Revista de Teología
Revista de Estudios Sociorreligiosos
Volumen 15, Número 1, 2022
ISSN 2215-227X • EISSN: 2215-2482
Doi: https://doi.org/10.15359/siwo.15-1.5
Recibido: 26/10/2021 • Aprobado: 13/2/2022
URL: https://www.revistas.una.ac.cr/index.php/siwo
Licencia (CC BY-NC 4.0)
Las abuelas del pueblo. Prácticas religiosas y amenazas a la vida en tiempos de pandemia
The village grandmothers. Religious practices and threats to life in times of pandemic
As avós do povo. Práticas religiosas e ameaças à vida em tempos de pandemia
Nelise Wielewski Narloch1
Víctor Madrigal Sánchez2
Resumen
Este artículo explora la forma como las mujeres adultas mayores acuden a sus referencias/prácticas religiosas para buscar protección ante la amenaza a la vida en tiempos de pandemia. Se escucharán las voces de cinco abuelas residentes en la comunidad de Pueblo Nuevo, cantón de Garabito, Costa Rica. Sus aportes compartidos por medio de una entrevista serán la base que orientará el análisis. Como punto de partida se reconoce que en diferentes momentos de la historia han existido pandemias, lo que genera temor, negación y muerte. Se apunta que las referencias religiosas han estado presentes como forma de reacción, soporte y fortaleza.
Palabras clave: Mujeres, adultas mayores, religión, pandemia.
Abstract
This article explores how older women turn to their religious references/practices to seek protection from the threat to life in times of pandemic. The voices of five grandmothers from Pueblo Nuevo community, canton of Garabito, Costa Rica, will be heard. Their contributions shared through an interview will be the basis for guiding the analysis. As a starting point, it is recognized that at different moments in history, generating fear, denial, and death. Religious references were found to have been present as a form of reaction, support, and strength.
Keywords: Women, elder people, religion, pandemic.
Resumo
Este artigo explora a forma como as mulheres idosas recorrem a suas referências/práticas religiosas para buscar proteção diante da ameaça à vida em tempos de pandemia. Serão escutadas as vozes de cinco avós residentes na comunidade de Pueblo Nuevo, cantón de Garabito, Costa Rica. Suas contribuições partilhadas por meio de uma entrevista serão a base que orientará a análise. Como ponto de partida se reconhece que em diferentes momentos da história existiram pandemias; o que gera temor, negação e morte. Observa-se que as referências religiosas têm estado presentes como forma de reação, suporte e fortaleza.
Palavras-chave: Mulheres, idosas, religião, pandemia.
Las pandemias han existido en diferentes épocas de la historia humana, amenazando la vida. La más reciente pandemia de COVID-19, provocada por la propagación del virus SARS-CoV-2 ha dejado su rastro de muerte y desolación, pese a los avances científicos de la actualidad. Las personas adultas mayores pasaron a ser señaladas como parte de los grupos etarios con mayor vulnerabilidad para ser contagiadas. Para esta población, el entretejido social desigual encubre cuestiones más profundas como la discriminación, los estereotipos y una afectación desigual y diferenciada. Estos, sumados a la emergencia sanitaria, acentúan la exclusión y marginación de las personas mayores, recayendo de forma acentuada en las mujeres. La imposición de roles y la desprotección por parte del Estado las han invisibilizado y aumentado las desigualdades acumuladas.
En este trabajo, la atención está puesta en un grupo de mujeres adultas mayores. Son entrevistadas sobre cómo perciben la pandemia, cómo han sido afectadas, cuáles son las adaptaciones realizadas y cómo afrontan las amenazas a la vida por medio de sus referentes religiosos. Se infiere que, entre estas mujeres, la pandemia ha sido una oportunidad para reflexiones profundas sobre el cuidar, cuidarse y dejarse cuidar.
El diálogo con las participantes fue realizado en el mes de agosto del 2021. Cinco mujeres mayores, residentes en Pueblo Nuevo, con responsabilidad de cuido, fueron visitadas e invitadas a dialogar. Dos criterios utilizados para seleccionar a las entrevistadas fueron el conocimiento de su entorno y ser de las primeras pobladoras de la comunidad que aún viven.
La espontaneidad nunca se perdió durante el diálogo. En primer lugar, fue elaborada una ficha sociológica de cada participante, con preguntas relacionadas con sus datos personales, familiares y socio económicos. En seguida, el diálogo fue guiado por preguntas redactadas en forma de entrevista semiestructurada: ¿Cómo se protege contra el COVID? ¿Qué ha cambiado en su vida cotidiana? ¿Qué papel tiene Dios en su vida? ¿Qué le pide a Dios? ¿Qué es lo que causa más temor en relación con la pandemia? ¿Qué piensa cuando recibe noticias de personas fallecidas por el COVID? ¿Cómo usted piensa/ve la muerte y lo que viene después de la muerte?
