letras

Revista Ístmica

EISSN: 2215-471X

Número 19 Enero-diciembre 2016

Páginas de la 205 a la 219 del documento impreso

URL: www.revistas.una.ac.cr/index.php/istmica



300 de Rafael Cuevas Molina: caleidoscopio de la violencia y la memoria

Ivannia Barboza Leitón

Instituto Tecnologico de Costa Rica

“Identificarlo es devolverle su nombre,

es dignificarlo, es justicia, es historia”,

Fundación de Antropología Forense de Guatemala.

“Ruego encarecidamente que no se insista más en los

factores que nos llevan a hurgar en el pasado y que solo

dividen a la familia guatemalteca” (p. 43), R. Cuevas Molina.

Resumen

La producción literaria de Centroamérica de finales del siglo pasado e inicios del presente, tiene como excusa, pretexto o referente a la memoria desde una valiosa producción cultural que la ha integrado, no solo a los lugares comunes, sino que la ha colocado como herramienta para reconstruir y entender el pasado. 300, de Rafael Cuevas Molina, apuesta por la fragmentación producto de la violencia, mirando desde un caleidoscopio hechos que marcaron a Guatemala con un conflicto armado interno por casi 36 años. El objetivo de este artículo consiste en vislumbrar los grupos sociales retratados en la obra; reconociéndolos, se entiende que sus voces integran un ejercicio de memoria y de recuperación de un violento pasado histórico.

La novela está construida de forma tal que integra ficcionalmente el Diario Militar o Dossier de la Muerte y lo hace desde una estrategia de la memoria que permite conjuntar actores sociales diversos en el panorama inscrito desde la violencia de Estado. En la obra se manifiesta la intertextualidad y la heteroglosia para crear un complejo universo que el lector debe dilucidar y con lo que, consecuentemente, develará cómo se ha inmiscuido el terror, la violencia, el silencio y el olvido en las subjetividades retratadas.

Palabras clave: literatura centroamericana; posguerra; diario militar; memoria; olvido.

Abstract

In the late 20th and early 21st centuries, Central American literary production has been using memory as an excuse or pretext in a valuable cultural production that not only incorporates it into the usual places, but also offers it as a tool to reconstruct and understand the past.

Rafael Cuevas Molina’s 300 accentuates the fragmentation that arises from violence by looking through a kaleidoscope at events that marked the country of Guatemala during the 36-year internal armed conflict. With this in mind, this article attempts to distinguish the different social groups that are portrayed in this work in an effort to understand that their voices constitute an exercise in memory and recovery of a violent history.

The novel is constructed in a way that fictionally incorporates the Military Logbook or Death Squad Dossier through a strategy that allows the author to combine various social actors in a scene written from the perspective of the State’s violence. The work emphasizes intertextuality and heteroglossia to create a complex universe which the reader must resolve and which, consequently, will unveil how terror, violence, silence and forgetfulness all interfere in the biases depicted.

Keywords: Central American literature, post-war, Military Logbook, memory, forgetfulness


La Historia tiene particularidades para ser resguardada, ocultada o negada, por eso el Archivo Histórico de la Policía Nacional (AHPN), sede del Sexto Cuerpo de la Policía Nacional Guatemalteca, fue descubierto por casualidad. En julio de 2005, personal de la Procuraduría de Derechos Humanos llegó debido a una llamada de los vecinos, alarmados porque sospechaban de un almacenamiento de explosivos en la zona. Lo que se encontró, a cambio, fueron documentos que habían sido almacenados por la Policía Nacional desde aproximadamente el siglo XIX hasta el año 1997. La labor de reconocimiento y clasificación es monumental, porque se llegaron a almacenar ochenta millones de folios que dan cuenta de datos administrativos, registros de seguimiento, fichajes de ciudadanos y organizaciones, con el fin de controlar a los “enemigos” del Estado.

Esa manifestación de la Historia, para el caso de la literatura centroamericana1, genera una simbiosis particular que condensa tiempo histórico, memoria, olvido y negación.

