Revista N.° 74
Julio-Diciembre 2023
ISSN 1409-424X; EISSN 2215-4094
Doi: https://dx.doi.org/10.15359/rl.2-74.1
URL: www.revistas.una.ac.cr/index.php/letras
Novela de crímenes en la Centroamérica del siglo xxi: dos novelas de Gerardo Guinea Diez1
(The Crime Novel in 21st-Century Central America: Two Novels by Gerardo Guinea Diez)
María del Pilar López Martínez2
Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México
Resumen
El artículo propone aspectos para la caracterización de la novela de crímenes en la región centroamericana y su expansión en tanto categoría generalmente ligada a lo policiaco o noir, a partir del estudio de la escrituración estética que presenta casos de genocidio en las sociedades actuales. Estudia dos novelas guatemaltecas de principios del siglo xxi de Gerardo Guinea Diez: El árbol de Adán y La mirada remota, Se apoya en algunas propuestas teóricas de Segato, Bourdieu, Arendt y Agamben, para el análisis de categorías fundamentales como nación, Estado, democracia, ciudadanía o libertad.
Abstract
This article proposes aspects for the characterization of the crime novel in the Central American region and its expansion as a category generally linked to the police or Noir, based on the study of aesthetic writing that presents cases of genocide in current societies. It addresses two Guatemalan novels from the beginning of the 21st century written by Gerardo Guinea Diez: El árbol de Adán and La mirada remota. It applies theoretical concepts from Segato, Bourdieu, Arendt and Agamben, for the analysis of fundamental categories such as those of nation, state, democracy, citizenship or freedom.
Palabras clave: literatura centroamericana contemporánea, Gerardo Guinea Diez, Guatemala, feminicidio, genocidio, novela de crímenes.
Keywords: contemporary Central American literature, Gerardo Guinea Diez, Guatemala, femicide, genocide, criminal novel
En su introducción al número de Istmo: Revista Virtual de Estudios Literarios y Culturales Centroamericanos, dedicado a la novela de crímenes, Jeffrey Browitt y Mauricio Chaves dan cuenta de las transformaciones que la denominada novela policiaca y criminal han tenido en la región, misma que caracterizan como aquella que generalmente presenta un crimen por resolver, pero en cuya trama, no forzosamente se resuelve. Los especialistas, que incluyen como ficciones de crímenes tanto a novelas policiacas, neopolicacas, detectivescas o noirs afirman que:
La ficción de crímenes parece ser una categoría tan amplia que su capacidad amenaza cualquier intento analítico de resumirla (…) Al igual que la novela en general, cuya historia da testimonio de una innovación constante, la novela policiaca se ha convertido en un subgénero de alcance global que admite múltiples estilos y contenidos, desde tramas estándar de disparar y saquear, hasta escenarios filosóficos más cerebrales e incluso formas metaficcionales o autoficcionales. Las novelas Moronga de Horacio Castellanos Moya o Caballeriza de Rodrigo Rey Rosa son solamente algunos ejemplos3.
Esta transformación abre un panorama de posibilidades de caracterización del género considerado criminal, entre otras razones porque ya no figuran en ellas protagonistas miembros de las fuerzas del orden y porque los crímenes cometidos pasan de ser una excepción en las sociedades que se presentan como escenarios, a la constante que se extiende por todos los ámbitos, públicos y privados, cuya expresión estética y sentido muestra un malestar generalizado en las sociedades contemporáneas.
Gustavo Forero indica que la novela de crímenes ha constituido un género crítico social y culturalmente que pone el malestar en el centro4. Su lectura subraya la necesidad de reflexionar sobre la construcción de un canon que históricamente ha privilegiado la prefiguración de personajes representantes de una comunidad, que mantienen su autoridad como garantes del pacto social, a través de la resolución del caos que surge en espacios liminares por los que se cuela el crimen. Varios son los ejemplos de obras clásicas en que sus personajes mantienen esas virtudes capaces de salvar a los desprotegidos del caos y en casi todos ellos las cualidades de sus héroes5 se desprenden de su pertenencia a contextos en lo que lo normativo y la confianza en la idea que se tiene del Estado y las instituciones, garantiza la reproducción de la vida ordenada y «armónica» para ciertos sectores sociales. El «bien común» subrayado por el sentido de algunas de esas obras, por tanto, es forzosamente resultado de la obediencia consentida a la normatividad impuesta para mantenimiento de los poderes que aseguran la continuidad de sistema6.
La novela de crímenes, aquella que guarda en su trama un misterio resultado de las acciones que vulneran el orden existente y cuyas razones se deben esclarecer, se ha vuelto, como ya también se ha señalado, en un género idóneo para poner sobre la mesa la degradación de lo moral, la reflexión sobre el pasado violento o la debilidad institucional. En suma, el cuestionamiento sobre la supuesta racionalidad civilizatoria a la que pertenecemos.
