REPERTORIO AMERICANO

ISSN-0252-8479

Segunda Nueva Época, N.° 27, Enero-diciembre 2017

Páginas de la 253 a la 257 del documento impreso

Sitio Web: http://www.revistas.una.ac.cr/index.php/repertorio/index



El derecho del niño a imaginar

Floria Jiménez

Centro de Investigación y Docencia en Investigación

Universidad Nacional, Costa Rica


¿Por qué hablar de la defensa del niño a imaginar?

Imaginar es una facultad inherente al ser humano desde su temprana infancia, y negar esta facultad es como negarle al hombre su derecho a respirar o a alimentarse.

Se puede obligar a un niño a no hablar en presencia de los adultos o en el aula, a “estarse quietecitos y formales”, pero no se les puede impedir que imaginen. ¿Acaso hemos pensado en la trascendencia que tiene una educación basada en el respeto a esta facultad? ¿Estamos respetando el derecho del niño a imaginar, por medio del estímulo que se le brinda en el hogar, la escuela y los medios de comunicación, por ejemplo?

Dice Barcou en su obra El niño y la mentira (1978) que es imposible que alguien desconozca la existencia de la imaginación, porque la ha experimentado en cada momento de su existencia. Se trata de esa facultad de reproducir o inventar objetos o situaciones, atribuyéndoles forma de imágenes.

Agrega el autor que las percepciones, especialmente las visuales, dejan huellas numéricas (que algunos han creído atribuir a unas modificaciones duraderas de ciertas estructuras químicas de las células nerviosas) y cuando se quiere, se reinyectan en el funcionamiento mental bajo la forma de imágenes coherentes provistas de una carga emocional y articuladas en escenas servidas.

Desde el nacimiento, y sin duda incluso antes de este, existe en el hombre la facultad de almacenar las impresiones visuales y, sobre todo, de poder reproducirlas en una representación mental, ya sea voluntaria, esta es la imaginación; ya sea semivoluntaria, esta es la ensoñación; ya sea involuntaria, este es el sueño; e incluso puede adquirir una presencia concreta más fiable que la realidad en la alucinación. Pero el espíritu no es solo una memoria, puede, a voluntad, crear formas y situaciones de modo que el poder imaginativo es tanto poder de representación como poder de invención. Por ello se dice que la imaginación es una función del espíritu que participa en la génesis del renacimiento.

No obstante las afirmaciones anteriores, muchos adultos confunden la expresión de hechos imaginarios de los niños pequeños con la mentira, con el pretexto de la irrealidad que representan.

Afirman los especialistas que, desde el instante en que el niño llega al mundo, es asaltado por imágenes pero, al no estar capacitado aún pasa apreciar su contextura, estas se le imponen en forma de alucinaciones.

No obstante, de manera rápida, el niño o niña pretende, por etapas, someter a prueba la realidad del dominio de su imaginación, y a ser el dueño de su reproducción; sin embargo, el recuerdo alucinatorio seguirá siendo importante, el menos hasta los seis años, durante todo el periodo en que el pensamiento será mágico, en que la fe en la realidad de las imágenes creadas por el espíritu, se debilitará, pero no será abandonada del todo.

Rubín, Fein y Vandenberg (1983) realizaron una investigación con el fin de determinar cuáles eran los límites entre la fantasía y la realidad en el juego de imaginación de los niños preescolares. Las observaciones realizadas por los investigadores sugirieron que dicha diferenciación se producía en segmentos que, a su vez, iban formando etapas específicas en la secuencia del desarrollo psico-emocional del niño.