Los sinuosos pasillos del AHPN2 son un recorrido de la memoria. Así como la institucionalidad del terror acumuló millones de folios, la literatura de la región se ha encargado de recuperar, en las voces de los actores sociales, hechos que constituyen un rescate del pasado histórico. El panorama de esa literatura ha sido perfilado desde diversos estudios teóricos como los de Werner Mackenbach (2004, 2007, 2012), Alexandra Ortiz Wellner (2002a, 2002b, 2012) o Valeria Grinberg (2007, 2008). En resumidas cuentas, desde la segunda mitad del siglo anterior, se ha constituido en una tendencia literaria. Para Mackenbach, por ejemplo, esta disposición retoma consecuentemente la memoria como estrategia en el rescate del pasado histórico de aquellas naciones que sufrieron estragos causados por los conflictos armados internos3.

Una significativa cantidad de escritores centroamericanos4 han empleado en sus producciones la realidad de una violencia heredada, marcando un panorama literario sui géneris. Dicha creación se ha nutrido de diversas visiones narrativas; por un lado, puede llevar entre líneas la individualidad de un sujeto o colectividad que vivió, heredó o fue partícipe del terrorismo de Estado; por otro, hay una relación directa de la ficción con la intertextualidad, pues se utilizan textos oficiales (Informes de la Verdad, diarios, textos periodísticos, entre muchos otros) tomando con ella la porción que resulte significativa para enmarcar un episodio de la realidad de la nación y de la subjetividad.

La literatura ha manifestado dos vertientes constitutivas en cuanto a su creación y a su lectura. Con la primera de ellas dialoga e interpela al pasado a través de los textos que le dan soporte histórico y memoria; es decir, acude a ellos con el fin de entender el presente basándose en una lectura e interpretación de los hechos y de los sectores involucrados en la violencia de Estado. En cuanto al proceso de lectura, el lector debe asumir un papel que no se queda meramente en la formalidad de acercarse al texto, sino que el uso de la memoria como recurso literario le permitirá conocer los hechos tratados.

300, de Rafael Cuevas Molina5, acerca al público lector a esa dinámica explicada líneas arriba porque no se queda en la polarización del CAI en Guatemala; al contrario, apuesta por las apreciaciones disímiles, con lo que torna su lectura como la mirada en un caleidoscopio. Un caleidoscopio es un instrumento generador de visiones cambiantes que permite, para este caso literario, que los receptores ‘jueguen’ con lo que leen y posiblemente no se confíen de ello, por el hecho de que se encontrarán con imágenes multiplicadas asimétricamente. Hay dos tendencias constantes en su lente: la violencia y la memoria. Casi cinco años después de su publicación, la difusión de 300 ha sido poca6, aunque retrate dentro de la narrativa centroamericana un pasado histórico significativo para la nación guatemalteca. La crítica, igualmente, es reducida, pero permite establecer un estado de la cuestión7 representativo de la novela de Cuevas, la cual se posiciona como un ejemplo simbiótico de literatura e historia, que da voz a sectores disímiles ante los acontecimientos narrados.

El objetivo propuesto en este artículo consiste en determinar las apreciaciones que emergen de los sectores sociales sobre los hechos de violencia acontecidos en Guatemala y retratados en 300. Dichas apreciaciones gravitan entre un pasado más reciente para algunos actores y un olvido voluntario por parte de otros. Para lo anterior, serán útiles los presupuestos teóricos de la memoria, la intertextualidad –la obra reescribe hechos desde el Diario Militar8– y la heteroglosia, porque con ellos se construye un universo de violencia que cobra sentido como evocación individual y colectiva.

La obra está constituida por 24 capítulos estructuralmente condensados en 14 apartados9. La novela resulta compleja de armar, y termina construyendo un período oscuro de la historia guatemalteca como una conjunción de voces y de visiones, sin que por ello se comprenda totalmente lo que aconteció. ¿Por qué el nombre 300 para la novela?, ¿revela un código en particular? La siguiente cita brinda una respuesta inicial a esas inquietudes: “Ninguno de ellos terminó en el sótano ese, en el cuarto ese, en el archivo ese o en cualquier otro. Ninguno tiene una ficha que, en clave, diga al final 300, es decir, que se lo tronaron” (p. 106)10. Aunque dicha por un personaje de “los de afuera”, es decir, que no conforma el sistema castrense, ese ciudadano guatemalteco conoce el significado del número, la ramificación del sistema de terror en un espacio geográfico como un sótano y las acciones que ahí se ejecutaban.