De la misma forma, hace poco más de dos lustros Gustavo Forero tomó prestada la categoría de «anomia» acuñada por Emile Durkheim7 para caracterizar la novela de crímenes en Colombia, y señaló la importancia de realizar un acercamiento distinto a lo que se entendía como género policiaco en la narrativa sobre crímenes de los países latinoamericanos. El académico señala:
Entiendo anomia en la literatura como aquella situación narrativa en virtud de la cual la novela da cuenta de cierta confusión ideológica en la organización social, donde resulta imposible que el individuo se reconozca en el contenido de una norma, o en la que la ausencia de una norma social en un caso dado le impide adecuar su conducta a ella8.
Forero acierta en el análisis interdisciplinario para el cuestionamiento sobre los vínculos y cruces que las transformaciones del género, cuyos orígenes se encuentran en la denominada novela policial, ha tenido, y su especificidad como «metagénero» que surge desde la antigüedad —Edipo mató a su padre, Caín a su hermano, nos dice el autor—9. Dicha narrativa se opone en la actualidad latinoamericana a la narrativa negra estadounidense particularmente por el individualismo característico de las sociedades liberales y capitalistas, o el racismo y la violencia callejera propios de las sociedades urbanas «modernas». En esas obras encontramos que el crimen obedece a las pasiones íntimas de los personajes opuestos siempre, al bien prefigurado socialmente. Es decir, existe una confianza en la figura del Estado como garante del bien social y la justicia, a pesar de que en su presente narrativo se encuentren dislocados, y el sujeto criminal será el trasgresor de las normas establecidas.
La anomia implica la existencia de normas débiles o su ausencia; es la prefiguración, dentro de universos que permiten reconocer una «desviación»10 de aquello que nos distingue como sociedades que buscan el bien común. De ninguna manera se refiere al tránsito normativo hacia otra serie de valores acordes a su presente. Sitúa, pues, el sentido ontológico de dichas obras en el señalamiento de sociedades que han perdido fuerza y credibilidad en las instituciones y por ello se abre el resquicio por el que se cuela el crimen, pero conservan los valores y preceptos que permiten la cohesión y el orden, así sea de forma individual, a través de ciertos posicionamientos éticos frente a lo inadmisible, por ejemplo.
Paco Ignacio Taibo II acuña el término «neo-policial» para aquellas novelas que prefiguran al Estado como el generador del crimen11. Los textos tendrán como característica particular el sentido de la denuncia social y política que pone de manifiesto los abusos de poder y la violencia institucionalizada como motivos para la generación de un caos mayor y dan cuenta de la corrupción en las prácticas de poder que se extienden a otras instancias y agentes del «orden».
En Centroamérica, ciertas novelas guardan características comunes con la «neo-policial»: una denuncia estructurada a partir de las tensiones generadas entre los discursos históricos hegemónicos y los que tales novelas presentan como memoria de acontecimientos. Así, desmienten las verdades aceptadas como históricas, acontecimientos sustentados en investigaciones y documentación que dan cuenta del deterioro en los órganos de poder. Entre estas novelas podemos mencionar El meñique del ogro (2020), del nicaragüense Erick Aguirre, y Moronga o Donde no estén ustedes, del salvadoreño Horacio Castellanos Moya.
Esta novela centroamericana, que seguirá teniendo como temática central la ejecución del crimen y la búsqueda de las razones que le dieron origen, en tanto producto estético y literario, disputará la configuración de imaginarios y abonará la memoria de sucesos traumáticos que se entreveran desde otros saberes o espacios de poder distintos a los socialmente reconocidos. Es decir, la literatura participará (discutirá, disputará, abonará) con las construcciones discursivas de la Historia, en particular tratándose de acontecimientos límites en su crueldad como los genocidios y las diversas construcciones discursivas que desde los diferentes actores se generan alrededor de los mismos12.
La narrativa criminal centroamericana, aparte de contar con una tradición de denuncia y de diálogo ficcional con episodios de las narrativas históricas, presenta en ciertas obras características de lo abyecto que exigen la revisión de lo que el canon actual considera como criminal; ciertas obras narran al crimen como una norma en los espacios de poder, como base estructural que sostiene a un sistema en el que las instituciones se constituyen como engranajes para reproducir el horror. Así ese «orden» abona al mantenimiento de los privilegios de ciertos sectores sociales y el bien común desaparece. No existe, por tanto, una debilidad institucional; el caos es el espacio que permite la supervivencia de lo actual.
Más que novelas policiacas o de detectives, los sujetos que las habitan, a pesar de algunas veces pertenecer a los cuerpos represores (como en el caso de El hombre de Montserrat13, del guatemalteco Dante Liano) guardan cierta estatura moral en el contexto en que se desenvuelven. En algunas otras, (como en Un sol sobre Mangua14 o El meñique del ogro15, de Aguirre), las pesquisas las desarrollan periodistas a veces vivos, a veces asesinados, que narran desde su ausencia definitiva los acontecimientos. Sujetos todos que se enfrentan a episodios cuya incógnita será siempre imposible de resolver dado que no obedece a la ruptura del orden por parte de un sujeto individual, ni a una «entidad psicológica»16. Estos sujetos, despojados de la vestimenta de autoridad (¿qué cuerpo policiaco sería tan confiable en la actualidad como para resolver cualquier crimen?), apelan a narrar, sin embargo, ciertas verdades, que, si bien no tienen forzosamente que ver con la resolución de los crímenes, si señalan los orígenes del caos sin salida de su contexto. Son «testigos» de un presente, imposibilitados de encontrar solución total a los acontecimientos.
