N.º 81 • Enero - Junio 2020
ISSN: 1012-9790 • e-ISSN: 2215-4744
DOI: http://dx.doi.org/10.15359/rh.81.1
Fecha de recepción: 06/08/2019 - Fecha de aceptación: 28/08/2019


Realismo mágico y real maravilloso: modelos interpretativos para la historia cultural de América Latina

Magical Realism and Marvelous Real: Interpretative Models for the Latin America Cultural History

Antonio Álvarez Pitaluga*

Resumen: se propone un acercamiento histórico a las categorías literarias, realismo mágico y real maravilloso, mediante un análisis de sus potencialidades como modelos interpretativos para la historia cultural de Latinoamérica. Se demuestra, además, que sus más reconocidos representantes, Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier, estructuraron dichas aportaciones desde una perspectiva historicista como modelos transdiciplinarios para la comprensión cultural de América Latina.

Palabras claves: historia; cultura; literatura; novela; escritura; América Latina.

Abstract: The article proposes a historical approach to literary categories, magical realism and Marvelous Real. Their potentialities are analyzed as interpretive models for the cultural history of Latin America. It is intended to demonstrate that its most recognized representatives, Miguel Ángel Asturias and Alejo Carpentier, structured these contributions from a historicist perspective as trans-disciplinary models for the cultural compression of Latin America.

Keywords: History; Culture; Literature; Novel; Writing; Latin America.

¿Qué lugar ocupa América Latina en la historia universal? Inspirada en una similar inquietud, formulada desde el quehacer intelectual del proyecto grupal más importante de la primera mitad del siglo XX en Cuba, el grupo Orígenes, la dimensión informativa de una probable respuesta a pregunta tan abarcadora, sería el equivalente a la amalgama de varios discursos históricos. Estos se han producido desde los intersticios de la universalidad de la historia y las civilizaciones humanas en los últimos cinco siglos. No obstante, a pesar de los más de quinientos años transcurridos a partir de la forzosa incorporación de América al entramado de la historia universal, todavía una respuesta convincente sigue siendo una ecuación exegética de difícil comprensión para la persona occidental, tanto europea como americana.

Y es que no pocas interpretaciones socioculturales de América Latina se han articulado desde tradiciones ideológicas e historiográficas asociadas directamente al poder de los vencedores, o sea, a los colonizadores europeos, los dominadores de matriz occidental. Sus visiones, lógicas y racionalidades, fueron mayormente, las triunfadoras durante más de cinco centurias, dando vida a una predominante racionalidad histórica occidental para ver y entender a América Latina. Tan preponderante ha sido, que a finales del siglo XX, todavía se prefería esperar a que un europeo nos explicase cómo se produjo la colonización cultural del continente, cuando más de tres décadas atrás ya los latinoamericanos la habían revelado, sin descontar otras miradas primigenias, como las de José Martí (1853-1895) con su emblemático texto «Nuestra América»,1 de 1891.

Así, en 1982 Tzvetan Todorov desplegó su reflexión en torno a La conquista de América. La cuestión del otro,2 sobre la imposición colonizadora desde el lenguaje, los signos, los símbolos y la religión, es decir, la dominación cultural como fórmula de colonización en América. Sin embargo, treinta y seis años atrás, en 1946, el escritor latinoamericano Alejo Carpentier ya había examinado semejante suceso en su obra La música en Cuba, al decir que, en la conquista europea de América: «Terminada la lucha de los cuerpos, iniciábase la lucha de los signos».3

Desde tal lógica europeizante, el continente es aún hoy visto como tierra rescatada de la barbarie, conjunto de paraísos exóticos que han sido occidentalizados con mayor o menor éxito,4 lugar de feroces enfrentamientos en aras de civilizar y educar al estilo occidental; también, espacio de adoctrinamiento cultural.5 Uno de los resultados culturales más complejos de esa occidentalización colonizadora es el hecho de que los propios latinoamericanos nos sentimos parte esencial de Occidente, y por tanto, vemos y entendemos nuestra realidad desde la lógica y la temporalidad occidental, a pesar de reconocer a un mismo tiempo nuestras raíces indígenas, africanas y de otras latitudes del mundo. En consonancia, asumimos la multiculturalidad de los últimos cinco siglos, pero no tanto así, la transculturalidad y los sincretismos de nuestras sociedades, bases de nuestras actuales identidades nacionales.6 Al igual que ocurre en la relación dominador/dominado, admitimos ser, consciente o inconscientemente, el otro de Todorov, sin significar esto su plena comprensión cultural.

