Capítulo III.
El poder de la representación. La Editorial Costa Rica y los límites
del Estado Benefactor, 1950-1980

Introducción

Las décadas de 1950-1980 nos sitúan en la historia de Costa Rica dentro de un modelo conocido como Estado de Bienestar Social. Efectivamente, en nuestra área de estudio este Estado sería el autor de un conjunto de políticas culturales creadas por primera vez para promover la creación artística. Sin embargo, dos acontecimientos claves funcionaron como los condicionamientos políticos para entrever, tarde o temprano, las restricciones de este modelo en apariencia paternalista. El conflicto armado de 1948 y la Guerra Fría constituyeron el péndulo contextual sobre el que giró la disposición estatal para reconocer (o no) a los productores culturales.

Estas restricciones ideológicas las estudiamos a través de una concepción denominada estética nacional. Según lo explicamos en la primera sección del capítulo, esta estética la entendemos como un conjunto de ideas-imágenes con las cuales se construyeron identidades, se declararon adversarios y se elaboraron modelos formadores. En ese sentido, sostenemos que el realismo brindó las bases de esta estética, y con el propósito de demostrar este argumento, analizamos la manera en que también se manifestó en otros campos culturales como el arte plástico, el cine documental y el “teatro popular”.

En la segunda sección, el capítulo profundiza en los conflictos de definición de la literatura costarricense y los posicionamientos de la institucionalidad literaria para legitimar escritores y obras dentro de los cánones de esta estética. Con este objetivo, concentramos la atención en la Editorial Costa Rica y en las declaraciones del Consejo Directivo para acreditar sus publicaciones ante la opinión pública. Visto de esta forma, planteamos que el Estado “alejó” del arte su contenido político-ideológico, a pesar de que (o justamente por estos motivos) sus principales figuras profesaron algún grado de militancia en el pasado.

No obstante lo anterior, veremos que la Editorial moderó su posición política principalmente a mediados de la década de 1970 e inicios de la década de 1980. Los contrastes de este proceso de “apertura” los visibilizamos a través del caso de Carlos Luis Fallas y los escritores comunistas, así como la Colección XXV Aniversario de la institución, sucesos que propusieron una “resolución de conflictos” en el mundo literario-artístico.

Realismo como estética nacional: arte, cine, teatro y literatura

En el capítulo anterior concluimos que los críticos literarios legitimaron el realismo como la estética por antonomasia de la literatura nacional. Para ello, definieron sus características constitutivas en función de la tradición heredada por el costumbrismo de finales del siglo XIX y la “novela social” de 1940. A manera de relaciones de parentesco entre estas generaciones, las interpretaciones de los críticos terminaron perfilando prototipos de identidad y pertenencia. A continuación, demostraremos que el realismo también se representó en otros campos culturales, tales como el arte plástico, el cine documental, el teatro y, nuevamente, la novela, lo que nos lleva a conceptualizarlo como una estética nacional.

Para sustentar nuestra premisa partimos con las palabras de un coloquio organizado por el suplemento cultural Áncora en 1974. En ese evento diversas personalidades como Carmen Naranjo (Ministra de Cultura), Guido Fernández (crítico de teatro), Carlos Catania (crítico de cine), Julio Rodríguez (periodista de La República) y Mauro Fernández (periodista de La Prensa Libre) discutieron sobre la existencia o no de una crítica artística en el país, sus fundamentos y los medios para divulgarla. Entre las reflexiones de los críticos destacamos la de Guido Fernández para quien:

no será que lo que pasa en nuestro país es que de unos años a esta parte, la cultura, en términos generales, ha recibido un gran acicate del Estado. El Estado se ha comenzado a preocupar por las publicaciones, después el teatro, la formación de una compañía de teatro, después la música, la Orquesta Sinfónica; en fin, ha habido también un sistema institucionalizado de premios para estimular a los artistas… es un esfuerzo que en cierta forma no es espontáneo, es un poco orientado, es un poco dirigido; es decir, el Estado con una preocupación que nadie discute, trata de crear las condiciones para que exista la producción literaria, artística, etc., para que se vea en forma sistemática y constante… el esfuerzo que sí tiene que nacer espontáneamente, como la crítica no surge y si la estimula el Estado pues no es crítica, de manera que el Estado en eso no puede intervenir296.

La opinión de Fernández sintetizó el resultado de la política cultural hasta la fecha, pues estas medidas habían reforzado la presencia del Estado en el arte mediante instituciones y premiaciones dedicadas a promoverlo. El crítico teatral parecía sugerir también que este “sistema institucionalizado” había autorizado una “cierta” producción artística ya que según su propia adjetivación, era una actividad “orientada” y “dirigida”. Esta perspectiva, desde luego, invisibilizó la autonomía del artista para crear sus obras más allá de la aprobación oficial, al tiempo que su noción de cultura se apegó al engranaje institucional exclusivamente josefino. Sin embargo, apuntó una idea clara: la producción artística era intervenida por la validación de los gestores del Estado, lo que significaría, tarde o temprano, un margen de acción dentro de estas “condiciones” de reconocimiento.

En este punto, sostenemos que en el arte plástico, el cine, el teatro y la literatura se puede reconocer una estética nacional. Entendemos esta estética como un conjunto de “ideas-imágenes”297 que se desprendieron de las interpretaciones oficiales de las obras artísticas (literarias, plásticas, teatrales, cinematográficas, entre otras). A través de estas interpretaciones se construyeron identidades, se percibieron sus divisiones y se elaboraron “modelos formadores”; por tanto, la estética no solo legitimó el poder, sino que también creó símbolos de pertenencia/diferencia.

Partiendo de esta concepción, la estética se convirtió en un espacio para “dirimir” los conceptos de “cultura nacional”298, sus valores y límites. Esta “politización” de la cultura jugó un papel importante en el proceso de identidad nacional o nacionalismo cultural, porque “visibilizó y materializó” a un Estado que necesitaba “ser reconocido y asumido”299, a la vez que se apropió de relaciones de sentido para imaginar códigos morales o políticos mediante representaciones globales de la sociedad.

Al respecto, proponemos que el realismo legitimó un “esquema referencial” alrededor del cual se aceptaron las obras y se orientaron los sentidos de nociones (imágenes) implícitas/ explícitas en ellas, tales como nación, identidad, política, arte, enemigo y aliado300. En ese tejido simbólico, “lo estético” condicionó los objetos a un lenguaje específico (realismo) y, en consecuencia, disputó principios básicos en la expresión artística como “autonomía o legalidad, particularidad o universalismo”301, crítica o mistificación.

Las producciones culturales se juzgaron según la representación de la “realidad nacional”. Por este motivo veremos que el arte abstracto se enfrentó al cuestionamiento de sus obras debido al peso ganado por el paisajismo; el cine y el teatro entraron en el debate de qué tan políticas eran sus imágenes y si mejor optaban por un corte informativo/educativo, y la literatura afrontó el señalamiento de que sus publicaciones eran, o al menos promocionaban, a los escritores comunistas.

Autores como Katya Mandoki o Martin Jay302 nos explican que el éxito de la estética es su apelación a las emociones afectivas o al placer de la belleza. En nuestro caso, la estética nacional valoró la producción cultural según la representación de la “idiosincrasia” o “ser nacional” (conceptos que casi nunca fueron aclarados), evitando contenidos críticos contra el orden social/ político establecido. En ese sentido, la “política estetizada”303 no se concentró tanto en “seducir” emotiva o placenteramente a los espectadores, como en promover una política cultural que evadiera por momentos y resolviera por otros las divisiones ideológicas del conflicto de 1948 y de la Guerra Fría.

Con ello queremos decir que la materialización estética en sus distintos registros (pinturas, cortometrajes, obras teatrales, libros) tuvo que enfrentarse a un enemigo (inter)nacional. Para entonces, la posibilidad de que el comunismo tuviera una cuota de representación en la estética oficial dejaba en entredicho la misma política nacional que lo tiene “fuera de la ley”. En este punto planteamos que las (des)aprobaciones estéticas se vincularon con el “poder de representación” de estos registros; es decir, con la forma (lenguaje) utilizada para “la presentación pública” de las imágenes y las relaciones entre el signo y su referente304. Desde esta óptica, la estética adecuó sus fronteras según el tipo de arte, conviviendo con el expresionismo abstracto en la plástica y el realismo “despolitizado” en producciones con un lenguaje más directo como el cine, el teatro y las novelas.

La problemática de elegir al realismo como estética nacional se concentró en que había sido una categoría previamente apropiada por la izquierda. Durante las décadas de estudio, esta palabra tuvo una connotación de “militancia”, “participación” y “compromiso”, reivindicando, por lo general, la función social de la literatura o del arte. Desde el impacto de la Revolución Cubana y las dictaduras latinoamericanas en el mundo intelectual305, la “realidad” se convirtió en un concepto con una fuerte carga ideológica, por sus evocaciones a la concientización y transformación revolucionaria. La búsqueda de semejanzas con la realidad provocó que la literatura (o la práctica artística) se interpretara, literalmente, como un discurso con denuncias, soluciones y conductas políticas. Esto constituyó un problema porque el realismo ofreció el caudal para imaginarnos a nosotros mismos, implicando con ello el riesgo de que la palabra o la imagen estuvieran asediadas por “ideologías contrarias a la oficialidad”.

Incluso en el contexto centroamericano, la producción cultural fue vista con sospecha. Estas expresiones simbólicas podían portar los gérmenes de la radicalización política hacia la izquierda, percepción alimentada por las tensiones sociales que explotaron con las guerras civiles. Aunque las propuestas revolucionarias de los partidos comunistas no traspasaron el “populismo romántico”306, en países como Costa Rica, que idealizaron el vínculo estadounidense, cualquier manifestación con este corte político desafió los constructos discursivos de la “democracia”, la “soberanía” y la “nacionalidad”. Es por ello que, para analizar esta problemática, comenzaremos en la década de 1960 con el surgimiento del arte abstracto y los juegos de poder con el Estado en el interior de este campo cultural.

La década de 1960: arte abstracto

En el período de estudio, las discusiones en el terreno de la literatura también se proyectaron en otros campos de la producción cultural. Tales fueron los casos de los artistas plásticos, que desde las exposiciones de 1958 en el Museo Nacional introdujeron el arte abstracto en la plástica costarricense. En estas exhibiciones, Lola Fernández, Manuel de la Cruz González y Rafael Ángel García, principales figuras del movimiento307, presentaron un trabajo pictórico sustentado en el expresionismo abstracto y la abstracción geométrica. Para la época, estas corrientes estéticas representaron internacionalmente la vanguardia artística, entrando en contacto con los pintores nacionales a través de sus estadías en países como Colombia, Italia, Inglaterra, Cuba y Venezuela308.

La propuesta del arte abstracto sostuvo que los elementos plásticos eran los protagonistas de la obra. Es decir, el color, la forma, el volumen y la textura tuvieron prioridad por encima de la “realidad objetiva”. Manuel de la Cruz explicó esta postura estética de la siguiente manera:

Un arte limpio, ascético, dignificado por la renunciación y el sacrificio. Un arte despojado de sensualismos, universal, sin patrimonios que lo cohíban ni geografías que lo limiten… una nueva manera de sentir y expresar la forma haciéndola más agradable y bella… El arte no figurativo plantea como primer intento la sustitución de la mera reproducción del objeto, por la creación de un nuevo objeto, un objeto más, de características intrínsecamente plásticas… Naturaleza, realidad y arte son sencillamente diferentes… El milagro del arte no se produce sino a través del hombre y de sus abstracciones de la naturaleza… No me anima en este rápido vistazo el afirmar que los cultores y defensores del arte no figurativo seamos los depositarios absolutos de la verdad estética, las afirmaciones rotundas me repugnan, pero sí me atrevo a insinuar que muy pocas veces en el transcurso de la Historia del Arte, esta ha estado más próxima a la verdad… Sea pues el tiempo quien nos juzgue y nos señale el sitio que nos corresponda como héroes o como demonios309.

Siguiendo estas declaraciones, el arte abstracto valoró los aspectos cromáticos y formales más que los trazos figurativos. La “abstracción”, generada a través de estos recursos, le “aseguraba” al expresionismo una pulcritud y libertad que la obra realista “estancada” en el lenguaje mimético no ofrecía. Estas características plásticas y abstractas, según sus exponentes, universalizaron el arte, al manifestar “nuevas maneras de sentir y expresar”, sin atar la obra a patrimonios ni geografías específicas.

De acuerdo con Jean Franco, el arte abstracto apeló a estos valores de “autonomía artística”, “estilo internacional” y universalismo para diferenciarse de otras vanguardias. Sin embargo, en el contexto de la Guerra Fría, estas proclamas fueron utilizadas estratégicamente por instituciones estadounidenses como el MOMA y las revistas Cuadernos, Encounter y Mundo Nuevo, para patrocinar “lo universal” por encima de “lo nacional”. De esta manera, el discurso universalista contrarrestaba los debates “populistas”, los nacionalismos emergentes, el compromiso social y la militancia política asociados con el realismo socialista y la Casa de las Américas310.

En este orden de cosas, la aparente “despolitización” del arte abstracto “fue una condición necesaria para su aceptación”311en la institucionalidad artística estadounidense. Un requisito determinante si consideramos, según lo apunta Bárbara Hess, el fuerte discurso anticomunista de McCarthy y la suspensión de exposiciones itinerantes por parte del senador Dontero ante la sospecha de que los artistas fueran simpatizantes comunistas312. En ese sentido, señala Franco, la universalidad-cosmopolitismo fue una retórica convenientemente promovida por estas instancias para desvalorizar las culturas nacionales en nombre de una “gran cultura internacional” o arte superior. Para formar parte de ella, el artista debía desprenderse de las ataduras políticas (comunistas o nacionalistas).

En nuestro país, como lo sugiere Eugenia Zavaleta, este arte abstracto tuvo que abrirse paso entre una crítica y un mercado aún familiarizados con la pintura paisajista exitosamente propagada por Margarita Bertheau, Francisco Zúñiga, Francisco Amighetti y Teodorico Quirós313. Para entonces, el paisajismo se había consolidado como el “arte nacional” desde la década de 1930314, y aún en la década de 1960 conservaba su supremacía en el canon artístico.

Al igual que la literatura realista, esta pintura paisajista se había convertido en la expresión visual de la Nación. Los artistas trazaron las “marcas” del “verdadero retrato autóctono” a través del paisaje rural, las casas de adobes, las carretas, los bueyes, los sujetos pasivos-solitarios y la naturaleza exuberante. De la misma manera en que los críticos literarios interpretaron la literatura nacional, en estas representaciones plásticas se privilegiaron en el primer plano los ambientes de “quietud, calidez y paz”, referentes de un mundo idílico de “pequeños y medianos productores agrícolas”315.

Los artistas abstractos tuvieron que enfrentarse a ese horizonte de expectativas fijado por los paisajistas. Sus exposiciones se encontraron con “la incredibilidad”, “incomprensión” y a veces “repudio” de los espectadores316, solo contrarrestados por la admiración de una reducida intelectualidad conocedora del arte moderno. El aislamiento y el rechazo de un medio artístico acostumbrado a la estética realista los llevó a conformar su propio círculo, Grupo Ocho, en torno al cual se organizaron como creadores y presentaron en conjunto sus obras al público.

Aunque sus exposiciones continuaron en polémica, estos pintores estimularon la producción artística a través de distintos espacios. Así, por ejemplo, organizaron exposiciones al aire libre, exhibiciones en el Museo de Arte Costarricense y talleres de pintura y dibujo en casas de artistas. Al respecto, podríamos pensar que este capital de legitimidad ganado en el gremio del arte plástico condujo a que, finalmente, sus miembros fueran institucionalizados por el Estado con puestos en la Dirección General de Artes y Letras.

Esta cooptación estatal ocurrió en una época en que el Partido Liberación Nacional, bajo el mando de Francisco Orlich, definió políticas culturales para propagar su liderazgo en el “gran público”. La Dirección, como antecedente del Ministerio de Cultura, fue el medio oficial para difundir “el arte nacional y no específicamente el arte abstracto”317, mediante becas, exposiciones al aire libre, giras, revistas, conferencias y certámenes. Por tanto, estos artistas, que en sus años iniciales fueron sometidos a la crítica despectiva de su trabajo, como lo muestra el cuadro 2, terminaron siendo reconocidos oficialmente con la dirección de esta institución y la obtención de galardones como la Medalla al Mérito y los premios nacionales318.

