R E P E R T O R I O


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A M E R I C A N O


Segunda nueva época N.° 31, Enero-Junio, 2021

ISSN: 0252-8479 / EISSN: 2215-6143



Francisco Zúñiga Díaz, un hombre
de letras1

Francisco Zúñiga Díaz, a man-at-letters

Hiram Castro Carvajal

Colegio Seminario

San José, Costa Rica

Resumen

En este artículo, el autor describe la importancia del escritor costarricense Francisco Zúñiga Díaz como líder y responsable del famoso taller literario que lleva su nombre, desarrollado en el Instituto Nacional de Seguros (INS) y fundado en 1979 para reunir a los trabajadores/as del INS interesados en la poesía y la narración.

Palabras claves: literatura costarricense, talleres literarios, poesía, cuento

Abstract

In this article, the author describes the importance of Costa Rican writer Francisco Zúñiga Díaz, leader and responsible of the well-known literary workshop founded at the National Institute of Insurances (INS) in 1979 to bring together INS’s employees interested in poetry and short story.

Keywords: Costa Rican literature, literary workshops, poetry, short story


Y regalas, sin diques, tu experiencia

a esta escuela de poetas y escritores.

Carlos Bonilla

1

Como parte de una práctica institucional iniciada años atrás, el Instituto Nacional de Seguros decide, en 1976, proveer a sus empleados de un espacio agradable que pueda ser utilizado fuera de sus horas hábiles, donde puedan colmar sus necesidades de expresión. Dicho espacio se instalaría en la Casona, en el costado oeste del edificio, a la par del parqueo. Tras subir por unas gradas, se tiene acceso a dos enormes plantas con varios salones, baños y cocina.

Tal es el nacimiento del Café Cultural del INS, órgano difusor de la cultura en el céntrico y viejo Barrio Amón durante las tres últimas décadas, en conjunto con el Hotel Don Carlos y la Galería Andrómeda. Francisco Zúñiga Díaz -poeta y narrador- asumió la presidencia del Café desde su fundación hasta 1984, en compañía de personeros de la institución como Roberto Rivera, Zulay Soto, Jaime Quintana, Edison Valverde, José F. Giralt y Ligia Calvo. La Casona albergó, desde entonces, a grupos de Alcohólicos Anónimos, artes marciales, danza, pintura, música y el taller literario fundado por Zúñiga en 1979. Desde ese momento, el grupo fue conocido en el ámbito nacional como Taller Literario Francisco Zúñiga, nombre con el que todavía es recordado.

Después de acogerse a una pensión merecida y muy bien ganada, Zúñiga, como homenaje a su gran labor, vuelve a ser designado Presidente del Café Cultural en 1993. Ejerció el cargo con dignidad, hasta que su enfermedad se lo permitió. El homenaje se completa cuando el Café es rebautizado como Café Cultural Francisco Zúñiga Díaz.

Bajo la dirección de Zúñiga, el taller literario se hace un nombre a la par de otros talleres, como el del Círculo de Poetas Costarricenses, encabezado por el connotado poeta Laureano Albán, donde militan miembros y seguidores del Manifiesto Trascendentalista. También destaca el grupo Octubre Alfil-4, en el que figuran poetas como Mauricio Vargas, Alejandra Castro y Gustavo Solórzano, todos con una reconocida trayectoria actualmente. En Cartago, estaba el Grupo Pablo Neruda, del cual dos jóvenes poetas visitaron el Taller; uno de ellos se convirtió en un miembro regular: Alfredo Trejos, uno de los poetas más destacados hoy.

También aparece el Grupo Eunice Odio, que trascendió al publicar una de las antologías más interesantes de los últimos años: Instrucciones para salir del cementerio marino, título que hace alusión a la ruptura con la poesía tradicional ejemplificada por el poeta francés Paul Valéry. Tampoco puede dejarse de lado al grupo hermano del taller de Zúñiga: el Taller Literario Rafael Estrada, de San Ramón de Alajuela, dirigido por los poetas Carlos Villalobos y Nidia González, asiduos colaboradores de los suplementos literarios del Café Cultural.

A inicios de los noventas, el Taller contaba con dos medios consolidados para la difusión de su trabajo, además de los recitales de poesía: el desplegable Frondas y la revista Semblanza.

