ISSN: 1405-0234 • e-ISSN: 2215-4078
Vol. 11 (1), enero – junio, 2023
http://dx.doi.org/10.15359/rnh.11-1.3
Recibido: 24-03-2022 • Aprobado: 28-04-2023
Publicado: 14-07-2023
Licencia: CC BY NC SA 4.0

¿Qué es el humanismo? Una breve comprensión en larga duración.

¿What is humanism? A brief understanding in the long run.

Antonio Álvarez Pitaluga1

Resumen.

El artículo propone un breve recorrido panorámico e histórico, a través de importantes hitos de la historia universal, sobre el surgimiento y desarrollo general del humanismo como concepción teórica y metodológica para el estudio y la comprensión la realidad social. Dicha trayectoria se propone según los criterios personales del autor. La idea fundamental que se aspira a demostrar parte del hecho de que el humanismo es ante todo un modelo interpretativo de la realidad social en búsqueda del mejoramiento del ser humano y sus sociedades.

Palabras claves: humanismo, humanista, teoría, interpretación social, emancipación, mejoramiento.

Abstract.

The article proposes a brief panoramic and historical tour, through important milestones in universal history, on the emergence and general development of humanism as a theoretical and methodological conception for the study and understanding of social reality. This trajectory is proposed according to the personal criteria of the author. The fundamental idea that it aspires to demonstrate starts from the fact that humanism is above all an interpretive model of social reality in search of the improvement of human beings and their societies.

Keywords: humanism, humanist, theory, social interpretation, emancipation, improvement.

Ser y deber ser

El humanismo no es una teoría; tampoco es un concepto. Es, por definición filosófica e histórica, una concepción interpretativa de la realidad social cuyos fundamentos y expresiones estructuran su decurso propio en larga duración. Por ende, sus intérpretes y hacedores, o sea, los humanistas, no deben ser meros reproductores de ciertas doctrinas, teoría o conceptos. Están llamados a ser, ante todo, constructores de un sistema de pensamiento en post de la crítica social para el consiguiente mejoramiento de los sistemas de organizaciones sociales de las diferentes épocas de la historia universal. A lo largo de la historia también algunos de sus cultores presentaron propuestas radicales, basadas en la superación sistémica a partir del análisis crítico a las irracionalidades de determinadas estructuras sociales. Por tanto, los humanistas en general y a sus distintas e interpretaciones sociales, señalan el alfa y omega de la complejidad del humanismo como una concepción filosófico-social y de cualquier acercamiento valorativo sobre este.

A pesar de tan profuso entramado, todavía existen intelectuales que albergan la noción de que el humanismo nace de una teoría o de varias surgidas en un momento determinado de la historia humana. Y como sabemos, una teoría no es equivalente a un sistema general de interpretación social, aunque una o varias sí pueden conformar parte de tal armazón intelectual. Otros también lo entienden como una praxis docente o una política institucional. Desde una visión más reducida aún, hay quienes asumen el humanismo como la sensibilidad espiritual o social del individuo o de un colectivo social frente a diversas problemáticas de la existencia humana y de la naturaleza. Ninguno de esos elementos por sí solos lo conforman, tampoco la unión de dos o más de estos. Por tal razón, con la mayor dimensión posible debemos comprenderlo de manera esencial como la interrelación amónica y permanente de todos los factores antes mencionados.

Su tiempo largo.

El surgimiento del Estado dio paso al nacimiento de los distintos sistemas organizaciones de la Antigüedad. Concluida la previa etapa comunitaria, comenzaron las primeras formas de estructuración de los grupos sociales hace unos 6000 años atrás en varios puntos de la geografía del planeta. Varios modelos de convivencia humana dieron pasos entonces a diferentes esquemas organizativos sociales, recibiendo casi todos desde entonces un nombre común por parte de sus estudiosos: el Estado. A través del decurso de la historia universal, una parte de los sectores, grupos y clases sociales que los han integrado, trataron de adecuar o modificar sus normas de funcionamiento según las posibilidades a sus alcances e intereses para mejorar los diferentes tipos de existencia humana dentro de él, así como de determinadas prácticas culturales. De igual manera, con la intención de buscar equilibrios antes determinadas inestabilidades sociales producidas por su lógica relación filosófica razón-irracionalidad

Como toda creación humana, durante siglos las estructuras y reglas de funcionamiento de los Estados no permanecieron exentas de deficiencias, desajustes e inequidades. La búsqueda del mejoramiento humano, a partir de adecuaciones sistémicas, fue la máxima de un modo de pensar que cada vez se preocupó más por alcanzar tal objetivo.