Cuadro 2. Reconocimientos estatales a los artistas plásticos del arte no figurativo, 1963-1975

Artista

Fecha

Reconocimiento

Rafael Ángel García

1963

Director de la Dirección General de Artes y Letras

1966

Premio Nacional Pintura

1973

Premio Nacional Pintura

Manuel de la Cruz González

1963

Premio Nacional Pintura

1967

Medalla al Mérito (por el presidente José Joaquín Trejos. También lo obtuvieron Julián Marchena (poeta) y Daniel Zúñiga (músico)

1976

Premio Nacional Pintura

1981

Premio Nacional Magón

Lola Fernández

1977

Premio Nacional Pintura

1989

Premio Nacional Pintura

Rafael Fernández

1968

Premio Nacional Pintura

1972

Premio Nacional Pintura

1975

Premio Nacional Pintura

Fuente: Carlos Cortés y Martín Murillo, “Historia de los Premios Nacionales”, Revista Nacional de Cultura (Costa Rica) 15 (1992).

Asimismo, estos pintores abstractos fueron los artistas más contratados por la Editorial Costa Rica para el diseño de portadas o dibujos. Durante la década de 1960, Manuel de la Cruz obtuvo 7 encargos, Rafael Ángel (Felo) García 10 y Rafael Fernández Piedra 15319, por encima de 2 o 3 encargos asignados a otros artistas (ver el anexo 10). Esos encargos implicaron muchas veces dejar a un lado el arte abstracto y retomar la representación figurativa para crear la portada de libros realistas (ver el anexo 9). La concentración de estos trabajos artísticos en pocas manos provocó que en 1977 la Asociación de Autores dirigiera una carta advirtiendo sobre “la inquietud de un grupo de pintores que [perciben que] no se les tomaba en cuenta a la hora de diseñar las portadas de los libros de la Editorial”320.

Hacia 1981 era claro que los artistas abstractos habían logrado posicionarse con la misma representatividad que los paisajistas. En ese mismo año, la Editorial y el Museo de Arte Costarricense plantearon la posibilidad de editar una lujosa colección de arte nacional. Así, por ejemplo, los artistas incluidos serían: Enrique Echandi, Teodorico Quirós, Fausto Pacheco, Gonzalo Morales (padre), Manuel de la Cruz González, Luisa González, Francisco Amighetti, Max Jiménez, Margarita Bertheau, Lola Fernández, Rafael Ángel García, Jorge Gallardo, Gonzalo Morales (hijo) y Rafael Fernández321.

Los datos anteriores nos permiten pensar que la Editorial acudió a un grupo específico de artistas para legitimar imágenes nacionales, no solo desde la literatura, sino también desde la plástica. Así lo confirmó una serie de eventos editoriales destinados a estos propósitos, tales como el concurso de acuarelas para decorar el libro Crónicas coloniales de Ricardo Fernández322, la lista de candidatos para realizar la edición de lujo de Concherías de Aquileo J. Echeverría323, los concursos anuales de carteles324y las portadas de la Colección XXV Aniversario, decorada con pinturas de artistas nacionales (ver el anexo 12). Después de todo, según la Editorial, estos pintores representaban “el fortalecimiento de nuestra identidad cultural”325, “parte de nuestra nacionalidad y de lo más íntimo de nuestra esencia histórica… que nos ubica como empresa cultural del Estado y del pueblo costarricense en un lugar destacado en la edición de obras de arte”326.

El caso de los artistas plásticos confirmó las negociaciones directas entre el Estado y los “líderes culturales”. Si bien el arte abstracto estaba lejos de convertirse en la estética oficial –terreno ganado por el realismo y su referencia a lo “local-autóctono”–, el Estado aprovechó la popularidad y la capacidad “gremial”327 de sus representantes para expandir la política cultural. Podría pensarse, asimismo, que el lenguaje cifrado y especializado del arte abstracto fue la puerta de entrada para la promoción del Estado, puesto que la obra pictórica se desprendía de cualquier contenido político, explícito e incómodo para el discurso nacional.

La afirmación anterior es posible si tomamos en cuenta el caso de Manuel de la Cruz González. La figura más galardonada del grupo, quien años atrás había respaldado la causa calderonista, fue expulsado de la Universidad de Costa Rica por ese motivo328 y se autoexilió en Cuba. Aunque tuvo sus inicios en el paisajismo, sus obras ahora no representaban la figuración ni mucho menos su pasado político, sino que más bien se inclinaban por la experimentación geométrica y minimalista con obras como Mural espacial (1962), Abstracción geométrica (1964), Equilibrio cósmico (1965), Amarillo continuo (1971) y Síntesis del ocaso (1971), entre otras.

Con este apartado podemos concluir que el arte abstracto puso en evidencia el “poder de la representación” en la producción cultural. Es decir, el Estado (con la Dirección General de Artes y Letras, la Editorial Costa Rica y los premios nacionales) estaba dispuesto a ampliar las “fronteras conceptuales”329de su estética realista, reconociendo el expresionismo como parte del “arte nacional”. Esto ocurría porque las pinturas del arte abstracto, al igual que el paisajismo, no portaban debates ideológicos en sus contenidos (geométricos, no figurativos) que cuestionaran los imaginarios de lo nacional. Los artistas plásticos, por su parte, establecieron pactos (o negociaciones) con esta estética oficial al elaborar diseños figurativos de libros realistas, dejando a un lado los valores artísticos (de abstracción y no mimetismo) defendidos por su movimiento.

La década de 1970: cine documental y teatro Cine documental

La estética nacional también podemos identificarla en la década de 1970 con la producción cinematográfica. Sin embargo, a diferencia del arte plástico, en el cine las distancias entre la abstracción y el realismo se definieron desde el principio. Creado en 1973, el Departamento de Cine del Ministerio de Cultura se inspiró en el concepto “Cine para el desarrollo” de la UNESCO330. Según el relato de su fundadora, María de los Ángeles “Kitico” Moreno, fue una iniciativa educativa importada de Argentina y aceptada con beneplácito por el presidente José Figueres Ferrer331. Con el respaldo institucional del gobierno, el país se preparaba para transmitir por cadena nacional de televisión un conjunto de cortos conocidos como cine documental332.

Esta línea de trabajo, aprobada por el Ministro de Cultura Alberto Cañas (una figura protagónica en la validación de la literatura), parecía reproducir algunos preceptos del realismo literario. De acuerdo con el capítulo anterior, los críticos conceptualizaron la obra como una experiencia vivida por el autor o grupo social, lo que la convertía en un “documento fiel” no ficticio. En concordancia con ello, las historias avaladas eran aquellas con personajes (campesinos, pobres de la urbe), espacios físicos (San José, Sixaola, San Ramón) y lenguaje (coloquial) constatadas con la “realidad nacional”. Los temas, por su parte, eran despojados de su “potencial crítico” para dar lugar a una interpretación trágica de la trama.

La relación que podemos establecer entre el “realismo literario” y el “realismo cinematográfico” es que este último también concibió la producción fílmica como una vivencia real del ser humano333, en contraposición con las imágenes abstractas “que aleja[n] el problema de la conciencia”334. Este hecho lo podemos comprobar con la “posición estética” que asumió el Departamento de Cine. Para entonces, sus producciones se fundamentaron en el neorrealismo italiano, un movimiento de finales de la década de 1940 que trató de mostrar las consecuencias sociales de la Primera Guerra Mundial335. Al igual que el “realismo literario”, recuperó historias conmovedoras, cuyos personajes y escenarios “no fabricados” dieran cuenta de la “realidad autóctona”.

Según Paulo Paranaguá, este tipo de cine documental tuvo su columna vertebral en la “realidad” y en sus pretensiones de “objetividad y verdad”. Durante las décadas de 1960-1970, principal período de su apogeo en América Latina, estos principios convirtieron algunos productos en documentales comprometidos o propaganda de educación popular, tal como ocurrió en Cuba, Argentina y Chile. En ese sentido, el documental fue un terreno debatido por varias instancias, ya que introdujo la problemática nacionalista de cuáles imágenes enfocaría el lente y si debía (o no) asumir una función de “contrainformación” o concientización336.

En el caso de Costa Rica, los problemas sociales revisitados por el cine documental evitaron la propaganda política, según sus fundadores337. Frente al contexto de las dictaduras centroamericanas y ante la posible manipulación de la imagen por parte de los dirigentes políticos en otros países, puntualmente Ingo Niehaus aclaró que los filmes mantuvieron una línea “apolítica”338. Si consultamos la producción del Departamento durante 1973-1980, notaremos que los temas agrarios, de salud pública, de cultura y tradiciones populares fueron los contenidos predilectos por este tipo de cine339. Lo anterior nos permite concluir que, efectivamente, estas problemáticas sociales se proyectaron con un corte informativo, esquivando en todo momento posturas políticas.

Podría pensarse que la escogencia de estos temas se convirtió en una “zona de neutralidad” que facilitó la asignación de presupuesto y las condiciones infraestructurales para la producción cinematográfica. Una “declaratoria de neutralidad” que no dejaba de ser política, pues buscaba la aceptación y circulación oficial de las obras. Al menos estas conclusiones se desprendieron de las palabras de Carlos Catania, para quien el trabajo del Departamento se realizaba con plena “libertad de expresión”, “amor a la tierra” y “apertura franca”340del gobierno. A pesar de ello, Carlos Freer era consciente de que la estética realista de la pantalla grande debía romper con las imágenes de una Costa Rica aproblemática, ya que no había para él una negociación con el discurso político mistificador, sino:

la elaboración de guiones que fueran más allá del consabido esquema: Costa Rica -país de carretas pintadas -volcán Irazú -bellas mujeres -más maestros que soldados -Suiza Centroamericana… El insoportable calor que a todos exasperaba, la falta de agua, los altos precios, el dolor que significaba acelerar el auto con una gasolina de precio triplicado, el temor que a muchos inspiraban los campesinos sin tierra, lo “feos” que lucían los tugurios tan apiñados, el tumbar de los árboles cayendo aquí y allá, el rotulito estúpido de “no hay frijoles”, hicieron que los costarricenses viéramos, de sopetón, lo que muchos preferían que no viéramos341.

Las perspectivas de Catania y Freer las podemos explicar según la observación de María Lourdes Cortés. Para la autora, el Departamento produjo un “cine nacional, realista y crítico”, al exhibir problemáticas de la sociedad costarricense (desnutrición, deforestación y hacinamiento) que eran, a su vez, contradicciones del modelo de Estado. Y desde este punto de vista, el trabajo cinematográfico fue un proyecto más político que artístico. Es por ello que documentales como Puerto Limón-Mayo 1974 (1974), Los presos (1975) y Costa Rica Banana Republic (1976), generaron controversias públicas, porque sus imágenes desmitificaban imaginarios costarricenses.

Debido a estas polémicas, los documentales posteriores siguieron una línea oficial, distinta del enfoque denunciador de un inicio. Así ocurrió con Salud al campo (1976) de Ingo Niehaus, un filme que mostraba el éxito del Programa Asignaciones Familiares de Daniel Oduber, presidente que meses antes había censurado una de sus películas. Partiendo de estos sucesos, Cortés concluye que “los temas, si bien son de importancia para el país, de ningún modo son problemáticos”342. (Ver el cuadro 3).

Cuadro 3. Sinopsis de los documentales Puerto LimónMayo 1974, Los presos, Costa Rica Banana Republic y Salud al campo según su fuente oficial

Documental

Año y director

Sinopsis

Puerto Limón-Mayo 1974

1974, Víctor Vega

“Primero llegará el hombre a la Luna, antes de que la carretera llegue aquí, a Limón, dijo el gobernador de la provincia de Limón, en 1928.

Este vaticinio, que resultó cierto, sirve para reflejar la situación de atraso y marginación económica y social que ha distinguido a nuestro principal puerto del Atlántico. Y esto es lo que se propuso la película: auscultar entre la juventud limonense lo que piensa sobre el presente y el futuro de Limón. La cámara parece limitarse a registrar lo que los testimonios indican”.

Los presos

1975, Víctor Ramírez

“La principal tesis de la película la resume un preso cuando dice que si las condiciones de vida y la orientación que recibió de niño hubieran sido otras, probablemente no se encontraría tras las rejas. La película muestra con gran sobriedad el miserable mundo de los prisioneros; con rasgos dignos del más auténtico “cine verité; nos lleva de la mano a otro mundo, no por visible y cercano menos triste y sórdido: el de los niños abandonados. En un futuro no muy lejano, muchos de ellos inevitablemente llegarán a ocupar nuestras prisiones. La película nos ofrece la otra cara del problema penitenciario y cuestiona los prejuicios menudo simplistas con que normalmente abordamos dicho problema”.

Costa Rica Banana Republic

1975, Ingo Niehaus

“Originalmente esta película se hizo para la Conferencia Internacional sobre Asentamientos Humanos (HABITAT) que se celebró en Vancouver, Canadá. Tomando como ejemplos la producción y comercialización del banano y las condiciones reinantes en el mercado mundial –dominadas por el virtual monopolio de tres compañías multinacionales–, se muestra cómo a raíz de este dominio monopolista, el Estado Costarricense ha dejado de percibir impuestos equitativos por lo que, a la postre, la vivienda y los servicios públicos que ofrece el país se caracterizan como los de una sociedad subdesarrollada. El intento realizado a partir de 1974 por un grupo de países productores de banano, encaminado a mejorar los precios de venta a las multinacionales y a elevar los impuestos; la resultante “guerra del banano”, son ejemplos de los descomunales esfuerzos que tienen que realizar pequeños países bananeros para lograr alcanzar mayor justicia en las condiciones del mercado reinantes”.

Salud al campo

1976, Ingo Niehaus

“Este documental analiza cómo un programa de desarrollo social bien elaborado, puede sustituir el anticuado e incierto concepto de caridad y convertir así la salud en un servicio estatal al que la población rural tiene legítimo derecho”.

Fuente: Centro Costarricense de Producción Cinematográfica, “Producción estatal”, nes-estatal (Fecha de acceso: 12 de diciembre del 2015).

Con base en estos casos, podemos observar que el “poder de la representación” también recayó sobre el cine documental. Los filmes recibieron la etiqueta de “cine terror”, cuando su realismo mostraba un “contenido crítico” que podía estar alimentado por el comunismo y los simpatizantes de Cuba, que con sus “contradicciones sociales” desfiguraban la imagen estética del país. Estas acusaciones detonaron en la gestión de Carmen Naranjo con la polémica de Los presos y la censura de Costa Rica Banana Republic, eventos que contribuyeron a la renuncia de la ministra343. Un articulista anónimo, defensor de la “actitud patriótica” del mandatario Oduber, explicó la situación así:

Cuando un Gobierno decide ofrecer a los ciudadanos versiones crudas y si se quiere valientes de las lacras y problemas sociales más dramáticos del país, debe partir desde la perspectiva ineludible de los principios y valores que informan el orden político y cultural de que ese gobierno es expresión. De manera que cuando esa perspectiva se pierde… su obligación es la de imponer una rectificación… Pero si está en la esencia misma de la democracia una autocrítica abierta y libre, no quiere decir esto tampoco que el Estado deba auspiciar desde su propio seno la labor tendenciosa de quienes saben infiltrarse hábilmente en las áreas estratégicas de la administración pública para conspirar desde ahí contra el orden vigente344.

Aunque el cine documental se ajustó a los requerimientos del realismo, las dudosas inclinaciones de los documentales recordaron hasta dónde estaban dispuestas a llegar las “fronteras conceptuales” de esta estética. Los temas solo tuvieron “sentido al interior de la estructura en la que se “sitúan”345, es decir, en tanto se mantuvieran dentro de una línea de programas informativos. En este marco de acción temática, por mencionar un caso, “la realidad” de la Banana Republic fue lo (in)necesariamente explícita al responsabilizar la política comercial norteamericana por el intercambio desigual con los países centroamericanos.

Visto así, el “realismo cinematográfico” podía simpatizar con dos de los acontecimientos más revolucionarios en Latinoamérica, la Guatemala de Árbenz y la Cuba de la revolución, sin olvidar los golpes militares recientemente ejecutados en Chile (1973) y Argentina (1976) para sustituir los gobiernos socialistas y las coaliciones de izquierda por dictaduras de derecha. Recuerdos o sensibilidades que mejor eran enviados al exilio por esta estética nacional, dando como resultado o prefiriendo la producción de documentales con corte informativo y cultural-folclórico346.

Teatro

Antes de la creación de la Compañía Nacional de Teatro, en 1971, el principal ente oficial encargado de las puestas en escena era el Teatro Nacional. Acusado de elitista por articulistas como Federico Trejos, este teatro se caracterizó por el elevado costo de la taquilla y los espectáculos de “alta jerarquía”, tales como ópera, ballet o conciertos sinfónicos347. Quizá por estas razones, y posiblemente por la influencia del brasileño Augusto Boal, quien propuso el teatro pedagógico/participativo de transformación social348, a mediados de la década de 1960, algunos articulistas propusieron otra alternativa: el teatro popular.