Encontraron los investigadores que la primera etapa correspondía a los niños cuyas interrupciones del juego de fantasía provocaban ideas y emociones confusas. Un niño de tres años, tras la presencia del adulto observador, pretendió ser un monstruo, con el fin, según él, de asustarlo. Empezó, entonces, a caminar como un monstruo y a emitir rugidos como un monstruo, sin embargo, a los pocos minutos, rompió en llanto, no precisamente como lo haría un monstruo, y no cesó de llorar hasta que llegó su madre a consolarlo. Cuando se le preguntó la causa de su llanto dijo que el monstruo lo habría asustado, pero, lo curioso es que, a pesar de que habría otros niños alrededor solo él se habría asustado porque aquel era producto de propia imaginación. Vemos, entonces, por el ejemplo anterior, que este niño no manifestaba aún control sobre su fantasía.

La segunda etapa, encontraron los investigadores, estaba representada por un niño de cuatro años quien también se “convirtió” en monstruo pero que solucionaba el temor, borrándolo con las palabras “albra-ca-dabra”. Observamos entonces, que, a pesar de tener dificultades en cruzar los límites entre la fantasía y la realidad, ya existía en él un tenue control sobre su fantasía emocional.

La tercera etapa hacia la maduración estaba representada por un niño de seis años quien fue más allá e invitó al monstruo a comer a su casa con su familia, porque supuso que un monstruo que come en casa con él es bueno e inofensivo.

Scarlett y Wolf (1979) sustituyeron en sus investigaciones sobre los límites entre la fantasía y la realidad, el juego de imaginación, por la narración de cuentos. Apoyados en esta actividad, ambos especialistas demostraron que los niños van desarrollando enlaces entre la fantasía y la realidad, más complejos conforme avanzan en edad.

Encontraron que, en una primera etapa, los niños no eran capaces de realizar enlaces entre ambos planos pero que, después de observaciones y análisis, llegaron a la conclusión de que se trataba de un enlace permeable, a través del cual se filtraban elementos ajenos al cuento en sí mismo, con el fin de encontrarle soluciones al conflicto que la narración planteaba.

Estas experiencias demostraron que los niños eran capaces, igual que en el caso del monstruo, de cruzar los límites entre el cuento de fantasía y la realidad.

Una conclusión importante de lo anterior es que, conforme los niños aumentaron sus experiencias, dominando y manejando escenarios y situaciones que algunas veces les provocan emociones eternas como el temor al monstruo, a las brujas o a los fantasmas, ellos van aprendiendo a separar esas supuestas acciones y personajes, creación de su fantasía, y conforme ellos van controlando los límites con la realidad, su concepción del mundo se va ensanchando.

De este modo, al progresar el niño en dichos estadios de desarrollo psico-emocional, no sólo se va a dar una clara diferenciación entre ambos, sino una integración de la realidad y la fantasía, en beneficio de su propia concepción de las relaciones que él establece con su entorno.

Es la imaginación del niño, el tesoro de mayor riqueza expresiva que el adulto tiene en su poder para enriquecerla, entonces, con experiencias motivadoras, siempre nuevas o para adormecerla perjudicialmente. Es necesario que el adulto tome, muy en serio, el desarrollo de la imaginación creadora del niño con el fin de brindarle permanentemente el estímulo que esté a su alcance.

Leamos un fragmento de “Caballito” perteneciente a Mulita Mayor de Carlos Luis Saénz:

y allá voy, allá voy, volando sobre las nubes, sobre las hierbas del potrero, cerro arriba, a perderme en el cielo…

Y más adelante agrega:

Por la noche, al acostarme, lo dejaba debajo de la cama y en sueños, ¡arriba, arriba sin parar! en el viento desbocado, de fonda en fonda, de torre en torre, hasta la laguna azul callada, donde todo para, hasta el viento, y donde está toda esa dicha que luego y ahora, no podemos recordar ni tú ni yo ¡caballito de madera!