La titulación de los apartados obedece a una deixis, estableciendo con ello relaciones espaciales, nexos subjetivos e incluso de sectores sociales como burócratas, militares y clases altas. Todos ellos se reflejan en la memoria cuando lo que buscan está entre las fichas del AHPN para algunos sectores, en la apatía y la indiferencia para otros, porque no les interesó la situación de Guatemala durante el CAI, como se muestra en las siguientes citas: “[…] más bien lo que hacían era sacarle a cada rato esos infundios de lo de la embajada quemada con la que armaron tanta alharaca y en donde casi solo indios fueron los que se quemaron” (p. 44)11; “[…] esas fichas como que iban a otro archivo que no era el nuestro porque, ya con el tiempo, yo como que las vi en uno que le decían del ejército, parece que era como más gruesa la cosa. Mejor no meterse” (p. 21)12 y por último, “[...] que ahí tenían toda la información, todos los datos, las fechas, los nombres y hasta la foto de mi Gustavo” (p. 57)13. Esas aseveraciones desde distintos espacios de enunciación convergen en la violencia política. Al respecto, señala Rodolfo Kepfer:

La experiencia específica de la violencia política, al quebrantar las formas narrativas y vivenciales que le dan sentido a la socialidad de la persona y de la colectividad, instaura en los sujetos (víctimas y agresores) justificaciones, silenciamientos, complicidades, coartadas, proyecciones imaginarias y fantasmáticas, en conjunto, efectos directos e indirectos que perturban la relación del sujeto con el mundo social (Kepfer, 2003: 203).

Ya sea la voz del ama de casa que busca a su familiar desaparecido, o la del hombre de clase alta que subestima la gravedad del incendio en la Embajada de España en Ciudad de Guatemala, gravitan entre el papel de víctima y el de agresor –aunque no directamente– pero sí se reconoce en ambas la afectación de la violencia, tal y como manifiesta Kepfer. Pueden distinguirse, entre los efectos indirectos, el silencio y la negación en los niveles militares y la clase alta para construir su propia esfera cargada de cinismo. Es por lo anterior que 300 resulta emblemática, porque da cuenta de variedades en la enunciación que no son los polos tradicionales en la narrativa, pues a esa visión de víctimas y agresores se le han adicionado otros sectores de la población civil con sus giros idiomáticos, e incluso con las circunstancias espacio-temporales que les son propias: “Siempre pasan cosas, mano, antes y ahora, lo que sucede es que pasan como en capas, es decir, lo que pasa en una capa muchas veces no se sabe en la otra capa [...]” (p. 151)14; “Yo de archivos no sé nada, nadie me ha contado ni yo me he interesado. ¿Para qué sirve eso? ¿Me ayuda en algo? Quién sabe” (p. 97)15.

No existe preponderancia de voces, porque la novela rastrea las de indígenas, ladinos, militares, pandilleros, niveles bajos, medios o altos de la sociedad guatemalteca, entre otras. Eso hace posible apreciar la colectividad sobre hechos que aún se mantenían en vigencia, como algunos testimonios de 1984, otros de años previos al hallazgo del AHPN y del Dossier de la Muerte, así como los que dan cuenta de la posguerra. Así, 300 muestra aspectos individuales desde discursos que no ocultan ideologías; es decir, para cada testimonio se reconoce un punto de vista acerca de la sociedad y de las circunstancias particulares que rodean al individuo. Sin embargo, de los 14 apartados, seis de ellos manifiestan –desde los sectores sociales tratados– una ideología de dominio y menosprecio por “los otros”; el cinismo es justificante de la violencia, pervive en el espacio y en el tiempo con los discursos de los altos jerarcas del Ejército, quienes aducen las razones de la violencia, la negligencia de los burócratas en la búsqueda y atención de los casos de desaparición, o las actitudes arrogantes y evasivas de los ricos frente a una realidad contrastante.

Predomina, igualmente, la imagen del poder castrense sobre la población civil y su órgano mayor, el Ejército, poder que se materializa en los acosos, los secuestros y, finalmente, con las muertes y desapariciones: “[…] al ejército hay que dejarlo en paz porque es la base de nuestra identidad, de nuestra institucionalidad, es el estamento fundamental sobre el que se asienta lo que somos” (p. 88)16. Irónicamente, a ese Ejército, constitutivo de la identidad, se le han achacado la mayoría de los crímenes de lesa humanidad durante el CAI, en comparación con los cometidos por las fuerzas revolucionarias17.