Siguiendo un enfoque emancipador, para Hernán de Sandozequi este tipo de teatro-pueblo funcionaría como una “campaña cívico-cultural”, con “obras claras, sencillas y buenas, que exalten las virtudes democráticas, el amor a las libertades cívicas y a nuestro sistema de representación popular”349. Es decir, un teatro comunal que volviera la mirada sobre la “cultura vernácula”, en un acto que Ilse Hering denominó “despertar del nacionalismo que atrae a sí, el cariño por la tierra y el paisaje, la valoración de sí mismo y el descubrimiento del folklore”350.

Como podemos observar, las palabras de Sandozequi y Hering trasladaron las características del “realismo literario” al teatro. Para ellos, las obras dramáticas debían recuperar el lenguaje sencillo y las imágenes tradicionalmente folclóricas asociadas con el paisaje natural y los personajes populares. Partiendo de los principios realistas, las representaciones con estos valores cumplirían un papel cívico y formador del ciudadano (espectador) modelo.

Para reforzar la idea de que el realismo debía asumir una tarea cívico/educativa en el teatro siempre que contuviera su mensaje político, podemos mencionar el caso de la Compañía Nacional de Teatro. Este “instrumento de extensión cultural” del Estado persiguió dos objetivos: difundir la alta cultura universal (vinculada con el Teatro Nacional) y promover las culturas populares (vinculadas con el teatro popular)351. Así planteados, el primero de ellos nos permite explicar por qué el repertorio de la Compañía se concentró en obras extranjeras generalmente ligadas con el teatro clásico. Por ejemplo, durante 1971-1980, los dramaturgos elegidos con más de una obra fueron: Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Henrik Ibsen, Bertold Brecht, Jean Anouilh y J.M. Synge352. Aunque se incluyeron obras costarricenses como La hora de morir, de José León Sánchez; La familia Mora, de Olga Marta Barrantes; Pinocho Rey, de Antonio Yglesias; La Colina, de Daniel Gallegos; Un modelo para Rosaura, de Samuel Rovinski, e incluso, adaptaciones de los cuentos Escomponte Perinola, de Carmen Lyra y las novelas Puerto Limón y Murámonos, Federico, de Joaquín Gutiérrez. Como se evidencia, la desproporción era clara: de un total de 41 obras representadas, 33 eran extranjeras y 8 nacionales353.

Aunque la selección de este repertorio estuviera relacionada con los “valores universales del teatro”, no se desprendió de su referente realista354. Así lo sugirió Mimí Prado, quien publicó un artículo para informar sobre la recuperación económica de la Compañía con la taquilla de El enemigo del pueblo y Fuenteovejuna. Con respecto a esta última, agregaba:

su elección “no fue fortuita sino que respondió a la necesidad de presentar una obra que tocara el tema de la violencia política y que, en gran parte su éxito dependió de los acontecimientos nicaragüenses”. Montar “Fuenteovejuna” durante el levantamiento popular contra Somoza fue un acto deliberado, porque creemos que el arte tiene el derecho –y a veces el deber– de reflejar la realidad y repercutir sobre ella. El éxito de esta idea se pudo apreciar en la reapertura con la obra, del Teatro Rubén Darío de Managua, acto en el que participaron autoridades de nuestro Gobierno355.

Las palabras de Prado nos permiten observar las expectativas de recepción de las obras teatrales. Una vez más, se relacionó la representación literaria con “la realidad”, en este caso asociando el levantamiento cordobés del siglo XVI con la revolución sandinista de 1979. A pesar de las distancias en los hechos históricos, la lectura de la actriz solo mencionó la “violencia política” como una coyuntura propicia para el éxito comercial, sin arriesgarse a una interpretación más detallada del posicionamiento de la obra en el contexto centroamericano. Quizá porque el repertorio “universal” de la Compañía debía mantenerse al margen de las discusiones políticas. Esta idea pareció confirmarla Guido Sáenz, quien reaccionó por el desacierto de la Compañía al escoger el montaje de El enemigo del pueblo, de Arthur Miller, en una adaptación que denominó “traición entre colegas”. Para Sáenz, el dramaturgo norteamericano impregnó a la obra de un “idealismo social”, de una “furia redentora”, “de grupos políticos impopulares que deben ser protegidos de la interferencia oficial”, adulterando con “cosméticos ideológicos” el trabajo original de Ibsen356.

Las declaraciones de Sáenz pudieron responder a los debates enfrentados por la Compañía en sus años iniciales. Hacia 1975, con la creación del Departamento de Promociones, la institución intensificó las giras a comunidades, centros educativos, fábricas y empresas. La labor en estos espacios locales, tarde o temprano, condujo a que la Compañía se enfrentara a la pregunta: “¿debe ser político el teatro?”357. Mientras que Samuel Rovinski hacía un llamado a trascender el teatro de lecciones morales y obras realistas358, Carlos Catania apostaba por un teatro que “refleje” lo cotidiano… un aporte a la vida del hombre desprotegido… un teatro para ayudar a vivir”359. Este dilema fue resuelto por Óscar Castillo, director de la Compañía, para quien:

En la medida en que una obra de arte esté realmente sembrada en su realidad concreta, y entre más profunda sea, más universal es. Yo digo que toda obra de arte es política, entendiendo como política, una realidad concreta de una sociedad en un momento dado. En tal medida, el teatro popular no tiene ninguna posibilidad de existir si no está sembrado en esa realidad. Popular quiere decir que la gran mayoría de la sociedad en que se da, reclame ese tipo de espectáculos, los disfrute, los busque, los pida. En la medida en que el teatro se identifique con esa vida, con ese mundo, con esa realidad el teatro será popular… No hay ninguna posibilidad de que exista un teatro popular por decir esterilizado360.

En este punto pareciera presentarse el “poder de la representación” en el teatro. Mientras el repertorio oficial de la Compañía estaba protegido del “teatro político” con las obras clásicas de la “cultura universal” y los llamados comedidos de Sáenz, esta toma de posición estaba más autorizada en lo que Mario Salazar denomina “las representaciones escénico-populares”. Estos espectáculos, organizados por la Compañía y conformados por miembros de la comunidad, llevaron a escena las preocupaciones sociales de los barrios361, y en ocasiones incorporaron las “estampas”, los “cuadros” típicos o las “veladas escolares”362, al estilo de Concherías de Aquileo J. Echeverría. De esta manera, argumentaba Castillo, “el público se ve expresado en lo que hace su grupo comunitario363.

De acuerdo con Salazar, estos espacios locales estuvieron pensados para atacar el “problema juvenil” e institucionalizar a los actores comunales. Sin embargo, podemos notar que en este teatro comunal, a diferencia del teatro clásico, el realismo cedió su territorio a la literatura costumbrista y a las “demandas” vecinales, en tanto propiciaran el “desarrollo integral del individuo, su mejor adaptación al medio que lo rodea, su mejor compromiso con la realidad y su integración”364. A partir de entonces, estas selecciones temáticas, a menudo educativas o ejemplarizantes, le permitieron a la estética nacionalista tomar ventaja del posible “uso” político al que pudieran someterse las representaciones teatrales en otras manos.

Por tanto, como lo hemos estudiado en las artes plásticas, el cine y el teatro, el realismo predominó en las representaciones culturales. Sin embargo, el contenido de esta estética se supervisó según la materialización de su manifestación (exposiciones de pintura al aire libre, documentales por cadena nacional y teatro con grupos comunales) y el alcance al gran público que esto significaba. Entonces, el realismo, al tiempo que oficializó el lenguaje artístico, lo limitó a un discurso distante de aquellos temas que encarnaran conflictos políticos o críticas sociales.

Con el propósito de explicar este fenómeno en la literatura, en la siguiente sección nos concentramos en el papel que la Editorial Costa Rica y sus directivos jugaron en el reconocimiento de las creaciones literarias. Para ello, debemos tener en cuenta que las interrogantes de los debates literarios se cuestionaron:

¿era posible admitir que el comunismo contribuyera a la “cultura nacional” desde la literatura?, las obras del tan aceptado realismo, ¿pertenecían “en realidad” al género de las “novelas sociales” o de la “propaganda ideológica”?365.

La literatura y la Editorial Costa Rica en la política del Estado

En 1979, Carlos Catania sostuvo que “la literatura constituye, como cuerpo cultural…uno de los pocos países libres de América Latina”366, después de asistir al I Congreso de Escritores de Habla Hispana, dirigido por Carlos Fuentes. El dramaturgo, inspirado en las palabras de Fuentes, concluyó que la ocupación comunista de la Unión Soviética en Europa Central y el capitalismo norteamericano en América Latina brindaban el material necesario para la imaginación literaria. En ese sentido, en el terreno de las letras sí se permitía la expresión de “nuestras contradicciones”, sin que por ello la imaginación fuera una presa política. Aunque la literatura no fue un territorio “ocupado”, en alegoría a las invasiones militarizadas de la Guerra Fría, esta condición tampoco aseguró la libertad de su “cuerpo”. Por el contrario, la literatura y el caso particular de la Editorial Costa Rica se convirtieron en un terreno de disputa, una lucha atrincherada en las tensiones políticas de la época.

En 1959 se publicó la Ley No. 2366, que aprobaba la creación de la Editorial Costa Rica. Esta institución se sumó al engranaje de instancias culturales fundadas en la década de 1960-1970, tales como los premios nacionales (1961), la Dirección General de Artes y Letras (1963) y el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes (1971). Por primera vez en la historia de Costa Rica se creaba un organismo editorial con subvención del Estado, destinado a la difusión de obras y con ello a la proyección de la imagen nacional a través de la “cultura impresa”367, una concepción nacionalista retomada por su Boletín Literario con motivo de su veintésimo tercer aniversario:

La creación de una conciencia nacional, es una búsqueda en la que confluyen diversos aspectos: la educación, la democracia de nuestro pueblo, el respeto a la libertad, el disfrute de los derechos civiles y por supuesto el conocimiento de nuestro propio lenguaje, nuestra visión del mundo y nuestra trayectoria histórica. Es allí donde una institución como la Editorial Costa Rica, ha venido a reforzar ese aspecto vital del ser costarricense: su acercamiento a la realidad, a encontrar sus raíces y afianzarlas para salvaguardar lo que encierra el alma popular… ¿Cómo no abrirnos ante las palabras de Jorge Debravo o Aquileo Echeverría, cómo no conmovernos al leer los cuentos de mi tía Panchita o una novela de Fabián Dobles?368.

Según la cita anterior, la publicación de las obras contribuía a la construcción de la “nacionalidad” o “idiosincrasia” costarricense. Este acto partía con el reconocimiento de “nuestra realidad” y de la mano de los escritores realistas-costumbristas. La misión nacionalista de la “cultura” estuvo cobijada por una bandera desde el inicio: el Partido Liberación Nacional figuraría como el principal vínculo político de la institución, mediante los miembros del Consejo Directivo y la asignación de partidas específicas en la Asamblea Legislativa369.

Fotografía 5.

Fuente: ©Fototeca de la Universidad de Costa Rica, Colección Semanario Universidad, 16 de diciembre de 1978. Fotógrafo: no se indica. Custodiado por el Archivo Universitario Rafael Obregón Loría. En la fotografía se observa a personas de la Editorial Costa Rica.

Si realizamos un recorrido por el período de estudio, encontraremos que en las exclusiones de dicha nacionalidad se encontraba el comunismo. Costa Rica, alineada con el bloque capitalista de Estados Unidos, incluso durante la guerrilla centroamericana370, había desterrado el comunismo a la ilegalidad desde el conflicto armado de 1948, ideología generalmente conceptualizada como “una amenaza para el sistema democrático” y la soberanía371. Ante este contexto, ¿de qué manera la Editorial logró conciliar la “literatura nacional-realista” con la producción de los escritores militantes? ¿Cómo explicó la publicación de sus obras sin que esta decisión implicara una “confabulación” comunista? Estas fueron las grandes interrogantes que condujeron a la Editorial a la encrucijada de las etiquetas políticas.

“La hora actual no es de dualidades. Se es o no se es”372. La Editorial “comunista” según la prensa

Desde sus primeras apariciones en la opinión pública en 1960, la Editorial se enfrentó al cuestionamiento de su posición institucional. Todo se inició con la conformación de la Asamblea de Autores, agrupación de artistas encargada de elegir al primer Consejo Directivo. En esta convocatoria, el escritor comunista Carlos Luis Fallas asumió el cargo de tesorero373, un nombramiento que alarmó a la prensa ante la posibilidad de que “un Estado que tiene colocado al comunismo fuera de ley, les facilite a dirigentes de ese mismo partido nada menos que la dirección de la única editorial nacional”374.

Para ello debemos recordar que desde la década de 1950 Carlos Luis Fallas acumuló un capital de legitimidad con la edición de sus obras en el extranjero. Así, por ejemplo, en el período 1949-1964 se realizaron 28 ediciones de Mamita Yunai, Gentes y gentecillas y Marcos Ramírez en 17 países diferentes375. Sin embargo, como argumenta Iván Molina, fue a lo largo de la década de 1960 que el escritor se introdujo en la “cultura oficial costarricense” con tres sucesos determinantes: en 1962 con el certificado al mérito de la Fundación William Faulkner por Marcos Ramírez, su temprana muerte en 1966 con 57 años de edad y el Premio Nacional de Cultura Magón en 1965. Insiste Molina que fue su fallecimiento, más que las premiaciones, la causa decisiva para su aceptación, pues a partir de esa fecha se reimprimió consecutivamente su obra en Costa Rica376. Por tanto, para el momento de las declaraciones anteriores Calufa aún no había alcanzado la consagración que lograría en años posteriores.

Con respecto a este caso, Hernando Arias, Director del Departamento de Extensión Cultural de Educación, envió una carta a Ricardo Castro, director del periódico La Nación. Con el propósito de calmar los ánimos, Arias expresó:

no deben asaltar los temores… el COMITÉ DE SELECCIÓN, que será a la postre el que escoja los trabajos para editar, será nombrado en una próxima asamblea general en donde democráticamente y con toda libertad podrán barajarse nombres como los de don Abelardo, don Julián Marchena, don Arturo Agüero, don Moisés Vincenzi, don Alejandro Aguilar Machado y tantos otros honorables y sabios costarricenses… ajenos a todo sectarismo y a toda doctrina exótica que pueda poner en peligro las bases de nuestra institucionalidad377.

Las explicaciones a los medios de esta indeseable filtración, incluso durante la dirección de Lilia Ramos378, estuvieron lejos de ahuyentar las controversias. La Liga Cívica de Mujeres, “en defensa de la Patria”, acusaba públicamente a la Editorial de proteger al comunismo. Según esta Liga, los escritores comunistas no daban abasto con los encargos y, además, eran glorificados en la publicidad televisiva de la institución. En la edición de obras, como por ejemplo A ras del suelo, de Luisa González, “la Editorial le está dando fuerza a un medio de acción propia de un partido que tiende a destituir los fundamentos de la organización democrática de Costa Rica”379.

Fotografía 6.

Fuente: ©Fototeca de la Universidad de Costa Rica, Colección Semanario Universidad,1979. Fotógrafo: Arriaga. Custodiado por el Archivo Universitario Rafael Obregón Loría. En la fotografía se observa a Alberto Cañas y Lilia Ramos.

En esta “ingrata cacería de brujas”, el Consejo Directivo aclaró el posicionamiento editorial. En primer lugar, la elección de los escritores se justificó por sus “grandes méritos” en la “literatura nacional”, valor previamente legitimado por otras instancias como los premios nacionales. Para muestra de ello, el Consejo declaró que A ras del suelo fue “publicada primero por otra empresa, nosotros la editamos después de que cosechó los aplausos de la crítica y obtuvo el “Premio Nacional Aquileo Echeverría”380. En segundo lugar, sus directivos remarcaron que ninguna de las obras “se publicó por primera vez en la Editorial, ni ha sido reeditada por ella”381. Finalmente, el posible grado de “penetración” en la Editorial permaneció neutralizado, para tranquilidad del público, por la presencia de “anticomunistas como don Hernán Peralta y don Marco Tulio Zeledón” y de personas con “ideas tan equilibradas como Alberto Cañas y Guillermo Padilla”382.

Con base en lo anterior, podemos argumentar que la Editorial se convirtió en un campo de fuerzas383. Con esto queremos decir que la institución fue un terreno de disputa que enfrentó culturalmente a la izquierda comunista y a la socialdemocracia de centro-derecha. Este campo, construido por “momentos pasados, presentes” y principalmente por la “anticipación del futuro”384, se preocupó por frenar la sobrevivencia del comunismo. En esos términos culturales-literarios, la conservación de la vida comunista significaba publicar y circular las obras de escritores militantes, una actividad lo suficientemente vigilada por el Estado como para promocionarla desde sus órganos oficiales.