Cuántos de nosotros no habremos gozado de un juguete elemental y lo hemos disfrutado quizás, más aún que nuestros hijos a quienes la tecnología ha brindado una gran variedad de juegos que no ofrecen mucho a la imaginación creadora. Ese es uno de los precios del avance de la civilización pero, ¿no valdrá la pena recuperar algunos valores de esos entretenimientos primitivos: muñecas de trapo, carritos con latas de atún, avioncitos y barcos de papel y tantos otros sueños que solo caben en la necesidad que tenga el niño de volcar su afectividad en objetos a los cuales transmite características de acuerdo con sus necesidades?

¡Cuántas veces habremos contestado con indiferencia al entusiasmo de un niño que descubre el mundo como si lo viera por primera vez, tildándolas de necedades o tonterías! ¡Que lección de verdad encontramos en las páginas de El Principito en donde afirma el autor que todas las personas mayores primero fueron niños.

Y este niño que llevamos dentro, dejamos, poco a poco que se adormezca porque no lo despertamos con experiencias esenciales: gozar del vuelo de un ave, del arrullo del viento, de una puesta de sol, de la sonrisa de un niño, de la poesía, del arte en general, de la alegría de venir a pesar del dolor de la esperanza, a pesar de la desesperanza, de la verdad a pesar de la mentira, del amor a pesar del odio, de la paz a pesar de la guerra.

Esta actitud de excesiva lógica va llevando al adulto a olvidar el juego, la creación espontánea de la palabra oral y escrita. Y lo más serio de esta consecuencia: lo va alejando cada vez más de los niños, ya sea aquel un padre, una madre o un educador.

Y este exilio en su propia torre de cristal va dejando a los niños en la más triste soledad que, a pesar de los avances de la tecnología, sigue abrumándolos.

Nuestros niños ya casi no juegan al aire libre, ni cantan canciones, ni escuchan cuentos, ni declaman poesía. Bien dice El Principito que su planeta es tan pequeño que solo bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el crepúsculo, cada vez que lo deseaba. Y así todos los días, solo, melancólico, sin amigos.

Como este mundo al desarrollo de la imaginación, el cuento tiene la virtud de transportar al niño a través del mundo de la aventura, convirtiéndolo en recreador y actor.

Por medio de los conflictos que sufre el héroe, el pequeño lector lucha con él y triunfa con él, al final de muchos tropiezos ¿No es éste el preámbulo para enfrentar la propia vida?

Lo fundamental en los cuentos, dice Fernando Savater, es el viaje que aleja al protagonista del ambiente cerrado de las seguridades familiares abriéndole de par en par las puertas de los medios para lograr ese alejamiento: caminas con botas de siete leguas para huir, como lo hizo Pulgarcito de las garras del ogro; navegas en una cáscara de nuez como la pequeña princesa; caer tras precipitarse por la madriguera como Alicia rumbo al País de las Maravillas o volar en las alas del ave Roe que transportó a Simbad. Lo que importa es llegar lejos, alcanzar la plenitud de sentirse libres.

La literatura para niños, por medio del cuento leído o narrado, la poesía o la novela, permite al pequeño ser creador de la obra a la par del escritor, ofreciéndole a manos llenas, aventuras, personajes, escenarios y conflictos múltiples.

Un padre de familia que juega a inventar pequeños cuentos con sus hijos, el maestro o la maestra que permite el desarrollo de la lectura creativa, de la expresión oral y escrita creadora, de manera permanente, estará respetando el derecho del niño a imaginar, que es lo mismo que respetar su derecho a ser niños y futuros adultos felices.

San José, 7 de setiembre de 1990.

Bibliografía

Bascow, J.R. (1978). El niño y la mentira: verdades y embustes del niño y el adolescente. Barcelona: Herder.

Rubin, K.H., Fein, G.C. y Vandenberg, B. (1983). Manual del juego.

Saénz, C.L. (1967). Mulita mayor. San José: Editorial Costa Rica.

Searlet y Wolf 1979


Logo Euna

Universidad Nacional. Facultad de Filosofía y Letras

Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA)

Campus Omar Dengo, Heredia, Costa Rica

Logo Una