La violencia se fragmentó en múltiples imágenes como el seguimiento de ciudadanos, el acoso, las incursiones en las casas y el fichaje, todos ellos documentos almacenados en los folios del AHPN como libros de actas, registros fotográficos o documentos manuales. También al Diario Militar o Dossier de la Muerte se le ha dado espacio en la construcción narrativa de la novela18 para señalar otra forma de control estatal sobre la población civil sospechosa. De ello resulta que puede diferenciarse la violencia consignada en el papel y la que, como forma de vida, se instaló en las cotidianidades de los ciudadanos comunes: “[…] nos bajaban a todos, separaban en grupos a la gente y nos registraban. Era largo y tedioso y daba mucho miedo porque los soldados estaban nerviosos y todo lo decían gritando […] Ahora pienso que lo que pasaba era que esa había sido siempre nuestra vida, no conocíamos otra forma de ser y era nuestra normalidad (p. 60)”19.

Otra forma en la que se dio el acoso y la persecución durante el CAI, consignados en algunas fichas de control del AHPN y en el Dossier de la Muerte, es la vigilancia de la ciudadanía sospechosa o considerada contraria al régimen político. Tintes aparentemente comunistas, ocupaciones u oficios que hicieran dudar de la moralidad pública y una serie de características prejuiciosas llevaban a sectores de la población civil a delatarse entre ellos para cumplir con la “función del mantenimiento de hegemonías” (Kepfer, 2003: 192). Con esta práctica, las autoridades no sólo se adueñaron de las conciencias, sino que efectuaron transacciones de poder y alevosía justificándose en la integridad de un sistema que había que mantener. El ambiente mostrado en algunos de los testimonios de 300 da cuenta de un clima de tensión entre iguales:

Todo eso lo pienso mientras estoy aquí sentado en este hoyo en donde se apilan los rimeros de fichas y documentos en los que aparecen los rostros fotografiados, los datos, las señas, los rastros de los movimientos de todos aquellos que fueron rastreados por los ojos escrutadores de quienes solo eran buenos para eso, para controlar al prójimo, señor (p. 17)20.

Es contundente afirmar que en la revisión caleidoscópica de la violencia la que resulta más extrema en 300 es la desaparición y la muerte de los ciudadanos: “Salió de la universidad para participar en una reunión. Nunca más regresó ni se supo de él. Tenía 29 años de edad, era estudiante de economía, representante estudiantil [...]” (p. 49)21. Este ejemplo, al igual que los otros casos ilustrativos, se genera desde un narrador testigo, que coloca en el mismo plano narrativo a los sujetos carentes de voz con aquellos que relatan sus propias vivencias.

¿Cómo se manifiesta la memoria en el juego del caleidoscopio? ¿Es la memoria, acaso, el reflejo de las imágenes de violencia observadas al interior del tubo ennegrecido? Con el fin de responder a estas interrogantes, podemos establecer una conexión, la que atañe a hechos de violencia de Estado y la memoria. Aseveraciones como la siguiente demuestran el grado de relación manifiesto entre los hechos y el acto de evocación: “Después, cuando ya todo había pasado, cuando ya nadie ni se acordaba vinieron a buscarlo, a pedirle cuentas de cosas que quedaron en el pasado. ¿Para qué quieren desempolvar lo que quedó en el olvido?” (p. 44)22. La obra plasma la memoria de un pasado doloroso para ciertos sectores de la población civil, para lo cual se han generado, y continúan en el tiempo presente, mecanismos de restauración de actos de lesa humanidad. La literatura cobra especial valor cuando de la memoria se trata, porque se teje desde la narrativa un sistema de relaciones que dan cuenta del tiempo pretérito y de la ficción.