Favoreció el dinamismo de las visitas el hecho de que las personas investigadoras también eran vecinas del barrio; esto permitió un diálogo basado en la amistad y confianza mutua. Los insumos recopilados fueron revisados y su síntesis fue agregada al cuerpo de la investigación; se optó por no dividir los relatos en segmentos utilizando las citas en el texto. Posteriormente, para el análisis se utilizaron algunas expresiones claves de las participantes cuyos nombres son reales y los apellidos fueron mantenidos en la confidencialidad.
Cabe destacar que la vejez, desde una perspectiva conceptual, es comprendida desde una construcción social, no aislada de otras etapas de la vida, considerando la singularidad de vivencias. Los contextos sociales toman importancia, pues a partir de ellos las personas adultas mayores construyen significados a la vida cotidiana. Es la síntesis de un recorrido de vida capaz de indicar direcciones a quienes vienen por el camino: “Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres, que estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra diaria batalla por una vida digna. Son los abuelos los transmisores de los valores a sus nietos” (Papa Francisco, p. 62#, 2016).
Es necesario aclarar que, pese a la propuesta de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de incluir la vejez en la clasificación internacional de enfermedades (CIE) a partir del 2021, se considera en este trabajo que las personas mayores tienen la misma plenitud que todas las demás edades. Esto significa “percibir la vejez desde la capacidad que tiene la persona (en edad avanzada) de procesar la experiencia social (en el ámbito individual y colectivo), para diseñar maneras de lidiar con la vida, aun bajo las formas más extremas” (Vásquez Palacio, p. 332#, 2021)
Por otro lado, es importante recalcar que la vejez es una etapa de la vida, dinámica y en constante resignificación. Del mismo modo son las vivencias y experiencias religiosas. Son experiencias situadas en una edad, un contexto y un tiempo específicos de quien las vive. Por esto, reciben significados distintos de acuerdo con cada situación, vivencia y entorno. En este orden de ideas, las prácticas religiosas son entendidas como herencias culturales, mutantes y diversas. Para comprenderlas, se hace necesario ubicarlas dentro del contexto de quienes las viven. Por esta razón, más que actuar como un efecto “paliativo” o “restaurador” de las circunstancias difíciles de la vida, como son las enfermedades, duelos, la soledad y la vulnerabilidad, las experiencias de fe aportan sentido a estas circunstancias. Permiten a la persona creyente “cargar y encargarse de su propia vida” (Sobrino, p. 454#, 1994). Por este motivo, en este trabajo no hay interés en construir teorías sobre la religión sino abordar desde las prácticas religiosas de las personas creyentes.
1. Contextos plurales, amenazas y reacciones
La presente investigación basa su análisis a partir de contextos históricos y geográficos distintos y plurales. El primero se ubica en Centroamérica. Pueblo Nuevo, un barrio del municipio de Jacó, está localizado en la zona costera del cantón de Garabito, provincia de Puntarenas. La población del cantón, según el último censo de la década del siglo XXI, es de aproximadamente 20 000 habitantes, con 1 086 personas con más de sesenta años (INEC 2011-2021).
Jacó es una zona en desarrollo. Es la cabecera del cantón, tiene el turismo como principal aporte a su economía, necesita mano de obra de personas nacionales y migrantes para atender al flujo turístico que viene a vacacionar a las playas del litoral. La pandemia del COVID-19 produjo una afectación directa y violenta. El cierre de hoteles y restaurantes repercutió de forma inmediata en la población y el desempleo fue una de las consecuencias más trágicas. Los informes sobre la pandemia indican que el cantón de Garabito, al final del mes de setiembre del 2021, presentaba los siguientes datos: casos activos 741, fallecidos 29, casos recuperados 3 148. (Ministerio de Salud, 2021)
Las reacciones fueron muchas. Por parte del gobierno, se destacan la publicación de comunicados de prensa por el Ministerio de Salud (MS). Del 20 de enero al 27 de mayo del 2020, por ejemplo, se publicaron 106 comunicados, que se divulgaron también por televisión nacional. Los contenidos de estos comunicados tenían como énfasis datos demográficos sobre el número de contagios por el COVID-19 y los lineamientos dictados por parte de esta instancia gubernamental para afrontar la situación. De esta forma, hasta las poblaciones más alejadas tuvieron acceso a estas informaciones, que pasaron a formar parte de la vida cotidiana de la población costarricense.
