mediante el desarrollo institucional y la expansión a las zonas periféricas. No obstante, no desarrolla más esta última idea.

40 Albino Chacón, “La etnicidad negra e indígena y los mitos de la nacionalidad costarricense”, Kipus (Ecuador) 11 (2000): 84-86.

41 Lidieth Garro, Diario La Nación: discurso editorial y discursos de identidad nacional 1946-1949, 1979-1982 (Tesis de Maestría en Literatura Latinoamericana, Universidad de Costa Rica, 2003). Estas periodizaciones corresponden, en primer lugar, a la fundación del periódico y al desarrollo del conflicto de 1948; en segundo lugar, a la coyuntura de la crisis económica de 1980. También incursiona en el año 1996 para incluir la celebración del 50 aniversario del periódico. Un estudio que analiza la amenaza de un sector específico de la sociedad en la identidad nacional es el de Carlos Sandoval, Otros amenazantes: los nicaragüenses y la formación de identidades nacionales en Costa Rica (San José, Costa Rica: Editorial UCR, 2003).

42 Manuel Gamboa, “El anticomunismo en Costa Rica y su uso como herramienta política antes y después de la Guerra Civil de 1948”, Anuario de Estudios Centroamericanos de Costa Rica (Costa Rica) 39 (2013); Mercedes Muñoz, “Democracia y Guerra Fría en Costa Rica: el anticomunismo en las campañas electorales de los años 1962 y 1966”, Diálogos (Costa Rica) 9, n. 2 (agosto del 2008-febrero del 2009); Manuel Solís, “La violencia política de los años cuarenta y su lugar en el imaginario nacional”, Anuario de Estudios Centroamericanos (Costa Rica) 37 (2011); Patricia Fumero, “Se trata de una dictadura sui generis”. La Universidad de Costa Rica y la Guerra Civil de 1948”, Anuario de Estudios Centroamericanos (Costa Rica) 1-2, n. 23 (1997).

43 Alfonso González, Mujeres y hombres de la posguerra costarricense (San José, Costa Rica: Editorial Universidad de Costa Rica, 2005). Otros trabajos, por su parte, se adentraron en los discursos nacionalistas de las administraciones presidenciales, las negociaciones comerciales, las políticas culturales y las campañas electorales. Rafael Cuevas, El punto sobre la i. Políticas culturales en Costa Rica, 1948-1990 (San José, Costa Rica: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1996); Claudio Monge, Instituciones y significantes en las políticas exteriores de Costa Rica con la integración económica: nacionalismo en las administraciones Figueres Olsen y Rodríguez Echeverría dentro del sistema de integración económica (1994-2002) (Tesis de Licenciatura en Ciencias Políticas, Universidad de Costa Rica, 2012); Érika Gólcher, Legitimidad y consenso en el sistema político nacional: tradiciones y fiestas político-electorales, 1978-1998 (Tesis de Doctorado en Gobierno y Políticas Públicas, Universidad de Costa Rica, 2007).

44 Junta Fundadora de la Segunda República (8 de mayo de 1948-7 de noviembre de 1949) conformada por José Figueres Ferrer (Presidente), Benjamín Odio Odio (Ministro de Relaciones Exteriores y Culto), Gonzalo Facio Segreda (Ministro de Gobernación y Policía), Alberto Martén Chavarría (Ministro de Economía, Hacienda y Comercio), Uladislao Gámez Solano (Ministro de Educación Pública), Francisco Orlich Bolmarcich (Ministro de Obras Públicas), Bruce Masís Diviasi (Ministro de Agricultura e Industrias), Raúl Blanco Cervantes (Ministro de Salubridad Pública), Benjamín Núñez (Ministro de Trabajo y Previsión Social) y Édgar Cardona Quirós (Ministro de Seguridad Pública). La Junta asumió todos los poderes de gobierno, sin la intervención de un Congreso. Después de este período, la Junta tendría que compartir el Poder Legislativo con una Asamblea Constituyente hasta que se eligiera al presidente.

45 Beatriz González-Stephan, Fundaciones: canon, historia y cultura nacional. La historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX (Madrid, España: Iberoamericana, 2002), 212. Esta idea también la comparte Arturo Arias, para quien “a lo largo del siglo veinte, la literatura centroamericana operó al servicio del nacionalismo, por su capacidad para promover identificaciones populares con un territorio e historia particulares y por su habilidad para ubicar símbolos nacionales en las prácticas cotidianas. Las textualidades narrativas centroamericanas de los sesentas y los setentas fueron concebidas como una variedad de discursos re-fundacionales para esas “nuevas naciones” a ser construidas por medio de luchas revolucionarias”. Arturo Arias, “¿De veras agotadas? Solo en el mercado por su falta de circulación: repensando la narrativa centroamericana del mini-boom”, Istmo, 27-28 (enero-junio del 2014): 17, http://istmo.denison.edu/n27-28/articulos/02. html (Fecha de acceso: 10 de marzo del 2015).

46 Martin Carnoy, The State and political theory (Princeton, Estados Unidos: Princeton University Press, 1984), 70. De este autor recuperamos su interpretación de la hegemonía gramsciana; es decir, la idea de un sistema de valores y normas instituido pero no acabado, el cual está reinventándose y en negociación con otras concepciones, incluso contrahegemónicas. Volveremos sobre la idea en los capítulos tercero y cuarto.

47 Estas medidas fueron anunciadas por Figueres en las Actas de la Asamblea Constituyente. Aunque no profundizó en la concepción de la “Primera República”, la calificó como liberal, conservadora y patriarcal; condenable por su individualismo y alianza con los comunistas. Óscar Castro, Fin de la Segunda República: Figueres y la Constituyente del 49 (San José, Costa Rica: EUNED, 2007), 161-168.

48 Ibíd., 205.

49 Orlando Salazar y Jorge Mario Salazar, Los partidos políticos en Costa Rica: 1889-2010 (San José, Costa Rica: EUNED, 2010), 106. La Constitución incluyó el sufragio femenino, la abolición del ejército y la prohibición del Partido Comunista, pero en general conservó el formato de la Constitución de 1871. Esto ocurrió porque el proyecto original de la “Carta Política” de la Junta fue rechazado por la Asamblea Constituyente al generar grandes polémicas en los capítulos sobre la propiedad privada y la propiedad del Estado. Sin embargo, no se conservaron las actas de esta discusión.