Tal y como lo dice la persona en la cita textual anterior, el acto de desempolvar es molesto como analogía que irrita a su familiar con acontecimientos ya superados, presupuesto que compete a la memoria. Mirar al pasado puede tener dos sentidos para cualquier ser humano: recordar hechos agradables y otros que no lo son. La subjetividad marca el tiempo pretérito y permite conformar lo que construimos hoy como identidad. Es decir, la constitución de la memoria también lo es del tejido social, en un sentido macro, pero subjetivo en el plano íntimo e individual: “De la misma manera que precisamos nuestras sensaciones guiándonos en las de los demás, también completamos nuestros recuerdos apoyándonos, por lo menos en parte, en la memoria de los demás” (Halbwachs, 2004: 35). Halbwachs indica que, aunque nuestra memoria opere en el espacio de la colectividad, siempre el sujeto puede disponer de recuerdos que él decidirá si los comparte o comunica al resto del grupo. Esa comunicación de la memoria se hace por elección, lo cual es válido para otro personaje que, movido por el conocimiento del AHPN, sabe que tiene la posibilidad de hurgar en el pasado con el fin de encontrar respuestas:

Cuando bajé por aquellas escaleras gastadas y resbaladizas que parecían la boca de una madriguera y los vi allá abajo, en la penumbra, me dio un escalofrío y me sentí más sola que nunca, como entrando a un mundo desconocido habitado por gente que no tenía nada en común conmigo, como de otro mundo. Ahora sé que estaban casi sentados encima de lo que yo andaba buscando [...] (p. 57)23.

La reconstrucción fragmentaria del pasado que se permite hacer 300 posibilita que sujetos y colectivos confluyan en ejes de violencia-memoria como son el CAI y en revelaciones documentales como el AHPN y el Dossier de la Muerte. Con ello, Cuevas Molina inserta una heteroglosia que, bien sabemos, no aparta a grupos culturalmente heterogéneos, sino que los integra en un complejo mundo narrado, partiendo de la teoría bajtiana en la cual un enunciado posee “un principio absoluto y un final absoluto; antes del comienzo están los enunciados de otros, después del final están los enunciados respuestas de otros [...]” (Bajtín, 1982: 260), con lo que así van concatenándose en el eslabón del recuerdo y el olvido: “[…] solo que él decía [licenciado Maldonado] que ya se había convencido de que el pasado es pasado” (p. 35)24, “Hace un par de meses vi el cuarto en la tele todo empolvado, oscuro y húmedo” (p. 31)25, “Ya ve, señor, que uno puede especular mucho, sobre todo en un país como el mío, tan dado a explorar poco las cosas importantes, a dejar tirado en el camino, como restos de un naufragio, lo que ya fue” (p. 17)26.

Mirar por el caleidoscopio parece ofrecer, por el momento, dos puntos de vista acerca de la memoria como ejercicio colectivo; el primero señala que, si bien todos los sujetos partícipes en el mundo narrado flotan sobre un mismo espacio gravitacional que son los hechos de violencia vividos en la nación guatemalteca, lo hacen desde sus subjetividades y, por lo tanto, revelan una diversidad de juicios de valor y afectaciones de sus mundos de vida. El dolor del recuerdo, como segundo punto, exterioriza que quienes vivieron directamente esos acontecimientos no han sanado por circunstancias comprensibles cuando opera el dolor para concretarlo. Es decir, esos ciudadanos que aún lloran a sus familiares desaparecidos y escarban en una época oculta, alegóricamente se hunden en oscuros pasillos que guardan hojas y papeles llenos de años, polvo, moho y excrementos de ratas que nadie quiere tocar. En concreto, también se reconoce que la afectación de las personas no termina de sanar.

300, por tanto, no ofrece al público lector un cierre de los acontecimientos ni respuestas para las interrogantes que hacen algunos sectores sociales mostrados. Con un carácter de vacío deja sobre la mesa voces, inquietudes, molestias y pesares porque la novela, como artefacto de la memoria, consolida un diálogo con la Historia que parece no tener fin. En ese transitar hacia la búsqueda de respuestas –o la evasión de ellas, como se reconoce en los sectores económicamente privilegiados– el lector se topa con la deficiencia de un sistema que desaparece vidas y multiplica ausencias. Al respecto LaCapra escribe:

A menudo se relaciona la pérdida con la falta, pues la pérdida es al pasado lo que la falta es al presente y al futuro. Se puede sentir que un objeto perdido es algo que falta, aunque la falta no implica necesariamente pérdida. No obstante, la falta indica una necesidad o deficiencia sentida: se refiere a algo que debería estar ahí pero no lo está (LaCapra, 2005: 74).

Con un carácter pesimista, la obra si acaso vislumbra esperanza para unos pocos actores sociales. Las respuestas que posean otros no son compartidas y las que puedan hallarse en el AHPN y en el Dossier de la Muerte son de difícil acceso: “Había documentos de hasta cien años, amarillentos, rotos en los bordes, húmedos, muchos con la letra y los sellos casi borrados, con las fotos desteñidas y medio despegadas. Era un montón de papeles que no sé con qué intenciones se guardaban (p. 22)”27.