El primero era un “brochure” impreso en papel bond 20, de tamaño oficio, doblado en cuatro secciones, de publicación mensual. Las ocho caras de la publicación se distribuían así: portada, semblanza del autor y seis caras -páginas- para textos. Se editaron más de cuarenta diferentes y se les publicó a autores consolidados del Taller como Claudio Antonio Cardona Cooper, Carlos Bonilla, William Garbanzo; y a las jóvenes promesas: Pablo Luna, Minor González, Paulo Aguilar y Joan Bernal. He aquí algunos ejemplos de aquellas publicaciones.

Carlos Bonilla, poeta, teólogo y abogado, es una de las mentes más profundas y recias que pasaron por el taller:

Les robaron

La tierra,

La voz,

La rebeldía.

Ellos se apoderaron

Del silencio (…)

Esa serpiente alada

Que nutre los volcanes

William Garbanzo es un poeta que llegó, para bien del Taller, desde Pérez Zeledón. Siempre permaneció ligado a las luchas de los más pobres y dicho mensaje envuelve sus poemas y la entereza de su vida personal:

El sexto sol

“El quinto sol

Se llama Sol de Movimiento,

En él habrá movimientos de tierra,

Habrá hambre

Y así pereceremos.”

Cosmogonía Náhuatl

Después vendrá

El sol del Movimiento reactivado,

Cuando los cielos bajen

Hasta la tierra

Y la humedad resurja del caos.

Claudio Antonio Cardona Cooper -Toño Cooper- era primo del poeta e intelectual Alfredo Cardona Peña y sobrino de Jenaro Cardona, autor de la novela La esfinge del sendero; además fue uno de los más dilectos amigos de Zúñiga, con quien protagonizó la polémica entre Tocar y T. Joroba:

Aquí, hoy, ahora,

Azorado ante las tecnologías,

Extraviado entre las electrónicas,

Los faxes, télex, rayos láser y ADN’s,

Las microondas,

Y cuando un niño me asombra triunfante

En su Nintendo…

Aquí, hoy, ahora,

Teclean lentamente mis índices

Este desplazamiento

En mi vieja Remington.

Una de las participantes que mejor aprovechó su paso por el Taller fue Eliette Ramírez, hija de la leyenda literaria José Ramírez Sáizar. Los poemas publicados en uno de los suplementos de Frondas fueron posteriormente reunidos por la autora y publicados en un libro llamado Nostalgia:

En este erotismo subversivo

Nos une

Una mutua atracción apasionada.

¡Somos magos…

Callando nuestros sueños!

¡Y te amo…

Así…

Romántico y moderno,

¡En la sorprendente afinidad,

De la costumbre!

A fin de cuentas, el empuje de estas publicaciones tenía el objetivo de aguijonear el tesón y la voluntad de los miembros del Taller, animarlos a consolidar su trabajo y ver el fruto en la publicación de un libro. Ramírez lo entendió muy bien; su verso, dúctil pero sugestivo, no encontró problema alguno para hacerse un lugar en la poesía nacional.

La revista Semblanza era la publicación principal del Taller. Se publicaban dos o tres ediciones por año. Entre 1991 y 1993, fue de elaboración totalmente artesanal, hasta que en 1994 fue financiada por el INS, con un excelente arte final. A partir de ese momento, las publicaciones fueron más espaciadas, lo cual permitió a la institución invertir más recursos en su edición. En 1995, se editaron los dos últimos números de la revista y se contó con la ayuda del Ministerio de Cultura, luego de una visita del propio ministro, Arnoldo Mora, y del director del Departamento de Publicaciones, Juan Frutos Verdesia. Esa ayuda se materializó en un par de libros de autores del Taller.

El siguiente paso en el desarrollo del taller fue la publicación de libros. Como se disponía de recursos limitados, las publicaciones se hacían en volúmenes que no superaran las treinta páginas, prólogo incluido, en un tamaño de un cuarto de hoja carta. Se recurrió al formato de bolsillo, similar a la colección Alianza Cien del sello Alianza Editorial. La Biblioteca del Café, como se denominó la colección, cubrió un quinquenio, desde 1992 hasta 1996.

Los principales textos publicados fueron: Amanda Mar, de Minor Piedra; Con un grito en cada mano, de Henry López; En el séptimo círculo del obelisco, de Dlia McDonald; Pequeñas huellas, de Manuel Aguilar; Todo es lo mismo y no es lo mismo, de Cristián Marcelo Sánchez;

Cuentos prohibidos, de T. Joroba y Basiliscos y rufianes, de Hiram Castro. También vieron la luz: un segundo volumen de Dlia McDonald y de Cristián Marcelo Sánchez, así como otras obras -Calvarios y catarsis, de Minor González y Pre-monición, de Joan Bernal-.