Esta narrativa figura sobre la aparición de sujetos individuales otrora marginales, que, lejos de los sueños colectivos de justicia reflejados en algunas narrativas anteriores en las que la confianza en las utopías revolucionarias constituía el tema y sentido de las obras, deben optar por la ética personal en situaciones en las que no existen soluciones para resolver lo que desde lo liminar social se considera crimen. Sujetos olvidados en la nueva normalidad democrática pero lastimados por las guerras pasadas, que emergen de situaciones resultado de episodios de violencia generalizada, cuya tarea imposible será buscar solución o dejar al descubierto el rostro oculto del poder.
Algunas novelas prefiguran las ciudades de las democracias modernas como asentadas sobre necrópolis que habitan en los archivos secretos (como en El material humano17 de Rodrigo Rey Rosa), subterráneos la mayor parte de las veces (La mirada remota18, de Gerardo Guinea Diez), las fosas clandestinas, los cuerpos policiacos desmovilizados, pero clandestinamente activos (El arma en el hombre19, de Horacio Castellanos Moya), o los gobiernos corruptos. Espacios en los que salen a la luz evidencia de lo terrorífico; los órganos de poder estatales, la policía, los militares, las fiscalías, la burocracia. Instituciones encargadas del supuesto mantenimiento de las condiciones para la convivencia armónica en la justicia y la igualdad o instancias para el uso legítimo de la fuerza en defensa de la ciudadanía.
Para el caso de la novela criminal en Centroamérica, esta fuerza del caos que permea la sociedad y las instituciones no cambia el carácter de lo denominado «criminal» (la trasgresión, rompimiento, violación de las normas que permiten la convivencia bajo la organización de un sistema específico que, imaginamos, vela por el bien común y protege la vida), pero si lo desindividualiza; no hay un origen en la patología individual, aunque si bien el pathos inicia en el sujeto, su germen surge de la raíz en que la sociedad se asienta, en la base de un pacto que dota al Estado de la autoridad que legitima y define la utilidad de las vidas y la distribución de la justicia. Los conflictos sobrepasan las barreras de clase, origen, espacio. No sólo la ciudad y el crecimiento irracional de la población serán los escenarios del crimen, lo privado y lo público se mezclan y por tanto no existirá lugar especial para el surgimiento de lo abyecto. El espacio o el individuo dejan de ser, por tanto, fundamentales para la explicación del crimen, su psicología o su historia; el crimen no es ninguna excepción sino parte fundamental del sistema que se reproduce asentado universos que desmienten cualquier heroicidad posible. Jeffrey Browitt señala:
La narrativa negra en Centroamérica hoy día parece ordenarse en dos tendencias que organizan una doble crisis existencial: la crisis de cierta subjetividad (individual, racional, moderna, masculina, hegemónica) aparejada de una crisis de institucionalidad, todo ello con el trasfondo de la pobreza, la desigualdad y la violencia (el narcotráfico, la crisis climática, las migraciones, la reorientación de las economías dentro de la globalización, el posnacionalismo, etc.). Ambas tendencias están conectadas por la doble crisis de la modernidad: las subjetividades desgarradas por proyectos de modernización capitalista que han desembocado en el recrudecimiento de las asimetrías sociales y la violencia, y el Estado debilitado por la corrupción y la impunidad del crimen o, en otras palabras, la democracia secuestrada. Eso nos deja dos niveles entrelazados: uno donde se juegan problemas de construcción social de las subjetividades y otro donde estas subjetividades entran en conflicto con la institucionalidad que busca regular sus límites20.
Para Browitt, el trasfondo que presenta la novela sobre crímenes obedece a una denuncia «velada de las relaciones personales, sociales y políticas del país que provee el escenario de la acción». Es así como las obras son, también, novelas políticas. No únicamente porque critican la forma como el poder se manifiesta, y con ello presentan denuncias específicas sobre aconteceres reconocidos y vividos entre ciertos sectores de la población; sino porque, de manera muy general, rompen con la división de sectores que habían sido representados como marginales (y que ocupaban el espacio donde se producía el caos) para manifestar la posibilidad del origen del mal en cualquier sitio, espacio, persona, colectivo. Es decir, no existe una división que permita encontrar esa separación de los binarios bien y mal muchas veces establecidos a partir de la representación de sujetos más ilustrados, con mayor poder económico, «hombre y mujeres de bien», por ejemplo: la sociedad en su conjunto guarda el malestar que reproduce y no puede eliminar.
¿Dónde, por tanto, situar el origen del conflicto? ¿En qué ente, sujeto, institución, se alberga la erupción que desata la crisis civilizatoria que vivimos? ¿Hasta dónde abarca la fuerza de su impulso?
