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ISSN 1023-0890 / EISSN 2215-471X
Número 32 • Julio-diciembre 2023
Recibido: 03/08/22 • Corregido: 11/01/23 • Aceptado: 26/02/23
DOI: https://doi.org/10.15359/istmica.32.8
Licencia CC BY NC SA 4.0

Torres en llamas: poesía de Isabel de los Ángeles Ruano

Burning towers: poetry of Isabel de los Ángeles Ruano

Laura Fuentes Belgrave

Directora Revista Ístmica

La sección de literatura de esta edición N.° 32, nos trae una selección alegremente subjetiva y, por lo tanto, abierta a controversias, de la poesía de la guatemalteca Isabel de los Ángeles Ruano. Esta escritora, periodista y docente, nació en 1945 y se le otorgó el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, en el año 2001, pese a esto, su obra ha tenido escasa divulgación, no más allá de los mismos diez o quince poemas publicados por doquier.

Por ello, en esta sección reproducimos textos más bien poco conocidos de los poemarios publicados de la autora: Cariátides (1967, México DF: Ecuador OO’O) y Canto de Amor a la Ciudad de Guatemala (1988, Guatemala: CENALTEX, Ministerio de Educación), incluidos en la antología Torres y Tatuajes (1988, Guatemala: Grupo Literario Editorial RIN-78), así como de los poemarios publicados por primera vez en dicha antología, según lo describe Ruano en su prólogo a esta obra, los cuales son: Tratados de los Ritmos, Tratados de las Olas, Poemas de Arena, Los Muros Perdidos, Iconografía del Tiempo, El Mar y Tú, Cantar Indio, Retablo Lírico y Cartas de Fuego, estos dos últimos, una colección de sonetos.

Igualmente, la autora ha publicado los poemarios: Los del viento (1999, Guatemala: Óscar de León Palacios), Café Express (2002, Guatemala: Editorial Cultura), Versos dorados (2006, Guatemala: Editorial Cultura), Poemas grises (2010, Guatemala: Editorial Cultura) y El perro ciego (2020, Guatemala: Editorial Cultura).

A fines de la década de 1980, Ruano comenzó a padecer trastornos mentales, desde entonces es vendedora ambulante, posteriormente cambia su expresión de género y en la actualidad reside ‒con gran estrechez económica‒ en la Zona 21 de Ciudad Guatemala.

Cansancio

Isabel de los Ángeles Ruano

Sin tendones, latitudes sin geografía,

sueño humedecido de nostalgia;

cangrejos y cíclopes hebreos enlazándome.

Hay en el crepúsculo una armonía de grises

y desde las flores el tedio, se nos huye,

pero es un intento fracasado;

en el cielo hay caracoles de luto,

la consigna semanal es la rutina,

y cuando llueve nos humedecemos de bruma.

El cinematógrafo se puebla de polillas

y hay una salvaje esperma en la sala;

pero en la tarde se nos fuga la risa

y lo leído es germen de encubrimientos miserables.

Hay muchos que se callan, lo siento;

es doloroso ir contando cuitas, sollozos

desagradables;

cuando la mariposa roja los proscribe;

otros entran en el autobús negro

o a un tren con paralelas de metal,

y se fugan; sin comentarios; no hay esquelas.

Desayunamos, hay olor a novela

en estar huyendo de la psicología,

si te repliegas no funciona lo automático que te

embota.

Lloramos, no hay cementerio que te agrade;

hay noches que no tienen remedio, pero llegan.

Publicado originalmente en el poemario: Cariátides, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 46-47).

Las llamaradas

Isabel de los Ángeles Ruano

Se vislumbran, encienden

este infierno,

saquean las moradas

del dolor,

son amargas.

Agitan una celeste imprecación urgente,

se alzan en rebeliones, mascan la tierra,

se echan a llorar como monstruos,

juegan como olas, brincan, saltan,

encrespan salvajes arboladuras

y queman,

sobre todo, queman

y retrocedo con espantadizos miedos,

con temores,

porque estas quemaduras me sellarán

porque vienen de la candente lava,

porque no reprimen sus gritos

y se tiran de mar en fondo,

a tarascada rugiente

con sus fauces abiertas.

Esta sensación de vivir,

esta angustia

que vuela con el fuego,

esta fogata que me envenena

todo eso sin salida.

Porque ¿a dónde voy que ignoren los geranios?

en dónde mariposas disecadas, olvidadas?

en dónde dejaré la vida, en qué rincón,

en qué lugar olvidaré la vida?

Mi boca está sangrienta, amoratada,

cegada, violada por los ríos candentes,

por los lagos de sangre,

por las auroras que no nacieron,

por la sonrisa quebrada

y ese ayer de tristeza que cargas

como una bola incendiada

estrella falsa que duele

en las tapias,

en los rincones oscuros

y en el bermellón de los crepúsculos

que nacen para morir como nosotros.

