REPERTORIO AMERICANO

ISSN-0252-8479

Segunda Nueva Época, N.° 26, Enero-diciembre 2016

Páginas de la 11 a la 13 del documento impreso

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Por qué escribo



Yo no escribo para complacer a todos, ni en busca de aplausos. Escribo de raro en raro, porque siento la necesidad de darle expresión a ciertos estados del alma popular costarricense que me interesan y que deben recogerse, si en verdad queremos hacer la patria en lo que tenga de espiritual, en lo que revele un estado de civilización.

Me interesa conocer el pueblo costarricense en lo íntimo: cómo imagina y crea, cómo reflexiona y redacta, cuál es su comprensión y su sentimiento de la familia, del niño, de los animales, del paisaje, de la justicia, de la amistad, de la projimidad, de la vida relgiosa, de lo sobrenatural, de cuanto carece de importancia para el narcisismo literario. En el cuadrito Madres, por ejemplo, el lector comprensivo y simpático verá cómo la fabulilla, en la zorra y en la obrera, exalta la maternidad generosa, para la que sus hijos lo son del sol también. El juicio del conejo y de la ecina aporta un dato más acerca del sentimiento popular costarricense del niño, Pero nada de esto puede ver el juicio criollo, enconado y obtuso.

Declara Lugones que media docena de los romances de Aquileo y otra media de los cuentos de Magón, dan más idea de Costa Rica que veinte tomos de estadística.

Si pintara, si dibujara, si esculpiera, mis asuntos serían también populares y sencillos. Hay bastantes penas y alegrías en el alma de nuestro pueblo que aguardan intérpretes en la línea y en el color. Y de nuestro paisaje, ni se diga; ahí está en orfandad de espíritu, babarizado, porque apenas hay quien lo vea, quien lo sienta y eternice. Y como en la letras, en el arte pictórico lo escultórico huiría de las suntuosidades y opulencias. Es una cuestión de temperamento, de convicción artística. Ya no me satisface la fraseología campanuda, declaratoria y pasada de moda, de la prosa y versería usuales en testos trópicos; ando en busca de lo interno, de lo que ocurre en el alma de los demás, de lo que otros no ven.

Entre tanto, cada uno hace su labor literaria como pueda y como la entiende, no todos los que escribimos para el público estamos autorizados para encaramarnos en el retablo de las maravillas a predicar el quinto evangelio.

La anécdota –el chisme, como dice la suficiencia presuntuosa- es un excelente y perdurable motivo de arte. En ella se basa la literatura popular, que es eterna.

Cuando Gorky le pidió su juicio a Tolstoi de la novela Tomás Gordéieff, su primera “obra de aliento”, el maestro le contestó:

- Comencé a leerla, pero no la concluí. Perdonadme. Esa novela no me agrada. Pero he leído, en cambio una de vuestras novelitas: La Feria de Goltawa, que sí me ha encantado. Todo en ella es sencillo y sincero. La he leído y releído.

- ¡Pero es una simple anécdota!

A lo que repuso Tolstoi:

- ¡Qué importa! La Carretela de Gogol es también una simple anécdota. Y sin embargo, se leerá, aun cuando tú y yo hayamos desaparecido de este mundo.

De las consejas de comadres, en la paz del hogar, han salido las fábulas y los cuentos, las tradiciones y leyendas, los poemas épicos y romanceros, y todas las literaturas vernaculares, de las que descienden las más nuevas, las más refinadas y elegantes, aunque a simple vista así no lo parezca.

De tal modo que actuales y futuros escritores nuestros hallarán motivos de inspiración y de estudio, renovadas sugestiones poéticas, en Los Cuentos de mi Tía Panchita que ahora recoge Carmen Lira o en las Concherías de Aquileo. Como don Ricardo Fernández Guardia y don Manuel de Jesús Jiménez, con sentido del tiempo y visión artística, han hallado motivos muy curiosos y bonitos para sus narraciones en los procesos y legajos antiguos de nuestros Archivos. Que con chismes y enredos de los abuelos, también compuso el difunto Ricardo Palma muchas de sus inmortales Tradiciones Peruanas. Al fin de cuentas, lo más interesante para el hombre, es el hombre mismo, con sus hermosuras y fealdades.

En lo que se refiere al sentido político y social de mi cuadro El Empleo, calzan bien estas palaras de don Ricardo Jiménez escritas en otro tiempo:

“Quien conozca a Costa Rica por su prensa, dirá que las miniaturas Dos buenos ticos y Como si fuera borrego son de una inmerecida y cruel ironía. Pero no: la crueldad no es del escritor, sino de la vida, que, noventa y nueve veces en ciento, es prosaica y cruel”.

Y por lo que atañe a la forma del cuadro citado, al procedimeinto artístico de la composición, también valen estas otras palabras de don Ricardo, lector de buen gusto:

“Su hablar es diáfano; y pueda que, para producir la intensa emoción estética, no precisen frases enmarañadas ni alambicamientos de conceptos”.

Por lo demás, jóvenes de exaltadas ambiciones, duerman a pierna suelta o murmuren en corrillos estériles. Yo no soy sombra ni estorbo de nadie. Nunca lo he sido y me hastiaría serlo. Ando solo, jamás he tenido discípulos, ni lo he pretendido, ni lo quiero. No es cosa que me halaga lo de maestro con que me honran a veces algunos estimadores míos. Nadie podría decir que en sus prácticas de composición literaria, yo le he sido incómodo, yo he interpuesto mis teorías o mis maneras personales de escribir para obligarlo a seguirme. Ni en letras, ni en disciplina humana alguna, que vaya cada cual por donde le dé la gana, sin que eso me importe un bledo. No escribo para darle normas y ejemplos a nadie. Que cada quien vea y entienda el mundo como Dios se lo dé a estender.

La mano franca y calurosa, sí la he tenido para los jóvenes sinceros que se me han acercado, que trabajan a conciencia, con modestia y desinterés, no importa cuál sea su credo literario o filosófico. Me hallaron frío los fatuos y necios, cuyas agresivas urgencias de gloria no les permiten vivir contentos en estos valles nativos, y cuyas simpatías o malquerencias se miden por los favores que se les hacen o se les niegan.

En: Repertorio Americano, 1 (17): 258,
Jueves 15 de abril de 1920


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Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA)

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