50 Por ejemplo: Instituto Costarricense de Electricidad (1949), Instituto Costarricense de Turismo (1955), Instituto de Desarrollo Rural (1961), Instituto Mixto de Ayuda Social (1971), entre muchos otros.

51 Luiz Costa Lima, “Una relectura de la relación entre literatura y nación”, Revista Canadiense de Estudios Hispánicos (Canadá) 23, no. 3 (primavera de 1999): 3.

52 Doris Sommer, Ficciones fundacionales. Las novelas nacionales de América Latina (Bogotá, Colombia: Fondo de Cultura Económica, 2004). Sommer no define la categoría “fundacional”, pero en su estudio sobre los romances históricos o las ficciones fundacionales de la Nación, asocia esta noción con contextos caracterizados por campañas legislativas, militares o educativas, así como con la creación de constituciones o códigos civiles. Es decir, en el marco de un Estado que necesitaba unificar las divisiones políticas y legitimar la hegemonía cultural, la lealtad ciudadana y el sentimiento de pertenencia.

53 Abelardo Bonilla, Historia de la literatura costarricense (San José, Costa Rica: STVDIVM, 1957).

54 Para argumentar la relación de la Editorial Costa Rica con este modelo de Estado, y particularmente con el Partido Liberación Nacional, referimos a las conclusiones de la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (CINDE), que en 1987 elaboró un diseño para la planificación estratégica de la institución. El estudio observó que “la Editorial Costa Rica forma parte del entorno cultural-gubernamental, con implicaciones políticas evidentes que se refieren a la influencia de los sectores mayoritariamente de nuestro espectro político en la vida y actividades de la empresa. Sin embargo, el equilibrio mismo de la composición objetiva del Consejo Directivo, ha permitido un margen de libertad que está en relación con la voluntad del Partido Liberación Nacional de ejercer su hegemonía, en decisiones políticas y económicas, para el futuro de la empresa. La lucha interna del mismo partido no tiene una visión única sobre el valor político de la empresa pero de seguro redundará en la toma de decisiones con respecto a su supervivencia económica en los próximos seis meses… pueden surgir restricciones de apoyo a la empresa, por la salida de algunos directivos, con vinculaciones muy estrechas con la cúpula gobernante”. Archivo Nacional, Fondo: Editorial Costa Rica, Acta 23, 5 de enero-27 de julio de 1987, 16.

55 Anderson, Comunidades imaginadas…, 200.

56 Alexánder Jiménez, El imposible país de los filósofos…, 28.

57 Alberto Cañas, “Guía de turistas sobre novela costarricense”, Brecha (Costa Rica) año 4, 8 (abril de 1960): 3-6.

58 Entrevista con un directivo inicial de la Editorial Costa Rica. Realizada el 23 de setiembre del 2013, San José. Este hecho lo registró el autor Rafael Cuevas como antecedente de la Editorial Costa Rica y la Asociación de Autores en su libro. Cuevas, El punto sobre la i. Políticas culturales en Costa Rica (1948-1990)…90. Sin embargo, construyó la información con base en la obra de Jorge Valldeperas, Para una nueva interpretación de la literatura costarricense (San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica, 1991) y en artículos de prensa. Datos que lo condujeron a sostener una versión diferente. Citando a Valldeperas, Cuevas señaló que fue Volio el interesado en divulgar obras en las embajadas del país. No obstante, pronto se enfrentó con las grandes limitaciones económicas asociadas con las publicaciones de libros.

59 Cuevas, El punto sobre la i. Políticas culturales en Costa Rica (1948-1990)…, 90. La comisión se integró con Virginia Grütter, Fabián Dobles, Carlos Salazar Herrera, Antonio Lehmann, Eduardo Jenkins, Antidio Cabal, Carlos Aguilar, Arnoldo Herrera y Fernando Volio.

60 Este directivo inicial agregó que el presidente José Figueres Ferrer entregó el proyecto al Ministro de Educación Uladislao Gámez, quien perdió interés en este. Aunque no especificó la fecha, posiblemente fue entre 1953 y 1958 cuando Gámez asumió la Cartera de Educación. Hasta 1958, después de su período ministerial, no se retomó el proyecto con la nueva presidencia.

61 Por ejemplo: Rogelio Sotela, Escritores de Costa Rica (San José, Costa Rica: Lehmann & CIA, 1942); Rogelio Sotela, Literatura costarricense: antología y biografías (San José, Costa Rica: Sauter, 1927); Abelardo Bonilla, Historia de la literatura costarricense...

62 Javier Fernández Sebastián, “Historia, historiografía, historicidad. Conciencia histórica y cambio conceptual”, http://www.humanas.unal.edu.co/historia/index.php/ download_file/view/1048/ (Fecha de acceso: 12 de junio del 2015), p. 61.

63 S.A., “La patria también es un libro”, Diario de Costa Rica, 14 de diciembre de 1971, 8; S.A., “La Editorial Costa Rica abre labores”, La República, 18 de mayo de 1961, 6; S.A., “Costa Rica ha dado al mundo escritores y artistas de sabor universal”, La Nación, 15 de setiembre de 1964, 59; Consejo Directivo: Lilia Ramos (presidenta), Juan Manuel Sánchez (secretario), Julián Marchena, José B. Acuña, Carlos José Gutiérrez, Carlos Meléndez. Presentación. En Revista Pórtico (Costa Rica) 2, no. 4 (enero-abril de 1964): 16, 30, 72, 104, 130, 160; S.A., “Patriótica labor de la Editorial Costa Rica”, La República, 24 de setiembre de 1972, 21.

