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Torres en llamas: poesía de Isabel de los Ángeles Ruano Burning towers: poetry of Isabel de los Ángeles Ruano Laura Fuentes Belgrave Directora Revista Ístmica |
La sección de literatura de esta edición N.° 32, nos trae una selección alegremente subjetiva y, por lo tanto, abierta a controversias, de la poesía de la guatemalteca Isabel de los Ángeles Ruano. Esta escritora, periodista y docente, nació en 1945 y se le otorgó el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, en el año 2001, pese a esto, su obra ha tenido escasa divulgación, no más allá de los mismos diez o quince poemas publicados por doquier.
Por ello, en esta sección reproducimos textos más bien poco conocidos de los poemarios publicados de la autora: Cariátides (1967, México DF: Ecuador OO’O) y Canto de Amor a la Ciudad de Guatemala (1988, Guatemala: CENALTEX, Ministerio de Educación), incluidos en la antología Torres y Tatuajes (1988, Guatemala: Grupo Literario Editorial RIN-78), así como de los poemarios publicados por primera vez en dicha antología, según lo describe Ruano en su prólogo a esta obra, los cuales son: Tratados de los Ritmos, Tratados de las Olas, Poemas de Arena, Los Muros Perdidos, Iconografía del Tiempo, El Mar y Tú, Cantar Indio, Retablo Lírico y Cartas de Fuego, estos dos últimos, una colección de sonetos.
Igualmente, la autora ha publicado los poemarios: Los del viento (1999, Guatemala: Óscar de León Palacios), Café Express (2002, Guatemala: Editorial Cultura), Versos dorados (2006, Guatemala: Editorial Cultura), Poemas grises (2010, Guatemala: Editorial Cultura) y El perro ciego (2020, Guatemala: Editorial Cultura).
A fines de la década de 1980, Ruano comenzó a padecer trastornos mentales, desde entonces es vendedora ambulante, posteriormente cambia su expresión de género y en la actualidad reside ‒con gran estrechez económica‒ en la Zona 21 de Ciudad Guatemala.
Isabel de los Ángeles Ruano
Sin tendones, latitudes sin geografía,
sueño humedecido de nostalgia;
cangrejos y cíclopes hebreos enlazándome.
Hay en el crepúsculo una armonía de grises
y desde las flores el tedio, se nos huye,
pero es un intento fracasado;
en el cielo hay caracoles de luto,
la consigna semanal es la rutina,
y cuando llueve nos humedecemos de bruma.
El cinematógrafo se puebla de polillas
y hay una salvaje esperma en la sala;
pero en la tarde se nos fuga la risa
y lo leído es germen de encubrimientos miserables.
Hay muchos que se callan, lo siento;
es doloroso ir contando cuitas, sollozos
desagradables;
cuando la mariposa roja los proscribe;
otros entran en el autobús negro
o a un tren con paralelas de metal,
y se fugan; sin comentarios; no hay esquelas.
Desayunamos, hay olor a novela
en estar huyendo de la psicología,
si te repliegas no funciona lo automático que te
embota.
Lloramos, no hay cementerio que te agrade;
hay noches que no tienen remedio, pero llegan.
Publicado originalmente en el poemario: Cariátides, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 46-47).
Isabel de los Ángeles Ruano
Se vislumbran, encienden
este infierno,
saquean las moradas
del dolor,
son amargas.
Agitan una celeste imprecación urgente,
se alzan en rebeliones, mascan la tierra,
se echan a llorar como monstruos,
juegan como olas, brincan, saltan,
encrespan salvajes arboladuras
y queman,
sobre todo, queman
y retrocedo con espantadizos miedos,
con temores,
porque estas quemaduras me sellarán
porque vienen de la candente lava,
porque no reprimen sus gritos
y se tiran de mar en fondo,
a tarascada rugiente
con sus fauces abiertas.
Esta sensación de vivir,
esta angustia
que vuela con el fuego,
esta fogata que me envenena
todo eso sin salida.
Porque ¿a dónde voy que ignoren los geranios?
en dónde mariposas disecadas, olvidadas?
en dónde dejaré la vida, en qué rincón,
en qué lugar olvidaré la vida?
Mi boca está sangrienta, amoratada,
cegada, violada por los ríos candentes,
por los lagos de sangre,
por las auroras que no nacieron,
por la sonrisa quebrada
y ese ayer de tristeza que cargas
como una bola incendiada
estrella falsa que duele
en las tapias,
en los rincones oscuros
y en el bermellón de los crepúsculos
que nacen para morir como nosotros.
Llama viva incendiaria, pira,
llamarada que duele, quemadura,
en dónde me quedaré, en dónde
me esconderé, en dónde?