Por parte de la población local, las reacciones hacia los lineamientos fueron varios, desde el desacato hasta la disciplina. Otra reacción fue aferrarse al recurso de la espiritualidad y las prácticas religiosas. Se intensificaron las intenciones particulares por oraciones a familiares enfermos, manifestadas en las celebraciones dominicales transmitidas por las redes sociales. También en los mensajes de los medios electrónicos, emitidos por los celulares, se percibía un sinfín de súplicas a santos y entidades religiosas para el fin de la pandemia. Cabe enfatizar que los teléfonos celulares fueron uno de los medios tecnológicos más utilizados durante este tiempo, especialmente por las reglas de aislamiento familiar entre las personas. Por medio de mensajes de voz o escritas, las personas intercambiaban saludos, deseos de mejoras, noticias de familiares recuperados y frases de consuelo y esperanza.
La reacción religiosa ante las pandemias no es un dato novedoso, como tampoco lo es la asociación del dolor y el sufrimiento con la expiación o la salvación. Desde esa perspectiva, la pasión de Cristo es la acción paradigmática de la espiritualidad cristiana. El papa Juan Pablo II en una carta apostólica emitida en el año 1984 sobre el sufrimiento humano parece sintetizar la doctrina católica en el título mismo del documento: Salvifici doloris. Es decir, el sufrimiento tiene un valor salvífico. Debe tenerse presente que la oferta de salvación es un dato central para las religiones. Así, el punto de partida del documento y de la doctrina sobre el sufrimiento es tomado de Pablo de Tarso. “Suplo en mi carne —dice el apóstol Pablo, indicando el valor salvífico del sufrimiento— lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24). La doctrina sugiere que el dolor y la enfermedad en el cuerpo de las personas creyentes se constituye en una prolongación de la pasión de Cristo. El sufrimiento, por lo tanto, vincula y asocia la pasión salvífica de Cristo y no debería ser rechazado sino acogido.
Este dato introduce al segundo contexto. La ubicación es Europa, con el surgimiento de las órdenes mendicantes en el siglo XIII, especialmente la orden franciscana, en Francia. Esta institución religiosa introdujo una forma de piedad popular en la cual se exaltan los dolores y la sangre de Cristo derramada en el camino del Calvario y por su muerte en la cruz. Este tipo de religiosidad se expandió por todo el continente europeo a través de asociaciones laicales, hermandades y cofradías.
La peste negra en Europa, en el siglo XIV generó una reacción desde el fanatismo religioso al que se debe hacer referencia de forma obligada. La pandemia se entendió como un castigo divino debido a los problemas existentes en esa época, como la corrupción en la Iglesia, los desastres naturales y el surgimiento de enfermedades hasta ese momento desconocidas. La cristiandad europea reacciona con procesiones de ciudad en ciudad, por las calles y frente a las iglesias. Multitudes de personas de todas las edades se autoflagelaban e imploraban perdón a Dios y salvación para sus almas ante el inminente castigo. El movimiento asumió diversos matices, tuvo altos y bajos, mucha aceptación popular en diversas regiones de Europa.
Otro ejemplo de reacción aconteció en Perugia, en 1260. El clima era de descomposición social, expectativa y desesperación por el fin del mundo. “Entonces apareció un famoso eremita de Umbría, Raniero Fasani, que organizó una hermandad de Disciplinati di Gesù Cristo, que se extendió con rapidez por el centro y norte de Italia” (Toke, párr.2, 1909). El movimiento, de carácter laical, llegó a contar con el apoyo del clero e incluso del papa Clemente VI en 1348. Sin embargo, el movimiento movilizador de grandes multitudes salió del control del clero y fue catalogado como herejía.
En España, las procesiones nocturnas de flagelantes realizadas el Jueves Santo fueron prohibidas por los excesos registrados. Una orden de Carlos III, emitida en 1777, prohibió esa forma de piedad popular (León Vegas, 2009). Sin embargo, esas formas de religiosidad persistieron en las prácticas populares. El pintor español Francisco de Goya inmortalizó en 1819 un óleo con el nombre “Procesión de flagelantes”, lo cual pone en evidencia la continuación en el tiempo de la piedad penitencial.
Importa, y por diferentes razones, conocer el razonamiento sobre la pandemia. Se asumió la peste como castigo divino y pronto se asoció el dolor y la tragedia de la muerte de millares de personas con los sufrimientos de la pasión de Cristo. La enfermedad fue entendida como un castigo reparador y expiatorio necesario para una suerte de purificación del mundo. Por ejemplo, en las procesiones se popularizaron himnos y cánticos alusivos a la pasión de Cristo al tiempo en que la flagelación de sus torsos desnudos les hacía sentir y fluir el dolor y la sangre (Vandermeersch y Dominguez García, 2004).
Es una época en donde no se ha desarrollado la idea de la autonomía de las realidades terrenas y está en auge la creencia generalizada de que la divinidad es la responsable directa por lo que le sucede a la humanidad. De manera que la terrible expansión de la peste no puede tener otra explicación más que la de que alguna conducta humana ha desatado la ira de Dios. Y la ira de Dios debe se aplacada replicando los dolores de la pasión de Cristo. No se trata de adquirir hábitos de higiene o limpieza sino de limpiar el alma, es decir, de arrepentimiento, penitencia y expiación del pecado.