A su vez, lograr la mayor ponderación posible en cuanto a las formas de participación pública, opinión ciudadana y el acceso y distribución de las riquezas sociales, fue otra perspectiva de esta proyección y actitud del ser humano frente a las irregularidades y habituales ineficiencias que todo sistema social contiene y que, por tanto, son susceptibles a ser enmendadas. En la antigua Grecia, los pensadores de la democracia ateniense (siglo V ane) fueron un ejemplo de estas primeras búsquedas y sus resultados en cuanto al progreso de la vida humana según sus criterios políticos y jerarquías sociales. No es casual que la filosofía griega haya sentado una de sus bases fundacionales en un gran tríptico interrogador de la existencia humana a partir de tales inquietudes: ¿Quiénes somos?, ¿qué hacemos?, ¿hacia dónde vamos?

Probablemente los pensadores griegos fueron los primeros en dejar constancia escrita de estas cavilaciones existenciales, pero no los primeros en plantearlas. El ser humano adquirió pensamiento abstracto 70 000 años atrás y desde aquella época se preguntó a sí mismo por el origen de su vida y el porqué de su existencia, así como del conjunto de la naturaleza que lo rodeaba. Las pinturas rupestres, las construcciones megalíticas y las creencias sobre el mundo y de seres más allá de sus vidas cotidianas, son ejemplos de tales expectaciones. Ídolos esculpidos en madera, piedra y metales, así como personajes como los hechiceros y chamanes, fueron los encargados de venerar o comunicarse con aquel otro universo. En las sociedades comunitarias y en las clasistas, responder a tales interrogaciones no fue un asunto fácil ni rápido. Las constantes y variadas propuestas a cada una acumularon un grupo de especulaciones intelectuales que fueron estructurando con el paso del tiempo varios sistemas de ideas sobre tales.

Ya sabemos que el pensamiento griego es el punto de partida de la filosofía occidental, el mismo se compone de todo un complejo sistema de ideas y especulaciones subjetivas de la realidad humana y del conjunto de la naturaliza, nacido precisamente de las acumulaciones de esos cuestionamientos existenciales. Las disímiles respuestas que elaboraron varios pensadores en el Siglo de Oro de Pericles, estructuraron un grupo de interpretaciones que por su naturaleza espiritual, filosófica y cognitiva, abarcaron varias áreas de la vida y el conocimiento humano, también de sus actividades sociales hasta conformar una manera de ver el mundo, de imaginarlo, de entenderlo.

Este conjunto de análisis, modo de pensar y entender la realidad circundante, originó uno de los núcleos primigenios del humanismo en Occidente. Nació así la necesidad, el hábito y la cultura intelectual de pensar constante y cíclicamente la existencia humana en aras de su mejor comprensión y mejoramiento social. Como veremos más adelante, en nuestro presente sucede un tanto igual.

Desde el ocaso de Antigüedad el mundo grecolatino heredó al Occidente medieval estas inquietudes permanentes, que dieron paso a diferentes escuelas de pensamiento medievales interesadas en las mismas (Le Golf, 1999). Después de la caída del Imperio Romano de Occidente (476 n.e.), el Imperio del Oriente atesoró fuentes importantes de esos conocimientos que a su vez se transfirieron al mundo árabe desde su expansión por Bizancio, la costa oeste del Mediterráneo, el norte de África y buena parte de la península ibérica desde los inicios del siglo VIII. Los pensadores árabes de entonces continuaron enriqueciendo tales conocimientos y se encararon además de reintroducirlos en Europa durante sus conquistas (Sánchez, 2004). Posteriormente la Edad Media las trasmitió por diferentes vías a la actual modernidad capitalista.

Pensar, cuestionar y proponer maneras de entender el mundo y desenvolverse dentro de él, a partir de una centralidad humana, fue desde entonces una premisa esencial de una parte de los estudios sociales en dichas culturas precedentes. De esa manera el humanismo profundizaba sus estructuras interpretativas. Germinó entonces en Occidente, pero como una distracción intelectual, ni tampoco como una simple composición por lo humano. Más bien emergió como una compleja preocupación social que llegará hasta nuestros días. La obra, Utopía de Tomas Moro (1516), marcó una inflexión en tal sentido. Una sociedad imaginada sin desequilibrios sociales fue el motivo central de sus reflexiones en respuesta a las inequidades que el capitalismo en ascenso iba mostrando de manera particular en Inglaterra.