Un ejemplo de este conflicto fue la denuncia del escritor y periodista Adolfo Herrera García en 1962. En una proclama por la libertad de prensa, este autor acusaba al Tribunal de Censura por decomisar sus libros, expurgar su biblioteca y prohibir sus publicaciones, sin un procedimiento normativo385. Es por ello que Manuel Castro López, presidente de la Junta Consultiva386, apeló al Decreto Ejecutivo No. 37 del 21 de julio de 1954, el cual autorizaba la incautación de material comunista. Con este respaldo legal, Castro concluyó: “Sí, es verdad, la espada está sobre las cabezas de todos los comunistas, de los marxistas-leninistas, la espada está sobre el Sr. Herrera García, porque es un marxista-leninista confeso”387.

El decreto ejecutivo mencionado nos permite llegar a una serie de deducciones. Para empezar, su publicación reiteró el posicionamiento internacional de Costa Rica en la Guerra Fría, al considerar que la literatura comunista “abre el camino al sojuzgamiento de los Estados y representa una seria amenaza al orden público”388. Además, la prohibición de esta literatura evidenció el juicio moralizador de las sanciones, porque el decreto censuraba con las mismas condiciones la propaganda comunista y el material pornográfico. A la luz de este decreto, ambos eran “medios de perversión” que “degradan las costumbres y ofenden el decoro”. Finalmente, la aprobación del decreto dejó al descubierto conexiones políticas, pues fue firmado por el Ministro de Gobernación y Policía Fernando Volio Sancho, padre de una figura protagónica en la creación del proyecto de ley de la ECR, Fernando Volio Jiménez.

Dieciocho años después, en 1972, el Seminario Latinoamericano de Escritores constituyó otro ejemplo de esta política de Estado. Coordinado por el Centro de Estudios Democráticos de América Latina (CEDAL), el Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA), la Fundación Ebert y el Ministerio de Cultura, el seminario concluyó que el escritor “debe su lealtad a los intereses del pueblo”389, empleando su palabra para denunciar la explotación, la represión y la censura. La sospecha de una literatura radicalizada hacia la izquierda y la promoción del “intelectual comprometido” posiblemente explicaron la clausura del evento. El presidente Figueres retiró su apoyo, al tiempo que dejó en claro que “tendremos más cuidado en el futuro para que no sea utilizada esta institución [CEDAL] por ideologías contrarias a las nuestras”390. Después de todo, la censura, según Alberto Cañas, era una práctica de “las sociedades más democráticamente organizadas, y con más comprensión de lo que el sistema o el sentimiento democrático significan”391.

El debate político-ideológico que envolvió a la Editorial a lo largo de las décadas392 trajo a la luz el principal conflicto de definición de la literatura costarricense, una construcción semántica que, como lo desarrollamos en el capítulo anterior, estaba estrechamente ligada con el discurso nacionalista. Con el propósito de instituir el punto de vista legítimo en el campo literario, estos conflictos definieron lo que Bourdieu denomina “las condiciones de auténtica pertenencia”393; es decir, los parámetros o las valoraciones para decidir quién era un escritor y cuáles obras eran reconocidas.

Estos conflictos contuvieron las principales causas de lucha, porque las discusiones allí recabadas terminaron por establecer la legitimidad literaria. A través de diversos mecanismos (publicaciones, premios, programas escolares, actos conmemorativos, discursos, etc.) ejercieron distintas formas de autoridad, tales como el poder de consagración, el derecho de entrada al campo literario y la promoción (o defensa) del canon. Para nuestros efectos, se convirtieron en un conflicto de definición porque, de acuerdo con la política nacional del Estado, estas fronteras literarias debían excluir a los escritores comunistas. Pero ¿cómo se podía justificar el hecho de que la tradición literaria recuperada por los mismos críticos estaba cimentada sobre las obras de estos militantes?

Para ello, debemos recordar que este conflicto partió con la manera de aprehender la generación del 40, considerada una de las etapas fundadoras de la literatura costarricense394. Si revisamos los principales estudios literarios en el período, notaremos que esta narrativa generó “diferentes” criterios de clasificación. Entre ellos, Abelardo Bonilla propuso una interpretación evasiva de esta generación, al identificar a sus escritores solo como narradores excepcionales, autores de un nuevo mapeo geosocial y de estilos literarios complejos395. Aunque Bonilla reconoció la influencia ideológica del comunismo, para él fue parte de un fenómeno universal en una época en que la universalidad representó un concepto excluyente de la nacionalización de la literatura396.

Tal vez las omisiones de Bonilla provocaron que los siguientes estudios literarios visibilizaran la propuesta política de la generación. Alfonso Chase, el único interesado en reseñar la adhesión partidaria de sus miembros, sostuvo que la militancia de los autores jugó un papel selectivo desde su aparición en el certamen latinoamericano de Farrar & Rinehart397. A diferencia de Bonilla, Chase concluyó que este grupo de escritores contribuyó a una “conciencia literaria”, al denunciar con “profundidad” la explotación capitalista, las desigualdades agrarias, la corrupción oligárquica y los conflictos íntimos398. En ese sentido, la obra literaria se presentó por primera vez en la historia costarricense con todas sus dimensiones “psicológica, política e intelectual”.

Acompañando a Chase en esta idea de ruptura, Jorge Valldeperas fijó su atención en la generación del 40. Según Valldeperas, la literatura costarricense tuvo un enfoque “proletario y socialista” con Fallas, Dobles, Gutiérrez y Herrera, debido al desarrollo de temas como el régimen de la propiedad de la tierra, el desalojo campesino y la huelga de 1934. Sin embargo, para el autor la denuncia en sus obras no traspasaba la “epidermis” ni representaba una amenaza política. La falta de un realismo crítico a los “viejos valores liberales” facilitó la aceptación de esta generación a la literatura nacional399.

Estas valoraciones sintetizaron los dilemas de la clasificación que implicaban, en realidad, los dilemas del reconocimiento. La interrogante de fondo no cuestionaba la militancia de la generación del 40, sino hasta dónde se reconocería la participación de sus escritores como creadores de la literatura costarricense y, asimismo, cuánto pesaría este pasado literario (¿o político?) para “juzgar” las obras en el presente públicamente declarado anticomunista. En esta práctica de “estira y encoje” operó un orden del discurso que filtró las posibles ambigüedades y puso en cintura las reglas del juego.

El orden del discurso: Carlos Luis Fallas, Jorge Debravo y los escritores comunistas

En sus estudios sobre historia cultural Rafael Cuevas sostiene que como parte de la dominación ideológica, la política cultural de los socialdemócratas se encargó de cooptar a los intelectuales comunistas. Con el propósito de sustentar esta premisa, Cuevas se refirió en específico al nombramiento de Fallas como tesorero de la Asamblea de Autores400, un cargo que, como lo vimos en la sección anterior, no era fácilmente aceptado. En contraposición a su perspectiva, a continuación planteamos una serie de argumentos para demostrar que, al menos en sus años iniciales, la Editorial Costa Rica mantuvo una posición comedida con respecto a este escritor, creando límites de lo que era (o no) admitido en la literatura.

Para empezar, el intelectual nunca formó parte del Consejo Directivo ni de las visitas ocasionales de escritores. Participación que sí tuvieron, por ejemplo, Jorge Debravo, Fabián Dobles y Joaquín Gutiérrez401. Asimismo, en 1966 el Consejo sometió a votación la publicación (o no) de un mensaje con las condolencias de su muerte, moción rechazada categóricamente por Lilia Ramos para quien “Carlos Luis Fallas no fue ni siquiera buen escritor”402. Además, luego de su fallecimiento, el Consejo solo acordó el pago de los derechos de autor por Mi Madrina y Tres cuentos, ya que “sería interesante saber cuánto le ha pagado el Partido Comunista por los derechos de la edición de Mamita Yunai”403, novela que no fue incorporada al programa de publicaciones de la Editorial Costa Rica sino hasta 1987404.

Las explicaciones a estas decisiones editoriales las podemos ejemplificar con la fotografía del periódico La República el 24 de setiembre de 1972405. La imagen reunió a los actores (José Figueres y Carlos Luis Fallas) de un pasado que reptaba entre los anaqueles literarios y que, como lo sugiere simbólicamente la mirada de estos políticos (Figueres, Cañas y Volio), estaba supervisado con verticalidad y detenimiento por las manos del Estado. Podemos apuntar, entonces, que en las décadas de 19601970 los rostros del comunismo aún se asociaban con el conflicto armado de 1948. En este hecho político, particularmente Calufa tuvo una participación activa al dirigir las milicias del Partido Vanguardia Popular contra las tropas del Ejército de Liberación Nacional. Incluso, su participación se extendió hasta uno de los hitos más emblemáticos del conflicto, el Pacto de Ochomogo, en el que acuerpó a Manuel Mora durante las negociaciones con José Figueres y Benjamín Núñez. Este enfrentamiento había “polarizado” como ningún otro la política del país y la manera de entender “el desarrollo de las instituciones democráticas”406.

Quizá por estos motivos, Claudia Cascante de Rojas407 realizó un llamado de atención sobre las obras literarias asignadas en la educación secundaria, ya que:

Me temo que… los adolescentes de nuestros colegios llegarán a tener por él [Calufa], la misma veneración que le profesaron aquellos infortunados hombres que vi en las montañas de Rancho Redondo… conozco mejor aún que es fácil hacer milagros ideológicos en las rebeldías de una juventud, y más si la aniquila la pobreza, me opondré con todas mis fuerzas a este peligro… Después de leer una obra, según la encuentre bella o conforme a su gusto, el alumno traslada su admiración al autor. Por este camino hasta los errores del autor se hacen aceptables… Por eso interesa tanto a los comunistas que sus obras sean leídas por las juventudes408.

A pesar de tal observación, la Editorial, muchos años después de las palabras de Cascante y de las declaraciones del Consejo con respecto a Fallas, publicó sus obras debido a la legitimidad alcanzada por este y otros escritores militantes en los programas educativos. Así, por ejemplo, la institución colocó las obras Gentes y gentecillas, Mamita Yunai y Marcos Ramírez, de Calufa, En una silla de ruedas, de Carmen Lyra, A ras del suelo, de Luisa González y Murámonos, Federico, de Joaquín Gutiérrez, en la lista de prioridades en novela, ya que por su venta asegurada ayudarían a enfrentar la crisis económica de la Editorial en 1987409 (ver el cuadro 4 y el anexo 11).

Fotografía 7.

Fuente: ©Fototeca de la Universidad de Costa Rica, Colección Semanario Universidad, sin fecha. Fotógrafo: no se indica. Custodiado por el Archivo Universitario Rafael Obregón Loría. En la fotografía se observa a una junta del Consejo de Directores de la Editorial Costa Rica.

Cuadro 4. Primeras publicaciones en la Editorial Costa Rica de los escritores
de izquierda incluidos en la lista de prioridades de 1987

Autor y obra

Primera publicación en la ECR

Gentes y gentecillas, Carlos Luis Fallas

1975

Marcos Ramírez, Carlos Luis Fallas

1985

Mamita Yunai, Carlos Luis Fallas

1986

En una silla de ruedas, Carmen Lyra

1981

A ras del suelo, Luisa González

1972

Murámonos, Federico, Joaquín Gutiérrez

1973

Fuente: Elaboración propia a partir de los buscadores SIBDI y SINABI410.

En ese sentido, planteamos que la aceptación de este grupo de escritores y el reconocimiento parcializado de las obras de Fallas411 se vincularon con la lectura oficializada de sus creaciones. Las obras se leyeron con base en los esquemas de la literatura realista validada en la época, una estética interpretada como la expresión de la “idiosincrasia costarricense”, la reproducción de imágenes nacionalistas y el “reflejo” de una realidad tradicionalmente relacionada con la angustia social412. Una idea constatada también con el hecho de que las novelas de Dobles, Gutiérrez y Fallas a menudo se conceptualizaron como las versiones costarricenses de El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría, Huasipungo de Jorge Icaza, Doña Bárbara de Rómulo Gallegos y Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes413.

A partir de los argumentos anteriores, podemos identificar un orden del discurso. La Editorial, en su calidad de institución cultural, “controló, seleccionó y organizó” la publicación o rechazo de determinadas obras. En esta toma de posición, durante las primeras décadas de vida editorial, autores como Calufa fueron blanco414 de una “interdicción literaria”, mientras que “otros” escritores comunistas estuvieron dentro de “los estándares aprobados por generaciones de intelectuales autorizados y referidos a un sistema más elevado de valores”415. Por tanto, el orden editorial identificó que esta literatura no era peligrosa y que más bien podía transmitir valores “apropiados” a la moralidad de la Nación, descrita en el capítulo anterior.

Ante este panorama, planteamos la hipótesis de que la Editorial, para evitar las acusaciones “antidemocráticas” de exclusión literaria, o bien, para neutralizar los señalamientos de “Editorial comunista” (por publicar las obras de autores de esta filiación) consagró en la década de 1970 la figura de Jorge Debravo en lugar de la figura de Calufa416. El poeta turrialbeño, de sospechosa militancia comunista por sus llamados a la justicia, la solidaridad y la fraternidad, representó la “apertura” política de la institución; es decir, la idea de que la Editorial incluyó (y patrocinó) a los escritores costarricenses sin importar su adscripción ideológica. Así, la institución declararía en 1976 un “compromiso moral”417 con el poeta, el cual justificó en 1969 con la edición de cinco de sus obras en un mismo año418, la venta de tarjetas navideñas con sus poemas Consejos para Cristo al comenzar el año y Digo en 1985419, así como “las gestiones del caso” para conservar su obra, ante la oferta de la Editorial de la Universidad Autónoma de Centroamérica (UACA) de comprar los derechos de autor en 1982420; esos privilegios no habían sido concedidos a ningún otro escritor.

Si bien desde 1976, justo un año después de la legalización del Partido Vanguardia Popular, la Editorial tuvo una apertura con respecto al “caso Fallas”, no sería sino hasta finales de la década de 1980 que este escritor se oficializaría en el panteón literario. De esta manera veremos que, con motivo del décimo aniversario de su muerte, en 1976, la Editorial aceptó colaborar en el evento a través de la exposición de sus novelas421. Sin embargo, fue bajo la dirección de Alfonso Chase, en 1987, que la obra de Calufa se declaró “patrimonio Editorial”422, un hecho antecedido por el acercamiento de la institución a los mercados socialistas (ferias en Moscú, Cuba, Frankfurt y pedidos de la Biblioteca Konstantin Umanski) interesados en autores como Calufa, Joaquín Gutiérrez, Fabián Dobles y Alfredo Cardona Peña423.

Las distintas reacciones de la Editorial hacia los escritores comunistas se pueden explicar con base en lo que Claudia Gilman entiende como época, un momento de la historia o un:

campo de lo que es públicamente decible y aceptable y goza de la más amplia legitimidad y escucha… un bloque temporal en el que la convergencia de coyunturas políticas, mandatos intelectuales, programas estéticos y expectativas sociales modificó los parámetros institucionales y los modos de leer y de producir literatura y discursos sobre la literatura424.

En el caso de Costa Rica debemos recordar que existió una fuerte violencia política y discursiva contra el comunismo en las primeras décadas de estudio. Autores como Alfonso González y Manuel Solís identificaron un clima de miedo y tensión durante la década de 1950, debido al conflicto del 48 y los posteriores estallidos de bombas (1951), levantamientos armados entre partidos (1953 y 1954) y asaltos e incendios premeditados (1958)425. La década de 1960 tampoco borró las diferencias. Como lo señala Mercedes Muñoz, hubo una “creciente militarización de la fuerza pública”, de la Guardia Civil y de grupos paramilitares (Movimiento Costa Rica Libre)426 ante la amenaza castrista o comunista en general.

La década de 1970 continuaría con estas polarizaciones en tanto que, como indican Manuel Gamboa y Mercedes Muñoz, la etiqueta “comunista” (“enemigo de la república”) se utilizó para desacreditar al contrincante en las campañas electorales427; y como lo estudiaremos más adelante, la movilización contra ALCOA y las dictaduras centroamericanas nutrieron nuevos brotes de izquierda opositores a la política del gobierno. En este contexto, se dificultaba la aceptación abierta de la Editorial, una institución del Estado, hacia la totalidad de la obra de Fallas o los otros casos citados428.

Aunque en la década de 1980 aún estaba presente el discurso anticomunista por el apoyo de las izquierdas a la Revolución Sandinista429, podría pensarse que el respaldo de la Editorial a las conmemoraciones de Fallas, los nuevos integrantes en el Consejo (Vladimir de la Cruz y Alfonso Chase) y la participación en los mercados socialistas fueron muestras del ocaso de la Guerra Fría y del lejano conflicto del 48 en la institución, en contraste con los intensos debates en sus años iniciales.

Colección XXV Aniversario: ¿una resolución de conflictos?

En 1985 la Editorial Costa Rica publicó una colección de 25 tomos con 31 novelas para celebrar su XXV aniversario. Considerada por Carlos Cortés en su cronología de acontecimientos como el proyecto más importante para consolidar un “corpus narrativo nacional”430, esta colección sintetizó la literatura costarricense producida durante 1903-1983. A cargo de Víctor Julio Peralta, este compendio reafirmó una vez más que la literatura nacional se asentó sobre la novela y el realismo431.