La memoria y la búsqueda de la verdad transitan por circunstancias difíciles para hallar respuestas que no fueron dadas por las autoridades competentes cuando correspondía. El pasado, registrado en los millones de folios del AHPN y en el Dossier, como trozos de vidrio de un caleidoscopio roto, termina por incrustarse en las subjetividades afectadas. No obstante, la memoria, como actividad individual enmarcada en la colectividad, permite subsanar aquellas situaciones de violencia y dolor, haciendo ver que la ficha o el registro representa simbólicamente el cuerpo del familiar desaparecido. Aún hoy Guatemala reconstruye su pasado como trozos de vidrio, como pedazos distorsionados y dolorosos, porque la maquinaria del horror es también diversa, utiliza máscaras o se esconde. El ejercicio de la memoria duele para algunos sectores colectivos de la nación guatemalteca y puede doler más si lo que se encuentra no satisface las interrogantes.

En 300 hay quienes se asoman al caleidoscopio y se asombran con lo que encuentran; otros recuerdan escrutando distintas facetas que los movimientos del tubo ennegrecido les ofrecen; hay también quienes se rehúsan a observar, otros vuelven sobre ese mágico mecanismo de la mirada que juega con la vista. La memoria es como ese juego: adormecida a veces, perezosa otras, en el peor de los casos negada, escondida, porque duele, incomoda o porque sí, porque molesta.

Para algunos actores sociales de la novela hay negación del pasado porque formaron parte de la maquinaria del terror (como las declaraciones de los miembros del Ejército); porque los compromete y lo tejieron desde la violencia estando de acuerdo con ella bajo el lema de una nación que se resquebrajó en aras de salvaguardar la armonía y la paz. Caso contrario, para las víctimas, la memoria agobia, acosa, hay que seguir buscando, el pasado no puede enterrarse sin cuerpo porque hay una ficha que dice 300.

Recapitulando, 300 de Rafael Cuevas Molina permite consolidar ese tejido diverso resultante de la relación violencia-memoria con el uso de documentos de carácter histórico como el AHPN y el Dossier de la Muerte y, de paso, renueva la visión de la literatura de la región centroamericana que cada día procura volver sobre el pasado para transitar hacia el futuro. Si bien la obra muestra un tono pesimista con la violencia instaurada como eje estructural de la cotidianidad en grupos de ciudadanos que la resienten, también muestra otros que la evadieron y la justifican como parte del sistema. De ahí la apuesta de 300 por considerar que no sólo un polo puede ser tratado literariamente y que la amplia y contradictoria gama de discursos brinda proyecciones asimétricas valederas para ser consideradas en la literatura.

Asimismo, la novela muestra distintas miradas sobre un hecho histórico que aún hoy continúa en la palestra, desde el ejercicio de la memoria; basta con mirar los diarios de circulación nacional, los juicios mediáticos, las exhumaciones y un sinfín de acciones legales para que algunos sectores de Guatemala reclamen justicia. La realidad proyectada en la novela también tiene interrogantes que esperan respuesta. Con ella, Rafael Cuevas Molina vuelve la mirada hacia su patri: aunque alejado de su nación por la violencia, no por ello es un desplazado del pasado y del olvido.

Referencias

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Anexo 1

Esquema estructural de personajes 300 de Rafael Cuevas Molina

Capítulo(s)

Título

Narrador(es)

I

¡Hijuela!

-Anónimo.

II

La parte de los burócratas

-Ovidio Salvatierra (1).

-Jaime Velásquez (2).

-Esmeralda Chacón (3).

-Esventlana Sequeira (5).

III

La parte de los Gómez Chantla

-Jorge Mario Gómez Chantla (1).

-Josefina Gómez Gutiérrez (2).

-Luis Enrique Gómez Cambronero (3).

-Mayor Everardo Gómez Chantla (4).

IV, XI, XV, XIX, XXIII

De parte de los hechos

-Saúl Ernesto Galíndez (1, caso ilustrativo).

-Julio Almícar Mendoza (2, caso ilustrativo).

-Rocío Isabel Jiménez y Marvin Ortega Acuña (3).