A un mismo tiempo, el desarrollo cada vez más tecnificado de las sociedades a través de la ciencia y la tecnología fue ahondando a través del tiempo estos desvelos sobre los sentidos de la vida, la función social y espiritual del ser humano, así como sus modos de relaciones entre sí y con la naturaleza. Las consecuencias e impactos de la Revolución industrial de mediados del siglo XVIII acrecentaron más aún los desasosiegos sobre la existencia humana y social. El boom industrial que desencadenó fue a su vez una de las bases de un fenómeno moderno que con el paso del tiempo se hizo más presente en las sociedades moderna: la enajenación humana a partir del dilema entre la razón-irracionalidad.

Para la filosofía moderna esta problemática se convirtió en uno de sus principales focos de investigación. A partir de las cavilaciones interpretativas que generó durante buena parte del siglo XX, el humanismo adquirió para los filósofos críticos modernos una nueva evaluación, cuya concreción final se resumía en la búsqueda de un nuevo tipo de emancipación humana.

El humanismo de la época tuvo frente así el reto de responder y proponer valoraciones sobre varias de aquellas irracionalidades, como el trabajo infantil, las desigualdades sociales, el hacinamiento humano en grandes núcleos urbano en reemergencia por esos años (Londres, más de un millón de habitantes a fines del XVIII), el periodo de hambruna de ciertas poblaciones (Irlanda, 1840-1844), entre otras más.

La sensibilidad humana produjo contestaciones a través de su cultura artística y literaria desde entonces: el romanticismo decimonónico como periodo del arte y la literatura propuso un retorno al intimismo y la condición humana frente a la impersonalidad del industrialismo. El realismo crítico cuestionó las degradaciones sociales de las relaciones humanas, Las ilusiones perdidas, de Honore de Balsat es una novela que sintetiza tales desalientos. Por su parte el impresionismo y el postimpresionismo pictóricos, se revelaron mediante un nuevo manejo de la luz, los colores y sus personajes, contra las normas academicistas de la sociedad industrial. Por eso, Paul Gauguin sintetizó ese repensar conducente a aquella triple interrogación que más de dos mil años atrás los primeros intelectuales humanistas habían hecho, ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? (Gauguin, 1897).

Pero no solo se trató de una angustia existencial europea. En Asia las pintura japonesa y china destacaron los valores tradicionales de la familia, los amigos y la sociedad en general frente a la forzada apertura occidental de China, y de la Revolución de Mejí en la tierra del sol naciente. En América, el modernismo de Rubén Darío y José Martí expresó la inconformidad por el destino periférico que el colonialismo ibérico dejó al continente. Sus textos de amor y nuevos vocablos fueron fuentes de aquellas visiones humanista sobre el ser humano. Fue precisamente Martí quien en febrero de 1891 publicó uno de los textos de mayor hondura humanista de toda la historia de América Latina, Nuestra América (Martí, 1891).

En sus ideas y reflexione se expone lo mejor de la condición humana americanista en torno a nuestras civilizaciones indígenas, a los negros africanos traídos de manera forzada y al europeo que pobló las tierras del río Bravo hasta la Tierra de Fuego en la Patagonia desde hacía casi cuatro en aquel momento. La vigencia de sus contenidos es un valioso punto de partida para toda interpretación histórica y filosófica del continente impregnadas de una especial concepción de humanismo latinoamericano. Al punto de comprender que fue Martí uno de los pioneros intelectual de un humanismo plagado de mestizaje cultural transculturado y de un profundo sentido de emancipación continental.

En la filosofía clásica y moderna el humanismo también calón de modo profundo. Cuestionar y explicar procesos deshumanizadores, desde mediados del siglo XVI, para proponer nuevas formas de convivencia sociales basadas en la mayor igualdad posible, el reconocimiento a las diferencias y el respeto a las distintas opiniones y credos no fue una tarea fácil y sin obstáculos. No fue casual que el ideal de Tomás Moro le costó la vida en manos de su antiguo protector, el rey Enrique VIII. Los iluministas franceses alegaron durante todo el siglo XVIII sus criterios acerca de las nuevas dimensiones de la soberanía, la nación, el ciudadano, el Estado y otras esenciales definiciones de las sociedades modernas.

