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e-ISSN: 2215-3659 Número 79, Enero-Junio 2019 |
El extractivismo en América Latina y su dimensión teológica desde un encare decolonial
The extractivism in Latin America and its theological dimension from a decolonial face
Elizabeth Gabriela Aguilar García
Postdoc en El Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México
gabrielaaguilargarcia2@gmail.com
Recibido: 17 de marzo de 2019 • Aceptado: 22 de marzo de 2019 • Publicado: 16 de mayo de 2019
Resumen
Los efectos de las prácticas extractivistas en Latinoamérica han sido devastadores para el medio ambiente y la salud de las comunidades aledañas. La búsqueda de soluciones frente a esta problemática no puede reducirse a un simple cambio entre gobiernos de izquierda y de derecha, ya que ambos se derivan del mismo paradigma occidentalocéntrico del mundo que concibe a la naturaleza como una fuente de riqueza a explotar, legitimado por la Biblia y secularizado en la idea de progreso. Se propone una perspectiva decolonial que considere el aprendizaje de otras cosmovisiones y formas de relacionarse con la naturaleza cuyo eje central sea el respeto sumo a la vida humana y no humana retomando los saberes intra y extra occidentales en un diálogo fraterno entre las diversas culturas, con lo cual, se abra paso a la creación de una nueva civilización no imperial y respetuosa ante la diversidad de la vida en el planeta.
Palabras clave: extractivismo, teología, decolonial, naturaleza
Abstrac
The effects of extractive practices in Latin America have been devastating for the environment and the health of the surrounding communities. The search for solutions to this problem can not be reduced to a simply change between governments of the left and the right, since both are derived from the same Western-centric paradigm of the world that conceives nature as a source of wealth to explode, legitimized by the Bible and secularized in the idea of progress. We propose a decolonial perspective that considers the learning of other worldviews and ways of relating to nature, whose central axis is the maximum respect of human and non-human life, taking up intra and extra-western knowledge in a fraternal dialogue between different cultures, which will lead to the creation of a new non-imperial civilization that respects the diversity of life on the planet.
Keywords: extractivism, theology, decolonial, nature
Dios (el cristiano) y el Ser se alternan en Occidente mediante un juego metonímico, en el centro de un mundo que no puede escapar a su dominio
Diana Sperling
Las prácticas extractivistas se han extendido en la región latinoamericana desde la época colonial hasta nuestros días, apropiándose de los recursos naturales en grandes volúmenes para las exportaciones masivas de los procesos de globalización (Gudynas, 2016, p. 13). El oro y la plata que los europeos saquearon de las Américas terminó en China y la India desde el siglo XVI hasta el XVIII (Grosfoguel, 2016, p. 127).
El término extractivismo hace referencia a las acciones removedoras de grandes volúmenes de recursos naturales que no son procesados -o que lo son limitadamente- para la exportación, y no se restringe a los minerales o al petróleo. También existe el extractivismo agrario, forestal e inclusive pesquero (Acosta, 2012). En esencia, las prácticas extractivistas constituyen el saqueo, despojo, robo y apropiación de recursos naturales para el beneficio de unas minorías consideradas racialmente superiores y que conforman las élites capitalistas del sistema-mundo (Grosfoguel, 2016, p. 128).
Racismo y extractivismo
Las víctimas directas de la violencia de las prácticas extractivistas son en su mayoría sujetos racializados como inferiores, como sub-humanos, y que habitan en las Zonas del No-Ser. Son los pueblos clasificados como no occidentales, que en América Latina corresponden a las poblaciones indígenas y afros. La violencia ejercida en estas zonas tiene también por objetivo “limpiar” étnicamente los territorios para que las compañías mineras tomen posesión de la tierra y sus recursos, sobre todo cuando las comunidades no se venden por dinero y organizan resistencias a la destrucción extractivista (Grosfoguel, 2016, p, 127).
En países como Chile con la extracción de cobre y en Colombia con la de oro, las empresas extractivistas destruyen el equilibrio ecológico produciendo enfermedades a los habitantes de la zonas aledañas además de ejercer violencia contra los trabajadores o pueblos que se rebelen. Esto contrasta con lo que ocurre del otro lado, en las Zonas del Ser donde se disfrutan los objetos que se producen de las prácticas extractivas (Grosfoguel, 2016, p.130):
“Los chips de cobre para las computadoras o iphones y los materiales de oro para las joyas y los conductores de información, son todos objetos cuyo disfrute que no están al alcance de los sujetos que producen en las Zonas del No-Ser mineras. En las Zonas del Ser, el sistema administra los conflictos con mecanismos de regulación y emancipación, mientras que los conflictos en las Zonas del No-Ser, se deciden mediante mecanismos de violencia y desposesión. Mientras en un lado se produce vida, en el otro lado se produce muerte. Las formas de disfrute de la vida en un lado tienen como condición de posibilidad la destrucción de la vida en el otro lado”.