No chisporrotees, no saltes,
no te alboroces, porque ya no tengo regazo,
porque he muerto de pronto
entre las flores,
porque no vibres, porque no te quemes
dentro de ti misma
¡llamarada!
Incluido en el poemario: Tratados de los Ritmos, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 96-97).
Isabel de los Ángeles Ruano
Palideces mortuorias alargándose
en estilizadas siluetas destruidas,
ecos cavernosos esfumando sus líneas…
tas, tas, tas, tas.
Y el taconeo desdobla las baldosas fantasmas.
Arrastra las veletas emigrantes
por el aire
en lúgubres perspectivas de penumbra.
Atrae la desfigurada actitud esparcida
de las fosforescencias macabras.
En una esquina la muerte afila
las aspas del tiempo.
Aprisiono las tumbas perseguidas
y detengo el tiempo desmoronando
sus murallones.
Aquí vacilo, porque los espectros coruscan
tengo que rescatarlos del pasado
y los muero.
Incluido en el poemario: Tratados de las Olas, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 134-135).
Isabel de los Ángeles Ruano
La estancia azul iluminada
como una idea.
Sirróc, sirróc, sirróc,
¡PLAS!
¡atrapé la mosca!
llega
y se traslapa
en subconsciencia,
en submundos,
en suburbios
en yerta luz,
en mí.
¡YA NO!
Eso oscuro
eso oscuro
eso oscuro
aplastante,
aplastante,
aplastante.
Pero si yo quiero
esa luz iluminada,
esa estancia,
ese algo que no veo.
Aparece un ejército de hormigas
¿En dónde están las hormigas?
¡Miren insectos! No hay insectos
Sirróc, sirróc, sirróc
no hay luz en la conciencia
¿En dónde estoy, en dónde ando
quién soy yo?
Y solo contemplo el vaho del alcohol,
las sombras.
Incluido en el poemario: Poemas de Arena, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 146-147).
Isabel de los Ángeles Ruano
Mendigaré
a través de las increíbles ciudades del otoño.
Mendigaré la sal, el agua
y el día venidero.
Mendigaré, no importa
porque ahora que provengo de territorios
olvidados
puedo decir con verdad a mis hermanos
me cortaron la lengua y me pusieron marcas al
rojo vivo
pero en nombre de ustedes yo sufrí en el
silencio.
Mendigaré en los parques la luz y los colores
mendigaré la risa de los niños
y el sobresalto y el júbilo de tu corazón.
Y esta tarde en que el llanto entrecruza mi
pecho
solo puedo decirles en nombre de mis versos
mendigaré, mendigaré para dejar regada la
canción
y hacer que mis palabras sean un arcoíris de mi
ser ante ustedes.
Incluido en el poemario: Los Muros perdidos, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, p.183).
Isabel de los Ángeles Ruano
Sólo somos navegantes perdidos
que marchamos a través de las ciudades
con itinerarios inventados
pasajeros de llanto amargo y horas desvaneciéndose
que se hunden derrotadas en tiempo amarillento
increíbles ciudades del pasado que se están
precipitando
o surgen y van cayendo desde el ayer hacia el
presente
la ciudad se desplaza con una evolución
que viene hacia el ahora hacia el aquí
y discurre silenciosamente
con fantasmales velas
largas, largas y taciturnas velas sombrías
sonámbula voz mía enronquecida
por anticuado llanto
no veas aquellas antiguas y perdidas
siluetas deformadas.
Toda la ciudad desfila con compases dolientes
y se me va mostrando en un abanico de siluetas
lágrimas raras y temerarias
las siluetas se retuercen en un abandonado
caracol adolorido
entre las calles abandonadas
escombros polvaredas canciones de baratillo
torturas de tugurios en sombras
cárceles de latigazos implacables.
¿En dónde está esa ciudad? ¿existe?
He visto pasar desfiles callados y de luto
que van llegando a mi mente
con lágrimas retorcidas y enfebrecidas
y carruseles de ansiedades muertas
alambres al rojo vivo sobre la piel
y descargas de alta tensión sobre mi carne.
En las atalayas de la ciudad hay vigilantes
sombríos
que miran hacia el pasado
y descubren las guaridas del dolor
de donde voy saliendo.
Ciudad estoy transmigrando en tus arterias
vengo escapada directamente de la muerte.
Devienen tragedias indecibles, oscuras,
ahora vengo al balcón de la ciudad, la contemplo
y acompaño su paseo bajo ojos que me miran
fúnebres y terribles.
Ante ti, ciudad, dime
¿soy yo la que regresa, quién soy yo?