Amanda Mar (1992) es un conjunto de poemas en los que Minor Piedra le escribe a una mujer terrenal, humana, sin idealizarla hasta el absurdo:

Despiertas entre mi piel

Y mis huesos,

Ocupándolo todo.

Tu semblante

Es un signo de investigación

Para que vuelen hacia mi boca

Tus palomas de fuego.

El libro de Piedra también muestra a Zúñiga en su faceta de prologuista:

Su libro es el resultado de su trabajo constante de taller, en donde la reflexión, el empeño, la disciplina, la sensibilidad y el oficio de poeta, prepararon un recado lleno de dulces remembranzas, urgencias, éxtasis de hombre y, sobre todo, poesía.

Aunque no formó parte del catálogo de la colección, el libro Los trayectos de la sangre (1992), de Carlos Villalobos, siempre fue considerado como una publicación del Taller, pues la edición corrió a cargo de Zúñiga:

El dorado,

En busca de unos ojos que lo busquen

Tiene retinas heridas

Y viajes sin regreso.

Orgullosa de su condición de mujer y de afrocaribeña, Dlia McDonald escribe un libro con el valor y la rabia que experimentan quienes han sufrido violencia y discriminación. Su “opera prima” En el sétimo círculo del obelisco (1992) no ha dejado de estremecer a quien la haya leído:

Soy una mujer negra,

tan fuerte

como un cedro

tan fuerte

como el sol,

pero aún más,

soy el mar

y habré de escribir

mi nombre

en las arenas

interminables,

por siempre, siempre.

Manuel Aguilar era un hombre humilde que venía desde Alajuela al Taller. Pasó por todos los trabajos manuales, y lo decía con orgullo. Su experiencia vital nutre la poesía sencilla, pero dura, de su libro Pequeñas huellas (1994):

Del agua, me gusta

Su cuerpo y su canción.

Del lodo,

Su silencio fecundo.

Del polvo, detesto

Su presunción a muerte.

Uno de los poetas con más lecturas sobre sus hombros, Cristián Marcelo Sánchez, hace gala de sus múltiples lecturas en su libro Todo es lo mismo y no es lo mismo (1994), donde puede apreciarse la influencia de autores como Cernuda, Alberti, Altolaguirre, Lezama, Góngora y García Lorca:

Recuerdo de un tiempo para acá

Tanto verso inútil,

Tanto mito de polvo,

Tanta pirotecnia de verbos

E infinitos.

De un tiempo para acá,

También recuerdo

La calle donde siempre

Cruzo ausente,

La catedral

Y el mar ya muy lejano.

La radio desmayada en una rosa,

Una cafetería,

Un cine

Y algo más íntimo que un parque.

Ya nos habíamos referido en un artículo anterior -en esta misma revista-a T. Joroba, al libro Cuentos prohibidos (1995). Sin embargo, en este punto, quisiéramos destacar un caso curiosísimo entre los sonetos de F. Zúñiga. Aunque el autor privilegie, a lo largo de toda su carrera literaria, la forma italiana del soneto (4-4-3-3), nos encontramos una grata sorpresa en Cuentos prohibidos: un soneto según el modelo inglés, es decir, tres cuartetos y un dístico (4-4-4-2):

El cuento de la hormiguita viuda de Pérez y el fallecimiento y velorio de su esposo

AL RATÓN PÉREZ fuele encomendado

Cuidarle a la hormiguita la cazuela.

Parece que al cuidar no hubo cautela

Y ¡chupulún! Fue en la olla terminado.

La hormiguita su vida ha enlutado

Y en solidaria respuesta a la esquela,

Hubo un velorio casi de novela

En honor del ratón, ahora finado.

Después de que hubo la vela culminado

La hormiguita pensó: “Qué bagatela

Es la vida, cuando ella nos cancela

El permiso a vivir, tan apurado”.

Con hambre, en fin, abrió la calderuela

Y se sirvió, sin saber, ratón asado.

Mientras las primeras obras de la colección Biblioteca del Café fueron exclusivamente de poesía, aparece un volumen en prosa: Basiliscos y rufianes (1996) de Hiram Castro. Esta obra constituyó una apuesta arriesgada debido a su adjetivación barroca, resultado de muchas lecturas de Carpentier y Lezama Lima; aunque en nada se compara el resultado con la prosa de los dos maestros cubanos, el esfuerzo valió la pena.