El extractivismo en México
El caso de la extracción minera en México ocupa un lugar estelar en la documentación de las desgracias ambientales, pues se ha convertido en la práctica más depredadora no sólo de recursos naturales sino de las poblaciones rurales del país. Las compañías mineras contaminan aguas y suelos a través de emanaciones y filtraciones de cianuro, arsénico, cadmio, plomo, cromo entre otros tóxicos nocivos para la salud. Además, las mineras gastan cantidades enormes de agua que ocasionan daños a la población. Las concesiones mineras alcanzan más de 56 millones de hectáreas. Tan sólo entre el año 2000 y 2010 estas compañías obtuvieron el doble del oro y la mitad de la plata extraída por la corona española en 300 años (Toledo, 2015, p. 49).
De todos los conflictos socioambientales que existen en México, el caso más emblemático es el del pueblo wixárika y la minera canadiense First Majestic Silver. La resistencia de este pueblo no sólo está enfocada en evitar que la transnacional explote su territorio sino en preservar uno de los centros espirituales más importantes del país considerado como sagrado: el desierto de Wirikuta en San Luis Potosí. Desde hace 2,500 años el pueblo wixárika ha practicado un acto sagrado vital para la permanencia de su cultura, el peregrinaje a Wirikuta. El siguiente texto forma parte del Frente en Defensa de Wirikuta (Toledo, 2015, p.13):
“Las agresiones y abusos en contra de Wirikuta, los habitantes mestizos de la sierra y el altiplano, y el pueblo wixárika en los pasados cinco siglos han sido numerosos, pero actualmente nos enfrentamos a lo que quizá es la mayor amenaza hacia este lugar sagrado, ya que además de la presencia en la región de las tomateras, el daño que han causado a nivel ambiental y social, la actividad minera que tuvo lugar en la región hasta hace aproximadamente 20 años con el correspondiente saldo de contaminación y deterioro de la salud de los trabajadores de las minas, sus familias y los animales domésticos, y otros desagradables incidentes que se producen año tras año por violencia, abusos de autoridad, destrucción irracional del terreno, la minera First Majestic Silver ha obtenido concesiones para la extracción de plata en la Sierra de Catorce. Esto implica no solo la transgresión de las leyes y pactos que protegen a Wirikuta y al pueblo wixárika, al reconocimiento nacional e internacional que tienen, sino también representan una terrible agresión al equilibrio ambiental y a la salud de los habitantes de esta zona. Las actividades que esta y otras empresas mineras pretenden desempeñar en Wirikuta son como las que llevan a cabo en tantos otros lugares del mundo fuente de irremediables daños de proporciones excesivas. La amañada y truculenta campaña que ha causado la división entre los pobladores es sólo uno de los aspectos nocivos que se viven ya en la región. Los métodos y sustancias químicas que implican los procedimientos empleados en la minería hoy en día destruyen a todos los niveles en donde se llevan a cabo. La cantidad de agua que esta empresa pretende utilizar para obtener el mineral es irracional y estamos hablando de un lugar desértico, donde hay poca agua incluso para los habitantes y su modesta forma de vida. La remuneración económica prometida a los habitantes de la región a cambio de laborar para la empresa minera es miseria en comparación a las ganancias que pretende obtener al explotar los recursos naturales de lo que es como bien lo exponen los wixaritari: un lugar sagrado como lo es toda la tierra”.
Por otro lado, Siren Gualinga (2018), vocera de Mujeres Amazónicas del interior de la selva en Ecuador, ha denunciado la violencia de las empresas extractivistas, particularmente, de las compañías petroleras que agreden física y sexualmente a las mujeres y amenazan de muerte a las lideresas de la comunidad. También ha desmentido las versiones oficiales del gobierno de llevar a cabo consultas previas señalando que son sólo mentiras y manipulación.