Llama viva incendiaria, pira,

llamarada que duele, quemadura,

en dónde me quedaré, en dónde

me esconderé, en dónde?

No chisporrotees, no saltes,

no te alboroces, porque ya no tengo regazo,

porque he muerto de pronto

entre las flores,

porque no vibres, porque no te quemes

dentro de ti misma

¡llamarada!

Incluido en el poemario: Tratados de los Ritmos, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 96-97).

Espectros

Isabel de los Ángeles Ruano

Palideces mortuorias alargándose

en estilizadas siluetas destruidas,

ecos cavernosos esfumando sus líneas…

tas, tas, tas, tas.

Y el taconeo desdobla las baldosas fantasmas.

Arrastra las veletas emigrantes

por el aire

en lúgubres perspectivas de penumbra.

Atrae la desfigurada actitud esparcida

de las fosforescencias macabras.

En una esquina la muerte afila

las aspas del tiempo.

Aprisiono las tumbas perseguidas

y detengo el tiempo desmoronando

sus murallones.

Aquí vacilo, porque los espectros coruscan

tengo que rescatarlos del pasado

y los muero.

Incluido en el poemario: Tratados de las Olas, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 134-135).

D.T.

Isabel de los Ángeles Ruano

La estancia azul iluminada

como una idea.

Sirróc, sirróc, sirróc,

¡PLAS!

¡atrapé la mosca!

llega

y se traslapa

en subconsciencia,

en submundos,

en suburbios

en yerta luz,

en mí.

¡YA NO!

Eso oscuro

eso oscuro

eso oscuro

aplastante,

aplastante,

aplastante.

Pero si yo quiero

esa luz iluminada,

esa estancia,

ese algo que no veo.

Aparece un ejército de hormigas

¿En dónde están las hormigas?

¡Miren insectos! No hay insectos

Sirróc, sirróc, sirróc

no hay luz en la conciencia

¿En dónde estoy, en dónde ando

quién soy yo?

Y solo contemplo el vaho del alcohol,

las sombras.

Incluido en el poemario: Poemas de Arena, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 146-147).

XV

Isabel de los Ángeles Ruano

Mendigaré

a través de las increíbles ciudades del otoño.

Mendigaré la sal, el agua

y el día venidero.

Mendigaré, no importa

porque ahora que provengo de territorios

olvidados

puedo decir con verdad a mis hermanos

me cortaron la lengua y me pusieron marcas al

rojo vivo

pero en nombre de ustedes yo sufrí en el

silencio.

Mendigaré en los parques la luz y los colores

mendigaré la risa de los niños

y el sobresalto y el júbilo de tu corazón.

Y esta tarde en que el llanto entrecruza mi

pecho

solo puedo decirles en nombre de mis versos

mendigaré, mendigaré para dejar regada la

canción

y hacer que mis palabras sean un arcoíris de mi

ser ante ustedes.

Incluido en el poemario: Los Muros perdidos, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, p.183).

¿Qué fue lo que pasó?

Isabel de los Ángeles Ruano

Sólo somos navegantes perdidos

que marchamos a través de las ciudades

con itinerarios inventados

pasajeros de llanto amargo y horas desvaneciéndose

que se hunden derrotadas en tiempo amarillento

increíbles ciudades del pasado que se están

precipitando

o surgen y van cayendo desde el ayer hacia el

presente

la ciudad se desplaza con una evolución

que viene hacia el ahora hacia el aquí

y discurre silenciosamente

con fantasmales velas

largas, largas y taciturnas velas sombrías

sonámbula voz mía enronquecida

por anticuado llanto

no veas aquellas antiguas y perdidas

siluetas deformadas.

Toda la ciudad desfila con compases dolientes

y se me va mostrando en un abanico de siluetas

lágrimas raras y temerarias

las siluetas se retuercen en un abandonado

caracol adolorido

entre las calles abandonadas

escombros polvaredas canciones de baratillo

torturas de tugurios en sombras

cárceles de latigazos implacables.

¿En dónde está esa ciudad? ¿existe?

He visto pasar desfiles callados y de luto

que van llegando a mi mente

con lágrimas retorcidas y enfebrecidas

y carruseles de ansiedades muertas

alambres al rojo vivo sobre la piel

y descargas de alta tensión sobre mi carne.

En las atalayas de la ciudad hay vigilantes

sombríos

que miran hacia el pasado

y descubren las guaridas del dolor

de donde voy saliendo.

Ciudad estoy transmigrando en tus arterias

vengo escapada directamente de la muerte.

Devienen tragedias indecibles, oscuras,

ahora vengo al balcón de la ciudad, la contemplo

y acompaño su paseo bajo ojos que me miran

fúnebres y terribles.