La acera está toda agrietada y las hormigas hacen sus casas en los precipicios para ser intocables. Los árboles de cemento son luminosos en un día triste de octubre, donde la capital pasa inundada de tanto burócrata aguado. El parque aún sigue ahí, y permanece tan igual como hace veinte años, los cincuenta y tantos que don Manuel se carga en su barriga, o los diez segundos que lleva prendido el nuevo habano.

El prólogo, de Cristián Marcelo Sánchez, también estuvo acorde con el tono juguetón e irreverente del relato de Castro. En el texto crítico puede apreciarse, sutilmente, el uso velado de referencias a Mircea Eliade, a Joseph Campbell y, una vez más, a Lezama Lima:

¿Quién lee un cuento y se da por satisfecho? ¿Quién penetra en el absurdo y sale libre como un héroe? ¿Quién o qué puede olvidarse de la pesadez y las tarántulas? Solo el ector que quiere penetrar en el caos por su voluntad puede apropiarse de la sombra de anubis, puede vencer el grotesco pendular y construir la imagen a través de los vasos comunicantes.

El Taller Literario Francisco Zúñiga Díaz, como ya vimos, no era un ente ajeno y solitario: pertenecía a una estructura mayor. El espacio para las sesiones y otras facilidades provenían de la organización del Café Cultural, a la cual también estaban adscritos los funcionarios del INS con pretensiones literarias. Zúñiga intentó hacer un taller abierto para el público en general, lo cual derivó en una animadversión solapada, por no decir rechazo, entre los escritores del INS y los participantes que no eran de la institución. Los primeros tenían su propio suplemento, la hoja literaria Árbol. Algunos ignoraron la situación y se integraron al grupo regular del Taller, como los poetas Henry López, Lilliana Calderón y Michelle Jiménez.

Henry López, poeta y fotógrafo, es reconocido por aparecer declamando poesía en un programa televisivo del Sistema Nacional de Radio y Televisión (Sinart). Además, imparte diversos talleres de literatura y ha recuperado el nombre de F. Zúñiga al fundar y dirigir el Taller Literario Don Chico.

En esta nueva etapa del Taller, forman parte de él jóvenes valores como Lara Solórzano, Claudio Regidor, Douglas Vega, Shirley López, Michael Ugalde y Juan Manuel Zúñiga. López hace eco de una de las máximas de Zúñiga: “Si la poesía no sirve para hacer amigos, ¿para qué carajos sirve?” También continúa la labor de Zúñiga al asumir el taller literario de la Asociación Gerontológica Costarricense (AGECO):

A ustedes los NEUTRALES

Los que no aman ni odian

Tan solo están presentes

En todas las victorias,

Solo quiero decirles

Que ustedes tienen parte

En todas las desgracias,

En todas las tristezas,

Y en todas las derrotas.

Agenda para talleres de literatura (1995) fue el último gran obsequio que Zúñiga dejó, en su faceta de maestro, a sus discípulos del Taller, con base en un manual llamado Técnicas de redacción (1978), impreso y distribuido en el INS como un apoyo técnico para el personal de la institución. Publicado en el mismo año que Cuentos de patria o muerte, Y hubo un pueblo de niños y El amor y otros desbarajustes, constituye un híbrido entre una gramática y un manual de literatura. Su temática es variada; abarca desde la función puntual de cada preposición como marca del complemento verbal respectivo, hasta recursos estilísticos que permitan la profundidad de sentido en la expresión escrita. El gran mérito del texto radica en que los ejemplos, en vez de ser simples y cajoneros, son extraídos de textos literarios, lo que genera un deleite y un aprendizaje literario. Ya sea para doctos o iniciados, su estilo ameno y ágil lo convierte en un texto de fácil consulta, característica que encontramos, por ejemplo, en sus investigaciones.

La enfermedad de Zúñiga causa lo que sucede en toda agrupación personalista. El Taller no muere tras el deceso del Maestro, sino un año antes cuando las sesiones de quimioterapia lo obligaban a ausentarse; primero, una de las dos veces por semana, hasta que ya no pudo más y no regresaba sino de manera esporádica. Los miembros con más poder intentaron mantener la barca a flote, pero así no se podía continuar.

Además, y como es lógico suponer, la presencia de Zúñiga como cabeza del Taller permitía que el INS facilitara el espacio de su Casona para las reuniones. La fundación del Taller se dio cuando él laboraba para la institución y, tras jubilarse, se le permitió seguir al frente de la actividad como un gesto de respeto y agradecimiento por su trayectoria.