En América, Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda se enfrascaron en una aguda discusión sobre la condición humana del ser americano (Controversia de Valladolid, (1550-1551). El debate ético e histórico dejó sobrados antecedentes sobre un tema medular para el posterior humanismo en la región: los futuros derechos humanos de todos los grupos y clases sociales de nuestros Estados nacionales.

De vuelta a la filosofía moderna, desde 1844, se interrogó sobre el aumento de la enajenación humana y el declive de la condición humana en las sociedades de la época según sus enfoques propios. Propuso modificaciones y rupturas polémicas en aras de otros esquemas sociales que intentaba superar la selva humana produjo las ilusiones perdidas de Lucién de Rubrempré. Sin embargo, sus puestas en prácticas durante el siglo XX fueron estrepitosos fracasos internacionales cargados de dogmatismos y limitaciones sociales que, paradójicamente, produjeron ciertas realidades deshumanizantes.

A pesar de esto, parte de sus reflexiones teórica, algunas ideas y ciertas concepciones filosóficas quedaron vigente como métodos de análisis sociales y fueron aplicados por pensadores que no necesariamente propusieron rupturas sistémicas al estilo de Michel Foucault, por poner un ejemplo entre otros más. Escuela de pensamiento en el siglo XX, como las de Frankfurt, Birmingham, la de estudios socioculturales de Lev Vygotsky, la de Annales y del estructuralismo, otras más, de varios modos también tuvieron en cuenta ciertos postulados de tales estudios.

Vale la pena recordar que, desde el advenimiento de las civilizaciones antiguas en Occidente, la condición humana como esencia de toda búsqueda humanista y del humanismo como modelo interpretativo de la realidad, también tuvo un camino paralelo a través del conocimiento y la comprensión de los fundamentos del cristianismo, sobre todo, en sus épocas iniciáticas resumidas por algunos especialistas como el periodo del cristianismo primitivo, o sea, desde la creación bíblica del mundo hasta la muerte de Jesús. Otros lo extienden hasta la asunción del cristianismo como religión oficial del imperio romano de Occidente en el 380 de n.e.

Los elementos y ejemplos antes mencionados, junto a otros muchos que por cuestión de espacio no se mencionan aquí, conformaron a lo largo de la historia de la humanidad un complejo conjunto de ideas e interpretaciones que dieron vida a lo que hoy llamamos humanismo. Uno de sus productos más acabados es la cultura humanista y sus cultivadores, es decir, los humanistas.

Por tal razón el hecho de pensar de que el Renacimiento, por ejemplo, en Europa occidental entre los siglos XV-XVI, fue la base del humanismo actual es una visión reducida de la historia y la filosofía humanista. El antropocentrismo de Leonardo Da vinci, Galileo Galilei, Michelangelo Buonarroti y otros tantos maestros, constituyó una pieza elemental que interpretó el papel del hombre en relación y confrontación particular con el precepto medieval de la fe sobre la razón. El Renacimiento de estos humanistas posicionó desde una nueva época y necesidad histórica, a partir del empuje de las ciencias y la tecnología modernas, el destino social de ser humano en la modernidad bajo el nuevo principio de la razón sobre la fe sin necesidad de reñir con el sistema social en ascensión, es decir, la sociedad capitalista que se iba articulando desde el Sistema-mundo.

Desde ese entonces la verdad de Dios y de las ciencias contiene y significan formas paralelas de conocer e interpretar el humanismo. Por tanto, la contribución del Renacimiento al mismo es un importantísimo capítulo de su existencia e historia universal que contribuyó a que traspasara hacia la modernidad. Sin embargo, cinco siglos después el progreso cartesiano asentado desde la época renacentista ha enrumbado la existencia del ser humano a una compleja encrucijada histórica, ambiental y social que debe ser motivo de permanente atención en nuestros diálogos con los estudiantes en el mundo universitario. El intelectual Yuval Noah (2014) se ha hecho eco de tal inquietud al cuestionar si el desarrollo científico y tecnológico de la humanidad en los últimos 70 000 años ha servido para su avance como especie viviente o por el contrario, para crear las propias bases de su autodestrucción.

De frente a toda esta colosal historia del mundo humano, tamaña responsabilidad presente y futura tienen los profesores universitarios y los intelectuales en general interesados por el humanismo como patrón interpretativo de las sociedades.