-Pedro Alberto Martínez Juárez (4).

-Raúl Contreras Amaya (6).

V, VII, IX, XIII

De la parte de las razones de la violencia

-Grettel Mejía (1).

-Irma Matamoros (2).

-Jairol Santiesteban Wright (3).

-Esperancita de Cofiño (4).

VI

La parte de los cercanos

-Anamaría Gutiérrez (1).

-Irma Huertas Guevara (2).

-Anexo (De la parte de los burócratas, Inventario de lo encontrado en la casa).

-Emma Solórzano (3).

-Aparicio Guzmán (4).

VIII

Los de los alrededores

-Atanacio Colindres (1).

-Juventino Gómez (2).

X

La parte de los otros

-Esperancita de Cofiño (1).

-Vinicio Cicerone (2).

-Mario Julio Colina (3).

-Guillermo Pérez Ortuño (4).

-Karla Rodríguez Halif (5).

XII, XVII, XX

De la parte de los otros-otros

-Eleazar Chuj Mazariegos (1).

-Sergio Pérez Jeremías (2).

-Gerson, alias “El tepocate” (3).

XIV

La parte de los de afuera

-Heriberto Carrera (1).

-Jaime Polis (2).

-Lidiette Vinocour (3).

-María Laura Odonovsky (4).

-Ismael Huertas Guevara (5).

-Irma Huertas Guevara (6).

-Ángel Abril (7).

XVI, XXI

De la parte de la violencia

-Mayor Everardo Gómez Chantla (1).

-Guilllermo Pérez Ortuño (2).

XVIII

La parte de los policías

-Gumercindo Pérez (1).

-Capitán Julio González Mendoza (2).

-Oficial Margarita Quiñonez (3).

-Anexo Declaraciones del Ministro de Gobernación a la prensa nacional).

-Everardo Chuj Zaldívar (4).

-Juan de Dios “El Fosforito” Morales (5).

XXII

La parte de los viejos conocidos

-Ismael Huertas Guevara (1).

-Harry Edelman (2).

XXIV

A mí que me dejen en paz

-Anónimo.

Fuente: Elaboración propia.

Nota aclaratoria: el número que se consigna entre paréntesis corresponde al que aparece en la novela para el testimonio de cada personaje. Se respeta tal numeración.


1 De esa conjunción se conocen dos obras literarias particulares que tratan el AHPN hasta el momento: El material humano (2009) de Rodrigo Rey Rosa, publicada por Editorial Anagrama, y la obra tratada acá 300 de Rafael Cuevas.

2 Consigno en todo el artículo las siglas AHPN.

3 De ahora en adelante consigno para conflicto armado interno las siglas CAI.

4 Señalo, por ejemplo, escritores como Tatiana Lobo (Chile, 1939), Franz Galich (Guatemala, 1951-2007), Horacio Castellanos (Honduras, 1957), Jacinta Escudos (El Salvador, 1951), Carol Zardetto (Guatemala, 1960), Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958), Dante Liano (Guatemala, 1948), Otoniel Martínez (Guatemala, 1953), Claudia Hernández (El Salvador, 1975), Gioconda Belli (Nicaragua, 1948), Sergio Ramírez (Nicaragua, 1942), Miguel Huezo Mixco (El Salvador, 1954), que han trazado líneas de recuperación del pasado histórico desde apreciaciones subjetivas y colectivas integrando, con ello, una visión renovada de la narrativa de la región.

5 Rafael Cuevas Molina es un prolífico artista, tanto de la plástica como de la palabra. Nació en Guatemala en 1954 y sufrió el contexto de violencia de su nación durante el conflicto armado interno que lo llevó a él y a su familia a exiliarse en distintos países. Actualmente, vive en Costa Rica y trabaja como profesor e investigador de la Universidad Nacional. Dentro de su obra literaria destacan Vibrante corazón arrebolado (1998) su primera novela, Al otro lado de la lluvia (1998), Los rastros de mi deseo: relato de amor intenso (2000), Pequeño libro de viajes (2003), Recuerdos del Mar (2004), Una familia honorable (2008). En poesía ha publicado Crónicas del centro que resplandece (2004). La que hoy me ocupa, 300 salió publicada en el año 2011 y fue premio UNA-Palabra en el 2010 por esta Universidad.