Ausente la figura del antiguo y destacado funcionario, es de suponer que las autoridades institucionales se preguntaran las razones para mantener dicha organización. La pregunta resulta más que válida, si consideramos que los propios empleados del INS con intereses literarios no asistían al taller al sentirse menospreciados por los miembros del grupo. El cierre y desmembramiento del Taller creado por F. Zúñiga era, y es una lástima afirmarlo, el cuento viejo que se repite una vez más, si se nos permite alterar uno de los títulos de Zúñiga.

Una sesión de taller

Sigan ustedes trabajando con la devoción que lo hacen, que todo lo demás les llegará por añadidura, como dicen los Evangelios. Adelante pues. Todo un mundo está esperando su realización.

Alfredo Cardona Peña, carta personal,
2 de diciembre, 1994

Durante muchos años, el Taller Literario de Francisco Zúñiga Díaz trabajó en la última planta de la Casona del Instituto Nacional de Seguros, como se dijo líneas atrás. El salón tenía unos grandes ventanales, por lo que se podía ver, en primer plano, la fachada del Hotel Don Carlos, además del sector occidental de San José. Como bien apunta el poeta Alfredo Trejos, la puesta de sol, en una tarde despejada, se veía desde aquellos ventanales como un espectáculo indescriptible.

Las reuniones se realizaban dos días por semana, normalmente los martes y jueves, con un horario fijo de cuatro de la tarde a ocho de la noche. Se solía hacer una pausa a las seis para tomar un café acompañado de pan con queso crema. Zúñiga sabía que la atención de los escritores, al igual que la de los alumnos en un salón de clase, se pierde después de un lapso prolongado de tiempo, y más si impera la monotonía de una actividad continuada. Nociones como esta, de sustento pedagógico, facilitaban su tarea de formador.

La mecánica de trabajo respetaba una autoridad, la de Zúñiga, cuya única facultad era la de llevar el orden de la sesión. Cada autor exponía una muestra de su trabajo, en verso o en prosa, según como fueran arribando cada día. Si se trataba de un poema, este era copiado en la pizarra del salón; si era un texto en prosa, había que llevar copias para el grupo.

Después de que el autor leía su trabajo, este era sometido a la crítica general. Cada participante ofrecía su punto de vista. Al final, Zúñiga solía dar su propia opinión, al tiempo que la amalgamaba con las de los demás, a modo de compendio o resumen. Esta fórmula de trabajo resultó ser muy exitosa para quienes asistían por primera vez a un taller literario. Curiosamente, los que solían sentirse más a gusto con esta mecánica, eran quienes venían de otros talleres y sus experiencias previas habían sido decepcionantes. Las razones de esta situación las exponemos de inmediato.

En primer lugar, las críticas permitidas en el taller eran únicamente de forma y no de fondo. Se revisaba la manera en que un concepto era expuesto, pero nunca se cuestionaba algo tan personal como el criterio que se quería expresar. Es decir, evocando el concepto de imagen lezamiana, se corrige la manera de expresar la epifanía que conjura el misterio, pero jamás se cuestiona el misterio mismo. Dichas correcciones iban desde el mero apunte gramatical, hasta sustituir una palabra no muy afortunada por otra más apropiada para el acto comunicativo.

En segunda instancia, ninguna crítica era de acatamiento obligatorio, ni siquiera el compendio final con el que Zúñiga cerraba la discusión. Todo lo contrario, una máxima del Maestro era: “Deje descansar el texto, descanse usted también de él, discútalo con la almohada, y en unas semanas, lo retoma.” Pensaba que, con la orientación adecuada, el mejor editor de un texto era el propio autor. La mejor forma para que un alumno aprenda es, precisamente, permitirle aprender por sí mismo con la supervisión adecuada. Con cada corrección, no solo se le ayuda al autor, sino al compañero que opina. Ejercer una crítica responsable también debe ser una cualidad deseable en un escritor. Las correcciones siempre buscan mejorar lo que el autor quiere decir; no se hacen para que el texto quede a gusto de los críticos. En ese sentido, otra de las máximas de Zúñiga era: “Menos es más”.