Quisiera indagar esta generalización de lo criminal prefigurada en dos de las novelas guatemaltecas del siglo xxi, a partir de algunas ideas sobre el Estado y la sociedad de Hannah Arendt, Pierre Bourdieu y Giorgio Agamben. Dichas novelas son El árbol de Adán y La mirada remota21, ambas escritas en el siglo xxi, ambas situadas en Guatemala, ambas de Gerardo Guinea Diez. En los dos casos, la trama trata de la perpetración de genocidios. El primero tipificado por la ONU y las cortes internacionales y asentado en diversos juicios a los protagonistas de los gobiernos en turno; en el segundo a partir de las discusiones de, y fundamentalmente, la académica Rita Segato, que establece la necesidad de tipificar el feminicidio como genocidio.
El conflicto central de ambas novelas se desarrolla con dos personajes que buscan comprender los motivos que dan paso a los exterminios de comunidades específicas. Ninguno es investigador o detective; uno maestro rural cuyas motivaciones son absolutamente personales, y el segundo un abogado trabajador de la fiscalía, cuya tarea de esclarecer obedece a un mandato de sus jefes en la policía. El crimen se sitúa en un Estado dictatorial. Tiene referencias clarísimas con el genocidio cometido durante la dictadura de Efraín Ríos Montt en Guatemala. Su historia narra el regreso de un maestro rural, sobreviviente del genocidio guatemalteco, a su pueblo, luego de años de vivir con el trauma del asesinato total de los pobladores de su comunidad. El maestro regresa buscando comprender las razones de los acontecimientos que dislocaron los tiempos a partir de la noche en masacraron a todos.
Es una novela de crímenes que claramente se separa de lo policial y detectivesco, pero que conserva en el centro la irracionalidad del crimen en una sociedad que permite, explica e incluso pretende olvidar acontecimientos como los ocurridos en esos años ya pasados. Es de crímenes porque lo cometido atenta, en el pasado y en el presente, contra la población específica y la sociedad en su conjunto; contra los derechos establecidos para los ciudadanos, y deja evidencia sobre el abuso de poder y la irracionalidad criminal del sistema al que se pertenece; porque cuestiona de inicio los fundamentos de la modernidad que sostiene a dicha sociedad. Además, es de crímenes porque se manifiesta la existencia de poblaciones vulnerables frente a los intereses históricos de despojo y atropello de derechos en la inequidad de sociedades «modernas» que otorgan nulo valor a la vida de quienes se diferencian culturalmente. Deja al descubierto, por tanto, la política de exterminio que desde el Estado se implementa contra poblaciones particulares: el genocidio.
La mirada remota es también una novela del regreso, un abogado de la actualidad democrática guatemalteca que huyó de su país luego del terrible asesinato de su novia, vuelve a la fiscalía general para hacerse cargo, sin quererlo, de la investigación sobre los miles de feminicidios cometidos a lo largo de la historia reciente de su país. Es claramente una novela criminal que tiene en su centro la incógnita del asesinato generalizado y cotidiano de mujeres en la historia de Guatemala. Se expone la existencia de miles de casos archivados de mujeres asesinadas que, bajo la lógica de la búsqueda por los motivos particulares de cada perpetrador, sería prácticamente imposible resolver. La narración trae al presente del relato dichos casos y su protagonista, más que abocarse a encontrar culpables, se propone tratar de comprender las raíces del mal que permiten no sólo cometer esos innumerables crímenes, sino archivarlos, mantener ocultas las posibilidades de actuar en contra de que se cometan, ante la falta de reacción social hacia una situación que rebasa los 40 000 feminicidios en algunos años y cuya sociedad, incluso, justifica.
Si bien La mirada remota es mucho más afín a lo que se comprendería como novela criminal (la existencia de un investigador personificado en el abogado y de ciertas pesquisas, por ejemplo), el crimen se encuentra además de en los asesinatos, en la estructura gubernamental que ha permitido que se sumen día a día más casos sin ocuparse de investigarlos. Pero también es una novela criminal porque evidencia la existencia de andamiajes de poder que actúan sobre lo femenino y que, en palabras de Rita Segato son resultado de la estructura jerárquica y patriarcal arraigada en las sociedades democráticas y modernas actuales:
Esta estructura, a la que denominamos «relaciones de género», es, por sí misma, violentogénica y potencialmente genocida por el hecho de que la posición masculina sólo puede ser alcanzada —adquirida, en cuanto estatus— y reproducirse como tal ejerciendo una o más dimensiones de un paquete de potencias, es decir, de formas de dominio entrelazadas: sexual, bélica, intelectual, política, económica y moral. Esto hace que la masculinidad como atributo deba ser comprobada y reafirmada cíclicamente y que, para garantizar este fin, cuando el imperativo de reconfirmación de la posición de dominio se encuentre amenazado por una conducta que pueda perjudicarlo, se suspenda la emocionalidad individual y el afecto particular que pueda existir en una relación yo-tú personal entre un hombre y una mujer que mantengan un vínculo «amoroso».