Otra actitud delante de la enfermedad pandémica generada desde la religiosidad popular católica es la aproximación física y simbólica a las imágenes de los santos como representación sagrada de sanidad. La situación presentada en el siguiente texto nos remite al contexto del Estado de Bahía de todos los Santos de Brasil durante el azote de la gripe española de 1918 a 1919.
Em tempos de epidemia, quando todas as preces não pareciam ser suficientes e a gravidade do momento exigia um contato mais próximo com o sagrado, as imagens dos intercessores celestes desciam dos altares e eram colocadas no corpo das igrejas, aproximando-se mais da adoração e das súplicas dos fiéis. Entre os devotos, a sensação de proximidade física com os elementos do sagrado aumentava a garantia de proteção divina contra as doenças. (Souza, 2010, p. 57)
Bajar los santos de los altares y colocarlos en el centro de los templos los aproxima a los fieles, los hace más accesibles a las plegarias desesperadas por la recuperación de la salud.
Volviendo al contexto de Centroamérica, en Costa Rica, cien años después de la mención a Bahía, la reacción de la Iglesia Católica en relación con la pandemia del Covid 19 fue en el mismo sentido. La Virgen Reina de los Ángeles, la patrona del país, se le retira de su santuario en la ciudad de Cartago y se traslada en sobrevuelos en avioneta y helicóptero por el territorio nacional. El recorrido se realizó en dos ocasiones: en marzo y en mayo del 2020. Sobre la motivación de esos sobrevuelos, Francisco Arias, sacerdote rector del santuario manifestó: “Es un vuelo de esperanza, un vuelo de confianza de que en medio de estas situaciones tan difíciles que vivimos en nuestro país y en el orbe entero, vamos a salir adelante poniendo el granito que nos corresponde y confiando plenamente en Dios” (Lara, párr.4 . #, 2020)
Nótese, la inversión de la práctica de la romería al santuario por causa de la pandemia. Por razones sanitarias, los templos permanecieron cerrados y la romería fue cancelada en los años 2020 y 2021 para evitar la gran concentración de personas; en su lugar, quien realizó la romería fue la venerada imagen por todo el territorio nacional. El sacerdote Arias se refirió a la cercanía de la patrona con los fieles, así como la posibilidad de que recibieran la bendición de la imagen.
2. Voces de las abuelas del pueblo
Analizar las reacciones que han tenido las abuelas del pueblo en la pandemia va más allá de cualquier intención de comparación con las referencias históricas y genéricas del pasado, expuestas en el apartado anterior. Significa visibilizar la experiencia personal que han tenido estas mujeres y evidenciar que han acatado los protocolos de salud. Del mismo modo, no se han alejado de sus referencias y prácticas religiosas. Esto pone de manifiesto que la fe y las prácticas religiosas van de la mano con otros cuidados: esto aporta sentido a su vida cotidiana. A continuación, se presentará una síntesis de los relatos de cada mujer participante, tratada apenas por su primer nombre, dentro de una perspectiva ética de la investigación.
2.1 “No entre, adultos mayores en cuarentena”
¿Qué hago yo con andar con la mascarilla en la boca, y lavándome las manos, si no tengo la fe en Dios que me va a cuidar, porque él es el único? (Emérita, entrevistada el 14 de agosto del 2021)
El letrero en el portón de la casa de Dona Emérita es claro y contundente, capaz de alejar cualquier persona extraña. Nacida en Lepanto, península de Nicoya, Emérita vino a vivir a Pueblo Nuevo cuando cumplió 6 años. De piel clara y baja estatura, no duda en afirmar que ha sido una mujer muy trabajadora. Nunca fue a la escuela, aunque su sueño era aprender a escribir su nombre. Se casó a los 14 años y convivió con su primer esposo por 8 hasta que una noche presenció su muerte de forma violenta. Fue atacado en su propia casa, por conflictos de tierra. Con su segundo esposo tuvo cuatro hijos, todos viven en la misma propiedad. Emérita habita en una casita sencilla, recién remodelada gracias a la ayuda de los hijos y algunos vecinos. Su marido recibe una pensión como trabajador agrícola y de construcción que apenas les alcanza para sus gastos mensuales básicos.
Se considera una mujer muy religiosa y vive su fe acompañada de símbolos y gestos cotidianos. Todas las paredes de su casa están adornadas con imágenes de santos y santas. También tiene un altar con fotos de vecinos fallecidos, velas, estampillas y el rosario. “Todos los días antes de levantarme yo hago una oración, pido al Señor por ellos (los hijos), y a cada uno que pasa por aquí le echo la bendición”.