En estos ochenta y tres años de vida costarricense, según su director, las obras se eligieron por su relevancia con la “realidad cultural” del momento y los recursos literarios del escritor. Si bien este nuevo canon incluyó autores no contemplados en la selección de la prensa del capítulo anterior, tales como Carmen Naranjo, Rima de Vallbona, Edelmira González, Virgilio Mora, Alfonso Chase, Quince Duncan, Gerardo César Hurtado, Virginia Grütter, Alicia Miranda Hevia y Jorge Blanco, la colección conservó la estética referencialista. Un hecho comprensible si tomamos en consideración la explicación de Peralta, para quien en esta novelística costarricense “se encuentra en discusión, ciertamente nuestra historicidad y su sentido”432. Por tanto, este corpus buscó una línea de continuidad en los textos mismos, cuya “unión entre las partes” relatara en forma coherente nuestro pasado y diera cuenta de nuestra “evolución” literaria.

Fotografía 8. “Colección XXV Aniversario”

Fuente: Editorial Costa Rica, “Colección XXV Aniversario”, Boletín Literario, No. 11, febrero-marzo de 1984.

Desde nuestra perspectiva, la Colección XXV Aniversario representó, a su manera, una resolución de los conflictos en la literatura costarricense. Por un lado, integró la “inquebrantable” herencia del costumbrismo con Hijas del campo, Abnegación y El Moto, de Joaquín García Monge; y La Propia, de Magón. Esta tradición se acompañó, además, con los primeros retazos del realismo al estilo de La esfinge del sendero, de Jenaro Cardona, En una silla de ruedas, de Carmen Lyra, y El jaúl, de Max Jiménez. Asimismo, el predominio del realismo a lo largo de la selección les permitió la puerta de entrada, aunque estrecha y minoritaria al modernismo, con Lázaro de Betania, de Roberto Brenes Mesén; y a la vanguardia con Pedro Arnáez, de José Marín Cañas, y La ruta de su evasión, de Yolanda Oreamuno.

Por otro lado, la colección cedió espacio a los escritores de izquierda validados por la literatura realista. En esta línea, incorporó a Juan Varela, de Adolfo Herrera, Ese que llaman pueblo, de Fabián Dobles, Gentes y gentecillas, de Carlos Luis Fallas, A ras del suelo, de Luisa González, y Murámonos, Federico, de Joaquín Gutiérrez. De la misma manera, incluyó las obras de los escritores políticamente vinculados con las instituciones culturales del PLN, tales como Los perros no ladraron, de Carmen Naranjo, El eco de los pasos, de Julieta Pinto, Una casa en el Barrio del Carmen, de Alberto Cañas, y Ceremonia de Casta, de Samuel Rovinski.

Fotografía 9.

Fuente: ©Fototeca de la Universidad de Costa Rica, Colección Semanario Universidad, 20 de setiembre de 1976. Fotógrafo: no se indica. Custodiado por el Archivo Universitario Rafael Obregón Loría. En la fotografía se observa a Luisa González.

La colección de 25 volúmenes, uno por cada año editorial, era un “monumento a la novelística costarricense”433. Este hecho memorable compactó, según Víctor Julio Peralta, “los momentos estelares del pueblo costarricense, sus luchas y sus sueños”434, revelando con las novelas “las alegrías” y “las contradicciones” de “nuestra patria”. Siguiendo esta perspectiva, el repertorio representó una resolución de conflictos estéticos al reconocer, con diferentes grados de inclusión, la pluralidad de corrientes en la historia de la literatura costarricense, así como una resolución de conflictos políticos, pues tomó en cuenta escritores, ya consagrados para entonces, de diversas afiliaciones. Después de todo, explicaba Alberto Cañas en 1984, con la Editorial Costa Rica, sello de esta colección, el país buscó “la reconciliación de los escritores y artistas divididos por los acontecimientos políticos [ocurridos] siete y ocho años atrás”435 de su creación en 1955.

La colección, decorada en sus carátulas con pinturas costarricenses, también concilió ligeramente las diferencias en el “arte nacional”. Si bien en la selección se incorporaron artistas de varios movimientos, predominó el arte figurativo a través de pintores paisajistas, retratistas y muralistas, muchos de ellos integrantes de la Generación Nacionalista de la década de 1930, enfocada en el paisaje rural. Así, por ejemplo, se eligieron Retrato de Ana Antillón, de Dinorah Bolandi, Gamonal, de Luisa González, Lavanderas, de Francisco Amighetti, Mujer con espejo, de Margarita Bertheau, Los gatos, de Francisco Zúñiga, y Máquina de coser, de Teodorico Quirós, entre otros. Aunque participaron obras de expresionistas abstractos como Supervivencia, de Lola Fernández, se prefirieron las pinturas más figurativas de los expresionistas como Las viejas, de Manuel de la Cruz, y Tugurios, de Rafael Ángel García.

A pesar de la primacía del arte figurativo, la mayoría de los pintores coincidieron en dos características. En primer lugar, sus obras se encontraban en instituciones prestigiosas como el Museo de Arte Costarricense, el Teatro Nacional, la Colección Lachner y Sáenz y en particulares. En segundo lugar, al menos hasta la fecha de 1985, 15 de los 24 artistas habían recibido el Premio Nacional en Cultura, Pintura o Dibujo, y en algunos casos en reiteradas ocasiones. De ahí que en la selección de la Editorial tuvo un peso determinante el capital simbólico que los pintores habían obtenido en instancias oficiales de reconocimiento.

Una vez más la Editorial fue la síntesis entre la imagen y la palabra. Esta “empresa cultural del Estado”, que en sus años iniciales tuvo un posicionamiento distante con figuras o contenidos opositores al gobierno, practicó diversas estrategias para convivir con la disidencia. En efecto, la Colección XXV Aniversario reunió a los “fundadores” de la literatura, a sus “herederos” y a sus nuevos “sucesores”; al tiempo que permitió la coexistencia del realismo con el modernismo, la vanguardia y la abstracción. A pesar de este “intento de inclusión”, no podemos obviar el sitial ganado por el lenguaje referencial a través del realismo en las novelas y el arte figurativo en sus carátulas. La situación anterior se puede explicar por el hecho de que estas creaciones, ordenadas en una temporalidad lineal, se conceptualizaron como los valores artísticos de la Nación, legitimados por la “realidad” histórica o cultural a la que “adhiere” (o pinta) la obra, según las palabras de Peralta.

Conclusiones

Uno de los principales mitos en la historia de Costa Rica ha sido su “democracia política”. Por lo general, este precepto acompañó la argumentación discursiva y justificó la toma de decisiones de los intelectuales socialdemócratas-liberacionistas. Sobre la base de este valor, se fundamentó la creación de las instituciones estatales, entre ellas, las instancias destinadas a la producción cultural. Y como es consabido, dentro de este sistema político, el Estado manifestó su mecenazgo con la “promoción, difusión y divulgación” de las obras.

A pesar de ello, el mito de la “democracia artística” en esos “años dorados” quedó al descubierto. La concentración de trabajos artísticos en pocas manos, la censura del documental, la protección política del teatro, el reconocimiento parcializado de publicaciones literarias y la clausura del congreso de escritores pusieron en evidencia los claroscuros de la política cultural. Más aún si consideramos que estas medidas tuvieron respaldos jurídicos en la Constitución y en la promulgación de decretos, así como recordatorios en los artículos de prensa.

El estudio de construcciones conceptuales como literatura costarricense y realismo nos ha permitido demostrar las restricciones de este modelo político. Un Estado que habilitó zonas de negociación con la “alteridad”, pero que implementó prácticas represivas a través de las exclusiones o “adecuaciones” de estas categorías. Es por eso que la estética artística fue un espacio para resolver las diferencias ideológicas que “desafían” los presupuestos de la “democracia política” y comprometían los principios de la política nacional.

El caso de la Editorial Costa Rica nos permite entender estos conflictos nacionalistas. Los dirigentes políticos no podían negar que importantes baluartes de la producción o de la tradición artística tuvieron algún grado de militancia años atrás. Quizá esa era la principal disputa, puesto que los intelectuales del Estado, y a lo mejor también los miembros de la sociedad civil, no tenían claro cómo solucionar las fragmentaciones provocadas por el pasado conflicto del 48. Un trabajo de reconciliación que se hizo más difícil porque estuvo atravesado por las polarizaciones ideológicas del orden internacional.

El “poder de la representación” del arte podía reavivar las divisiones en este contexto de post guerra. Esta situación nos permite concluir que las interpretaciones del pasado aún actuaban como un tejido orgánico en el presente, flexible a veces y resistente la mayor parte del tiempo a la oposición. Lo anterior se puede explicar porque el comunismo, generalmente entendido como una amenaza al régimen de la época, en “realidad” desafió la autoridad de un Estado que todavía estaba en proceso de legitimación y que no había conciliado sus conflictos en las primeras décadas de la “posguerra costarricense”. En ese escenario, el arte o la literatura “despolitizados” podían borrar o moderar estas pugnas, pero lo que ocurrió en repetidas ocasiones fue una reactivación de los debates con el pasado.

Hacia mediados de la década de 1970, y sobre todo en la década de 1980, posiblemente una vez ocurrida la legalización del Partido Vanguardia Popular, así como la desarticulación de las nuevas izquierdas según lo veremos en el siguiente capítulo, el Estado manifestó una mayor recepción con los escritores

comunistas (o afines). Un hecho que inició con la declaratoria moral de la Editorial hacia Debravo, el reconocimiento de la conmemoración de Fallas, y continuó con la integración de nuevos miembros al Consejo Directivo, su participación en las ferias socialistas y la publicación de la Colección XXV Aniversario. Esos eventos dieron cuenta de una apertura estético-política a finales del período de estudio, en la medida que tengamos presente que estos escritores (y artistas) habían sido consagrados previamente por otras instancias que acreditaban su capital simbólico.


296 Coloquio, “Qué crítica vamos a tener, si la escuela no enseña a pensar”, La Nación, 2 de junio de 1974, 19C. Para conocer las otras partes de este coloquio, consultar: Coloquio, “Sí hay crítica en Costa Rica”, La Nación, 26 de mayo de 1974, 30C; Coloquio, “Una cosa es la crítica y otra el análisis”, La Nación, 9 de junio de 1974, 40C; Coloquio, “La limitación del medio tiende a hundir críticos”, La Nación, 30 de junio de 1974, 9A; Gladis Miranda, “El problema de la crítica en Costa Rica”, La Nación, 15 de setiembre de 1974, 30C.

297 Bronislaw Baczko, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas (Buenos Aires, Argentina: Ediciones Nueva Visión, 1999), 8.

298 Ignacio Sánchez, “Vanguardia y campo literario: La Revolución Mexicana como apertura estética”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana (Perú) 33, No. 66 (2007): 187.

299 Katya Mandoki, La construcción estética del Estado y de la identidad nacional: Prosaica III (México: Siglo XXI Editores, 2007), 31.

300 José Cegarra, “Fundamentos teórico-epistemológicos de los imaginarios sociales”, http://www.facso.uchile.cl/publicaciones/moebio/43/cegarra.html (Fecha de acceso: 16 de febrero del 2016).

301 Terry Eagleton, La estética como ideología (Madrid, España: Editorial Trotto, 2006), 53. Para Eagleton los conceptos estéticos desempeñaron una función intensa en la constitución de ideologías porque fueron construyendo los valores o modelos subjetivos del orden social dominante.

302 Martin Jay, “La ideología estética” como ideología o ¿qué significa estetizar la política?”, en: Campo de fuerza. Entre la historia intelectual y la crítica cultural, (ed.) Martin Jay (Buenos Aires, Argentina: Paidós, 2003).

303 Ibíd.

304 Roger Chartier, El mundo como representación: estudios sobre historia cultural (Barcelona, España: Gedisa, 1996), 57. Agrega Chartier: “la representación se transforma en máquina de fabricar respeto y sumisión, en un instrumento que produce coacción interiorizada, necesaria allí donde falta el posible recurso de la fuerza bruta”, 59.

305 Nils Castro, Cultura nacional y liberación (San José, Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1979), 111-134. Aclara los debates a los que se enfrentó el “intelectual/escritor comprometido” durante la década de 1970 a través de los escritos de Mario Benedetti. César Fernández (coord.), América Latina en su literatura (D.F., México: Siglo XXI Editores, 1996), 432-435.

306 Arturo Arias, Gestos ceremoniales. Narrativa centroamericana 1960-1990 (Guatemala, Guatemala: Editorial Artemis-Edinter, 1998), 36-37, 50-51.

307 Eugenia Zavaleta, Los inicios del arte abstracto en Costa Rica 1958-1971 (San José, Costa Rica: Museo de Arte Costarricense, 1994), 3.

308 Hacia 1961 conformaron el Grupo Ocho debido a las críticas negativas que Néstor Zeledón recibió de Margarita Bertheau y Francisco Amighetti. En esta agrupación destinada a difundir el arte abstracto también participaron Luis Daell, Harold Fonseca, Hernán González, Manuel de la Cruz González, Guillermo Jiménez, Lola Fernández y Guillermo Combariza.

309 Manuel de la Cruz González, “El arte abstracto realidad de nuestro tiempo”, Brecha (Costa Rica), año 1, no. 1 (setiembre de 1956): 8.

310 Jean Franco, Decadencia y caída de la ciudad letrada. La literatura latinoamericana durante la Guerra Fría (Barcelona, España: Debate, 2003). En palabras de la autora, “la abstracción es “superior” a la figuración, lo transnacional superior a lo nacional. Se crea una nueva escala de valores que poco a poco excluye la escoria del compromiso social, el referente y la intencionalidad”, 61.

311 Dietmar Elger, Arte abstracto (Colonia, Alemania: Taschen, 2008), 19-21; Bárbara Hess, Expresionismo abstracto (Colonia, Alemania: Taschen, 2009), 11-18. Después de la Segunda Guerra Mundial, particularmente New York se convirtió en la principal potencia artística. El MOMA, por ejemplo, para reivindicar su hegemonía cultural frente a Europa, realizó exposiciones itinerantes en Basilea, Milán, Madrid, Berlín, Ámsterdam, Bruselas, París y Londres durante 1958-1959. La cita textual corresponde a las palabras del crítico Serge Guilbout, citado por Hess, Expresionismo abstracto…, 18.

312 Ibíd.

313 Precedidos por Ezequiel Jiménez, Tomás Povedano, Enrique Echandi, Emil Spam, Fausto Pacheco, Francisco Zúñiga y Carlos Salazar Herrera. Floria Barrionuevo y María Enriqueta Guardia, La pintura de paisaje en Costa Rica (San José, Costa Rica: Editorial Universidad de Costa Rica, 2003).

314 Eugenia Zavaleta, “La patria en el paisaje costarricense. La consolidación de un arte nacional en la década de 1930”, Serie de Historia de las Instituciones de Costa Rica (Costa Rica) n. 1 (2003): 4-5.

315 Ibíd., 18. Un ejemplo específico de este lenguaje visual se encuentra en murales como La Agricultura (1948) y La vida agrícola relacionada con la paz (1952), creados para decorar las paredes de la Casa Presidencial y el Banco Nacional de Alajuela, respectivamente. En estos murales se destaca la Costa Rica cafetalera del Valle Central, con personajes como el héroe nacional Juan Santamaría y el labrieg sencillo, acompañados por la yunta de bueyes, el trapiche, las casas de adobes y la familia armoniosa. Verónica Urroz, El proyecto liberal en Costa Rica y su recuperación mural. La vida agrícola relacionada con la paz del artista Francisco Amighetti Ruiz (Tesis de Licenciatura en Historia del Arte, Universidad de Costa Rica, 2004).

316 Zavaleta, Los inicios del arte abstracto…, 97. Esta “desaprobación” siguió al movimiento incluso en la I Bienal Centroamericana de Pintura en 1971 del Consejo Universitario Centroamericano (CSUCA), cuando Marta Traba señaló que esta vanguardia pertenecía al contexto norteamericano, desentendiéndose del proceso revolucionario de los países latinoamericanos.

317 Ibíd., 122.

318 Otros integrantes de esta tendencia también obtuvieron premios nacionales, tales como Carlos Poveda en 1965, Hernán González en 1966 y 1968, Néstor Zeledón en 1967 y 1971, César Valverde en 1969, Alejo Dobles en 1969 y Ricardo Morales en 1970. Ibíd., 125-126.

319 Estos datos corresponden a los artistas mencionados en las actas durante 19621969. Hacia la década de 1970, la información dejó de aparecer, pero aun así durante 1970-1984 Manuel de la Cruz apareció con los mayores encargos, llegando a contabilizar un total de 7 diseños de portadas. Cabe mencionar que Rafael Fernández, según las actas, estuvo involucrado en las comisiones de trabajo de la Editorial de forma consecutiva de 1969 a 1980.