64 Cuando referimos a la visión romántica nos basamos en la explicación de Emilio Carrilla citado por Luiz Costa Lima, “Una relectura de la relación entre literatura y nación”…, 4-8. Para Carrilla, el movimiento romántico, surgido inicialmente durante los procesos de independencia hispanoamericanos, se caracterizó por un tono patriótico-político en sus manifestaciones (literarias, artísticas). En el poema lírico los temas se inspiraron en la patria naciente, las victorias militares y los símbolos nacionales. Es por ello que fijó la atención en fechas emblemáticas, héroes y luchas de emancipación; con un lenguaje por lo general “nostálgico, vigoroso e individualizador”. Emilio Carrilla, El romanticismo en la América Hispánica. Tomo II (Madrid, España: Editorial Gredos, 1975), 32. También consultar: Gerald Martin, “La literatura, la música y el arte de América Latina desde su independencia hasta c.1870”, en: Historia de América Latina. América Latina, cultura y sociedad: 1830-1930. Tomo VIII, (ed.) Leslie Bethell (Barcelona, España: Editorial Crítica, 1991).

65 José León Sánchez, “Nacionalizar los Premios Nacionales”, La República, 14 de febrero de 1975, 11.

66 Luis Barahona, La patria esencial (San José, Costa Rica: LIL, 1980), 13; consultar también: León Pacheco, “El costarricense en la literatura nacional”, Universidad de Costa Rica (Costa Rica) 10 (1954): 141. Esta visión selectiva de Barahona la podemos explicar con base en la deducción de Edmond Cros, citado por Danièle Trottier, para quien: “La creación cultural, percibida como el acto de seres excepcionales y privilegiados, de génesis y proceso inaprehensibles, reconstruye el consenso social (statu quo) en la medida en que asegura la reproducción permanente de valores reconocidos”. Edmond Cros, Imprévue: Fonctionnements Textuels, Eléments de Sociocritique (France, Montpellier: Publications du CERSC, 1982), 1; traducido y citado por Danièle Trottier, Juego textual y profanación: análisis sociocrítico de Lázaro de Betania de Roberto Brenes Mesén (San José, Costa Rica: Editorial Universidad de Costa Rica, 1993), 50.

67 Esta idea de hacer Patria estuvo muy presente en la época en el marco de la “Segunda República”. Así la notaremos en los mensajes de Figueres y Rodrigo Facio a la Asamblea Constituyente. Castro, Fin de la Segunda República: Figueres y la Constituyente del 49…, 157, 169 y 192.

68 S.A., “Literatura costarricense”, La Nación, 9 de noviembre de 1957, 6.

69 González, Fundaciones: canon, historia y cultura nacional…, 227.

70 Carlos Luis Fallas, “Editorial Costa Rica”, La Nación, 24 de abril de 1956, 37. Sobre el “temperamento tico” y su “genio particular” consultar: Alfredo Cardona, “Lejos de mi ánimo enjuiciar la literatura costarricense”, La Nación, 24 de enero de 1970, 40.

71 Carlos Pacheco, Luis Barrera y Beatriz González (coords.), Itinerarios de la palabra escrita en la cultura venezolana. Nación y Literatura (Caracas, Venezuela: Fundación Bigott, 2006), 1.

72 Ernesto Laclau, “Sujeto de la política, política del sujeto”, en: El reverso de la diferencia. Identidad y política, (ed.) Benjamín Arditi (Caracas, Venezuela: Nueva Sociedad, 2000), 129. El autor enfoca el tema desde la convergencia del universalismo y el particularismo en la creación de políticas de la diferencia para la gobernabilidad y la convivencia.

73 Raymond Williams, Marxismo y literatura (Barcelona, España: Península, 1980), 137-139. El autor se refiere a la connotación de “tradición literaria”.

74 En esta visión romántica, el escritor era el encargado del “adoctrinamiento del conglomerado social” y del “esclarecimiento de las conciencias”. Marco Tulio Jiménez, “La función social del escritor”, La Nación, 9 de mayo de 1967, 6. Conceptualización reproducida diez años después en S.A., “Inaugurado Congreso de Escritores Centroamericanos”, La República, 17 de febrero de 1977, 7.

75 Pacheco, “El costarricense en la literatura nacional”…, 105.

76 González, Fundaciones: canon, historia y cultura nacional…, 190 y 227.

77 David Spurr, The rhetoric of empire. Colonial discourse in journalism, travel writing and imperial administration (London, England: Duke University Press, 1993), 1-3, 110, 130, 156.

78 Claudia Cascante de Rojas, “Pese a su obra cultural, el Congreso, tácitamente, ha declarado a Magón y Aquileo indignos de la benemerencia”, Diario de Costa Rica, 26 de mayo de 1950, 1-6. No les otorgan la condición de beneméritos porque en ese momento solo se asignaba a instituciones.

79 Claudia Ferman, “Hacia una definición de Literatura: Espacios mayores y contra-mayores en la práctica crítica latino/centroamericana”, en: Intersecciones y transgresiones: propuestas para una historiografía literaria en Centroamérica, Werner Mackenbach (ed.) (Guatemala, Guatemala: F&G Editores, 2008), 81-82. Ferman señala que en el siglo XX existen tres tipos de definiciones operacionales de la literatura: transhistórica, histórica y poscolonial/subalternista. Desde nuestro punto de vista, en contraste con la autora, todos estos conceptos son construcciones históricas y las diferencias entre ellos radican en los intereses que atienden. Por ejemplo, la transhistórica se centra en códigos de lenguaje (o expresiones narrativas), por lo que para

Ferman se desentiende de los determinismos (históricos, sociales y culturales) y solo se internaliza en la expresión narratológica. Sin embargo, sostenemos que no deja de enmarcarse en un contexto para explicar las características de su particularidad. Por otra parte, la poscolonial o subalternista se enfoca en los contratextos silenciados por la tradición hegemónica, conduciendo a que Ferman reconozca su “perspectiva histórica”, precisamente por su relación con esa tradición.

80 Bourdieu, Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario..., 210, 332-334, 387, 424, 426, 436. Bourdieu se refiere textualmente a esta idea como “las “esencias” son normas”.

81 Juan Durán Luzio, “Juicios y prejuicios sobre la literatura costarricense”, Suplemento Cultural del CIDEA (Costa Rica) 43 (mayo de 1997). A propósito, en una conversación entre Alberto Cañas y Carlos Catania, Cañas expresó su concordancia con los planteamientos de Imbert, en cuanto a que “Costa Rica nació a la vida sin literatura”. Alberto Cañas y Carlos Catania, “Entrevista sobre narrativa costarricense”, Tertulia (Costa Rica) 4 (noviembre-diciembre de 1972): 31-37. Otra periodización tardía la encontramos en Gladis Miranda para quien la novela costarricense germinó a finales del siglo XIX, pero alcanzó su realización en 1935, con El Infierno Verde de José Marín Cañas. Antes de esto solo se habían producido noveletas. Gladis Miranda, “La novela en Costa Rica”, La República, 17 de febrero de 1975, 13.