6 Por cuestiones metodológicas y de espacio, no trataré la recepción que haya tenido la novela en comparación con otras de la región centroamericana. Dejo abierta la inquietud para futuros estudios al respecto.

7 Cfr. Garita, N. (2016). Construcción simbólica de la Centroamericanidad: la literatura de posguerra regional. Avance de investigación en curso. Recuperado de http://actacientifica.servicioit.cl/biblioteca/gt/GT30/GT30_GaritaN.pdf, 1-10.

Mackenbach, W. (2014). Los textos como campos de batalla: memoria, escritura y futuro en novelas de América Latina, el Caribe y España. MERIDIONAL Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos, 2, 11-37.

Solórzano Castillo, M. A. (2012). 300: los túneles de la memoria. Acerca de las justificaciones de la violencia en Guatemala. ÍSTMICA, 15, 31-37.

Rojas, M. (2011). Literatura en guerra: la narrativa contemporánea en Centroamérica. LETRAS, 49(1), 27-50.

8 Descrito en la página de la Fundación Myrna Mack, el Dossier de la Muerte es: “[…] un diario de sección de la Inteligencia militar guatemalteca, que consigna información de personas capturadas y desaparecidas forzosamente por agentes del Estado, durante el gobierno militar de facto del General Óscar Humberto Mejía Víctores en el período de 1983 a 1985” (2015). Lo que el Estado guatemalteco de los años ochenta denominó “enemigo interno” se materializó primeramente en fichas de control con datos relevantes y fotografías. Asimismo, con el número 300 y la frase “se lo llevó Pancho” se materializa el horror, porque es el cierre del caso con la muerte y desaparición. Hoy lo que queda de esos hechos de violencia de Estado es la ficha y la ausencia de un cuerpo que enterrar.

9 Ver Anexo 1 Esquema estructural de personajes. Hay que tomar en cuenta que el hecho histórico ubicable en la novela de Rafael Cuevas es el CAI durante 36 años, pero con la especificidad de referirse al AHPN y al Dossier de la Muerte. Con lo anterior, quiero indicar que el cuadro permite entender desde dónde provienen los testimonios, e incluso qué sectores sociales los generaron, con la particularidad de que algunos de los personajes intervienen en el universo de la narración desde dos visiones diferentes. Igualmente, la obra coloca, no una polarización social, sino que ramifica las valoraciones de múltiples y disímiles voces.

10 Jaime Polis, Capítulo XIV, La parte de los de afuera. Para cada cita textual tomada de la novela consigno a pie de página los datos adicionales; cada testimonio lleva el nombre, el capítulo y la ubicación dentro del mundo narrado.

11 Luis Enrique Gómez Cambronero, Capítulo III, La parte de Gómez Chantla.

12 Ovidio Salvatierra, Capítulo II, La parte de los burócratas.

13 Anamaría Gutiérrez, Capítulo VI, La parte de los cercanos.

14 Capítulo XXIV, A mí que me dejen en paz.

15 Elezar Chuj Mazariegos, Capítulo XII, De la parte de los otros-otros.

16 Vinicio Cicerone, Capítulo X, La parte de los otros.

17 Cfr. Memoria del Silencio (1997) y el Informe de la Recuperación de la Memoria Histórica REMHI (1998).

18 La novela 300 registra, casi textualmente, partes del Diario Militar como el “Inventario de lo encontrado en la casa” y una ficha, en particular, con algunos datos modificados. El caso es que con eso inserta la intertextualidad desde el presupuesto de copiar partes del Dossier de la Muerte. Indica Julia Kristeva, citada por Desiderio Navarro, en relación con la intertextualidad: “todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto” (Navarro, 1997, vi).

19 Irma Huertas, Capítulo VI, La parte de los cercanos.

20 Anónimo, Capítulo I, ¡Híjuela!

21 Caso ilustrativo 1, Capítulo IV, De la parte de los hechos.

22 Josefina Gómez Gutiérrez, Capítulo III, La parte de los Gómez Chantla.

23 Anamaría Gutiérrez, Capítulo VI, La parte de los cercanos.

24 Esventlana Sequeira, Capítulo II, La parte de los burócratas.

25 Esmeralda Chacón, Capítulo II, La parte de los burócratas.

26 Capítulo I, ¡Híjuela.

27 Ovidio Salvatierra, Capítulo II, La parte de los burócratas.


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