320 Acta 11, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 733, 27 de diciembre de 1977, 1212. La presidenta de la Asociación, Carmen Naranjo, solicitó a la Editorial que “siga las normas establecidas en cuanto a la confección de portadas”, a lo que la Editorial explicó que “nunca se han establecido normas especializadas”. En efecto, la Editorial no había establecido una política concreta para contratar a los artistas, por lo que se confirma la cooptación de estos artistas abstractos en particular, ya que su escogencia fue (políticamente) selectiva.

321 Acta 15, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 945, 21 de octubre de 1981, 2560. Al parecer, la colección tuvo dificultades financieras para su publicación; inicialmente se contempló la posibilidad de que la UNESCO financiara el proyecto.

322 Acta 1, Fondo: Editorial Costa Rica, 2 de diciembre de 1966, 551; Acta 2, Fondo: Editorial Costa Rica, 6 de enero de 1967, 570. Este concurso lo ganó Rafael Fernández.

323 Acta 10, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 695, 14 de diciembre de 1976, 1078. La elaboración de esta lista (cuyos nombres nunca se mencionaron) fue encargada a Rafael Fernández y Ricardo Ulloa.

324 Un ejemplo de esto lo encontramos en el Acta 18, Sesión 1048, 21 de noviembre de 1983, 3505; Editorial Costa Rica, Boletín Literario, No. 5, julio de 1982.

325 Ibíd.

326 Acta 21, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 1126, 29 de abril de 1985, 3988. Estas palabras corresponden al discurso de Vladimir de la Cruz, presidente del Consejo Directivo, en la presentación del libro Zúñiga-Costa Rica: colección Daniel Yankelewitz en un intento por recuperar su figura después de su larga estadía en México. Comparándolo con Joaquín García Monge y Alfonso Reyes en las letras, agregó: “¿Acaso, esos elementos, meramente mexicanos, de su obra artística no se confunden con nuestras raíces históricas, en el ser mesoamericano?... Por ello esta muestra tiene enorme valor porque destroza esa imagen equivocada del Zúñiga no costarricense… homenajeado esta noche por la Patria”.

327 Se reunían en la Galería Forma, Las Arcadas y el Parque Central.

328 Patricia Fumero, “Se trata de una dictadura sui generis”. La Universidad de Costa Rica y la Guerra Civil de 1948”, Anuario de Estudios Centroamericanos (Costa Rica) 1-2, n. 23 (1997): 127-128. Recordemos que, además, Manuel de la Cruz pintó obras como Paisaje en 1932, es decir, inició en la corriente del paisajismo.

329 Françoise Dosse, La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia intelectual (Valencia, España: Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2006), 255. El autor se refiere al término acuñado por Reinhart Koselleck para explicar que en cada época de la historia existen fronteras conceptuales. Aunque Dosse no profundiza en esta idea, recupera esta reflexión con el objetivo de señalar que los historiadores deben considerar dichas “fronteras conceptuales” cuando estudian los conflictos del pasado. Por su parte, Koselleck aclara que el historiador debe relacionar el concepto de estudio con el devenir histórico, ya que en función de la experiencia acumulada y las expectativas tendrá distintas valoraciones temporales y redes conceptuales. Reinhart Koselleck, Historia de conceptos. Estudios sobre semántica y programática del lenguaje político y social (Alemania: Editorial Trotta, 2012), 45-47.

330 La UNESCO proveía material educativo para el proceso de producción cinematográfica y asesores técnicos, tales como Jean Claude Pilon, Maurice Balbulian y Peter Hopkinson. Carlos Freer, “Breve historia del Departamento de Cine”, La Nación, 8 de agosto de 1976, Áncora, 2. También consultar Archivo Nacional, Fondo: Cultura, Signatura: 532. Informe Departamento de Cine del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1975. El programa obtuvo financiamiento del PNUD.

331 Centro Costarricense de Producción Cinematográfica, Historia del Centro de Cine, tal (Fecha de acceso: 25 de mayo del 2015).

332 Las películas también se proyectaron en diferentes partes del país como: Puriscal, Jiménez, Turrialba, Limón, Heredia, como parte de un programa de difusión denominado Cine Rural. Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, Informe Mayo 1979-Abril 1980 (San José, Costa Rica: MCJD, 1980), 106-107. Asimismo, el Departamento facilitó el préstamo gratuito de las películas, siendo las más solicitadas por organizaciones sociales, colegios, universidades y agrupaciones juveniles aquellas alusivas en 1976: Desnutrición, Recuperación de la montaña, La mayoría silenciosa, Hospital sin paredes, Agonía de la montaña, La lucha en el silencio, Vamos a la huerta, El enemigo oculto, La cultura del guaro y Los presos. Carlos Catania, “Filmoteca: la última fase del programa de cine”, La Nación, 8 de agosto de 1976, Áncora, 8.

333 Víctor Ramírez, “Hacer cine: una experiencia enriquecedora”, La Nación, 8 de agosto de 1976, Áncora, 5. “El buen cine… representa un segmento de la experiencia del hombre –espiritual, social, cultural, etc.– que refleja en alguna medida su propia experiencia… por ser el nuestro al menos hasta ahora un cine documental posee otra característica: filmamos la realidad… múltiple, cambiante, a veces paradójica”.

334 Carlos Catania, “Cine documental en Costa Rica”, La Nación, 10 de marzo de 1974, 3B. Los problemas son minimizados “en virtud de esa curiosa tendencia a la abstracción, que aleja el problema de la conciencia, así el cine a su vez, magnifica y concretiza el problema en la imagen produciendo un impacto estremecedor”.

335 René Mouret, “Desnudando un poco al neorrealismo italiano”, Excélsior, 26 de abril de 1976, Tercera Sección, 1. Este movimiento surgió durante la posguerra en Italia y el objetivo, en algunos casos, fue mostrar las consecuencias del evento militar en la vida cotidiana de las personas (desempleo, familias separadas, hambruna, crueldad, etc.), contra la imagen de una Italia romántica de turistas. Para representar las “cosas como son” emplearon escenarios reales, guiones improvisados, dialectos autóctonos e intérpretes no profesionales. La propuesta cinematográfica, en su afán de visibilizar una “realidad auténtica” y plantear una denuncia social, terminó en algunos filmes exponiendo mensajes moralizadores. Entre sus principales directores encontramos a Roberto Rossellini, Vittorio De Sica y Luchino Visconti. Consultar también: Carlos Catania, “El neorrealismo italiano”, La Nación, 3 de agosto de 1976, Áncora, 3.

336 Paulo Paranaguá, El cine documental en América Latina (Madrid, España: Cátedra, 2003), 42, 45, 48, 53, 54 y 68.

337 Centro Costarricense de Producción Cinematográfica, Historia del Centro de Cine, tal (Fecha de acceso: 25 de mayo del 2015).

338 Niehaus no aclara este concepto, pero con él parece referirse a que el documental no debía ser el vocero de los partidos políticos, de lo contrario la UNESCO no ofrecería apoyo.

339 De un total de 56 filmes: 19,6% correspondieron a temas agrarios, 17,8% a salud pública, 14,3% a cultura y 8,9% a tradición popular. La mayor cifra, 35,7%, la obtuvieron los documentales clasificados como varios (marginalidad, cárcel, prostitución, pesca, estimulación infantil, producción energética, entre otros), mientras que temas relacionados con la organización comunal representaron un 3,5% de la producción. Elaboración propia a partir de la lista aparecida en el Centro Costarricense de Producción Cinematográfica, Historia del Centro de Cine, http://www. centrodecine.go.cr/index.php/cine-video-costa-rica/produciones-estatal (Fecha de acceso: 25 de mayo del 2015). En ocasiones esta línea de trabajo fue similar a las series del Departamento de Publicaciones del Ministerio de Cultura, cuyas secciones fundamentalmente informativas tuvieron por nombres: “Quién fue y qué hizo”, “Pensamiento de América”, “Rescate”, “El Folclor”, “Estudios Literarios”, “Nos ven”, Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, Informes 1972-1973, 19741975, 1978-1979.

340 Carlos Catania, “Áncora”, La Nación, 8 de agosto de 1976, Áncora, 1.

341 Carlos Freer, “Nuestro cine”, Troquel (Costa Rica) 1, n. 9 (abril de 1977); 16.

342 María Lourdes Cortés, El espejo imposible: un siglo de cine en Costa Rica (San José, Costa Rica: Hivos, 2002), 109-132 y 158.

343 Rafael Cuevas, El punto sobre la i. Políticas culturales en Costa Rica, 1948-1990 (San José, Costa Rica: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1996), 182-183. Agrega Cuevas que desde la participación de la Ministra en el Seminario Centroamericano sobre Arte y Sociedad de la CEPAL dejaba en claro su disertación con la línea ideológica del PLN. Cabe agregar que entre los aspectos que condujeron a su renuncia estuvieron el desacuerdo con el gobierno sobre la “privatización” de los medios de comunicación (radio y televisión) y la legislación para regularla.

344 S.A., “Costa Rica, Banana Republic”, La Nación, 25 de abril de 1976, 14A.

345 Dosse, La marcha de las ideas…, 51.

346 María Lourdes Cortés, Un espejo imposible…, 131-132. Para muestra de ello podemos observar los nombres de las series: Hombre nuevo (problemas sociales, de salud, energía, etc.), Lo nuestro (costumbres, tradiciones y personajes locales), Historia patria (personajes y acontecimientos), Promoción humana, Teatro, Danza y Geografía de Costa Rica.

347 Federico Trejos, “Teatro Nacional es para gente culta”, La Nación, 13 de abril de 1976, 2B; Teatro Nacional, “Dos grandes espectáculos de prestigio internacional”, La Prensa Libre, 3 de octubre de 1972, 30.

348 La propuesta de Boal se llamó Teatro del Oprimido y con ella sostuvo que el teatro tradicional era opresivo al concentrarse en las manos de productores, empresarios y órganos oficiales del Estado. A cambio, planteaba un teatro emancipador/revolucionario, con espectadores activos que utilizaran el teatro como una herramienta para el cambio social. Boal fue identificado como un activista político, y durante la dictadura militar en Brasil (iniciada con Humberto de Alencar) fue perseguido, torturado y exiliado por su iniciativa. Sin embargo, sus planteamientos se divulgaron en este período como una alternativa teatral y emancipadora. Diana Taylor, “Augusto Boal 1931-2009”, TDR (Estados Unidos) Vol. 53, No. 4 (invierno del 2009).

349 Hernán de Sandozequi, “Teatro popular de Costa Rica”, La República, 23 de mayo de 1965, 19.

350 Ilse Hering, “El teatro nacional y su carácter popular”, La Prensa Libre, 26 de abril de 1966, Suplemento, 7.

351 Mario Salazar, Los espectáculos de representación escénico-popular en Costa Rica: culturas populares y políticas culturales durante 1960-1990 (Tesis de Maestría en Historia, Universidad de Costa Rica, 2013), 155.

352 Compañía Nacional de Teatro, Memoria. Reflexiones sobre cuatro décadas (San José, Costa Rica: Imprenta Nacional, 2011), 66-67.

353 Ibíd. Esta información está basada en la Memoria de la Compañía citada anteriormente. Sin embargo, cabe la posibilidad de que no esté totalmente completa, puesto que un artículo de 1976 menciona obras representadas por la Compañía que no están en la lista de la Memoria, tales como El Capitán Pólvora, de Manuel Angulo, y Germinal, de Jorge Orozco. Óscar Castillo, “Cía. de Teatro apoya a los autores nacionales”, La República, 3 de febrero de 1976, 22.

354 Para Howard Roper: “Detrás de cada creación artística existe un conocimiento verdadero de la realidad social… Considero que nunca antes como ahora, y precisamente con las obras que se citan, había estado nuestra realización teatral tan cerca de su finalidad: un teatro como producto social de una realidad concreta, con imágenes criollas y universales, con el efecto de ser extendido por el pueblo, sin caer en el muy traído concepto de “cartel y consigna” de la pintura”. Howard Roper, “Teatro en Costa Rica”, La Nación, 24 de mayo de 1979, 2B.

355 Mimí Prado, “A partir de 1979 la CNT definió política artística”, La Nación, 18 de octubre de 1979, 4B.

356 Guido Sáenz, “Traición entre colegas”, La Nación, 14 de junio de 1976, Áncora, 1.

357 Magaly Cersósimo, “¿Debe ser político el teatro?”, La Nación, 7 de marzo de 1976, Áncora, 3.

358 Samuel Rovinski, “El teatro en Costa Rica”, Artes y Letras (Costa Rica) 1, no. 2-3 (1966): 21. Rovinski se pregunta: “¿seremos capaces de saltar de una obra realista a una simbolista, de una naturalista al teatro del absurdo?”. Víctor Valembois también hizo un llamado a romper con la dramaturgia de un “regionalismo empobrecido” y lograr la universalidad a través de una unión centroamericana. Sin embargo, el autor no desarrolla la propuesta. Víctor Valembois, “Para una dramaturgia nacional”, La República, 25 de enero de 1979, 9.

359 Carlos Catania, “Costa Rica hacia la búsqueda de un teatro popular”, Tertulia (Costa Rica), no. 1 (setiembre-octubre de 1971).

360 Magaly Cersósimo, “¿Debe ser político el teatro?”, La Nación, 7 de marzo de 1976, Áncora, 3.

361 Según Salazar, las principales matrices temáticas fueron identidades, trabajo, creencias y posesión de tierras, entre otras. Sin embargo, los relatos adquirieron la forma de una memoria colectiva en la que se narró la historia de la comunidad, más que una denuncia frontal a las problemáticas sociales. Una excepción de esto sería la representación de Una canción para el silencio, que relata el problema de la tenencia de la tierra.

362 Salazar, 203-205.

363 Óscar Castillo, “Hacia una popularización del teatro comunitario”, La Nación, 2 de mayo de 1976, 4B. Citado por Salazar, 157.

364 Documento de la Comisión No. 1, Seminario de Promotores, agosto de 1980. Citado por Salazar, 160.

365 B.O.A., “Fabián Dobles en la novela costarricense”, La Nación, 11 de febrero de 1954, 4; ASCANIO, “Impresiones sobre la novela de Carlos Luis Fallas”, La Nación, 25 de febrero de 1954, 4.

366 Carlos Catania, “Una literatura urgente”, La Nación, 11 de julio de 1979, 15A. La cita completa agrega: “Como reiteramos más de una vez en las reuniones, la literatura constituye, como cuerpo cultural, por su coherencia, continuidad e infatigable ardor, y por sí misma, uno de los pocos países libres de América Latina”.

367 S.A., “Costa Rica ha dado al mundo escritores y artistas de sabor universal”, La Nación, 15 de setiembre de 1964, 59; Revista Pórtico (Costa Rica) 2, no. 4 (enero-abril de 1964): 16; S.A., “Editorial Costa Rica en la cultura del país”, Diario de Costa Rica, 8 de octubre de 1971, 4; S.A., “La patria también es un libro”, Diario de Costa Rica, 14 de diciembre de 1971, 8; S.A., “Patriótica labor de la Editorial Costa Rica”, La República, 24 de setiembre de 1972, 21; S.A., “Una conquista del ser costarricense”, La Nación, 11 de junio de 1973, 81.

368 Editorial Costa Rica, “Editorial”, Boletín Literario, No. 5, julio de 1982.

369 Acta 8, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 554 del 8 de enero de 1974, 612. Fernando Volio, quien preside la sesión, informa que se ha reunido con el Ministro de Cultura Alberto Cañas “para establecer una mayor vinculación entre ambas instituciones”, con el presidente José Figueres, quien “le prometió ayudar a la Editorial” y con el Ministro de Planificación Óscar Arias, quien “hablará con el Banco Nacional para que le financiara el papel a la Editorial, además de que hiciera lo posible para darle a esta Entidad capital de trabajo”. En 1985 se reporta una conversación con el presidente Luis Alberto Monge para obtener subvención estatal, franquicia postal, declaración de la institución como actividad industrial y partidas específicas. Acta 21, Sesión 1110 del 21 de enero de 1985, 3891. En 1986, Alberto Cañas informó que “la nueva fracción liberacionista de la Asamblea Legislativa, pretende nombrarle a cada institución del Estado un Diputado de enlace. Agrega que el señor José Miguel Corrales le manifestó su anuencia en cuanto a otorgar a la Editorial una partida específica para la publicación de la obra completa de Fernández Guardia”. Los diputados Luis Armando Gutiérrez y Guido Granados aunaron esfuerzos para obtener el terreno para la Editorial. Acta 22, Sesión 1179 del 28 de abril de 1986, 367. Además, en 1987, la Editorial fue analizada por la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (CINDE), Álvaro Cedeño y Asociados, con el propósito de crear una planificación estratégica de la empresa. Este estudio, en su punto “Acciones y políticas gubernamentales”, concluía: “el equilibrio mismo de la composición objetiva del Consejo Directivo, ha permitido un margen de libertad que está en relación con la voluntad del Partido Liberación Nacional de ejercer su hegemonía, en decisiones políticas y económicas. La lucha interna del mismo partido no tiene una visión única sobre el valor político de la empresa pero de seguro redundará en la toma de decisiones con respecto a su supervivencia económica en los próximos seis meses”. Con base en esta condición, formularon una lista de supuestos escenarios a futuro, de los cuales puntualizaron los dos primeros: “1

pueden surgir restricciones de apoyo a la empresa, por la salida de algunos directivos, con vinculaciones muy estrechas con la cúpula gobernante, 2. La lucha interna por afirmar posiciones permitirá un juego político de amplio espectro, en donde la empresa se vea como una “entidad nacional”, antes que un reducto de diversas personalidades, con poder de imagen en el entorno cultural, que pedirán una cuota de poder a cambio de”. Acta 23, 5 de enero-27 de julio de 1987, 16-17.