Ante ti, ciudad, dime

¿soy yo la que regresa, quién soy yo?

No caminen por escarpadas avenidas

pero díganle a la calle 18 de septiembre

que yo sé que ella fluirá, fluirá

que siempre llevará dentro de su corriente

trozos de mi alma cristalizada

y el temblor extraño de esta canción.

Marcas y cicatrices vean mis cicatrices

los tatuajes de dolor en la piel

devienen las lágrimas que fueron al silencio

¿En dónde quedó plasmado aquel ayer

si yo estaba prendida en el vacío…?

¿Será milagro decirles que retorno?

aquel dolor, aquel dolor

¿En dónde está ahora, en dónde está?

Ciudad, mírame, yo soy la que regresa

yo soy la que te amaba en el templo increíble.

Ahora todo se deshace entre las brumas del tiempo

se disuelve, se disgrega, se esparce

todo es como ceniza, como una leyenda

todo se desvanece todo se vuelve como un sueño

todo se va esfumando

como una luz apagándose en la llama

sólo quedan recuerdos que vuelan y se dispersan

¿Qué se hizo aquel dolor?

¿Qué fue lo que pasó entre mudos calendarios,

qué fue lo que pasó?

Publicado originalmente en el poemario Canto de amor a la ciudad de Guatemala, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 216-218).

Meditación iconoclasta

Isabel de los Ángeles Ruano

Estoy orando

con un silencio sostenido

o una meditación iconoclasta.

No vengo a decir la condición de la llama

ni hablo del fuego que crepita en la hoguera.

Yo vengo en las volteretas de la nada

y transito en la primavera

sin temores.

No digamos la esencia de la muerte

o la sustancia del miedo

el tétrico pavor de soledad.

No quiero referirme a sentimientos

o dolores

no quiero mencionar la dimensión de la vida.

Hoy saldré de todo lo absurdamente cotidiano

hasta del llanto del día suicidado

y paseo tranquilamente en la floresta.

Beban agua de paz a mi salud, amigos,

mientras la verde alfombra me llena de

mansedumbre

y me tiro sobre la hierba

a respirar de la celeste bóveda

un minuto sin tiempo tormentoso.

Incluido en el poemario Iconografía del tiempo, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 246-247).

Oigo mi corazón

Isabel de los Ángeles Ruano

Oigo mi corazón

jadea como un extraño peregrino.

Ulula la sirena del viento

y tú apareces en la brisa

como un recuerdo aéreo

trepidando mi fiebre

con sensación de ti.

Y deseo tu carne

con la flor de mi cuerpo

con la furia quemante de hojarasca y arena.

Y en la brisa de fuego de la tarde

sé que te amo

con la guitarra agreste rasgada por mis nervios

y humaredas violentas lanzadas al crepúsculo.

Y aquí estás tú en mi ser en mis manos

en la gaviota ágil del sueño

y en la hoguera terrible que me enciende.

Incluido en el poemario El mar y tú, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 272-273).

11

Isabel de los Ángeles Ruano

Diego Tojín Túm

tendido

en la choza de barro

miraba al infinito

con sus ojos abiertos.

Mientras arriba

en el cielo luctuoso

brillaban las luciérnagas.

No tuvo tiempo

para ver

si venían

las lluvias

él, simplemente,

había muerto.

Incluido en el poemario Cantar indio, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, p. 287).

59

La esquina

Isabel de los Ángeles Ruano

Amor de mis desvelos en la esquina

te estoy esperando, silbo mucho,

atravieso la calle, pasa un chucho

y espero que aparezcas, luz divina.

Lentamente la tarde se desliza

entre miradas y suspiros idos

un acordeón que tiembla en sus gemidos,

melodía que trepa tornadiza.

Cancionero del tiempo, calle larga

rumor de sinfonías fugitivas

en dulces notas por tu amor espero.

Y desespero en esta hora amarga

tarareados melódicos y vivos

en que navego ardiente cual velero.

Incluido en el poemario Cartas de fuego, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 332-333).

Juan

Isabel de los Ángeles Ruano

Tiembla la orilla del tiempo, la cima

donde el verbo trepidante estallara

prende la antorcha del hombre, luz rara,

cuando la virgen visita a su prima.

De Zacarías a Juan ella espera

Isabel con su niño, el mensajero,

el profeta del Jordán, el pionero,

Isabel la madre de Juan, ella era…

Llueven en nubes los rayos lejanos

clamaba Juan junto al río azulino

bautizo de agua y de extraños arcanos.

Se le cortó la cabeza. Era el sino

de ese niño bajo el sol: lo terreno

de Juan Bautista sencillo y sereno.

Incluido en el poemario Retablo lírico, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, p. 362).

EUNA UNA

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