Sobre el COVID, indica que desde que empezó la pandemia no volvió a salir de la casa, solamente lo necesario, como visitas a la clínica o caminatas por las mañanas. Fue vacunada, usa siempre la mascarilla y no le falta el alcohol en la casa. Aun así, considera no haber sido infectada gracias a Dios, dando a la divinidad un papel de cuidado y protección en su vida: “Yo le pido a Él tanto por mí, como por mis hijos, para que nos tenga bien. Le doy gracias por todo lo que yo puedo pedirle, por la salud de mis hijos. Yo le pido: Señor, sana a mis hijos, sánanos de esa enfermedad…”
Durante el diálogo, menciona no sentir miedo del COVID, pues afirma que ya ha vivido lo suficiente. No teme a la muerte. Teme más por sus hijos, nietos y nietas que todavía tienen mucho que vivir. Cuando recibe una noticia de alguien que murió por COVID, se pone triste como si fuera de su propia familia. Cuando escucha en los noticieros sobre el aumento de los casos, suele decir: “El Señor sabe lo que hace”
Sobre los roles de cuidado, a veces le piden cuidar de algún nieto, otras veces es ella quien necesita la ayuda o compañía de sus nietas. Menciona una en especial que la atiende sin reservas, en cualquier horario que necesita. También menciona el cuidado dedicado al marido, ya que envejecen juntos. Le preocupa el hecho de que la vejez le dure mucho todavía y expresa esta preocupación con la siguiente frase: “Le pido al Señor que no me tenga mucho tiempo, así como estoy, ya no puedo caminar sola. Somos un adulto mayor cuidando al otro”.
No temo a la muerte y no he tenido esta cosa del COVID en la cabeza. Me imagino que después que uno muere la tierra se va a limpiar. Así dice la Biblia, va a venir otro mundo limpio, esto es lo que me han dicho. Esto es como una suciedad, un pecado, y la tierra se va a limpiar. (Cecilia, entrevistada el 14 de agosto del 2021)
En la entrada de la casa está el altar construido con piedras, con la virgen de Los Ángeles en el centro. Oriunda de San Pablo de Turrubares, Cecilia llegó a Jacó recién nacida. De sus recuerdos de niña, cuenta que trabajó lavando ropa en el río, picando leña, pilando arroz y cocinando para muchas personas. Nunca tuvo la alegría de escribir su propio nombre, como ella mismo indica, pues no fue a la escuela. Su familia era grande, cuenta que tuvo veinticuatro hermanos de una sola madre.
Narra la forma como se unió a su único esposo, cuando tenía apenas trece años: “mi madre me regaló cuando tenía trece años, a cambio de una ventana para poner en la casa. A los catorce años me quedé embarazada. Tuvimos siete hijos, tres hombres y cuatro mujeres”. Actualmente vive en su propia casa, acompañada por su esposo, su hijo y la nuera con un bebe. Indica que ni ella ni el marido son pensionados. sus escasos recursos económicos provienen de la ayuda recibida por sus hijos e hijas.
Con la llegada de la pandemia, tuvo mucho miedo, pues sufre de epilepsia y toma medicamentos con receta médica. Sigue las indicaciones para usar la mascarilla y no acercarse a la gente, evita tocar en los lugares y lava más frecuentemente la mano con agua y jabón. Sobre cuidar y ser cuidada, cuenta que tiene más de doce nietos y nietas, pero no se hace cargo de ninguno de ellos. Se ocupa de los oficios domésticos y la atención a su marido. Recibe apoyo de una de sus hijas, que la acompaña especialmente a sus citas médicas.
En la entrada de su casa hizo construir un altar con una gran imagen de la Virgen de los Ángeles. Al interior de la casa tiene otras imágenes y símbolos religiosos que se apresura a mostrar. Ella cuenta lo siguiente: “Adentro de la casa tengo la imagen de la Negrita. Afuera también la tengo en mi altar. Yo tuve la enfermedad de los ataques epilépticos, y ella me curó de mi enfermedad. Por esto no puedo abandonarla. Por esto estoy protegida en la pandemia”.
Cecilia tiene la costumbre de participar en las misas en el pueblo y se considera una persona con mucha fe. Reza cuando se despierta y cuando se acuesta: “Cada vez que me levanto de la cama pido a Dios, de noche y de día, porque Él lucha por todos nosotros. Nos hemos apartado de Él, porque pensamos cosas malas. Debemos pedirle las gracias a Él, no abandonar la casa del Señor. Yo no sé estudiar ni nada, pero escucho la voz de Dios”. No pide solo por sí misma, sino también por sus allegados: “Yo lo único que le pido a Dios de corazón es que me ayude, proteja y que no les vaya a pasar nada a mis hijos y a todos los hermanos”.