370 El comunista adquirió la forma de un “perturbador social”, “pro terrorista”, al servicio soviético, con propensión a la dictadura y a la violencia. Este “otro” ponía en riesgo la democracia nacional, la paz y la imparcialidad costarricense en el conflicto centroamericano. Lidieth Garro, Diario La Nación: discurso editorial y discursos de identidad nacional 1946-1949, 1979-1982 (Tesis de Maestría en Literatura Latinoamericana, Universidad de Costa Rica, 2003), 106-110. La cercanía de Costa Rica con Estados Unidos también se puede corroborar con su política exterior. Desde 1950, bajo el mandato de Otilio Ulate, el país mantuvo empréstitos, programas colaborativos, cooperación técnica y libre aterrizaje para aviones militares con EE. UU. Durante la administración de José Figueres, la dependencia económica se reflejó en las concesiones asignadas a la United Fruit Co., Chiriquí Land Company y Union Oil Company, la construcción de la Carretera Interamericana y los préstamos del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento. A todo ello debemos sumar su adscripción al “bloque occidental” en las sesiones de la OEA y la ONU, lo que condujo al país a la ruptura de relaciones diplomáticas con República Dominicana y Cuba, según las directrices de estos organismos. Adolfo Tamayo, Política exterior de Costa Rica durante el período de la Guerra Fría (1948-1962) (Tesis de Licenciatura en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional, 1984), 132134, 137-139, 145-146, 178-180.

371 Manuel Gamboa, “El anticomunismo en Costa Rica y su uso como herramienta política antes y después de la Guerra Civil de 1948”, Anuario de Estudios Centroamericanos de Costa Rica (Costa Rica) 39 (2013); Mercedes Muñoz, “Democracia, crisis del paradigma liberacionista y anticomunismo en la campaña electoral de 1970”, Diálogos (Costa Rica) No. Especial (2008).

372 Eugenio Jiménez, “Quieren quedar bien con Dios y con el Diablo”, Diario de Costa Rica, 26 de octubre de 1962, 19.

373 Es importante mencionar que Carlos Luis Fallas participó anteriormente en una convocatoria de escritores para evaluar el proyecto de ley de la Editorial. Asamblea Legislativa. Fernando Volio, Ley de la Editorial Costa Rica, decreto 2366. Sección “Debate 1”, 57. Sin embargo, este cargo de tesorero fue el principal temor de la prensa, quizá por el hecho de que la Asamblea de Autores constituía una organización más definida y abría la posibilidad de asignarle un poder político en la toma de decisiones de una institución del Estado. Sobre la conformación de esta Asamblea consultar: Lía Coronado, “Asociación de Autores y Compositores Costarricenses. Editorial Costa Rica”, Diario de Costa Rica, 15 de enero de 1961, 25. Sus miembros fueron: Alberto Cañas (presidente), Juan Manuel Sánchez (vicepresidente), León Pacheco (secretario), Carlos Luis Fallas (tesorero) y Eduardo Jenkins (fiscal).

374 S.A., “Dirigentes comunistas en la Editorial del Estado”, La Nación, 2 de febrero de 1960, 6; S.A, “Penetración comunista en Editorial Nacional”, La Nación, 2 de febrero de 1960, 25.

375 Iván Molina, “Carlos Luis Fallas: difusión, comercialización y estudio de sus obras. Una contribución documental”, Revista de Ciencias Sociales (Costa Rica) 133-134 (2011): 182.

376 El autor demuestra que entre 1966 y el 2011 circularon en Costa Rica 88 ediciones de Mamita Yunai, Marcos Ramírez, Gentes y gentecillas, Mi Madrina y Tres cuentos (en manos de Lehmann, Editorial Costa Rica, Legado y EUNED); anteriormente a este período solo existía una edición en Costa Rica de Marcos Ramírez por la imprenta Trejos Hermanos en 1963 (quizás por el premio recibido en 1962).

377 Hernando Arias Gómez, “No nos deben asaltar temores sobre la Asociación de Autores”, Diario de Costa Rica, 3 de febrero de 1960, 14.

378 Al interior del Consejo, Ramos insistió en desmentir la complicidad con el comunismo sugerida por el suplemento de Artes y Letras de La Prensa Libre y, a la vez, controlar en las oficinas de venta la distribución de libros “ajenos a los intereses de la Institución”, debido a que los vendedores “son utilizados en esa labor…de carácter político. Actitud esa que puede traer un grave perjuicio al prestigio” de la Editorial. Acta 1, Fondo: Editorial Costa Rica, 27 de mayo de 1966, 451-452, 489.

379 Liga Cívica de Mujeres Costarricenses, “La Editorial Costa Rica y protección al socialismo”, La Prensa Libre, 3 de octubre de 1972, 7. También consultar: Liga Cívica de Mujeres Costarricenses, “Protección al comunismo”, La Prensa Libre, 23 de setiembre de 1972, 11.

380 Consejo Directivo, “La Editorial frente a la nueva cacería de brujas”, La Prensa Libre, 7 de octubre de 1972, 40. El artículo también mencionó, sin entrar en detalles, otras obras como: Historias de Tata Mundo, de Fabián Dobles; Mulita Mayor, de Carlos Luis Sáenz; Mi Madrina, de Carlos Luis Fallas; y Cocorí, de Joaquín Gutiérrez.

381 Ibíd.

382 Guido Fernández, “¿Penetración comunista?”, Diario de Costa Rica, 4 de febrero de 1960, 4. Otro artículo destacó a personas como “Alberto Cañas, Juan Manuel

Sánchez, León Pacheco, Eduardo Jenkins, Dinorah Bolandi, Virginia de Montealegre, Marco Tulio Zeledón y Eugenio García Carrillo, de anticomunismo largamente probado. Algunos de ellos son personas particularmente non-gratas a los comunistas”. S.A., “Peligro señalado editorialmente por “La Nación” no existe sobre infiltración comunista en la Editorial Nacional”, La Nación, 3 de febrero de 1960, 12. Incluso uno de ellos, Marco Tulio Zeledón, fue presidente del Primer Congreso Regional Anticomunista Centroamericano en 1959. Biblioteca Nacional, Memoria del Primer Congreso Regional Anticomunista Centroamericano (San José, Costa Rica: Imprenta Trejos, 1959).

383 Jay, 21. El autor explica que las concepciones del futuro a veces están influenciadas por un pensamiento de redención, interfiriendo en nuestra concepción presente del pasado. En este caso, podríamos interpretar que existía una expectativa de que en el futuro la institución estuviera salvada del mal comunista del presente, heredado por las profundas divisiones políticas del pasado (conflicto del 48).

384 Ibíd.

385 En 1962 Adolfo Herrera acusó a este tribunal policiaco de “censurar sus libros, prohibir sus publicaciones, expurgar sus bibliotecas y vetar la cultura, sin derecho a apelación, sin normas prefijadas de procedimiento”. Adolfo Herrera, “La espada está sobre las cabezas de todos”, La Nación, 21 de octubre de 1962, 16. También consultar: S.A., “Propaganda comunista circula libremente en Costa Rica”, Diario de Costa Rica, 12 de enero de 1961, 1. Otros casos se encuentran en: Carlos Luis Fallas, “¿Propaganda comunista, o libros de mi propiedad?”, La Nación, 29 de setiembre de 1954, 23; Jorge Rossi, “Estuvo bien hecho el decomiso de libros que venían para Carlos Luis Fallas”, Diario Nacional, 21 de octubre de 1954, 10; S.A., “Decomisada literatura comunista en Golfito”, Diario de Costa Rica, 3 de setiembre de 1960, 5; Carlos Luis Sáenz y Fabián Dobles, “A los tribunales comunes y no a Gobernación corresponde aplicar la Ley de Imprenta”, La Nación, 10 de setiembre de 1955, 9. Este acto tuvo continuidad en el tiempo, ya que décadas más tarde, Alfonso Chase, en calidad de presidente de la Asociación de Autores, dirigió una carta al presidente Óscar Arias para informar que “algunos de nuestros asociados,

o ciudadanos relevantes, son sujetos de interrogatorio, revisión de sus pertenencias personales, libros y documentos, en aduanas y aeropuertos, por parte de la Dirección de Seguridad Nacional… lo cual… pone muy entredicho el ejercicio de las libertades públicas en Costa Rica y demerita la imagen de nuestro país como una democracia en donde todos los ciudadanos tienen derecho a comprar y leer los libros que sean de su agrado”. Archivo Nacional, Fondo: Presidencia, Signatura: 9475, 1986, folio 21.

386 La Junta Consultiva de Publicaciones estaba conformada por un delegado del Ministerio de Gobernación y Policía, un delegado del Ministerio de Seguridad Pública, un Procurador nombrado por el Ministerio de Justicia, el Director de uno de los Centros Oficiales de Segunda Enseñanza y un representante de padres de familia (estos dos últimos nombrados por el Ministerio de Educación).

387 Manuel Castro López señaló puntualmente el Decreto Ejecutivo No. 37 del 21 de julio de 1954 en el que: “Se prohíbe la publicación, venta, exhibición o circulación de los folletos, revistas; libros u otros escritos, impresos o no; y de los grabados; figuras o estampas que fueren: a) De ideología o tendencias comunistas”. Manuel Castro López, “La espada está sobre los comunistas”, Diario de Costa Rica, 26 de octubre de 1962, 3 y 19. Para el autor, ser comunista significaba emitir alabanzas a Marx, Lenin y Fidel Castro, haciendo con ello un llamado al desorden público del sistema democrático. Otro caso de este tipo lo encontramos en Carlos Luis Fallas, quien según Iván Molina, en 1954 experimentó una violación de su correspondencia y en 1962 fue apresado por portar propaganda comunista. Iván Molina, “Carlos Luis Fallas: difusión, comercialización y estudio de sus obras. Una contribución documental”…, 188.

388 Colección Leyes y Decretos, Decreto Ejecutivo No. 37 del 24 de julio de 1954. Se entiende por literatura comunista: folletos, revistas, libros, escritos, grabados, figuras o estampas; y se prohíbe su publicación, importación, venta, exhibición o circulación.

389 S.A., “Conclusiones del Seminario “El escritor y el cambio social”. Realizado en el Centro de Estudios Democráticos de América Latina. Entre el 10 y el 16 de setiembre de 1972”, Hipocampo (Costa Rica) 6 (noviembre-diciembre de 1971). Según esta referencia, los escritores protestaron contra el bloqueo de Cuba, los conflictos de la izquierda en Chile, el ataque militar en la Universidad de El Salvador y la invasión norteamericana en Panamá. No se mencionan los participantes a este evento.

390 José Figueres, “No me solidarizo con escritores”, La Nación, 12 de setiembre de 1972, 6. Las palabras del Ministro de Cultura Alberto Cañas fueron: “la pregunta que se debían hacer los costarricenses es por qué los escritores latinoamericanos apoyan a Cuba”. S.A., “Ministro Cañas. CEDAL escogió a los escritores”, La Prensa Libre, 18 de setiembre de 1972, 2. Un antecedente de este seminario lo encontramos en 1967, con el Segundo Congreso de Escritores de Centroamérica y Panamá. En esta ocasión se propuso la integración cultural de la región con la circulación de publicaciones y donde la literatura tomara un papel de “denunciar la injusticia social, impugnar el orden establecido… expresar con fidelidad los problemas humanos”. S.A., “El escritor debe responder a su época”, La Nación, 21 de febrero de 1967, 8.

391 Alberto Cañas, “Riesgo y realidad de la censura”, Excélsior, Tercera Sección, 5 de setiembre de 1976, 2.

392 Otros casos similares ocurrieron en 1968 con las tesis universitarias Historia de los Partidos Políticos: Liberación Nacional de Carlos Araya Pochet, y Costa Rica y sus hechos políticos de Óscar Aguilar Bulgarelli; y en 1980-1985 con los tomos sobre las corrientes de pensamiento político costarricense a cargo de Joaquín Gutiérrez que no se publicaron. Acta 2, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 293, 11 de octubre de 1968, 336-337, 362; Acta 14, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 863,

29 de febrero de 1980, 1895; Acta 21, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 1127, 6 de mayo de 1985, 3992. Un artículo reportó la iniciativa de reformar la ley orgánica de la Editorial para eliminar el artículo sobre la neutralidad política, en el entendido de que “la madurez política de la Editorial Costa Rica, garantiza plenamente el ejercicio democrático de sus directores”. S.A., “Quieren eliminar neutralidad política de Editorial Costa Rica”, La República, 25 de enero de 1972, 31.

393 Bourdieu, Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario…, 331.

394 Carlos Francisco Monge detalló esta influencia: “si nos fijamos en que aún Carlos Luis Fallas está vigente, que Yolanda Oreamuno ha demostrado que se adelantó en muchos aspectos, que Fabián Dobles sigue buscando nuevas vetas y que Joaquín Gutiérrez nos da una novela como la presente [Murámonos, Federico], tenemos que concluir que nuestra narrativa aún depende de esa llamada generación de 1940”. Carlos Francisco Monge, “Murámonos, Federico y la generación del 40”, La Nación, 5 de enero de 1974, 16. Si tomamos los programas más antiguos de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura de la Universidad de Costa Rica, esta generación se empleó como una periodización clave para establecer cortes en las etapas históricas. Programas de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura, Catálogo histórico. Tomos 1, 2, 3, 1980, aproximadamente. Revisamos los cursos Literatura Costarricense y Teoría Literaria.

395 Abelardo Bonilla, Historia de la literatura costarricense (San José, Costa Rica: STVDIVM GENERALE COSTARRICENSE, 1984), 312. Con este mapeo geográfico-social, Bonilla se refirió a la incorporación de los espacios geográficos del Caribe y del Pacífico. La manera en que Bonilla catalogó los temas de estos escritores fue: “los especuladores y la sordidez de la sociedad” en Juan Varela, “la injusticia del latifundio” en Ese que llaman pueblo, “el imperialismo de los bananales” en Puerto Limón, y la “agonía de la mujer” en La ruta de su evasión.

396 Belford Moré, “La voz autorizada: el crítico y el historiador de la literatura nacional de entre siglo”, Revista de Investigaciones Literarias y Culturales (Venezuela) 6, n. 12 (1998): 310. Como lo visibiliza Iván Molina, Calufa experimentó un proceso de “descomunización”, ya que en la obra Historia de la literatura costarricense Bonilla sostiene que este escritor “no hace propaganda ideológica, pero denuncia sobre la realidad y lo hace con risa e ironía que recuerdan el espíritu de la picaresca española. Contrariamente a lo que hace el intelectual de izquierda, este narrador nos da un mundo novelesco, que él observa desde una posición superior”. Iván Molina, “Un pasado comunista por recuperar: Carmen Lyra y Carlos Luis Fallas en la década de 1930”, http://www.helsinki.fi/aluejakulttuurintutkimus/tutkimus/xaman/ articulos/2002_01/molina.html (Fecha de acceso: 1 de noviembre del 2015).

397 Alfonso Chase, Narrativa contemporánea de Costa Rica (San José, Costa Rica: Departamento de Publicaciones del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1975), 67-69. Este concurso premió a tres ganadores: Por mi tierra firme de Yolanda Oreamuno, Pedro Arnáez de José Marín Cañas y Aguas turbias de Fabián Dobles; generando una polémica por dividir el premio (en tres ganadores en lugar de uno solo) y por excluir a Mamita Yunai de Carlos Luis Fallas en la premiación. Un recuento detallado de este concurso se encuentra en Rocío Fernández, “26 años después hablan los protagonistas. 1940: un gran escándalo en las letras nacionales”, Excélsior, Revista Excélsior, 29 de febrero de 1976, 8-9.