De acuerdo con Global Witness (2019), la mayoría de las personas asesinadas por defender el medio ambiente son originarias de América Latina. El mejor ejemplo de esto es Brasil, donde la depredación de la riqueza natural del Amazonas, lo convierte en el país más mortífero del mundo registrándose 57 asesinatos en el año 2017.
La izquierda y la derecha ante las prácticas extractivistas
Frente al extractivismo, no hay diferencias entre gobiernos de izquierda o de derecha. Las empresas extractivistas reproducen las mismas prácticas depredadoras y de violencia sin importar el gobierno en turno. La idea del desarrollismo forma parte de la lógica occidentalocéntrica de derecha o izquierda y para alcanzar este fin todos los medios quedan justificados. Por ejemplo, podemos citar los casos de Bolivia, Venezuela y Ecuador, los cuales reproducen la misma visión y prácticas desarrollistas extractivistas que los gobiernos de derecha, ya que comparten la misma visión eurocéntrica del universo (Grosfoguel, 2016, p. 131).
Aunque va más allá del extractivismo, también podemos citar el caso de Cuba. Al respecto el biólogo ambientalista Víctor Toledo (2016) se pregunta lo siguiente: ¿Por qué Fidel Castro no conectó su filosofía “verde” con la realidad de la sociedad cubana? ¿Qué lo llevó a mantener en estancos separados su marxismo-leninismo y su espíritu ecologista?
El pensamiento verde de Fidel Castro se expresaba en frases como estas:
“Ya no es cuestión de patria o muerte, realmente y sin exageración el cambio climático es una cuestión de vida o muerte para la especie humana” (citado en Toledo, 2016).
“Es insostenible este mundo porque conduce a la humanidad a la dilapidación de los recursos y a la destrucción de la naturaleza. Y parto de la idea de que el mundo y la naturaleza pueden salvarse. Es una apuesta por la inteligencia frente a la brutalidad y el salvajismo” (idem).
“Tengo el hábito de leer cuanto análisis de ecologistas y científicos prestigiosos llega a mis manos” (idem).
Pese a su interés por el medio ambiente, la realidad cubana confirmó una de las tesis centrales del ecologismo: que el capitalismo y el socialismo no son sino las dos caras de un mismo modelo civilizatorio: el industrial. Cuba terminó adoptando la ilusión de una modernidad socialista (Toledo, 2016).
Extractivismo y capitalismo
El extractivismo constituye una parte de la problemática ambiental del cambio climático global y está estrechamente relacionado con la esfera económica. El modo de producción capitalista está destruyendo el equilibrio ecológico, es depredador del medio ambiente porque, en palabras de Dussel (2014, p. 225) “no tiene paciencia en desarrollar lentamente una tecnología ecológica”, ya que su planeación y desarrollo exigiría mucho más tiempo y sería amenazado por la competencia. Así, por ejemplo, si Henry Ford hubiera imaginado un auto eléctrico, le hubiera llevado décadas producirlo y su fábrica hubiese sido arrollada por la competencia de otras industrias automotrices. Es desde esta perspectiva que se configura el criterio del capital para elegir su “mejor” tecnología aun a costa del equilibrio ambiental” (idem).
El problema con el capitalismo es que no produce bienes para satisfacer las necesidades humanas sino para acumular ganancia y supedita todo el sistema para el logro de esta, así “la intercambiabilidad (Austauschbarkeit) de la mercancía por dinero y en último término por el aumento de la tasa de ganancia es la que importa por sobre su utilidad (Gebräuchligkeit)” (Dussel, 2014, p. 222). El fin real de la economía se ha trasformado en un medio y el medio (valor de cambio de la mercancía) se ha convertido en el fin último. Este es el fundamento del problema ecológico (idem).
Moore (2017) ha señalado que el desarrollo capitalista del periodo entre 1450 y 1750 marcó la pauta para todo lo que sucedió después. En esos tres siglos, vemos no solo una nueva dominancia de la producción e intercambio de mercancías en la transformación del ambiente global, sino también nuevas formas de ver y entender la naturaleza como algo que está “ahí fuera”, fuera de la sociedad.
Así, tenemos que la relación que establece occidente con la Naturaleza es una relación instrumental y tecnomorfa. El trabajo, según Marx (citado en Estermann, 2015, p. 67) es el medio o instrumento para “humanizar” la naturaleza, para transformarla de tal manera que esté a nuestro servicio. La naturaleza, en sí, no tiene ningún valor; es el trabajo que “crea valor” mediante el producto que se extrae de la Naturaleza.