El recurso a la agresión, por lo tanto, aun en el ambiente doméstico, implica la suspensión de cualquier otra dimensión personal del vínculo para dar lugar a un afloramiento de la estructura genérica e impersonal del género y su mandato de dominación22.
Las agresiones contra las mujeres, explica Segato, son resultado de los mismos comportamientos que se tipifican en contextos distintos como «crímenes de guerra», y el número y alcance del feminicidio es hoy en día muchas veces superior a los cometidos en esos conflictos, pero perpetrados en sociedades democráticas cuyos Estados deben velar por la seguridad y bien de los pobladores. Los cuerpos gubernamentales, sin embargo, minimizan los asesinatos de mujeres catalogándolos como crímenes sexuales, y no como crímenes que tienen como vehículo la agresión sexual. La generalización de los feminicidios obedece por tanto a estructuras de dominación de una cierta parte de la población sobre otra, sustentada en una cultura de dominación masculina. Para evitar entre otras cosas su prescripción, debe catalogárseles como genocidio, señala la académica. Es criminal, finalmente, porque configura la existencia de una sociedad a la que la realidad del feminicidio le es «ajeno», y su desinterés, apatía y sojuzgamiento, permite su reproducción.
Los genocidios son prefigurados a partir de técnicas narrativas absolutamente distintas; ambas narran sucesos reales (el exterminio de comunidades indígenas, los asesinatos de mujeres) a partir de la ficción y por tanto, buscan contar historias traumáticas de la forma en que Jorge Semprún las concebía; el intelectual español se cuestiona sobre los límites del lenguaje para narrar los horrores del Holocausto y concluye: ante lo inexpresable y lo irrepresentable, ante lo invivible de lo acontecido, solo el arte transmitirá la verdad de los sucesos. Es un compromiso ético que aboga por el mantenimiento y develación de verdades que de otra forma serían imposibles de creer23.
El árbol de Adán ofrece una estructura de rompimientos temporales y de lenguaje poético, mientras que La mirada remota, presenta una estructura lineal y que transcurre entre reflexiones del protagonista sobre la tarea encomendada, y ciertos diálogos que profundizan en la problemática que la misma significa. Sin embargo, sus personajes adoptan toman una postura ética frente a la inercia social que da paso al olvido y al adormecimiento de lo humano elemental frente a los acontecimientos más monstruosos. Encontramos en ellos, sea por la herida que ambos tienen a cuestas (el asesinato de la novia; la masacre de la familia y la comunidad), sea por la necesidad de re humanizarse, cierta conciencia que permite oponerse al curso de los acontecimientos, oponerse a la reproducción social que puede abrir la puerta a la repetición de la historia.
Los referentes políticos se encuentran prácticamente ausentes de la primera novela con tan solo dos menciones a los cuerpos militares:
Haré un alto frente a la llama que los consumió una noche que los soldados bordearon el río en silencio y entraron a la aldea por el lado de la escuela y agruparon a todos sus habitantes bajo los árboles para después meter a la mitad en un aula y al resto en la iglesia para quemarlos vivos24.
¿Llegaron ellos a su final? Es posible cuando fueron arrastrados muy lejos y ese final, difícil de explicar, está en las cenizas, en los huesos calcinados, en los cuerpos sin tumbas y unos soldados que siguen bajo los árboles arrojando su sombra y su estupor por los heridos que saben que ese final, aunque llegue, pasará25.
Su contexto y las reflexiones del protagonista llevan a que se refiere a sucesos particulares de la historia de Guatemala. El crimen de Estado, entonces, se encuentra plenamente establecido. Un crimen que, de acuerdo con lo que leemos, se repite con otras comunidades. Imposible de concebir por su crueldad, pero cuya escritura logra sobrepasar los límites de lo mimético a partir del lenguaje poético, y nos ofrece una obra que resulta un acontecimiento: nos hace tomar conciencia de la existencia del Genocidio. Verdad largamente discutida socialmente, incluso negada entre sectores de la sociedad guatemalteca.
La novela alude a un contexto social de actualidad en el relato, en que el olvido, la negación de los sucesos, se concibe como una posibilidad de solución ante el trauma. Pese a la oposición de otros personajes al regreso de Adán, el protagonista, a la comunidad donde ocurrieron las masacres para integrar los recuerdos y tratar de comprender; pese al «ya pasará» dicho mil veces ante sus pesadillas, Adán trae al presente los recuerdos y anda de vuelta. Ese viaje es el relato. La voluntad de traer a la memoria presente a los asesinados. Así, la novela nos señala: ningún olvido hará que nuestra historia cambie. Solo el reconocimiento de ella permitirá que recuperemos dignidad y nos rehumanicemos. Señala Hanna Arendt en Los orígenes del totalitarismo:
Ya no podemos permitirnos recoger del pasado lo que era bueno y denominarlo sencillamente nuestra herencia, despreciar lo malo y considerarlo simplemente como un peso muerto que el tiempo por sí mismo enterrará en el olvido. La corriente subterránea de la Historia occidental ha llegado finalmente a la superficie y ha usurpado la dignidad de nuestra tradición. Esta es la realidad en la que vivimos. Y por ello son vanos todos los esfuerzos por escapar al horror del presente penetrando en la nostalgia de un pasado todavía intacto o en el olvido de un futuro mejor26.