Su confianza en la protección divina le ayuda a disminuir sus temores ante la situación de pandemia. “No tengo miedo de nada, porque Él nos va a proteger y a cuidar”. Cecilia, aunque expresó que no cree que la pandemia sea un castigo divino, sin embargo, relaciona la enfermedad con suciedad: “Ahora el mundo está sucio, porque la gente no cumple la ley de Dios. Ahora los muchachos buscan el camino malo. No respetan a sus madres, hijos que matan a sus padres, se pelean”. La narrativa parece decantarse por la perspectiva de que la pandemia sí es un castigo divino y tendría una función de limpieza o purga por las transgresiones del mundo actual.
2.3 Por aquí llegó el virus, pero no se quedó
Pedí a Él cuando estuve enferma: dame fortaleza, necesito ayuda... no quiero que nada me pase. (Ofelia, entrevistada el 15 de agosto del 2021)
Ofelia pasó a vivir en Pueblo Nuevo después de unirse en matrimonio con su esposo, actualmente fallecido. Se contagió con el COVID en mayo del 2020, por medio de parientes que viven en la misma casa. Comenta que al principio fue apenas la tos, no tenía dolor de cabeza ni fiebre. Tuvo un accidente en la casa, se cayó y se fracturó una mano. Fue llevada al hospital de Puntarenas y allá descubrieron que tenía el COVID. Recibió tratamiento durante dos días y fue enviada a un albergue para personas con COVID. Cuenta que allí pasó los momentos más difíciles, especialmente cuando escuchaba sobre las muertes de personas enfermas por el virus. Así lo describe: “El COVID le dio primero a la más negrita, y después a mi mamá, después seguí yo. Fue muy duro para mí, escuchando que se murió un fulano, se murió otro, pero lo soportamos y aquí estamos echando pa’lante”
Del contagio no le quedó ninguna secuela. Ahora, cuando relata su historia, afirma que se recuperó gracias al Señor. Confía en que Dios es el que le concedió salud y fortaleza. Tiene la costumbre de orar y pedir por sus hijos, nietos y bisnietos. Confiesa que todavía siente temores en relación con la pandemia: “Como yo soy mayor, verme en un hospital con una maguera, esto me provoca mucho miedo. Pido a Dios que me proteja, que me salve de esta situación, a mí y a toda mi familia. Me da mucho miedo caer en la cama sin saber cuánto tiempo estaré allí agonizando”.
Sobre su lugar y papel en la familia, asegura sentirse una abuela feliz con la compañía de sus nietos, que viven en casas vecinas. Manifiesta su gratitud de forma particular a una nieta, que la considera como hija: “Ella me cuida aquí en la casa, me trae la medicina”. Últimamente piensa más sobre la muerte, generada principalmente cuando ve noticias por televisión sobre personas entubadas en los hospitales: “me da miedillo, pero digo, el Señor sabrá…”
“No tengo objetos sagrados de ninguna especie, porque a Dios lo llevo en mi corazón. He estado acostumbrada, en mis oraciones no oro el Padre Nuestro, porque no me lo sé, pero le pido a Dios con mis palabras que me bendiga”. (Olga, entrevistada el 15 de agosto del 2021)
Su registro de nacimiento indica que nació en Playa Herradura, pero Olga dice haber nacido en la capital, San José, donde vivió por veinte años durante su primer matrimonio. Actualmente vive en Pueblo Nuevo junto a su compañero, fruto de su segundo matrimonio. Tiene su casa propia y otras casas de alquiler. Afirma no recibir muchas visitas, pues sus hijas viven lejos, en la capital.
Debido a su trayectoria de vida, no se ha pensionado. Sus recursos económicos provienen de la pensión del esposo y de los alquileres que recibe mensualmente. Estos aportes permiten que ofrezca mensualmente una ayuda económica a sus hijas: “Hicimos las casas con un propósito, heredar como pensión a los hijos. Especialmente las mujeres que nunca van a tener una pensión. Por eso vamos a dejarles las casas”.
El aislamiento fue la primera acción que Olga asumió cuando se declaró la pandemia. Manifiesta que se tuvo el cuidado de no salir de su casa durante los primeros meses, y pidió ayuda a sus inquilinas para hacer sus mandados. Después empezó a salir de la casa solo en caso de emergencia, siempre utilizando la mascarilla y el alcohol, inclusive después de haber recibido las dos dosis de la vacuna contra el COVID-19. Se considera una mujer muy activa y saludable, gracias a su jardín terapéutico: “En el tiempo de pandemia, cuando todos estaban depresivos en la casa, yo tenía mucho que hacer. Yo siembro en mi casa, tengo mi jardín y mis matas de diferentes especies. Allí yo me distraigo, más bien trabajo demasiado, esta es mi pastilla natural. No me considero una abuela sedentaria, tengo demasiado trabajo y todo el tiempo estoy haciendo algo”.