A veces, buscando una falsa belleza literaria, una frase se atiborra de vocabulario innecesario. El exceso de palabras nubla el juicio del lector y puede hacerle perder de vista una frase o idea vital para el texto; talvez impide percatarse de una de esas frases que el lector querría atesorar para toda la vida. Este concepto de limpiar la imagen, Zúñiga lo expresaba al decir: “A veces, hay que dejar sola una imagen para que brille”, como en este ejemplo:

Apenas sí contemplo

Mis viejos días de locura,

Encuentros con esas

Ilusiones desvanecidas

Al caer la tarde,

Aquellos sonidos

Que alegraron

las vísperas del abandono

mientras mi sonrisa,

como pájaro herido,

se posaba en tu espalda…

El texto fue presentado completo en una tarde de trabajo; los elementos subrayados corresponden a críticas de los compañeros reunidos, quienes sugerían eliminar esos elementos. Este es el poema con las sugerencias dadas:

Apenas sí contemplo

Mis viejos días de locura,

Ilusiones desvanecidas

Al caer la tarde,

Sonidos que alegraron

las vísperas del abandono.

Ahora, intentaremos recrear el comentario que Zúñiga, como conductor de la sesión, hubiera utilizado:

El poeta quiso crear una imagen con la sonrisa y el pájaro herido posándose sobre la espalda. Mantener esa imagen anula otra mejor lograda y más profunda: las vísperas del abandono. Así también pasa con las ilusiones desvanecidas; ellas son las verdaderas protagonistas de la historia, no los encuentros.

Lo que se espera combatir en los talleres literarios es el uso de frases hechas, como “la espada de Damocles”, “al filo de la navaja”. Zúñiga las denominaba lugar común, que en sí misma es otra frase hecha y muy usada por los críticos, cabe decir. Sin embargo, no todos los lugares comunes son indeseables ni están mal empleados; a veces, un lugar común en el sitio deseado es un notable acierto. No hay mayor fuente de lugares comunes que la Biblia. Eso se entiende. Es el libro más vendido, el más traducido y sobre del que existe la mayor cantidad de referencias interdisciplinarias. Lugares comunes como el Cantar de los cantares o la estatua de sal, pueden generar estragos si se las coloca en lugares inadecuados. Júzguese su aporte en sendos fragmentos de McDonald y Castro, respectivamente:

Y como el berimbao,

soy leyenda

Y como el silencio,

Cantar de los cantares.

****

Hoy no temo

volver la vista atrás

ver que te has ido,

y sentir la estatua de sal

en la que me voy convirtiendo.

Una facultad que Zúñiga tenía muy desarrollada, la cual le ayudó como sonetista, era su facilidad para encontrar la rima adecuada para sus estructuras rimadas, sin que fuese necesario romper el ritmo. Detectaba al vuelo, como dicen, un ritmo quebrado. Por inaudito que parezca, con solo escuchar la lectura de un poema, fuese rimado, en verso blanco o en verso libre, podía decir si a un verso le sobraba o le faltaba una sílaba. Testigo de esta facultad es el poeta e investigador Luis Gustavo Lobo Bejarano, quien solía llevar a las sesiones poemas rimados y medidos. Solamente Tocar y Cristián Sánchez presentaban poemas rimados, y no sucedía a menudo. Una tarde, Lobo presentó un soneto de vis cómica, cuyo primer cuarteto decía así:

No es pecado picar ni ser picado

No es pecado pecar en mi albedrío

Y pecando pico y pico el pecado

Y por eso, tal es mi poderío.

“La poesía rimada es peligrosa”, solía decir Zúñiga. El poema tiene rima consonante, es decir, perfecta, y cada verso tiene el mismo número de sílabas. Hasta tiene el distractor de ser divertido y provocar una risa fácil. Y mientras la algarabía general se regocijaba en aquel soneto, solo Zúñiga advirtió con su oído entrenado: “Hay un problema en el tercer verso. Se le cae el ritmo con respecto a los demás.” Un análisis más profundo revela que en los versos 1, 2 y 4, las últimas sílabas son todas naturales: ni – ser – pi – ca – do / pe – car – en – mi al – be - drí – o / tal – es – mi – po -de – rí – o. Pero en el tercer verso, se produce un hiato en pi – co / el – pe -ca – do. Dicho hiato debe obviarse y leerse como si no existiera, para mantener el número de sílabas de los versos; al hacerlo así, rompe el ritmo que presentan los otros versos. ¡Menudo oído el de Zúñiga!

Al recordar este ejemplo, no podemos dejar de evocar la anécdota que se cuenta del director Arturo Toscanini. Un músico llegó, casi llorando, ante él para decirle que a su chelo se le rompió una cuerda. Toscanini le dijo: “No se preocupe, usted no utilizará ninguna de las notas que genera esa cuerda en la obra de esta noche, así que esté tranquilo.” La diferencia en este caso es que a Zúñiga nadie le tenía miedo, y a Toscanini… todos le temían.