Si bien la lógica del capitalismo nos ayuda a entender el por qué las prácticas extractivistas siguen operando a pesar de los graves daños que provocan al ambiente y a la salud de las comunidades, no es suficiente para comprenderlas en toda su complejidad, pues requieren de otro ángulo que trascienda la esfera económica y el imperialismo de la civilización occidental, es decir, requieren de una perspectiva decolonial.
La teología del extractivismo: un tentáculo del antropocentrismo occidental
Estermann, (2015, p. 66) ha señalado que “tanto la filosofía griega como el pensamiento semita (judeo-cristiano) son logo-céntricos y hostiles al misticismo de lo natural”. Si bien esta afirmación del autor se puede aplicar sin problema al pensamiento griego y al cristianismo no podemos asumirla sin distinciones para el judaísmo. El término judeo-cristiano, más que dar cuenta de las palabras que lo componen dice más acerca de quién la dice, y es que el guion entre ellas aspira a anular diferencias para englobar a lo judío en un todo indiscriminado con el cristianismo y subsumirlo en el decir griego (Sperling, 1995).
Aquí debemos hacer una precisión: el judaísmo no puede ser logo-céntrico, ya que, el Logos es un decir que se gesta a la sombra del Ser, es un decir griego que tiene como referente a la Idea, la cual, desplegada en el Logos devendrá concepto, derivación lógica de un principio ontológico. Pero resulta que, el Ser no importa en el pensar judío (Sperling. 1995).
“¿Qué sucede con el decir hebreo? No se encarna en el Logos, sino en Davar, palabra…No hay aquí distancia alguna entre cosa y palabra, entre el suceder y el decir, entre lo que es -suponiendo por un instante y de manera aproximada, la validez de este término para el hebreo- y lo que nombra” (ibid, p.57).
En el judaísmo no se establece una “separación metafísica” entre la palabra y la cosa, ejemplo de esto es la inexistencia del verbo Ser en hebreo1. Lo Real no se despliega en esencias inteligibles sino a nivel de la acción, en el hacer (idem).
Para la teología cristiana, la Naturaleza no posee fuerza salvífica, ni se la considera como co-partícipe en la obra salvífica (Estermann, 2015, p.67):
“el theologumenon de la salvación cristiana es bastante antropocéntrico, sea en forma interior (salvarse el alma), sea en forma más comunitaria (Reino de Dios). ¿Dónde se dice que el Reino de Dios también incluye la perfección del reino mineral, vegetal y animal?”.
Sin embargo, esta postura ante la naturaleza no es originaria del cristianismo, pues encuentra sus orígenes en el judaísmo, fue este el que aportó a Occidente el monoteísmo, iniciando con ello la desacralización del mundo natural. De este modo, el pueblo judío, da pauta a la desacralización de la naturaleza a partir de un Dios mono conceptual, abstracto y genérico que succiona para sí todo el respeto sumo que se le tenía a la naturaleza (Lara, 2019). Este paradigma monoteísta parece ser la base que legitima las prácticas extractivistas. Gudynas (2016) ha planteado la necesidad de analizar dichas prácticas como una teología, ya que se han convertido en actos de fe inmunes a la evidencia de sus efectos negativos. Las dinámicas por las cuales se legitiman, promocionan y aplican actividades como la explotación minera o petrolera se comportan más como una creencia religiosa que como un campo de análisis sustentado en argumentos e información científica.
“me refiero a una teología política, entendida como la producción de políticas que al contrario de lo que proclaman, no son neutras ni racionales, sino que están inmersas en creencias y espiritualidades. En ellas se genera una cierta sacralidad, usada para legitimar y fundamentar ordenamientos y prácticas políticas entre los humanos y en la relación con la Naturaleza” (Gudynas, 2019).
A lo anterior, Gudynas (2019) agrega que estamos rodeados de liturgias extractivistas, es decir, celebraciones de presidentes, ministros o empresarios que festejan una nueva mina o torre petrolera, o un incremento en las exportaciones.
El presidente y CEO de la minera canadiense citó un fragmento del relato del Génesis en la Biblia:
“De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos.
El uno se llama Pisón: es el que rodea todo el país de Javilá, donde hay oro.
El oro de aquel país es fino. Allí se encuentra el bedelio y el ónice” (Génesis 2: 10-123 citado en Gudynas, 2016, p.15).