82 Enrique Anderson Imbert, Historia de la literatura hispanoamericana (México: Fondo de Cultura Económica, 1957). Para el caso de Costa Rica, Imbert cita más autores, tales como Rafael Cardona, Carmen Lyra, Max Jiménez, Joaquín Gutiérrez y José Marín Cañas. El estudio consideró este corpus en una oposición modernismo/realismo, realizando por lo general descripciones breves del fenómeno literario costarricense. Podría pensarse que Imbert trató de explicar que la literatura debía ir más allá de una actitud nacionalista-realista, de un “espejo de la realidad exterior, visible y pública”, y dar lugar a ambiciones estéticas (como lo hacía el modernismo). Así parece sugerirlo Enrique Anderson Imbert en Estudios sobre escritores en América (Buenos Aires, Argentina: Editorial Raigal, 1954), 20.

83 Bonilla, Historia de la literatura costarricense…, 109.

84 Miguel Fajardo, “Aspectos sociales determinan la literatura costarricense”, La Nación, 23 de mayo de 1979, 15A.

85 Alfonso Ulloa, “Introducción a la Historia y Literatura de Costa Rica”, Brecha (Costa Rica) n. 95, (mayo de 1961): 13 y 15.

86 Alberto Cañas y Carlos Catania, “Entrevista sobre narrativa costarricense”…, 31- 37. Alfonso Chase, Narrativa contemporánea de Costa Rica (San José, Costa Rica: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1975).

87 Bonilla, Historia de la literatura costarricense… Algunos ejemplos puntuales de este proceso son: la Ley de Educación Común de Mauro Fernández, la fundación del periódico El Heraldo y los becados del Instituto Pedagógico de Chile; Adolfo Herrera, “El realismo: una carta de Magón”, La Nación, 3 de marzo de 1974, 3B.

88 Bonilla, Historia de la literatura costarricense…, 34.

89 Ibíd., 30 y Chase, Narrativa contemporánea de Costa Rica…, 66.

90 Chase, Narrativa contemporánea de Costa Rica…, 60-76. En la perspectiva de Bonilla y Chase una sucesión de acontecimientos puntualizaron la excepcionalidad de esta generación. Fueron los años de las luchas por las garantías sociales, los movimientos por las huelgas bananeras, la búsqueda de justicia en los derechos humanos y el combate político-militar de 1948. En consecuencia, fue la época de una “nueva sensibilidad”, de una literatura de ideas sociales, de “solidaridad de la raza humana” y de nuevas geografías literarias, tales como la incorporación en los textos del Caribe y del Pacífico.

91 Fernández Sebastián, “Historia, historiografía, historicidad. Conciencia histórica y cambio conceptual”…, 38 y 68.

92 Rogelio Sotela, Valores literarios de Costa Rica (San José, Costa Rica: Imprenta Alsina, 1920); Rogelio Sotela, Literatura costarricense: antología y biografías (San José, Costa Rica: Sauter, 1927); Rogelio Sotela, Motivos literarios (San José, Costa Rica: Imprenta Gutenberg, 1934); Rogelio Sotela, Escritores de Costa Rica (San José, Costa Rica: Lehmann & CIA, 1942); Luis Dobles Segreda, Índice bibliográfico de Costa Rica. Tomo 4 (San José, Costa Rica: Imprenta Lehmann, 1927).

93 Adolfo Herrera, “El realismo: una carta de Magón”, La Nación, 3 de marzo de 1974, 3B. Asimismo, Alfonso Ulloa razona que la literatura nació con la Campaña Nacional de 1856-1857, ya que el combatiente relató la muerte de sus compatriotas, la descripción de los territorios patrios y los peligros de la frontera. Sucesos inspiradores para que los niños de esos hogares escribieran los libros del siglo XIX. Alfonso Ulloa, “Introducción a la Historia y Literatura de Costa Rica”, Brecha (Costa Rica) 5, n. 9 (mayo de 1961): 13 y 15.

94 Este será el objeto del siguiente capítulo, pero de momento podemos mencionar a escritores como Aquileo J. Echeverría, Magón, Joaquín García Monge, Fabián Dobles, Joaquín Gutiérrez, Carlos Luis Fallas, Adolfo Herrera, José Marín Cañas y Yolanda Oreamuno.

95 Sommer, Ficciones fundacionales…, 24.

96 Mauro Fernández, Ricardo Jiménez, Cleto González Víquez.

97 Carlos Monge, “Hacia una conciencia histórica costarricense”, Surco (Costa Rica) año 1, n. 3 (1 de junio de 1941): 8-10; Carlos Monge, “Hacia una conciencia histórica costarricense”, Surco (Costa Rica) año 2, n. 17 (3 de octubre de 1941): 8-10; Carlos Monge, “Hacia una conciencia histórica costarricense”, Surco (Costa Rica) año 2, n. 17 (1 de mayo de 1942): 6.

98 Magda Zavala y Seidy Araya, La historiografía literaria en América Central: 1957-1985 (Heredia, Costa Rica: EFUNA, 1995). Para Zavala y Araya, los autores de las historias de la literatura prescindieron del pasado indígena y de los géneros populares por la influencia de una visión romántica, la cual se focalizó en los escritores cumbres y las periodizaciones vinculadas con la historiografía política oficial. Según las autoras, la diferencia entre las obras radicó en que algunos autores reconocieron el pasado precolombino (José Francisco Martínez, Francisco Albizúrez y Catalina Barrios) y otros iniciaron su estudio con el período de la conquista o de la colonia (Abelardo Bonilla en Costa Rica, José Eduardo Arellano en Nicaragua y Rodrigo Miró en Panamá), 185-200.