398 Ibíd., 81.

399 Jorge Valldeperas, Para una nueva interpretación de la literatura costarricense (San José, Costa Rica: ECR, 1991), 52, 64. En 1983, Manuel Picado apoyó esa perspectiva al concluir que la generación del 40 describió la crisis social del período, pero sin crear una ruptura en las técnicas narrativas o el lenguaje. Manuel Picado, Literatura, ideología, crítica (San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica, 1983), 76-77. Muchos años después de estas publicaciones, Álvaro Quesada llegará a la misma conclusión de Manuel Picado. Álvaro Quesada, Breve historia de la literatura costarricense (San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica, 2008), 87.

400 Cuevas, 98.

401 Estos escritores tuvieron cargos menores. El primero fue suplente y los otros dos secretarios. Nunca presidieron el Consejo Directivo.

402 Acta 1, Fondo: Editorial Costa Rica, 13 de mayo de 1966, 446.

403 Acta 1, Fondo: Editorial Costa Rica, 4 de noviembre de 1966, 524. Asisten: Lilia Ramos (preside), Ricardo Blanco, Julián Marchena, Jorge Guier, Alberto Cañas, Carlos Meléndez, Jorge Debravo, Rafael Fernández, Rafael Lucas y Marcelino Antich. Con respecto a la circulación de la tarjeta de condolencia ver Acta 1, 13 de mayo de 1966, 447. Asisten: Lilia Ramos (preside), Lolita Zeller, Inés Trejos, Julián Marchena, Carlos Meléndez, Ricardo Blanco, Alfonso Chase y Víctor Julio Peralta.

404 Acta 19, Fondo: Editorial Costa Rica, 9 de abril de 1984, 3623. Rosibel Morera, esposa de Calufa, envió una carta a la Editorial ofreciendo por primera vez la edición de las obras Mamita Yunai y Marcos Ramírez. El hecho fue calificado por el Consejo como un “gran triunfo” para la institución, la cual solo había publicado hasta el momento Mi Madrina, Tres cuentos y Gentes y gentecillas. Luego, en 1986, Morera escribió de nuevo expresando su molestia por el retraso en las publicaciones y solicitando la reintegración del dinero por incumplimiento de contrato, pérdida de la que se libró la Editorial porque las partes nunca acordaron fecha de publicación (Acta 22, Fondo: Editorial Costa Rica, 10 de marzo de 1986, 314). Por fin, la obra se publicó en 1986 y, como lo veremos más adelante, la obra del escritor se terminó declarando patrimonio Editorial en 1987. Con respecto a la circulación de Mamita Yunai, la novela se había publicado previamente en 1941 en la Editorial Soley y Valverde en San José, Costa Rica; en 1947 por Nascimento en Santiago, Chile; en 1955 por Platina en Buenos Aires, Argentina; y en 1966, 1970, 1974, 1975, 1978, 1980 y 1983 por Lehmann en San José, Costa Rica. Datos obtenidos en el portal Sibdi de la Biblioteca Nacional. Además, la obra fue traducida en 1952 en Polonia, en 1953 en Checoslovaquia, en 1954 en la República Democrática Alemana, en 1955 en Rumania, en 1955 en Italia, en 1955 en Hungría, en 1961 en Estonia y en 1964

y 1971 en Francia. Alexánder Sánchez, “Las múltiples lenguas de Calufa”, La Nación, 13 de febrero del 2011, Áncora, emCalufaem_0_1177282262.html (Fecha de acceso: 8 de mayo del 2016).

405 S.A., “Patriótica labor de la Editorial Costa Rica”, La República, 24 de setiembre de 1972, 21.

406 Fabrice Lehoucq, Instituciones democráticas y conflictos políticos en Costa Rica (Heredia, Costa Rica: EUNA, 1998), 97. Recordemos que desde antes de este enfrentamiento Calufa era una figura política reconocida. Se integró al Partido Comunista de Costa Rica después de su fundación en 1931, fue un personaje muy visible en la huelga bananera de 1934 al lado de los trabajadores, colaboró con el periódico El Trabajo y fue encarcelado en 1948 (por “el robo de gallinas”) hasta ser liberado por la Asamblea Constituyente en 1949. Iván Molina, “Carlos Luis Fallas: difusión, comercialización y estudio de sus obras. Una contribución documental”…, 180, 182 y 187.

407 Esta educadora expresó una opinión similar 10 años después cuando se debatía en la Editorial la posibilidad de publicar las primeras tesis sobre el conflicto armado escritas en las obras Historia de los Partidos Políticos: Liberación Nacional, de Carlos Araya Pochet, y Costa Rica y sus hechos políticos, de Óscar Aguilar Bulgarelli. Cascante de Rojas, con base en su experiencia vivida en el Colegio Superior de Señoritas, planteaba: “¿mitigarán o más bien avivarán los rencores que han venido del 48?... No debe ser motivo de angustia para la Editorial… Esperemos a que el tiempo, buen sanador de todo, nos traiga el ansiado olvido, para que después, pero muy después, puedan ser leídas con quietud y amansamiento en el alma”. Claudia Cascante de Rojas, “Una sesión en la Editorial Costa Rica”, La Hora, 9 de noviembre de 1968, 10.

408 Claudia Cascante de Rojas, “Ante el peligro de rendirle pleitesía a la literatura comunista en las aulas de nuestros colegios”, La Nación, 18 de noviembre de 1958, 51.

409 Acta 24, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 1272, 28 de setiembre de 1987, 1428. Venta asegurada por su inclusión en las lecturas del Ministerio de Educación Pública.

410 Como mencionamos en el apartado metodológico de la investigación, la documentación del Ministerio de Educación Pública no fue localizada para estos años de estudio. Sin embargo, encontramos en dos fuentes de 1974 y 1979 que de esta lista al menos Carlos Luis Fallas, Carmen Lyra y Joaquín Gutiérrez aparecieron en las lecturas obligatorias. Ministerio de Educación Pública, Español III Ciclo (San José, Costa Rica: Departamento de Publicaciones del Ministeriode Educación Pública, 1974); Ministerio de Educación Pública, Programa de Español de Tercer Ciclo 1979 (San José, Costa Rica: Departamento de Publicaciones del Ministerio

de Educación Pública, 1979); Rolando Zamora, Sugerencias metodológicas para un mejor desarrollo del Programa de Español I y II Ciclo (San José, Costa Rica: Departamento de Publicaciones del Ministerio de Educación Pública, 1979).

411 Para Iván Molina, la comercialización de la obra de Fallas y su incorporación a la cultura oficial se explica por la temprana muerte del escritor, una vez que su crítica social podía ser atenuada. Iván Molina, “Carlos Luis Fallas: difusión, comercialización y estudio de sus obras. Una contribución documental”…, 184.

412 Como ejemplos de las discusiones literarias, centradas en los caminos que debía seguir la literatura costarricense, podemos citar: Fabián Dobles, “Consideraciones sobre literatura”, Brecha (Costa Rica) 2, no. 1 (setiembre de 1957): 21; Jorge Charpentier, “La novela costarricense”, La Nación, 6 de setiembre de 1969, 29; Enrique Tovar, “Los buenos escritores no se producen en serie como los malos políticos”, La República, 13 de junio de 1971, 9; S.A., “La novela costarricense”, La Hora, 19 de noviembre de 1973, 4; Varios, “El escritor de hoy vive bajo la égida del editor”, La Nación, 16 de diciembre de 1973, 28C. Estudiados en el capítulo anterior.

413 B.O.A., “Fabián Dobles en la novela costarricense”, La Nación, 11 de febrero de 1954, 4; Roberto Carrera, “Mamita Yunai”, La Nación, 18 de abril de 1975, 14B. Estas novelas latinoamericanas se asociaron con distintos proyectos políticos. El mundo es ancho y ajeno y Huasipungo representaron al indígena como un sujeto débil, que en el caso de Icaza estaba destinado a la vida sórdida, y en el caso de Alegría podía revertir su destino si aceptaba la ladinización. Esta idea de adaptar o educar al indígena a la “sociedad moderna” se vinculó con el interés del programa aprista en cimentar el socialismo sobre la estructura comunal del incario. Por su parte, Doña Bárbara y Don Segundo Sombra retomaron la concepción de la “novela de la tierra”; al ser “textos nativos” y exponentes de un discurso autóctono (por el lenguaje popular, la geografía descrita y la actividad humana campestre) defendieron las tradiciones “nacionales” ante las amenazas externas. René Prieto, “La literatura indigenista”; Carlos Alonso, “La novela criollista”, en: Historia de la literatura hispanoamericana. El siglo XX. Tomo II., (eds.) Roberto González y Enrique Pupo (Madrid, España: Editorial Gredos, 2006), 168-172, 224-229. Muchas veces era eso lo que se le criticaba al “realismo socialista”: personajes inanimados, exaltación paternalista, relatos lineales y escasa innovación estética, una literatura “a tono” con el Estado populista. Jorge Enrique Adoum, “El realismo de la otra realidad”, en: América Latina en su literatura, (coord.) César Fernández (Madrid, España: Siglo XXI, 1998).

414 Otro caso registrado fue la discusión sobre la publicación o no de las caricaturas políticas de Hugo Díaz, aprobadas finalmente porque “ya han sido publicadas en los periódicos y hasta donde se conozca, no han mortificado a nadie”. Acta 9, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 639, 7 de octubre de 1975, 871; Acta 9, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 639, 30 de setiembre de 1975, 870. Un ejemplo de desaprobación lo encontramos con la obra La luna de la hierba roja, de José León Sánchez, ya que “la identificación asociada al contexto general de la novela y a los hechos ilícitos que en ella se narran, podría configurar una responsabilidad solidaria del editor con el autor”. Acta 21, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 117, 4 de marzo de 1985, 3935.

415 Armando Petrucci, “Leer por leer. Un porvenir para la lectura”, en: Historia de la lectura en el mundo occidental, (eds.) Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (Madrid, España: TAUROS, 1998), 5264. Con respecto al concepto orden del discurso, el autor se refiere al ensayo homónimo de Michel Foucault.

416 En este caso no podemos argumentar el fallecimiento de los escritores como una causa de inclusión a la institución, pues ambos murieron en años próximos: Calufa en 1966 y Debravo en 1967, con la diferencia de que el primero tenía 57 años y el segundo 29 años.

417 Acta 10, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 655, 10 de febrero de 1976, 938.

418 Acta 3, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 334, 23 de julio de 1969, 144. Las

obras se aprobaron en 1968 y fueron: Milagro abierto, Otras cosas recogidas de la tierra en dos tomos, Vórtices, Los despiertos y poemas inéditos. Esta situación desencadenó un problema con la viuda de Debravo, quien solicitó el pago de los derechos de autor y la Editorial no podía gestionar el presupuesto.

419 Acta 21, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 1161, 9 de diciembre de 1985, 254.

420 Acta 16, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 968, 14 de abril de 1982, 2726-2727. Margarita Salazar, esposa de Debravo, informó al Consejo que la UACA le ofreció la edición de la obra completa de Debravo. Una propuesta que ella estaba por tomar, debido al retraso en el pago de derechos de autor por parte de la ECR (Acta 3, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 334, 23 de julio de 1969, 144; Acta 16, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 970, 28 de abril de 1982, 2735; Acta 16, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 990, 29 de setiembre de 1982, 2914).

421 Acta 10, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 662, 6 de abril de 1976, 963. Asisten: Ricardo Ulloa, Laureano Albán, Fabián Dobles, Fernando Durán, Chéster Zelaya, Federico Vargas, Alberto Cañas, Francisco Zúñiga, Arturo Montero, Primo Luis Chavarría y Joaquín Garro

422 Acta 24, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 1272, 7 de diciembre de 1987, 16231624. Asisten: Alfonso Chase (preside), Julio Suñol, Jorge Charpentier, Arnoldo Mora, Pablo Ureña, María Salvadora Ortiz y Lilly Guardia. Según el acta, la viuda de Fallas entregó las obras a Alfonso Chase. Él, para entonces presidente del Consejo Directivo, las donó a la Editorial, señalando que “He pensado que sus obras deben estar en la Editorial Costa Rica porque, y también lo recuerdo con emoción, dentro de ella, en sus inicios, un grupo de jóvenes luchamos por publicarlas, junto con las de Adolfo, Fabián y Joaquín, cuando no se podía hablar de estos hombres notables”.

423 Acta 18, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 1042, 3 de octubre de 1983, 2215. Asisten: Alberto Cañas, Rolando Villalobos, Paulino González, Fernando Castro,

Alejandra Volio y Rafael Ángel Herra. Presentes: Marco Retana, Samuel Rovinski, Jaime Cerdas Cruz; Acta 21, Sesión 1129, 20 de mayo de 1985, 18. Asisten: Vladimir de la Cruz (preside), Freddy Pacheco, Jorge Charpentier, Adolfo Mora, Manuel Araya, Luis Bernal Montes de Oca y Óscar Torres Padilla.

424 Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina (Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores, 2003), 36-37. Con estas palabras Gilman explica la delimitación temporal de su estudio, el cual cubre las décadas de 1960 y 1970, y más que acontecimientos fechados incluye los sistemas de pensamiento intelectual (“la percepción de que el mundo estaba al borde de cambiar y de que los intelectuales tenían un papel en esa transformación”, 37) a partir de la Revolución Cubana, la descolonización africana, la guerra de Vietnam, las manifestaciones juveniles y la crisis del petróleo, entre otros.

425 Alfonso González, Mujeres y hombres de la posguerra costarricense (San José, Costa Rica: Editorial Universidad de Costa Rica, 2005); Manuel Solís, “La violencia política de los años cuarenta y su lugar en el imaginario nacional”, Anuario de Estudios Centroamericanos (Costa Rica) 37 (2011); para consultar un caso específico de estos disturbios políticos: Patricia Fumero, “Se trata de una dictadura sui generis”. La Universidad de Costa Rica y la Guerra Civil de 1948”, Anuario de Estudios Centroamericanos (Costa Rica) 25 (1997).

426 Mercedes Muñoz, “Democracia y Guerra Fría en Costa Rica: el anticomunismo en las campañas electorales de los años 1962 y 1966”, Diálogos (Costa Rica) 9, No.

2 (agosto del 2008-febrero del 2009). Un ejemplo de la represión en estos años lo ofrece Patricia Alvarenga, quien informó sobre el papel de la Guardia Civil para frenar la huelga por el pago del servicio eléctrico en Cartago en 1962. Esta represión, ejecutada en la administración de Francisco Orlich, se justificó ante la posible filtración de comunistas en el movimiento (participación inexistente). Patricia Alvarenga, De vecinos a ciudadanos. Movimientos comunales y luchas cívicas en la historia contemporánea de Costa Rica (San José_Heredia, Costa Rica: UCR-EUNA, 2009), 170-180.

427 Manuel Gamboa, “El anticomunismo en Costa Rica y su uso como herramienta política antes y después de la Guerra Civil de 1948”, Anuario de Estudios Centroamericanos de Costa Rica (Costa Rica) 39 (2013); Mercedes Muñoz, “Democracia, crisis del paradigma liberacionista y anticomunismo en la campaña electoral de 1970”, Diálogos (Costa Rica) No. Especial (2008).

428 Ver cita 68.

429 Para entonces, el comunista adquirió la forma de un “perturbador social”, “pro terrorista”, al servicio soviético, con propensión a la dictadura y a la violencia. Lidieth Garro, Diario La Nación: discurso editorial y discursos de identidad nacional 1946-1949, 1979-1982…, 106-110.

430 Carlos Cortés, La gran novela perdida: historia personal de la narrativa costarrisible (San José, Costa Rica: Uruk Editores, 2010), 22.

431 Acta 18, Fondo: Editorial Costa Rica, Sesión 1052, 12 de diciembre de 1983, 3424. La lista de la colección no desató discusiones en el Consejo. Las preguntas planteadas a Peralta fueron sobre la escogencia del género y la ausencia de la novela “indigenista” El Delfín del Corobicí. Con respecto a la primera pregunta, el director sostuvo que cada aniversario representaría un género diferente. Así, por ejemplo, el XXX podría ser sobre cuento y el XXXV sobre poesía. Y en relación con la segunda pregunta señaló que dicha obra se descartó por “razones de excelencia”. La lista experimentó cambios, se sustituyeron La estación que sigue al verano por El sermón de lo cotidiano (ninguna se incluyó en la publicación final); La ciudad y la sombra por Memorias de un pobre diablo; La colina del buey por El valle nublado; Bajo el límpido azul por Los amigos y el viento. Estos cambios no fueron explicados.

432 Víctor Julio Peralta, “Una extraordinaria colección de novelas costarricenses”, Boletín Literario, No. 11, febrero-marzo de 1984.

433 Mario Marín, “Colección XXV aniversario. Un monumento a la novelística costarricense”, La Nación, 5 de agosto de 1985, Áncora, 2.

434 Víctor Julio Peralta, “Una extraordinaria colección de novelas costarricenses”…

435 Alberto Cañas, “Chisporroteos”, La Prensa Libre, 6 de julio de 1984, Segunda Sección, 3.