Con esto se intenta legitimar a la minería como una actividad divina, donde el oro representa una bendición celestial. Así, cualquier advertencia o evidencia de los daños que causa el extractivismos es negada firmemente sustentándose en esta fe. El presidente Lula da Silva siempre afirmó que las mega represas en la Amazonía no tenían impactos significativos, y el gobierno de Rafael Correa, en Ecuador, también sostenía que la gran minería era inocua (Gudynas, 2016).
La relación entre la teología y el extractivismo se ha evidenciado más en Colombia anunciándose de manera explícita este vínculo. En el 2013, se llevó a cabo una serie de conferencias con el título de “Cristianismo y Minería” en la ciudad de Bucaramanga Santander, en la iglesia Casa sobre la Roca. El objetivo del evento fue generar “espacios de reflexión acerca de temas económicos que pueden significar el desarrollo y futuro para cientos de comunidades”. Entre los asistentes se encontraba el Gerente de la Asociación de Industriales de Colombia (ANDI), el CEO de la minera canadiense Eco Oro Minerals Corporation, el Gerente de su subsidiaria colombiana, y en representación del sector estatal, el procurador ambiental y de restitución de tierras (idem). Cabe resaltar que, en esa región se estaba desarrollando una fuerte resistencia contra la exploración minera, específicamente de oro, en los páramos de los departamentos de Santander y Norte de Santander. El moderador de la mesa redonda era un pastor que aseguraba: “Dios iluminará a las autoridades para que acierten sobre la decisión que tomen sobre el futuro de esa actividad en el departamento” (Güesguán Serpa, 2013, citado en Gudynas, 2016, p. 14).
El caso de Bolivia también merece resaltarse. La celebración que realizó Evo Morales de un nuevo yacimiento de petróleo en el 2015, la cual significaba triplicar las reservas de crudo en su país, tuvo actos parecidos a la misa católica (Gudynas, 2016, p. 17):
“en un momento de la celebración, Morales en un estrado ubicado en ese campo petrolero, y de frente a los asistentes, sonriente, levantó triunfante un pequeño matraz transparente que permitía ver el negro crudo en su interior. Es sobrecogedor que el sentido y la estética del acto se asemejara a las misas católicas: así como el sacerdote eleva el cáliz con el vino y llama a la oración, Morales alzaba el matraz con petróleo para adorarlo y celebrarlo”.
En este mismo evento de celebración y adoración al petróleo, Morales hizo una advertencia: “ONG que perjudique la explotación de recursos naturales será expulsada”. Aunque no era la primera advertencia que lanzaba, reforzaba la postura de que la teología extractivista no toleraría las herejías (ibid, p. 18). Tornándose difícil la existencia de una oposición, “los que critican a los extractivismos estarían locos”, decía el presidente de Ecuador Rafael Correa, y señalaba que en un país desarrollado, “todos ellos estarían encerrados en el manicomio” (Gudynas, 2019).
De acuerdo con Gudynas (2016) en las prácticas extractivistas hay toda una simbología paralela con la teología, a modo de ilustración, tenemos que las iglesias de los extractivismos corresponderían, a las cámaras empresariales mineras, petroleras y agrícolas en cada uno de nuestros países, ya que son las principales instituciones en defender y promover ese tipo de emprendimientos. La academia tiene a su vez paralelismos con los seminarios y escuelas de teología, donde se prepara a los sacerdotes y misioneros que promoverán esta doctrina. Este papel lo llevan a cabo las facultades de geología, las escuelas de negocios y las asociaciones y colegios de profesionales. Por ejemplo, el Colegio de Geólogos de Chile, la Asociación Colombiana de Ingenieros de Petróleo, o la Asociación Brasilera de Geólogos del Petróleo. Junto a ellos están organizaciones de promoción técnica y asistencia, como los institutos de ingenieros de minas, uno en Chile y otro en Perú.
Los textos reverenciados serían los manuales de desarrollo o guías de crecimiento económico, donde se fundamenta la relación entre progreso y la explotación de la naturaleza. El crecimiento económico se sacraliza como sostén del desarrollo, y este debe ser alimentado por las exportaciones de minerales, hidrocarburos o granos. De este modo se genera la condición de imperiosa necesidad de explotar la Naturaleza para evitar un apocalipsis económico (Gudynas, 2019).