99 Adolfo Herrera, “La generación de 1940”, La Nación, 16 de marzo de 1974, 3B.

100 Bonilla, Historia de la literatura costarricense…, 109. Para Bonilla, las letras costarricenses “retrasadas en los siglos anteriores con relación a los demás o a la mayoría de los países hispanoamericanos, hasta ignorar del todo el movimiento romántico, coincidieron, sin embargo, con los pueblos más avanzados al iniciar el movimiento realista, guardadas las proporciones”.

101 Ibíd., 34 y 109.

102 Una construcción distinta de esta relación la encontramos en un estudio sobre libros de texto realizado por Flora Ovares, Margarita Rojas y Mayra Chavarría. Las autoras vieron en los textos una oposición entre literatura e historia. En esta oposición, la literatura se definió por su ficcionalidad y no por su realidad; implicando con ello que a la literatura le pertenece el campo de la “invención” y a la historia, el de “los hechos reales”. Ovares, Rojas y Chavarría aclararon que en estos textos se simplificó el entendimiento de la literatura, reducida, por lo general, a “placer estético”, “expresión de la belleza” e “interioridad del autor”; fallando en profundizar la relación literatura-sociedad y los elementos extraliterarios. Flora Ovares, Margarita Rojas y Mayra Chavarría, Análisis de la ideología en los textos de literatura de secundaria (Heredia, Costa Rica: Centro de Estudios Generales, UNA, 1980). Esta apreciación de la literatura como estética de la belleza y alimento del espíritu la encontramos en otro libro de enseñanza, sin fecha pero posiblemente empleado en la época: Isaac Felipe Azofeifa, Cómo pronunciamos nuestra lengua y conversaciones sobre la literatura costarricense (San José, Costa Rica: Bejarano, s.f.).

103 Bonilla, Historia de la literatura costarricense…, 24. La lectura de la historia realizada por Bonilla se basa en dos autores principalmente. En Carlos Monge Alfaro con Historia de Costa Rica (1947) y en Eugenio Rodríguez Vega con Apuntes para una sociología costarricense (1953). A partir de la interpretación de Rodríguez, Bonilla explica las características psicológicas del “ser costarricense”, tales como el individualismo. Por su parte, Monge le provee la visión de la democracia rural y la pobreza generalizada del ser costarricense, cuya esencia es individualista y sin ideales. Un ser forjado por el aislamiento de las zonas altas y, en general, por un determinismo geográfico e histórico. A este respecto, la autora Patricia Alvarenga estudió la pérdida de coherencia en la construcción discursiva de Monge. En Historia de Costa Rica, Monge presentó la imagen de un labriego sencillo, inculto, apolítico y con horizontes restringidos. Desde una perspectiva idealizada por Monge, este personaje representó el alma de la democracia. En los escritos de 1940, publicados en Surco, Monge reconoció la desigualdad y el abuso político como parte central de la historia del país a partir de procesos de transformación agraria del siglo XIX. Para entonces, el autor hizo un llamado a una ciudadanía participativa, con prácticas políticas alejadas de la pasividad. En esta década, señala Alvarenga, Monge, ahora como opositor al calderonismo, se orientó a reforzar el papel de la ciudadanía y el cuestionamiento del presente. Sin embargo, el abandono de la perspectiva crítica coincidió con su nueva posición intelectual, en congruencia con el grupo político en el poder. Patricia Alvarenga, “Las diversas entonaciones de una sola voz. Historia, ciudadanía y nación en Carlos Monge Alfaro”, Letras (Costa Rica) 50 (2011): 56-62.

104 Carlos Pereyra, “El determinismo histórico”, Revista Mexicana de Sociología (México) 39, no. 4 (octubre-diciembre de 1977): 7.

105 Bonilla, Historia de la literatura costarricense…, 33. En otro escrito, Bonilla puntualiza que las características del costarricense, heredadas del español son: el individualismo, la tradición religiosa y la concepción democrática, a las que se sumó la carencia de clases sociales e imaginación. Abelardo Bonilla, “El costarricense y su actitud política. Ensayo de interpretación del alma nacional”, Revista de la Universidad de Costa Rica (Costa Rica) 10 (1954). Para evidenciar el peso de estas explicaciones deterministas, señalamos que muchos años después Eugenio Rodríguez declaró que valores como libertad, justicia social, tolerancia, civilidad y paz fueron “el producto de un gran plebiscito histórico… constituyen la esencia de nuestra nacionalidad y la clave de nuestra vida futura…somos así… porque las circunstancias históricas así lo han determinado”. Eugenio Rodríguez, En busca de nuestra identidad nacional, Discurso pronunciado el 3 de agosto de 1984 en el acto de incorporación a la Academia Costarricense de la Lengua (Costa Rica: Departamento de Publicaciones, Ministerio de Educación Pública, 1984), 3.

106 Alberto Cañas y Carlos Catania, “Entrevista sobre narrativa costarricense”…, 31-27. Esta es la intervención de Carlos Catania.

107 S.A., “Novelas, novelistas y comentarios”, La Hora, 23 de noviembre de 1973, 4; y Chase, Narrativa contemporánea de Costa Rica..., 60-76.

108 Asamblea Legislativa. Fernando Volio, Ley de la Editorial Costa Rica, decreto 2366. Sección “Dictamen”, 15. Las firmas de este apartado correspondieron a Rosa Alpina, Enrique Obregón y Marta Saborío.

109 Pacheco, “El costarricense en la literatura nacional”…, 139.

110 Bonilla, Historia de la literatura costarricense…, 34; y Alberto Cañas y Carlos Catania, “Entrevista sobre narrativa costarricense”…, 31-27.

111 Ibíd.

112 Álvaro Quesada, Para una clasificación de la narrativa nacional costarricense (1890-1910). Enfoque histórico-social (San José, Costa Rica: EUCR, 1986). El autor destaca dos tendencias en la producción literaria. La actitud anecdótica: un mundo idealizado, estable y armónico. Y la actitud crítica: un mundo amenazado, trágico y en descomposición. Los escritores emparentados en estas dos tendencias son: Manuel Argüello Mora, Ricardo Fernández Guardia, Magón, Aquileo Echeverría, Carlos Gagini, Joaquín García Monge, Claudio González Rucavado y Jenaro Cardona.