Lo político, aquello que acontece a partir de la lectura del libro y se inserta en nuestra comprensión de la realidad, que modifica nuestra comprensión de lo que como país Guatemala ha sido, pasa necesariamente por el reconocimiento de acontecimientos imposibles de ignorar. Si bien la incógnita no se resuelve, no sabremos la causa de las masacres, el sentido del texto apuntará a la imposibilidad de transformación si no reconocemos la Historia, si no traemos al presente los episodios más crudos y apelamos a la memoria para reconocernos. Asumir que el olvido es desarraigo, dislocación de la identidad. Adán señala:
Permanezco en la entrada del regreso. Tan distante, porque ni ofreciendo la otra mejilla podría acercarlo. Ya no. Busco ayuda. Inútil. El cerrojo del olvido es implacable, no auxilia a nadie. ¿Del olvido? No el mío27.
La referencia a lo político en La mirada remota se prefigura de forma distinta. El personaje pertenece a uno de los cuerpos de justicia estatales, mencionados siempre a través de sus prácticas corruptas. Particularmente el jefe Ramírez Colomé, a quien el protagonista ha guardado secretos de corrupción en otras épocas. Sin embargo, lo central en el relato, como se ha mencionado, se encuentra en la búsqueda de las causas que permiten la existencia de los miles de feminicidios, la incomprensión ante la acumulación de archivos sobre crímenes, todos contra mujeres, sin resolver.
Nos adentramos como lectores en la pesquisa que se supone realizará un miembro recién reingresado a una de las instituciones de justicia y, sin embargo, lo que recorreremos en su historia es el texto resultado del intento por comprender dónde se encuentra el resquicio por el que se cuela el mal prefigurado por los asesinatos de mujeres.
Hannah Arendt señala la indisoluble relación entre el Estado moderno y su crecimiento hasta invadir las esferas políticas y erigirse creador y proveedor de los derechos y libertades de pertenecen al hombre. «La vida humana se convierte en superflua, en indigna de ser vivida», señala Fernando Bárcena siguiendo a Arendt28. El Estado, por tanto, dota de valor, o nulifica el valor de la vida. La violencia que se ejerce sobre la población femenina se distingue en cierta medida de la ejercida contra la población indígena en la dictadura, y, sin embargo, sigue siendo esa violencia estatal «muda», para el caso de las mujeres que no reciben justicia o para los grupos o pueblos también discriminados, la que establece cuáles son las poblaciones sujeto de derechos. Son vidas por las que nadie intercederá, que son sacrificables, en el sentido en que Giorgio Agamben lo establece29.
Esa discriminación y racismo exceden la esfera estatal y prefiguran la racionalidad que ha naturalizado los exterminios de quienes de acuerdo con lo establecido atentan contra lo que la mayoría acepta como «bien común», sostenidos en el orden estatal. Son por tanto la indiferencia y prejuicio que justifica los crímenes, y que queda representada en La mirada remota:
—Hace dos años solicité una reunión con ellos para exponerles la gravedad de la situación. Documenté con información suficiente y bien sustentada lo peligroso que resulta a mediano plazo la persistencia de los índices de asesinatos. Después de tres días de agotadoras sesiones, sus recomendaciones fueron impulsar una campaña masiva en los medios de comunicación para que las mujeres se quedaran en sus casas, no usaran minifaldas ni se pintaran ni llevaran ropa provocativa30.
Señala la fiscal Carmencita quien no comprende el actuar de la policía en los casos de feminicidios.
Pero la pregunta que recorre la novela es la causa de la indiferencia social en el presente. Así responde uno de los personajes guía en las reflexiones de merino, el protagonista:
—La pregunta no es por qué, sino más bien, penetrar en la relación que tenemos con la realidad. Eso produce indiferencia y la ignorancia respecto a la vida interior de las personas nos arroja a la resignación. No sé qué es peor, si la ignorancia o la resignación.
—Las dos son caras de una misma moneda.
—Es que hablamos de ceguera, me entiende.
—Perdimos la capacidad de ver con ojos ajenos.
(…)
—Nos volvimos el país del miedo.
—Desde hace tiempo, doctor. Una generación tras otra sustituye sus historias y nadie ha sido capaz de salvarse de ese gran mal, esa interiorización demoniaca habituada a dar cuentas a un gran banquete sacrificial. Nuestros padres pretendieron que no quedara rastro del crimen anterior. Entre tanto, pasaron los años y una desgracia se saturó con otra desgracia. (…) Sume usted los años de dictaduras, de represión, e impunidad. Con facilidad salen las cuentas. (…) Mucho de la violencia de la actualidad tiene su origen en las atrocidades del estado y de las atrocidades familiares. Es una combinación terrorífica y su práctica está profundamente arraigada en las personas31.