El humanismo y del intelectual humanista

Olvidar la historia es no sobrevivir a ella. Nuestra vida cotidiana ha tecnificado un axioma social con más de 250 años de antigüedad: saber es poder y poder es saber. Los centros mundiales hegemónicos funcionan a partir de tal fundamento. Los enciclopedistas franceses enunciaron tal principio social dejando una permanente alerta sobre el valor de la producción del conocimiento. En el mundo de hoy es más vigente aún dicha primicia. En las universidades tenemos una de las principales fuentes productivas de esta relación y lectura social. En estas el estudiante recibe valores y conceptos sociales que enriquecerán sus capacidades informativas y profesionales que persiguen un anhelado fin: su formación humanista y el mejoramiento de su condición humana a través del humanismo como sistema de pensamiento. ¿Por qué entonces demeritar o minimizar el valor y la importancia de los Estudios Generales? En los centros hegemónicos la formación social y humanista ha sido ajustada porque así se requiere, pero no reemplazada. Necesitan profesionales que continuamente piensen sus sociedades. ¿Somos menos que ellos?, no lo creo. Sin embargo, hay docentes que sí lo consideran y cuando van al aula lo hacen más imbuido como meros reproductores ideológicos o en las lógicas del mercado, más que en la enseñanza crítica que toda organicidad social espera de tales. Los estudiantes se dan cuenta.

Muchas veces algunos profesores no captan una realidad que los acompaña cada vez que entran al aula: los estudiantes los observan y logran descifrar si ha llegado para enseñar o para ganar un salario. Cuando los subestimamos, no advertimos que miran nuestros átomos intelectuales sin microscopio. Tampoco es casual que esos mismos docentes no priorizan su intelecto académico. Las razones para hacerlo pueden ser reales o no, lo cierto es que los estudiantes necesitan de su entrega académica para su óptima formación humana. Con razón se quejan de estos colegas, que pueden llegar aún más lejos cuando los vemos criticando la propia área de estudio donde laboran. No pocos blasonan que su éxito estriba e impartir una misma clase cada nuevo ciclo actualizando apenas la bibliografía.

Tenemos que evitar que esas golondrinas hagan verano. Los Estudios Generales o cursos sociales son un medidor permanente de sus calidades docentes y científicas, ¿cómo no darle importancia y prestigio? Desde ellos los estudiantes deben conocer diversas problemáticas sociales. En tal sentido, los profesores deben estar capacitados para explicarlas desde la teoría y la práctica. Es un compromiso intelectual de cada uno de nosotros con las universidades. No importa desde cual sede, exclusivismo citadino o la fatalidad provinciana no son fórmulas ni estilos para hacer avanzar lo que más nos interesa: la universidad y la nación.

El estancamiento intelectual no es una cuestión de geografía. Teniendo todos los medios tecnológicos y bibliográficos en la ciudad o en la provincia, se suele ver la modorra científica. El mito entre la capital y la provincia es un comodín para justificaciones mutuas.

Definir en cada estudiante el amor a la nación, sus valores y la comprensión de las complejas dinámicas nacionales y del mundo, es la mayor satisfacción que recibirá cada profesor al finalizar un ciclo. Es una historia cíclica que no se puede olvidar para siempre sobrevivir a ella.

El profesor humanista por necesidad intelectual y responsabilidad social.

Los profesores de Estudios Generales de la Universidad Nacional de Costa Rica son, como el resto de sus colegas internacionales en otras áreas del saber, intelectuales orgánicos de la sociedad. En el Centro de Estudios Generales esta cualidad se hace más indispensable aún. De tal necesidad nacen también los retos que tiene la propuesta creada en el propio centro conocida como Nuevo Humanismo (Baraona, Miguel; Mora, Jaime (2017). Se trata de una nueva lectura intelectual del humanismo como hecho histórico y herramienta práctica indispensable para sopesar las irracionales de la modernidad capitalista del siglo XXI. Basada en una sólida historicidad y vuelo interpretativo desde las concepciones de la filosofía moderna, el Nuevo Humanismo afronta el desafío de poder calar de manera armónica en el pensamiento orgánico de profesores y estudiantes y no como una simple asunción docente; en ser comprendido como un proceso histórico que supone una nueva racionalidad social; y finalmente, deberá desplegarse en las lógicas adversidades que las actuales sociedades de consumo le presentarán.