En el ámbito espiritual, Olga se considera una persona que practica la religión a su manera y en la intimidad de su hogar, sin necesitar muchos símbolos externos. “No tengo objetos sagrados de ninguna especie, porque a Dios lo llevo en mi corazón. He estado acostumbrada, en mis oraciones no oro el Padre Nuestro, porque no me lo sé, pero digo a Dios con mis palabras que me bendiga”. Mi espacio sagrado es mi jardín.
2.5 Una propiedad familiar
No tengo miedo de nada, porque solo Dios sabrá qué le va a pasar a los pecadores en esta tierra. (Rosario, entrevistada el 14 de agosto del 2021)
Rosario nació en Jicaral de Puntarenas, y llegó a Pueblo Nuevo cuanto tenía cinco años. Tiene casa propia donde vive con tres hijos, un hermano, dos nietos y un yerno. A la par de su casa vive otra hija con su familia. No es una propiedad grande, pero es familiar, pues tiene espacio para que sus hijos e hijas convivan de forma cercana. Rosario es pensionada por el régimen no contributivo, y recibe una ayuda complementaria del centro diurno de la localidad.
Utiliza la mascarilla apenas sale de la casa para ir a la clínica. Ya recibió las dos dosis de la vacuna contra el COVID-19 y se siente protegida. No utiliza ninguna medicina casera, aunque menciona que “les tiene fe”. “Yo pido al Señor que nos cuide para que no tener esa enfermedad”. Para Rosario, Dios le proporciona alivio y sanación: “Él es nuestro Señor, el que quita los dolores, pido a Dios que me sane y que me perdone todo lo del pasado, lo que he hecho”. También busca, en tiempos de pandemia, la protección divina: “Yo tengo toda la fe en el Señor, que hasta ahora me ha cuidado, y seguirá cuidándome. Dios nos ayuda en todo, porque ÉL nos depara para comer, como vivimos; entonces, yo tengo toda la fe en el Señor que esta enfermedad irá pasar”.
Sobre sus prácticas religiosas, indica que participa una vez a la semana del culto en una iglesia evangélica, acompañada por su hermano. Deposita allí sus temores, encargando la protección a sus nietos y bisnietos. Así manifiesta: “En la pandemia me da temor por causa de los niños, porque, ¿qué va a saber un niño sobre esto?, ¿cómo se van a curar? Me da miedo por ellos. Si les duele algo no nos dicen. En ellos sí yo pienso, pero en mí no, porque ya Dios sabe que he sido pecadora, soy una persona vieja…”
Como se pudo percibir en los relatos de las mujeres participantes, convivir con el COVID-19 pasó a ser el nuevo desafío en su vejez. En cuanto a la reacción religiosa generada por la pandemia, pareciera que fue tanto relacionar el origen de la enfermedad como un castigo divino, sino que se enfocó en dar un sentido de esperanza y protección ante el peligroso avance de los contagios y defunciones ocurridas en los meses recientes.
En este orden de ideas, la imagen o representación de la divinidad que prevaleció entre las personas entrevistadas se refiere a la de aquel ser protector y cuidador de la salud de sus fieles. Ante el temor y la incertidumbre de un tiempo marcado por el avance de la enfermedad en la que se llegó a reportar en el país más de tres mil nuevos casos en un solo día y 107 muertes, la respuesta de fe se manifestó en un sentimiento de confianza y de esperanza (Agencia EFE, 2021).
El interés depositado en analizar las prácticas religiosas en tiempos de amenaza a la vida lleva a conocer que la emergencia sanitaria del COVID-19 ha traído cambios en la vida cotidiana de las mujeres adultas mayores de Pueblo Nuevo. Sobre las formas de protección asumidas por las participantes, queda evidente que todas han asumido con responsabilidad los protocolos emitidos por el gobierno. Sin embargo, es notorio entre las entrevistadas, con la excepción de Olga, el gran fervor religioso, la confianza y convicción de que Dios las cuida, protege y bendice. Resulta interesante percibir la persistencia en el imaginario religioso de algunas de las entrevistadas la idea de castigo divino relacionado con la enfermedad, como los datos históricos ocurridos en el siglo XIII.