Sin reconocer la historia la repetición de las tragedias es inevitable. La respuesta que ambas novelas se proponen para el lugar del origen del mal se encuentra en el olvido que como sociedad practicamos, en la indiferencia hacia acontecimientos dolorosos que requieren revisarse para traerlos al presente. A la responsabilidad ética que exige oponerse al círculo del eterno retorno a lo idéntico. También se encuentra en la construcción de un imaginario sobre el Estado que nada tiene que ver con el bien común en las sociedades transicionales o democráticas actuales. No es por tanto suficiente señalar la existencia de la corrupción o la práctica del terror que los aparatos gubernamentales llevan a cabo en contra del ciudadano común. Se debe reconocer la manera en que opera, las raíces culturales a las que obedece, su sitio en el imaginario sobre su poder.
Pierre Bourdieu señala que las ideas que tenemos sobre el Estado se originan en el mismo y que su versión se difunde y naturaliza desde sus instituciones y a través de los discursos económicos, sociales, científicos que terminan por conformar una visión idealizada sobre él32. Es «una ilusión bien fundada y existe porque creemos que existe», nuestras prácticas permiten la producción, reproducción y transformación del orden social. Esa autoridad para nombrar las cosas del mundo social y por tanto construir desde el discurso lo real social, nos vuelve participantes de un cierto orden simbólico y si bien establece el sentido de lo «común» también dota del poder de exclusión; define por tanto a quiénes son sujetos de derechos, como aquellos pertenecientes y partícipes de un cierto orden aparentemente necesario. Quedan las vidas sacrificiales, cuya desaparición que no requiere de explicación, es resultado de la racionalidad del poder en que el Estado se asienta.
En las obras presentadas sus personajes, a diferencia de algunas novelas del siglo xx, han abandonado cualquier sueño utópico de transformación colectiva de la sociedad y, sin esperar las transformaciones radicales o cierta la solidaridad que haga que los cambios sucedan, deciden oponerse de manera individual y totalmente a la reproducción de los acontecimientos a partir de la escritura que muestra y recuerda. Esa se convierte en la forma única de sobre llevar la vida en sociedades en las que el crimen se vuelve imposible de resolver. Se trata del ejercicio de las libertades individuales cuya oposición total a la repetición de historias pasadas, al regreso a lo abyecto, pueda, quizá, encontrar eco en las lecturas. El arte, por tanto, se prefigura como opuesto a la racionalidad deshumanizante que los envuelve. No un arte exclusivamente denunciante, sino incluso reflexivo, que obliga a mirar las raíces enclavadas en los sótanos de aquello que nos distingue como sociedades civilizadas.
Ese arte que acontece, entonces, a través del reconocimiento y ubicación de lo criminal tanto en los órganos del poder como en la deshumanización que resulta del olvido de quiénes somos y nuestra historia, participa desde su lectura presente, en el futuro.
1 Recibido: 5 de agosto de 2022; aceptado: 3 de marzo de 2023.
2 Dirección General de Evaluación Institucional/Facultad de Filosofía y Letras. Correo Electrónico: pilarlmz@gmail.com; https://orcid.org/0000-0003-4043-3989.
3 Jeffrey Browitt y Mauricio Cháves Fernández, «Narrativas de crímenes del siglo xxi en Centroamérica: subjetividad, institucionalidad y modernidad». Istmo. Revista Virtual de Estudios Literarios y Culturales Centroamericanos 41 (2020): 1-12.
4 Gustavo Forero Quintero, La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social (Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Universidad de Antioquía. 2017) 21. En la introducción al texto, Forero explica la forma en que en las novelas de crímenes actuales, la búsqueda de la verdad pasa a segundo término «para privilegiar la configuración literaria del mundo del hampa generalizado».
5 Sigo la idea de Mijaíl Bajtín sobre la categoría de héroe que equipara a la del protagonista en las novelas, idea que problematiza sobre la profundidad de los sujetos prefigurados en las obras; Bajtín señala a dicho personaje como centro valorativo de la propuesta estética y marca la necesidad de observarlo, no a partir de los sucesos de los que forma parte, determinados en gran medida por fuerzas externas al propio personaje, como establecería por ejemplo cierto tipo de épica literaria, sino a partir del diálogo que se genera desde el conflicto interno con su contexto y sus circunstancias. Mijaíl Bajtín, Estética de la creación verbal (México: Siglo XXI, 1982).
6 Browitt y Chavez Fernández, 7. En el mismo estudio ambos autores aseguran que: «Mientras en la ficción de crímenes tradicional especialmente en su variante detectivesca británica hay un proceso de tensión y liberación a medida que se reestablece el órden social con la resolución de la trama, en la ficción de crímenes centroamericana es la sociedad misma la que está fuera del orden y la resolución de la trama no ofrece consuelo de un retorno a una imaginaria estabilidad social».