Las raíces de tal asunción mental e ideológica tienen extensiones en el pensamiento y en las mentalidades excluyentes de varias ciudadanías latinoamericanas, y tanto es así, que hoy se dibujan como paradojas de la historia cuando en la propia Europa existen sectores sociales, academias e intelectuales que reconocen las mezclas y los aportes culturales de otras civilizaciones y culturas llegadas a sus tierras.

No pocos escritores latinoamericanos contribuyeron a la construcción mental y cultural de nuestras occidentalizaciones sociales, durante los últimos doscientos años de historia, desde el comienzo del proceso independentista, de 1810-1824, pasando por la formación de los Estados Nacionales, 1830-1870, hasta la deformante inserción de la región en la órbita del capitalismo mundial, desde buena parte del siglo XIX y la primera del XX. Tal vez, Domingo Sarmiento con su dicotomía, civilización y barbarie,7 fue uno de los iniciadores de esa construcción occidentalizadora de Latinoamérica, elaborada por sus propios intelectuales.

Al extrapolar esquemas ideológicos y raciales, sistemas de relaciones sociales y parámetros escriturales de la literatura europea, varios escritores latinoamericanos, voluntaria o involuntariamente, han definido una visión de América Latina con base en la lógica occidental. Esta se ha embonado con la propia comprensión de América desde Europa, la misma que insiste en vernos y estudiarnos, desde su raciocinio histórico de evolución lineal a través de periodos históricos o formaciones socioeconómicas sucesivas. Desde dicha racionalidad histórica se establecieron igualdades, desigualdades o similitudes entre Europa y América para entender el devenir sociocultural de la última; así, por ejemplo, el transcurso y el ritmo del tiempo histórico americano son semejantes al europeo. De igual modo para casi todas las élites tradicionales en el poder, no pocos procesos de formaciones nacionales, identidades culturales o el desarrollo de grupos y clases sociales latinoamericanos, se explican desde una perspectiva europea y occidental. Por casi cuatro siglos Europa y el mundo occidental, de matrices grecolatinos, se convirtieron no solo en referentes colonizadores y culturales del subcontinente, sino, además, en lógicas explicativas de la evolución y la comprensión de América Latina desde los inicios de la modernidad hasta los albores del siglo XX.

Desilusión europea y nacionalismos latinoamericanos

En el plano de la cultura, el clima de efervescencia nacionalista y social se reflejó en la aparición de varias novelas que expresaban los acuciantes problemas que aquejaban a la sociedad latinoamericana sometida por los monopolios imperialistas y dictaduras entreguistas. Así en La vorágine (1924), el colombiano José Eustasio Rivera incursionó con profundidad en el tema de la despiadada explotación soportada por los trabajadores de las grandes plantaciones de caucho situadas en medio de la selva. Por su parte, el venezolano Rómulo Gallegos recogía en Doña Bárbara (1929) toda la dura vida en una hacienda patriarcal de Los Llanos de Venezuela, mientras el argentino Ricardo Güiraldes en Don Segundo Sombra (1926) describía con crudeza las actividades del humilde gaucho. Casi en forma paralela, hacía su aparición en el Caribe la poesía negrista con las óperas primas del puertorriqueño Luis Palés Matos y el cubano Nicolás Guillén, a la vez que en el campo de la antropología se realizaban las rigurosas investigaciones dedicadas a los aportes de los esclavos africanos y sus descendientes a la formación nacional de Brasil y Cuba, realizadas por Gilberto Freyre y Fernando Ortiz, respectivamente.10

Fuente: elaboración propia a partir de los datos ofrecidos en la obra de K. Morgan, Cuatro siglos de esclavitud trasatlántica (Barcelona, España: Editorial Crítica, 2017), 47.

Acanda, Jorge Luis. Sociedad civil y hegemonía. La Habana, Cuba: Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana, 2002.


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