113 S.A., “Literatura costarricense”, La Nación, 9 de noviembre de 1957, 6.

114 Alfredo Cardona, “Lejos de mi ánimo enjuiciar la literatura costarricense”, La Nación, 24 de enero de 1970, 40.

115 Fabián Dobles, “Consideraciones sobre literatura”, Brecha (Costa Rica) 2, n. 1 (setiembre de 1957): 21. Dobles apuntó que: “Y si algo yo deseo intensamente… es que en lo que vaya escribiendo quede reflejado algo de la vida de Costa Rica y algo de mi propia vida”.

116 S.A., “La novela abstracta”, Excélsior, 1 de febrero de 1975, Segunda Sección, 3.

117 En el 2012 José Ricardo Chaves publicó Voces de la sirena: antología de la literatura fantástica de Costa Rica para demostrar la existencia de literatura fantástica en Costa Rica, ya que para el autor ha prevalecido la idea generalizada de que “el realismo es consustancial a la literatura costarricense”. La presencia de literatura fantástica la comprobó, según Chaves, con cuentos de Manuel Argüello Mora, Jenaro Cardona, Carlos Gagini, Ricardo Fernández Guardia, León Fernández, Roberto Brenes Mesén, Rafael Ángel Troyo, María Fernández de Tinoco, Eduardo Calsamiglia, Joaquín García Monge, Rogelio Fernández Güell, Gonzalo Chacón Trejos, María Ester Amador, Max Jiménez, Yolanda Oreamuno, Alfredo Cardona Peña y Eunice Odio. Llama la atención que algunos de estos escritores son identificados como padres del realismo, tal y como se desarrolla más adelante. José Ricardo Chaves, Voces de la sirena: antología de la literatura fantástica de Costa Rica (San José, Costa Rica: Uruk Editores, 2012).

118 José Marín Cañas, “Realidad e imaginación”, La Nación, 6 de enero de 1974, 3B. Aunque no profundiza en su posición, José Víquez escribió un artículo para enunciar los postulados de la literatura. Entre ellos recalcó que la obra literaria “es ficción”. Y su valor se encontró en la forma de expresar cualquier experiencia, fuera real o no. José Víquez, “Una crítica desafortunada”, La Nación, 6 de enero de 1974, 48A.

119 Alejandro Martínez, Realismo, representación y realidad (Madrid, España: Editorial Pliegos, 2009), 15. Retoma la reflexión de Catherine Belsey para quien la aceptación del realismo se vinculó con la capacidad de aludir a elementos familiares para el lector, más allá de si refleja o no la realidad.

120 Jorge Charpentier, “La novela costarricense”, La Nación, 6 de setiembre de 1969, 29.

121 Enrique Tovar, “Los buenos escritores no se producen en serie como los malos políticos”, La República, 13 de junio de 1971, 9. Para Gladis Miranda, uno de los males de la literatura de Costa Rica fue la permanencia del cuadro de costumbres, porque retrataba al costarricense de antes, “bucólico, puritano, crédulo y escandaloso”. Ese prototipo e idealización debía renovarse, porque no coincidía con el costarricense actual. Gladis Miranda, “Los males de la literatura de Costa Rica”, Excélsior, 13 de setiembre de 1975, Segunda Sección, 3.

122 S.A., “La novela costarricense”, La Hora, 19 de noviembre de 1973, 4.

123 Varios, “El escritor de hoy vive bajo la égida del editor”, La Nación, 16 de diciembre de 1973, 28C.

124 Quesada, Para una clasificación de la narrativa nacional costarricense (1890-1910). Enfoque histórico-social…, 100. Para Quesada, la polémica se sintetiza en las preguntas: “¿Cómo debemos escribir? ¿Cómo debe ser la literatura costarricense? ¿Cuáles han de ser los temas, los personajes y cuál el lenguaje y la manera apropiada de enfrentarlos?”. Cuestionamientos que coincidieron explícitamente con los planteamientos formulados en la mesa redonda de 1973. Aunque la polémica de finales de siglo inició con las perspectivas enfrentadas de Fernández y Gagini, Quesada sostiene que la divergencia entre los escritores fue solo sobre los temas literarios, no sobre la forma de la escritura. A pesar de sus oposiciones intelectuales, ambos conservaron las formas lingüísticas y formales validadas por la teoría o práctica europea.

125 Alberto Segura (editor), La polémica (1894-1902). El nacionalismo en Literatura…, 24. Carta No. 2 de Fernández Guardia, publicada en el Heraldo de Costa Rica el 24 de junio de 1894, 24.

126 Ibíd. Carta No. 3 de Carlos Gagini, publicada en La República el 29 de junio de 1894, 28 y 20.

127 Quesada, Para una clasificación de la narrativa nacional costarricense (18901910). Enfoque histórico-social…, 120. Permanecieron en el recuerdo Magón, Aquileo Echeverría, Manuel de Jesús Jiménez, Joaquín García Monge y Carlos Gagini. Y “sólo algunos eruditos” recuerdan a los “europeístas” Alejandro Alvarado, Rafael Ángel Troyo o José Fabio Garnier.

128 Archivo Nacional, Fondo: Editorial Costa Rica, Acta 1, mayo de 1960-febrero de 1967, Sesión del 24 de octubre de 1962, 98. Asistieron: Lilia Ramos, Fernando Centeno, Arturo Echeverría, Juan Manuel Sánchez, Wilber Alpírez, Raquel Sáenz de Arce, Virginia González y Jorge Brenes. Sobre los otros géneros indicaron que el cuento deberá ser de tema libre, mientras que no se precisaron los requisitos para poesía y ensayo. Los requisitos se dieron a conocer en Editorial Costa Rica, “Juegos Florales”, Brecha (Costa Rica) 6, no. 7 (marzo de 1962).

129 Archivo Nacional de Costa Rica, Fondo: Editorial Costa Rica, Acta 1, mayo de 1960-febrero de 1967, Sesión del 5 de agosto de 1966, 483. Asistieron: Lilia Ramos, Lolita Zeller, Julieta Pinto, Julián Marchena, Arturo Echeverría, Carlos Meléndez, Alberto Cañas, Ricardo Blanco, Alfonso Chase y Víctor Julio Peralta.

130 Archivo Nacional, Fondo: Cultura, Signatura: 562. Jurados y premios nacionales, folio 1. El jurado estuvo compuesto por Guido Sáenz, Jézer González, Daniel Gallegos y Carlos José Gutiérrez.