Los profetas de los extractivismos serían los que anuncian maravillosos futuros a través de las explotaciones. Los sacerdotes lo defienden desde sus roles políticos o las cátedras universitarias, y los misioneros son los agentes que arriban a las comunidades locales para anunciar cómo la llegada de un proyecto mejoraría la vida de todos. “Uno de los más activos militantes de las profecías de bonanzas extractivistas es el presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien repetidamente apela a imágenes tales como que el país está sobre sacos de oro que deben ser extraídos cuanto antes, y que con ello se erradicará la pobreza (ibid, p.19)”. Anualmente, las iglesias extractivistas, los profetas, misioneros, sacerdotes y las academias realizan sus celebraciones compartiendo información, reforzando sus lazos, y recreando la fe en congresos o ferias de extractivismo, por ejemplo, Perumin, el mayor congreso minero de Perú y uno de los más importantes del continente que en el 2015 estuvo bajo organización del Instituto de Ingenieros de Minas del Perú (idem).
A pesar de todos estos paralelismos teológicos, los extractivismos niegan su religiosidad, y se presumen como expresiones de la ciencia, de la tecnología de punta, de la razón y la objetividad. “Puede argumentarse que esa pretendida secularización, donde la razón triunfa sobre las creencias religiosas, un atributo propio de la Modernidad, es en realidad una transferencia gradual de atributos divinos a los seres humanos, las fuerzas sociales y la historia, y al mundo natural” (Gillespie citado en Gudynas, 2016, p. 20).
De acuerdo con Stark (2005), la idea de que el éxito de Occidente, ha dependido de haber superado las barreras religiosas para progresar es un completo absurdo, ya que, la teología cristiana ha privilegiado la razón durante siglos. Esto se debe a la concepción cristiana de un Dios racional al que se puede llegar mediante la razón porque todo lo ha hecho racionalmente. La doctrina de un Dios “racional” es una herencia del cristianismo, que a su vez la toma del judaísmo.
Así tenemos que, la razón es asunto de Dios, pues nada existe que Dios, el Creador de todo, no haya pensado, dispuesto y ordenado según la razón, nada que él no haya querido que pudiera un día ser entendido por la razón. Entender las leyes según las cuales Dios ha creado y ordenado el universo no es fácil y su comprensión será gradual: de aquí la idea del progreso, y de un conocimiento que crece en el tiempo y se perfecciona (idem).
Lo anterior es clave para comprender el extractivismo en su dimensión teológica, nos muestra que el hombre occidental -como ser racional e Imago Dei- adquiere la potestad para conquistar a la naturaleza y destruirla con tranquilidad de conciencia, puesto que se encuentra en autosuficiencia ontológica por encima de ella, está legitimado por la Biblia y por la razón. Se trata de una legitimidad divina, dado que la razón misma se sacralizó en el siglo de las luces y después fue secularizada en la idea del progreso.
El extractivismo y la separación metafísica de la realidad
Como señalamos anteriormente, la filosofía griega es Logo-céntrica. Fue Platón quien estableció el criterio axiológico de la inferioridad ontológica de la Physis con el mundo eidético -la Idea. Así, la Physis solo viene a ser el trampolín para llegar a la Metaphysika (Etermann, 2015, 66). En la filosofía moderna tenemos a Descartes para quien la Naturaleza es una res extensa, una simple máquina mecánica al igual que el cuerpo. Este filósofo estableció -mediante un dualismo ontológico y solipsismo epistémico- la independencia y superioridad de mente sobre el cuerpo-naturaleza (Grosfoguel, 2013).
“He conocido por ello que yo era una substancia (substance) cuya esencia en totalidad o la naturaleza consistía sólo en pensar, y que, para ser, no tenía necesidad de ningún lugar, ni dependía de ninguna cosa material. De suerte que este yo (moi), es decir mi alma (âme), por la que soy lo que soy, era enteramente distinta del cuerpo, y aún era más fácil de conocer que él, y que aunque él no fuera ella no dejaría de ser todo lo que es” (Descartes, 1953 /1996 citado en Dussel, 2008, p.164).
Esta separación metafísica de la realidad u ontológica con la naturaleza, se remonta a los albores de la civilización occidental -cuando los griegos se fueron alejando de sabidurías ancestrales como la egipcia y la babilónica- devaluando el vínculo que estas tenían con la naturaleza y el cosmos, inventaron una mitología, que si bien guardaba resquicios de cosmogonías anteriores, se fue tornando antropomorfa y androcéntrica. (Lara, 2019). Por otro lado, con el salto del mito al Logos, el griego continúa la tendencia de dar la espalda a la naturaleza al inaugurar un pensamiento desprendido de la Physis. Y cuando se asume como Ser racional, se separa de los animales, las mujeres, los niños y los bárbaros por considerarlos jerárquicamente inferiores a él, marcando con esto nuevamente una separación ontológica con la realidad.