La organicidad del profesor no debe circunscribirse a la acumulación de información acerca de la materia que imparte, poseer una actualización bibliográfica y un conocimiento óptimo con respecto a las tecnologías educativas y sus usos pedagógicos. Esto es solo una parte de su currículo. Sería un profesor a medias, digamos que un intelectual tradicional. Reproducir informaciones o exponer sus ideas en el aula citando en demasía a otros autores foráneos, tampoco darían una versión plena del docente de Generales. Se necesita, además, que:

-El profesor actual y futuro posea un método de interpretación propio para explicar su materia. No habló de tomar la metodología de algún reconocido especialista o autor para hablar a través de él, no. Pienso que un método de investigación e interpretación personal creado progresivamente después de disímiles y pacientes lecturas, tanto teóricas, metodológicas como fácticas. De cada libro y autor extraerá lo más conveniente y necesario para ir conformando su visión del mundo, su manera de cavilarlo desde su asignatura o variadas materias que imparte.

-Debe ser capaz de analizar un problema filosófico, desde la historia, mientras le da un enfoque sociológico a la par de su balance económico y lo ejemplifica desde el arte y la literatura para, finalmente, ubicarlo en el contexto social que compete con perspectiva politológicas.

-No debe acoplar ni empastar ramas del saber social para elaborar su discurso. Se trata de tener un discurso único y propio e integrado desde un fundamento elemental, intentar ser cada día más que un profesor, un pensador humanista. El reto no es fácil ni sencillo. Necesitará una vocación, un deseo, una satisfacción, un compromiso y varios años de arduo trabajo y maduración. Al igual que el buen vino, necesitamos tiempo y condición para alcanzar nuestro mejor sabor.

No debe ser un replicador de información. Es un creador y recreador de conocimientos, porque la cultura humanista, base de sus proyección intelectual y social, no se mide por los niveles informativos sino, por las capacidades de construcción reflexiva de los conocimientos precedentes y los que sea capaz de crear él. La sola acumulación del conocimiento es un visión renacentista-iluminista de la cultura y del humanismo ya supera por no pocos pensadores modernos.

Finalmente, el profesor de cualquier materia de estudio que necesita la Universidad Nacional debe ser humanista por antonomasia y compromiso social con la nación.

Un método sin final.

El humanismo es un modelo de interpretación de la realidad basado en un sistema de teorías sociales, una necesaria historicidad y en esquemas de análisis que conduzcan a cualquier ser humano desde su perspectiva y formación cultural, por sólida o sencilla que sea, a comprender el mundo con un sentido crítico y reparador. En tal sentido, cada sujeto social puede ser un humanista desde su horizonte intelectual propio.

No es una cuestión se saber, sino, de comprender. Acumular saberes hace culto al ser humano, pero no necesariamente lo capacita en la interpretación de su época y su mundo. Es un extravío pretender ser humanista solo conociendo. Sería solo el inicio de un inacabado largo camino, el cual se comienza con la lectura, pero se transita completamente mediante reflexiones constructivas sobre la naturaleza humana.

Los estudios sociales deben estar permeados de punta a cabo pues, por su matriz humanista. Es el humanismo la herramienta cognitiva e interpretativa que coadyuva a formar seres humanos y ciudadanos lo más acorde posible a las necesidades y aspiraciones del país. Lograrlo nos conllevará a todos a nuestra mejor condición humana y social, a nuestra plena consagración de la primavera.

Referencias

Baraona, Miguel; Mora, Jaime (2017). Hacia una epistemología del nuevo humanismo. Costa Rica, Ediciones UNED.

Crepali, Gabriele (2007). Gran Atlas del Impresionismo. Italia, Milán, Editorial Mondadori Electa.

Gauguin, Paul (1897). ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? Estados Unidos, Museo de Bellas Artes de Boston, óleo sobre lienzo.

Le Goff, Jacques (1999). La civilización del Occidente medieval. España, Editorial Paidós.

Martí, José (1891). Nuestra América. Revista La Revista Ilustrada de Nueva York, Estados Unidos.

Moro, Tomás (2011). Utopía. Madrid, España, Círculo de Bellas Artes.

Noah, Yuval (2014). De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. España, Editorial Debate.

Sánchez, Reynaldo (2004). Aproximaciones a la historia del Medio Oriente. Cuba, Editorial Félix Varela.


1 Es Doctor en Ciencias Históricas, posee un doctorado académico, también tiene estudios postdoctorales, además es licenciado en ciencias sociales y máster en ciencias históricas. Fue vicedecano de Relaciones Internacionales e Investigaciones en la Universidad de La Habana. Autor de cuatro libros, coautor de seis, posee además más de cuarenta publicaciones en revistas (ensayos, reseñas, artículos). Correo electrónico: antonio.alvarez.pitaluga@una.cr

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