131 Archivo Nacional, Fondo: Editorial Costa Rica, Acta 10, 6 de enero de 1976, Sesión 650, 921. Asistieron: Ricardo Ulloa, Laureano Albán, Fabián Dobles, Fernando Durán, Chéster Zelaya, Federico Vargas, Alberto Cañas, Marco Retana, Francisco Zúñiga, Arturo Montero, Primo Luis Chavarría, Rolando Mendoza y Joaquín Garro. La Editorial Costa Rica, en la segunda entrega del premio editorial, estableció que los géneros de la creación literaria en Costa Rica eran cuento, novela, poesía y teatro y, por tanto, solo estos géneros serían reconocidos en las premiaciones. Por otro lado, recordemos que según Abelardo Bonilla el ensayo era el género característico de Costa Rica, porque este dio origen a la literatura y al pensamiento racional a través de las publicaciones en Historia, Derecho, Política, Educación y Economía. Lo anterior explicaría “la mediocre aptitud lírica y creadora de la mayoría de nuestros escritores”. Bonilla, Historia de la literatura costarricense…, 251. No obstante, nos enfocamos en la novela y la poesía porque las discusiones en la prensa (que veremos en los siguientes capítulos) remitían a estos dos géneros en particular.

132 Con respecto al cuento, se encontraron, por lo general, reseñas de obras y pequeñas biografías de autores, como Carlos Salazar Herrera y Carlos Luis Sáenz. Las referencias registradas en cuento fueron: La República, 2 de junio de 1968, 9; La Nación, 6 de julio de 1969, 15; La República, 17 de setiembre de 1972, 8; La Nación, 17 de agosto de 1975, Suplemento cultural, 5; La Nación, 5 de diciembre de 1976, Suplemento cultural, 2; La Nación, 29 de mayo de 1977, Suplemento cultural, 4; La Nación, 6 de mayo de 1979, Suplemento cultural, 6; La Nación, 9 de setiembre de 1979, Suplemento cultural, 1. Con respecto a ensayo, las referencias registradas fueron: La Nación, 17 de agosto de 1968, 55; La Nación, 21 de noviembre de 1971, 78; La Nación, 27 de noviembre de 1972, 122; La Nación, 20 de noviembre de 1972, 32; La Nación, 1 de febrero de 1973, 15; La Nación, 15 de julio de 1978, 15A.

133 Alberto Cañas y Carlos Catania, “Entrevista sobre narrativa costarricense”…, 31-37.

134 S.A., “Incipiente producción novelística en el país”, La Nación, 11 de setiembre de 1977, 5.

135 Hugo Montes, “El arte de la novela”, La Nación, 23 de junio de 1974, 3B.

136 Alberto Castro, “¿Se encuentra la poesía en decadencia?”, La Nación, 11 de agosto de 1974, 30C. Otros artículos también reprodujeron el estado de la poesía. En la referencia de Cristián Rodríguez, “Moratoria para la poesía”, La Nación, 31 de diciembre de 1974, 15A, la crisis se atribuyó al desapego de las reglas poéticas como la rima y el número uniforme de sílabas. En la referencia de Francisco Escobar, “Carta a los poetas”, Excélsior, 22 de julio de 1975, Tercera Sección, 3 se exhortó a modificar dicha situación mediante la escritura tradicional de la poesía.

137 Círculo de Poetas Costarricenses, “Una campaña nacional ante crisis de poesía”, La Nación, 15 de setiembre de 1974, 30C.

138 Para reconstruir esta información levantamos una base de datos en Excel con las actas de la Editorial Costa Rica. En esta base ingresamos todas las obras mencionadas durante 1960-1980, lo cual sumó un total de 1400 libros registrados a lo largo del período. Sin embargo, no siempre se indicó si la obra fue aprobada o rechazada. Incluso hubo obras cuya condición no se aclaró al pasar de los años. Por eso, realizamos el conteo de los datos a partir de las obras confirmadas como aprobadas. El género lo definimos según la manera en que las obras fueron catalogadas en las bases de datos SIBDI (Universidad de Costa Rica) y SINABI (Biblioteca Nacional). En la categoría de obras especializadas aglutinamos los trabajos de Historia, Geografía, Economía, Educación, Filosofía, Crítica literaria y artística, por eso, el porcentaje se disparó en comparación con los otros. Se recomienda ver los anexos del 1 al 5.

139 Por ejemplo, nos referimos a las obras aprobadas en esos años, tales como Corazón de una historia (1961), de Ricardo Ulloa, y Memorias de un pobre diablo (1963), de Hernán Elizondo.

140 Archivo Nacional, Fondo: Editorial Costa Rica, Acta 14, 30 de abril de 1980, Sesión 871, 1992. Asistieron: Federico Vargas, Estrella Cartín, Roberto Corella, Francisco Zúñiga, Joaquín Garro, Edwin León Villalobos, Pablo Jenkins y Rafael Fernández. Las palabras corresponden a Francisco Zúñiga.

141 Dos años claves en el crecimiento de obras aprobadas fueron 1976 y 1978. En ambas fechas coincidió la aprobación de obras de la Colección de Clásicos Universales, con la diferencia de que en 1976 el proyecto se coeditó con EDUCA. Ejemplos de estas obras fueron: Rinconete y Cortadillo de Miguel de Cervantes, Papá Goriot de Balzac, El decámeron de Giovanni Boccaccio, El escarabajo de oro de Edgar Allan Poe, Coles y reyes de O. Henry, La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne, La vida del Buscón de Francisco Quevedo, El fantasma de Canterville y otros cuentos de Oscar Wilde, David Copperfield de Charles Dickens y La Metamorfosis de Franz Kafka, entre muchas otras.

142 Cuevas, El punto sobre la i. Políticas culturales en Costa Rica (1948-1990)…, 179. Estas nuevas tendencias en la novela y la poesía estuvieron influenciadas por el realismo mágico en la década de 1960 y la “poesía revolucionaria” en las décadas de 1970-1980. Randolph D. Pope, “La novela hispanoamericana desde 1950 a 1975” y Gustavo Pellón, “La novela hispanoamericana”, en: Historia de la literatura hispanoamericana. Siglo XX. Tomo II, Roberto González y Enrique Pupo-Walker (eds.) (Madrid, España: Gredos, 2006).