Ya hemos dado varias pistas sobre las habilidades que hacían de F. Zúñiga un sonetista destacado, pero talvez no hemos precisado una de sus virtudes: su léxico. Para un poeta que maneje la rima, el dominio de un vocabulario abundante siempre resulta muy útil. Y en su faceta de T. Joroba, único momento cuando se despojaba de su humildad natural, hacía gala de todas las “palabras de domingo” de las que pudiera echar mano. El mejor ejemplo lo hallamos en El amor y otros entredichos (1995) con el soneto 36, El Gordo, donde emplea los más intrincados sinónimos que puedan hallarse para esta palabra. Una auténtica acrobacia de lenguaje:

HINCHADO, LLENO, obeso y empachado,

Barrigón, grueso, gordo, incrementado,

Henchido, barrigudo, rellenado,

Engordado, crecido y aumentado.

Adiposo, panzón, embarazado,

Crecido, graso, relleno y abultado,

Preñado, inflado, harto, recargado,

Elevado, nutrido, acrecentado.

Ventrudo, mantecoso, abotagado,

Opipo, indigesto y atipado,

Ahíto y repleto, atiborrado,

Saciado, abundoso, inflacionado,

Colmado, hasta la cincha, empalagado

… y eso que ayuna mucho el condenado.

Con Zúñiga se agradece que nunca deje de sorprendernos. Lo más curioso de este soneto es que la persona a quien se lo dedicó, en vez de sentirse ofendida, ha llegado a atesorarlo, al decir de Shakespeare, como un regalo de honor. Solo con Zúñiga pasan estas cosas.

Palabras finales

Walther. Herr Walther von der Vogelwied

Der ist mein Meister gewesen.

Sachs. Ein guter Meister!

(Richard Wagner, Meistersinger von Nürnberg)

Dicen de la ópera que es una forma musical artificiosa, la menos natural y sincera de las artes, y que en sus personajes no hay un ápice de realidad. A veces, tales afirmaciones, y sobre todo tratándose de arte, resultan inexactas.

Para su comedia Meistersinger von Nürnberg, Richard Wagner crea un personaje que, dirían nuestros abuelos, es un pan de Dios. Se trata de un zapatero, Hans Sachs, quien con sus vecinos artesanos de Nürnberg, integra el cuerpo de cantores de la ciudad. Un joven caballero llega al lugar y se enamora de una muchacha hija de un cantor. Su padre la ha prometido para casarse con aquel que gane el concurso de cantores el día de San Juan. El caballero, por supuesto, no sabe mucho del arte de cantar, pero Sachs le ayuda a cumplir su objetivo; el joven gana el concurso y, como no puede ser de otra forma, se queda con la chica. El caballero aprovecha el breve entrenamiento, pues algo sabe del asunto, y solo necesita guía y dirección, las cuales encuentra en el bonachón zapatero. Aunque Sachs es uno de los cantores de la ciudad que más sabe de arte, es el más sencillo y humilde. Por eso no tiene celos vanos y no le importa que un joven alcance, y supere, las habilidades que él mismo ha alcanzado.

Con base en el ejemplo anterior, podríamos trastocar el canto por la poesía, y si cambiamos el oficio de zapatero por el de empleado de seguros, tendríamos una obra ya no sobre Hans Sachs, sino sobre Francisco Zúñiga. Ambos coinciden en ser dos maestros queridos y respetados por sus colegas y discípulos. Pocas veces podemos encontrar tal correspondencia entre una vida real y otra contada por medio del arte.

Escribir sobre Zúñiga Díaz, recordarlo, es como tener cerca a un amigo que nunca se fue. Murió en 1997 y quienes lo conocieron aún lo tienen presente. Sobre él cayó el sueño de la muerte, mas no el del olvido.

Es nuestra esperanza, a través de estas páginas, que el lector asista al encuentro de un escritor, de un maestro, que aún después de haberse marchado, deja tras de sí versos y personajes que cambiaron la literatura costarricense. Hoy no nos cabe ninguna duda.

Si hizo falta otorgar un premio en este país, ese fue el Premio Magón para Francisco Zúñiga Díaz. Afortunadamente, recibió otro premio, el mejor que pueda recibirse: ser recordado con cariño y aprecio. Quizá aún esté por ahí, atisbándonos detrás del arcoiris, como a los niños de su soneto Invierno, de Geografía sencilla (1980):

Estilando de agua hasta los huesos

Hacen ríos de saltos y traviesos

Menosprecian la nube hecha celaje.