7 Emile Durkheim, Le suicide. Étude de sociologie (1897)/2.a ed.(París: les Presses Universitaires de France, 1967), en Gustavo Forero Quintero, «La novela de crímenes en América Latina: hacia una nueva caracterizacón del género», Lingüística y Literatura 57 (2010): 49-61.
8 Forero Quintero, 51. Nota del autor: «En general, la anomia se entiende no sólo como ausencia de ley sino también como un conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación (DRAE). Para Émile Durkheim (1967), cuando una sociedad sufre la pérdida de los valores compartidos cae en un estado de anomia (sin norma, sin ley) y los individuos que la componen experimentan un creciente grado de ansiedad e insatisfacción. La anomia es ese estado de confusión ideológica en la organización social, donde resulta imposible que el individuo se reconozca en el contenido de la norma (Pitch, 1980, 42)».
9 Son muchos los estudiosos que han abordado la novela policial en sus diversas denominaciones y que dan cuenta de sus transformaciones. Baste revisar la introducción del mencionado dossier de Browitt y Chaves para el caso centroamericanao, o la revista Temas y Variaciones de la Literatura en su volumen 54, editado por la Universidad Autónoma Metropolitana en México. Tomás Bernal Alanís y Vicente Franciasco Torres coord., Temas y Variaciones de la Literatura. Literatura policiaca 54 (2020).
10 Entiendo «desviación» como la define Bourdieu en tanto una categoría contingente y artificial que depende del grupo que determina la norma siempre en conflicto con otros miembros de la estructura social. Es decir, la desviación señala un término dinámico que depende de la posición dominante de cierto grupo cuya legitimidad se encuentra establecida pero siempre está en conflicto. Pierre Bourdieu, «Espacio social y representación simbólica», Sociological Theory 7, 1 (1989): 14-25.
11 William J. Nichols, «A quemarropa con Manuel Vázquez Montalbán y Paco Ignacio Taibo II», Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies 2 (1998): 197-232.
12 Me refiero a una tradición que toma fuerza en Centroamérica y en la que se presentan diversos episodios históricos que los géneros testimoniales abordaron. Una narrativa que sigue una voluntad de denuncia y se propone presentar los hechos como contradiscurso de las narraciones oficiales. Werner Mackenback y Valeria Grinberg señalan que en dichas obras hay una voluntad de «reescritura de la historia» de índole política que busca participar en los debates sobre la identidad nacional a partir de reinterpretar el pasado. Werner Mackenbach y Valeria Grinberg, «La (re)escritura de la historia en la narrativa centroamericana», en Héctor Leyva, Werner Mackenbach y Claudia Ferman, Literatura y compromiso político. Prácticas político-culturales y estéticas de la revolución. Hacia una historia de las literaturas centroamericanas, Tomo IV (Guatemala: F&G Editores, 2018) 341.
13 Dante Liano, El hombre de Montserrat (Guatemala: Piedra Santa, 2005).
14 Erick Aguirre, Un sol sobre Managua (Managua: Ediciones Distribuidora Cultural, 2005).
15 Erick Aguirre, El meñique del ogro (San José: Uruk Editores, 2017).
16 Forero (2017), 23.
17 Rodrigo Rey Rosa, El material humano (Barcelona: Anagrama Editorial, 2009).
18 Gerardo Guinea Diez, La mirada remota (Guatemala: Editorial F&G, 2010).
19 Horacio Castellanos Moya, El arma en el hombre (México: Tusquets, 2001).
20 Browitt y Chaves Fernández, 8.
21 Gerardo Guinea Diez, El árbol de Adán (Los Ángeles: Evaned, 2007); y La mirada remota (Guatemala: Editorial F&G, 2010).
22 Rita Laura Segato, «Femigenocidio y feminicidio: una propuesta de tipificación», https://biblat.unam.mx/hevila/HerramientaBuenosAires/2012/no49/10.pdf, consultada el 29 de diciembre de 2022.
23 Jorge Semprún, La escritura o la vida (Barcelona: Tusquets, 1995). En varios de los capítulos el escritor reflexiona sobre la necesidad del arte para transmitir lo inadmisible.
24 Guinea (2007), 18.
25 Guinea (2017), 20.
26 Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo (Buenos Aires: Taurus, 1951) 5.
27 Guinea (2017), 31.
28 Fernando Bárcena, Hannah Arendt: Una poética de la natalidad. https://revistas.um.es/daimon/article/view/11921/11501, consultada el 12 de abril de 2022.
29 En particular las ideas desarrolladas en Giorgio Agamben, Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, trad. de A. Gimeno Cuspinera (Valencia: Pre-Textos, 1998).
30 Guinea (2010), 135.
31 Guinea (2010), 162.
32 Sigo las ideas del pedagogo Juan Carlos López en su texto «Pensar el estado desde Bourdieu», borrador de trabajo, 2022.
Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje,
Universidad Nacional, Campus Omar Dengo
Apartado postal:ado postal: 86-3000. Heredia, Costa Rica
Teléfono: (506) 2562-4051
Correo electrónico: revistaletras@una.cr
Equipo editorial