Cabe resaltar que, la separación ontológica con la naturaleza es propia del hombre occidental, no se observa en los pueblos originarios, pues en su cosmovisión no hay esa escisión con el mundo natural, de hecho en algunas culturas indígenas no existe la palabra naturaleza como tal, ya que lo que se entiende por naturaleza no es un objeto sino un sujeto que forma parte de la vida en todas sus formas. Así, dicho concepto “implica la división entre sujeto (humano) y objeto (naturaleza), donde el sujeto (humano) es el que tiene vida, y todo lo demás es naturaleza considerada como objetos inertes. Por consiguiente, sus formas de vida son inferiores a la humana y están inscritas en la lógica instrumental de medios-fines de la racionalidad occidental donde la naturaleza se convierte en un medio para un fin” (Grosfoguel, 2016, 129).
Las siguientes palabras de los indígenas Mapuche muestran claramente la ausencia de una escisión con el mundo natural:
“No nos podemos quedar en silencio, siendo testigos del genocidio sobre nuestra Ñuke Mapu y toda su vida todos sus Newen. Este es uno de los motivos que nos movilizan a oponernos y a luchar en contra del desembarco de las multinacionales de la minería en nuestro territorio ancestral y a solidarizarnos con aquellos que, como nosotros, estén en esa lucha por la vida”.
Nótese cómo emplean la palabra “genocidio” para referirse al exterminio de toda la vida contenida en el planeta con la frase: “toda su vida, todos sus Newen”. Aquí el uso del término genocidio es equivalente de ecocidio, no hay distinción, ya que desde su cosmovisión no hay una separación entre la vida humana y la no humana como ocurre en Occidente, vía la fragmentación conceptual de la realidad.
Herejías y Decolonialidad
Ahora bien, ¿qué soluciones podemos plantear ante los efectos devastadores, en términos ambientales, que produce el extractivismo? De acuerdo con Gudynas (2019), las alternativas no deben reducirse a un simple cambio entre gobiernos de izquierda o de derecha, ya que para romper con las teologías extractivistas hay que ensayar otros modos de relacionarse con la naturaleza. En este sentido, el autor propone la necesidad de convocar a herejías que pongan en entre dicho esas teologías. Entendiendo el término herejía como sinónimo de “elección”, se trata de elegir otros vínculos entre los humanos y el medio ambiente.
Considerando que las prácticas extractivistas no pueden desvincularse de la idea de progreso, y que el desarrollo ha actuado como un concepto completo de control, entendemos a la modernidad como un proyecto de expansión colonial (Grosfoguel, 2018). En este sentido, coincido con Grosfoguel al sugerir la perspectiva decolonial no como una opción sino como una necesidad para salvar la vida en el planeta, pues considero que ha sido la civilización occidental con sus grandes paradigmas (antropocentrismo, separación metafísica de la realidad, desacralización de la naturaleza y fragmentación conceptual de la realidad)2 la que ha generado el desequilibrio ecológico que estamos padeciendo.
Necesitamos un cambio de cosmovisión que nos permita coexistir de forma más armoniosa con la naturaleza y con las demás culturas y civilizaciones no occidentales del mundo. De este modo, me parece importante retomar las concepciones del buen vivir que tienen una base ancestral de respeto y fraternidad con el universo como el Sumak Kawsay de los aymaras, el Suma Qamaña de los quichuas y el Ñande Reko de los guaraníes.
Estas cosmovisiones han ido cobrando interés y legitimidad como alternativa, ya no sólo para las comunidades indígenas sino también para las sociedades occidentales. Esto supone un giro en la ‘colonialidad del poder’ que instaló como referentes universales el pensamiento y las políticas producidas en el Norte global (Magdalena León, 2010, pp. 107-108).
La noción del buen vivir es una concepción de armonía con la naturaleza y la comunidad donde nadie puede ganar si su vecino no gana (De Sousa, 2010, p. 15). En diversos pueblos indígenas de México la palabra Yo3 no existe, se sustituye por el “nosotros” y se antepone el bien común al individual. Esto es contrario a la visión capitalista en donde para que yo gane, el resto del mundo tiene que perder. No hay ganancia sin pérdida. Es tiempo de intentar imaginar un modelo diferente de economía y de sociedad, con otra concepción de naturaleza (idem). Se trata de buscar una nueva reconceptualización de la economía a la luz de la reproducción ampliada de la vida, no del capital (León, 2010). Es necesario que la naturaleza deje de verse como un objeto, recurso, o fuente de riqueza.