143 Ibíd. Cuevas sostiene que en la segunda mitad de la década de 1960 existieron una serie de agrupaciones interesadas en la poesía, tales como: Grupo de Turrialba, Círculo de Poetas Costarricenses, Grupo Sin Nombre, Alguien Más y Oruga. Sin embargo, Cuevas no se adentra en las propuestas estéticas de estos grupos y tampoco existen estudios al respecto. Los integrantes del Grupo de Turrialba fueron: Jorge Debravo, Marco Aguilar y Laureano Albán. Su traslado a San José convirtió a este grupo en el Círculo de Poetas Costarricenses, conformado por Laureano Albán, Julieta Dobles, Ronald Bonilla, Rodrigo Quirós, Carlos Francisco Monge, entre otros. El Grupo Sin Nombre estuvo integrado por Alfonso Chase, Fernando Castro, Víctor Hugo Fernández y Habib Succar. Contrapunto, por Elizabeth Odio, Marina Volio, Pablo Jenkins, entre otros. Oruga, por Rodolfo Dada, Diana Ávila, Magda Zavala y otros. Cuevas no ofrece nombres de integrantes de Alguien Más.

144 Reducimos la poesía a estas dos vertientes para enfocarnos en la posición del intelectual ante el arte; en otras palabras, ante lo que para la época se conceptualizaba como “función social del arte”. Para tales efectos, recordemos que para entonces también se escribió poesía erótica: Devocionario del amor sexual (1963), de Jorge Debravo; Reino del latido (1978), de Carlos Francisco Monge; La estación de fiebre (1983), de Ana Istarú.

145 Laureano Albán, “La poesía y su mensaje”, La República, 10 de diciembre de 1972, 32. Esta agrupación publicó un manifiesto con estos “principios trascendentales” y algunos poemas de sus representantes. Laureano Albán et al., Manifiesto trascendentalista y poesía de sus autores (San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica, 1977). Gladis Miranda, crítica en la prensa, sostuvo que el intimismo era la principal limitación de la poesía costarricense, puesto que dificultaba la comunicación del poeta con el público. Gladis Miranda, “La poesía costarricense”, La República, 7 de setiembre de 1974, 13.

146 Abelardo Bonilla, “Poesía”, Brecha (Costa Rica) año 4, n. 7 (marzo de 1970), 4-5. Cabe aclarar que este ensayo de Bonilla no implica necesariamente su afinidad o pertenencia al trascendentalismo, sino que más bien explica la abstracción como un fenómeno metafísico y contemplativo exclusivo de la poesía.

147 Jorge Camacho, “Aspectos de la lírica”, La República, 17 de agosto de 1970, 9 y 11; Julio Escoto, “Hacia la honestidad de la poesía”, Excélsior, 26 de octubre de 1975, Segunda Sección, 2.

148 Este camino fue trazado inicialmente por las obras de Jorge Debravo (Consejos para Cristo al comenzar el año, 1960; Nosotros los hombres, 1966; Canciones cotidianas, 1967 y Los despiertos, 1972), Julieta Dobles (Los pasos terrestres, 1976), Mayra Jiménez (Cuando poeta, 1979) y Leonor Garnier (Los sueños recobrados, 1976). Margarita Rojas y Flora Ovares, 100 años de literatura costarricense (San José, Costa Rica: Farben-Norma, 1995), 213-217.

149 Alberto Cañas, “El grupo “Oruga”, Excélsior, 12 de abril de 1976, Tercera Sección, 3. Cañas mencionó que en la mesa redonda asistieron Julieta Dobles, Luisa González, Virginia Grütter, Joaquín Gutiérrez, Samuel Rovinski y Laureano Albán; así como Julio Cortázar, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Cardenal y Carlos Martínez Rivas en calidad de invitados extranjeros. Grupo Oruga, “Grupo “Oruga”. Respuesta a los “Sin Nombre”, Excélsior, 12 de mayo de 1976, Segunda Sección, 3. Integrantes: Magda Zavala, Diana Ávila, Mario Castrillo, Patricia Howell, Rodolfo Dada y Adolfo Rodríguez.

150 Jorge Boccanera, Voces tatuadas. Crónica de la poesía costarricense (1970-2004) (San José, Costa Rica: Perro Azul, 2004), 28.

151 Grupo Sin Nombre, “El Grupo Sin Nombre aclara”, Excélsior, 27 de abril de 1976,3. Integrantes: Gerardo Morales, Mayra Jiménez, Habib Succar, Dennis Mesén, Omar Zúñiga y Jorge Treval.

152 Alberto Castro, “¿Se encuentra la poesía en decadencia?”, La Nación, 11 de agosto de 1974, 30C.

153 Alberto Ordóñez, “Consideraciones sobre poesía y “poesía social”, La Nación, 19 de agosto de 1977, 15A.

154 Luisa González, “Un simple comentario”, La Nación, 17 de agosto de 1974, 4B. Efecto provocado por Jorge Debravo en los obreros, según González.

155 S.A., “El tema social en la poesía costarricense”, La Nación, 29 de julio de 1979, Áncora, 7. En este caso citan fragmentos específicamente de Carlos Luis Sáenz (Nicaragua 1978), Isaac Felipe Azofeifa (Su nombre impuro digno), Carlomagno Araya (Sandino), Carlos Duverrán (La bruma clandestina) y Virginia Grütter (Tú llegarás oliendo a madrugada). Carlos Francisco Monge señala que la diferencia entre Jorge Debravo y los poetas de la época fue su “realismo poético”, una poesía social y testimonial, centrada en la esperanza y la solidaridad. Mientras que integrantes de su generación apostaron por la abstracción y el simbolismo, como Laureano Albán y Alfonso Chase. Carlos Francisco Monge, La imagen separada: modelos ideológicos de la poesía costarricense, 1950-1980 (San José, Costa Rica: MCJD, 1984), 46-48.

156 Jean Franco, Decadencia y caída de la ciudad letrada. La literatura latinoamericana durante la Guerra Fría (Barcelona, España: Debate, 2003), 103.