No caminen por escarpadas avenidas
pero díganle a la calle 18 de septiembre
que yo sé que ella fluirá, fluirá
que siempre llevará dentro de su corriente
trozos de mi alma cristalizada
y el temblor extraño de esta canción.
Marcas y cicatrices vean mis cicatrices
los tatuajes de dolor en la piel
devienen las lágrimas que fueron al silencio
¿En dónde quedó plasmado aquel ayer
si yo estaba prendida en el vacío…?
¿Será milagro decirles que retorno?
aquel dolor, aquel dolor
¿En dónde está ahora, en dónde está?
Ciudad, mírame, yo soy la que regresa
yo soy la que te amaba en el templo increíble.
Ahora todo se deshace entre las brumas del tiempo
se disuelve, se disgrega, se esparce
todo es como ceniza, como una leyenda
todo se desvanece todo se vuelve como un sueño
todo se va esfumando
como una luz apagándose en la llama
sólo quedan recuerdos que vuelan y se dispersan
¿Qué se hizo aquel dolor?
¿Qué fue lo que pasó entre mudos calendarios,
qué fue lo que pasó?
Publicado originalmente en el poemario Canto de amor a la ciudad de Guatemala, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 216-218).
Isabel de los Ángeles Ruano
Estoy orando
con un silencio sostenido
o una meditación iconoclasta.
No vengo a decir la condición de la llama
ni hablo del fuego que crepita en la hoguera.
Yo vengo en las volteretas de la nada
y transito en la primavera
sin temores.
No digamos la esencia de la muerte
o la sustancia del miedo
el tétrico pavor de soledad.
No quiero referirme a sentimientos
o dolores
no quiero mencionar la dimensión de la vida.
Hoy saldré de todo lo absurdamente cotidiano
hasta del llanto del día suicidado
y paseo tranquilamente en la floresta.
Beban agua de paz a mi salud, amigos,
mientras la verde alfombra me llena de
mansedumbre
y me tiro sobre la hierba
a respirar de la celeste bóveda
un minuto sin tiempo tormentoso.
Incluido en el poemario Iconografía del tiempo, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 246-247).
Isabel de los Ángeles Ruano
Oigo mi corazón
jadea como un extraño peregrino.
Ulula la sirena del viento
y tú apareces en la brisa
como un recuerdo aéreo
trepidando mi fiebre
con sensación de ti.
Y deseo tu carne
con la flor de mi cuerpo
con la furia quemante de hojarasca y arena.
Y en la brisa de fuego de la tarde
sé que te amo
con la guitarra agreste rasgada por mis nervios
y humaredas violentas lanzadas al crepúsculo.
Y aquí estás tú en mi ser en mis manos
en la gaviota ágil del sueño
y en la hoguera terrible que me enciende.
Incluido en el poemario El mar y tú, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 272-273).
Isabel de los Ángeles Ruano
Diego Tojín Túm
tendido
en la choza de barro
miraba al infinito
con sus ojos abiertos.
Mientras arriba
en el cielo luctuoso
brillaban las luciérnagas.
No tuvo tiempo
para ver
si venían
las lluvias
él, simplemente,
había muerto.
Incluido en el poemario Cantar indio, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, p. 287).
Isabel de los Ángeles Ruano
Amor de mis desvelos en la esquina
te estoy esperando, silbo mucho,
atravieso la calle, pasa un chucho
y espero que aparezcas, luz divina.
Lentamente la tarde se desliza
entre miradas y suspiros idos
un acordeón que tiembla en sus gemidos,
melodía que trepa tornadiza.
Cancionero del tiempo, calle larga
rumor de sinfonías fugitivas
en dulces notas por tu amor espero.
Y desespero en esta hora amarga
tarareados melódicos y vivos
en que navego ardiente cual velero.
Incluido en el poemario Cartas de fuego, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, pp. 332-333).
Isabel de los Ángeles Ruano
Tiembla la orilla del tiempo, la cima
donde el verbo trepidante estallara
prende la antorcha del hombre, luz rara,
cuando la virgen visita a su prima.
De Zacarías a Juan ella espera
Isabel con su niño, el mensajero,
el profeta del Jordán, el pionero,
Isabel la madre de Juan, ella era…
Llueven en nubes los rayos lejanos
clamaba Juan junto al río azulino
bautizo de agua y de extraños arcanos.
Se le cortó la cabeza. Era el sino
de ese niño bajo el sol: lo terreno
de Juan Bautista sencillo y sereno.
Incluido en el poemario Retablo lírico, reproducido en la antología Torres y Tatuajes (1988, p. 362).
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