Tlaltikpaktli Inemilis: en armonía con la vida
De Sousa (2010) sugiere que en los movimientos sociales decoloniales hay que empezar a utilizar lenguas no coloniales. Por ello, subrayo la frase en náhuatl “Ma yeto pakilistli itech Tlaltikpaktli Inemilis”, que apunta a un andar armonioso con la vida del planeta, para trascender los racismos lingüísticos que han invisibilizado a sus hablantes como inferiores.
Estamos en una crisis de civilización, en un punto crucial que nos coloca ante una batalla que materializa dos visiones: un proyecto de vida contra un proyecto de muerte, un choque de civilizaciones4. Por un lado, tenemos a la civilización opresora que es la civilización industrial “que disfraza sus fines perversos bajo los paradigmas de lo moderno, el progreso el desarrollo y la eficacia tecno económica, todos convertidos en dogmas que alimentan una falsa conciencia” (Toledo, 2015, p. 120).
Por otro lado, tenemos a las comunidades indígenas, la principal resistencia ante los proyectos de muerte del neoliberalismo, ya que conforman diversos proyectos alternativos emancipatorios (ibid, p. 129).
México cuenta con la sabiduría para revertir el cambio climático y los problemas sociales. Esta sabiduría se encuentra en los pueblos indígenas “en lo que queda de tradicional en el planeta -7000 pueblos indígenas con una población estimada en 400 a 500 millones- se encuentran las claves para la remodelación de las relaciones sociales y de las relaciones, hoy convertidas en meras formas de explotación del trabajo humano y de la naturaleza” (ibid, p. 13). Sin embargo, no se trata un indigenismo esencialista sino de la articulación de esta sabiduría ancestral con los conocimientos del mundo contemporáneo (idem).
La crisis de civilización que estamos viviendo requiere trasformaciones civilizatorias, es decir, cambios profundos en la manera de mirar, vivir, convivir, conocer y compartir (Toledo, 2015). En este contexto, considero que “cualquier proyecto situado en el campo de la política y de la gestión del bien común, ya sea de movimientos sociales, partidos políticos o instituciones políticas que no incorpore de forma pivotante, intensiva y transversal en todas sus propuestas cambios paradigmáticos en la relación con la naturaleza y, por supuesto, también con todos los seres que la conformamos, no está bien equipado para gestionar los grandes retos de supervivencia que se avecinan en esta turbulenta época” (Herrero, 2017, p. 24).
Sólo de esta manera podemos transitar hacia la creación una nueva civilización no imperial cuyo eje central sea el respeto sumo a la vida, una civilización que no se posicione como anti-occidental sino incluyente, es decir, en diálogo fraterno y aprendizaje continuo de otros conocimientos, saberes y sabidurías intra y extra occidentales, de otras formas de relacionarse con el planeta, con la naturaleza, con la vida humana y no humana. Pienso, al igual que Ángela Davis (2017) que la lucha por salvar al planeta, por detener el cambio climático, por salvar la atmósfera, la flora y la fauna, conforma el punto cero de la lucha por la justicia social.
Así, de este modo, y desde la región de Latinoamérica, los sujetos colonizados debemos reflexionar nuestra acción social y decidir si quedamos suscritos a un proyecto de destrucción o cambiamos de rumbo hacia un proyecto que esté a favor de la vida y que honre a la Pachamama en respeto sumo con Tlaltikpaktli Inemilis.
Referencias
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1 El verbo Ser es propio de las lenguas indoeuropeas únicamente. Este punto lo expongo en mi artículo “Rastreando el origen de las estructuras del conocimiento occidental fundadas en el racismo epistémico. Hacia una nueva propuesta para la descolonización del pensamiento. En Revista PRAXIS de Filosofía n° 77, (2018).
2 En mi artículo anteriormente citado abordo estos paradigmas de la civilización occidental.
3 Relatos del Subcomandante Marcos, “Los otros cuentos. El yo y el nosotros”. Video disponible en https://youtu.be/RD5eMiU53zY
4 No nos referimos al choque de civilizaciones de Samuel Huntington, sino al choque del proyecto de muerte de Occidente con el proyecto de vida de los pueblos originarios.
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