Porque Zúñiga siempre tuvo razón y nunca nos dimos cuenta: “Si la poesía no sirve para hacer amigos, ¿para qué carajos sirve?”

Bibliografía

Obras publicadas de Francisco Zúñiga Díaz

Zúñiga Díaz, Francisco. Trillos y nubes. San José: Editorial Tormo, 1965.

La mala cosecha. Santiago (Chile): Imprenta Horizonte, 1967.

Los dos minutos y otros cuentos. San José: Editorial Costa Rica, 1976.

Sonetos de amor en bicicleta. San José: Ediciones Dromedario, 1977.

El viento viejo. San José: Editorial Costa Rica, 1978.

Técnicas de redacción. San José: Instituto de Capacitación de Seguros, 1978.

El soneto en la literatura costarricense. San José: Editorial de la UCR, 1979.

Geografía sencilla. San José: Editorial Costa Rica, 1980.

Todos los domingos. San José: Editorial Costa Rica, 1983.

El ABC de los seguros. Con C.A. Aguilar Montoya y G. Leal. San José: Ediciones del Café Cultural, 1983.

Yo no tengo ningún muerto. San José: Ediciones Presbere, 1986.

Carlos Luis Sáenz: el escritor, el educador y el revolucionario. San José: Ediciones Zúñiga y Cabal, 1991.

Cuentos prohibidos. San José: Biblioteca del Café, 1995.

El amor y algunos entredichos. San José: Ediciones Zúñiga y Cabal, 1995.

Cuentos de patria o muerte. San José: Ediciones Zúñiga y Cabal, 1995.

… Y hubo un pueblo de niños. San José: Ediciones Zúñiga y Cabal, 1995.

La encerrona de la chupeta y otros desbarajustes. San José: EUNED, 1996.

Antologías que incluyen textos de F. Zúñiga Díaz

Láscaris, Constantino y Guillermo Malavassi. La carreta costarricense. San José: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1975.

Mena Moya, Ramón. Poesía humorística: antología del humor poético de Costa Rica, España e Hispanoamérica. San José: Librería Francesa, 2005.

Varios. Anuario del cuento costarricense. San José: Editorial Costa Rica, 1968.

Varios. ¿Quién detiene la aurora? San José: UPINS, 1979.

Varios. Juego de cuentos. San José: Ediciones del Café Cultural, 1982.

Varios. Convivio, colección de poesía. San José: Ediciones del Café Cultural, 1983.

Varios. Cuento y poesía. Ganadores de la revista Cultura. San José: EUNED, 1994.

Varios. Luna entre milpas. San José: Ediciones del Café Cultural, 1997.

Otros textos consultados

Aguilar Vargas, Manuel. Pequeñas huellas. San José: Biblioteca del Café, 1994.

Brenes, Joan Bernal. Pre-monición. San José: Biblioteca del Café, 1996.

Castro, Hiram. Basiliscos y rufianes. San José: Biblioteca del Café, 1996.

Castro, Hiram. Una noche en Zoologischer Garten. San José: Editorial Ipeca, 2011.

Lobo Bejarano, Luis Gustavo y Álvaro Quesada Soto. Eduardo Calsamiglia: obra literaria. San José: Editorial de la UCR, 2006.

Marcelo, Cristián. Todo es lo mismo y no es lo mismo. San José: Biblioteca del Café, 1994.

McDonald, Dlia. El séptimo círculo del obelisco. San José: Biblioteca del Café, 1994.

Picado, Mario. Testimonio de entonces. San José: Editorial Costa Rica, 1978.

Piedra, Minor. Amanda Mar. San José: Biblioteca del Café, 1991.

Vargas, José A., Magdalena Vásquez y Carlos Villalobos. Antología poética ramonense. San José: Ediciones Zúñiga y Cabal, 1990.

Villalobos, Carlos. Los trayectos de la la sangre. San José: Ediciones Zúñiga y Cabal, 1992.


1 Agradecimiento sempiterno al investigador Luis Gustavo Lobo Bejarano por todo el material facilitado.

Último artículo de una serie precedida por “Francisco Zúñiga o la imagen en los talleres de literatura (REPERTORIO AMERICANO, 26, 2016, p. 231-248) y por “Francisco Zúñiga Díaz: tres facetas de un hombre de letras” (REPERTORIO AMERICANO, 28, 2018, p.31-41).


Recibido: 14 de junio, 2021

Aceptado: 3 de julio, 2021

Doi: 10.15359/ra.1-31.2


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