Por ejemplo, para Emérita, no es suficiente la aplicación de las medidas de higiene, como el uso de mascarilla y el lavado de manos si no se cuenta con la fe en Dios “que me va a cuidar”. Su testimonio parece decir que la aplicación del protocolo sanitario no es indispensable y si lo aplica es debido a la presión social, pero bastaría la fe absoluta en el Dios que cuida para salir a la calle. La lectura religiosa que realiza Emérita del hecho de no haber sido contagiada del virus del COVID-19 no se debe a que haya recibido dos dosis de la vacuna, ni al confinamiento general y demás protocolos preventivos, sino que lo considera una dádiva divina; por lo que muestra gratitud al Dios al que todos los días le dirige sus plegarias. Por otra parte, Ofelia, la única de las personas entrevistadas que fue contagiada por el virus, y quien recibió tratamiento en un centro de salud, aseguró que fue Dios el que le concedió salud y fortaleza. En ese mismo sentido, Cecilia sostiene que no le teme a nada, pues Dios la va a proteger y cuidar.
Sobre el papel de Dios en la vida de estas mujeres, se destaca la imagen de un Dios cercano y cuidador, expresado especialmente en la idea de que la fe se torna en un escudo ante la pandemia. Pareciera ser que, entre las participantes, la presencia de Dios es experimentada a lo interno y privado de sus vidas más que en el ámbito externo y público. Esto porque no se observó entre ellas prácticas religiosas distintas o fuera del común de las que ya eran parte de su cotidianidad. Lo que estas mujeres dejan entrever es una convicción profunda de que Dios está presente en el interior de cada persona. Sin embargo, pese a esta imagen divina con características protectoras, existe también el temor a un Dios implacable y castigador, que persigue y pune la humanidad por causa de la mancha del pecado. En esta dirección, existe la percepción de quienes, en la vejez, cargan con un pasado pecador.
Es interesante notar que, pese al miedo del contagio y la amenaza de la muerte, existe una abnegación entre las abuelas: “Yo ya estoy vieja, temo por ellos, mis nietos”. Se evidencia entre las abuelas una mayor preocupación por sus nietos y nietas que por ellas mismas. Un primer análisis sobre esta afirmación podría caracterizar la virtud y el sacrificio de quien se siente al final de la vida. Desde una perspectiva crítica, esta afirmación corresponde a los roles tradicionales de género, marcados por la subordinación y el servicio naturalizado de las mujeres. Son características de una sociedad sin corresponsabilidad social en los roles de cuidado, y las laboras de cuido recaen sobre las mujeres. Muchas veces, sin el apoyo de políticas públicas capaces de reconocer los trabajos domésticos de forma remunerada, los hombres no asumen sus responsabilidades y son ellas las que siguen con los roles de cuidado hasta la vejez. El trabajo de campo demostró como los roles de cuidado son femenino y varían entre las mujeres participantes. Por ejemplo, Emérita y Ofelia afirman ser cuidadas por sus nietas. Pueden contar con las nietas para sus visitas a la clínica, para hacer compras, inclusive para velar por ellas durante las noches. Aquí se denota que hay un valor social no monetizado, que se hace a través del trabajo de cuidados recíprocos: abuelas que cuidan y abuelas que son cuidadas.
No se puede ignorar la contribución de las abuelas cuidadoras. En la vejez, este comportamiento no deja de ser una forma de mantenerse socialmente integradas y, de cierto modo, no representar una carga para la familia. Visto de esta forma, la idea de anularse a sí misma para dejar a vivir las generaciones más jóvenes es, entre ellas, veraz y auténtica. Existir para quienes están a sus cuidados, sin pensar mucho en sí mismas, es una auténtica perspectiva de las abuelas entrevistadas.
Las condiciones de vida presenciadas entre las mujeres participantes resaltan la inequidad y exclusión social en que viven, especialmente condicionada por la escasez económica. La pensión mínima o ausente, los ingresos económicos insuficientes son claramente percibidos en el deterioro de la vivienda, en la dificultad para trasladarse en las citas médicas y en la falta de condiciones para una alimentación saludable. La pobreza en la vejez tiene rostro femenino, potenciada por la indiferencia y descaso social y familiar. Rosario es la persona entrevistada que tiene una situación económica más precaria, a juzgar por la información recibida y por las condiciones adversas en que vive. Rosario convive con su hija desempleada y las dos hijas menores de esta. Todas dependen de su pensión de 136 865 colones (218 USD aprox.). Su relato es significativo, pues indica que es Dios quien le ayuda en todo, incluso es quien le depara la comida. Así atribuye a la providencia divina el hecho cotidiano de tener su alimentación básica en la mesa, pues su pensión es insuficiente. Enferma por muchos años de úlceras en sus piernas, ella sostiene que Dios le quita los dolores, la sana y le perdona sus pecados. Sobre el COVID-19 expresó su plena confianza en Dios “...que hasta ahora me ha cuidado, y seguirá cuidándome”. Además, manifestó su confianza de fe en que esta pandemia irá a concluir pronto.
Otro caso que amerita atención es el de Cecilia. Indica que recibe apoyo de sus hijas e hijos, ya que ella y su esposo envejecieron sin contar con un soporte económico propio. Intentaron administrar una pequeña pulpería en su propia casa, que les ayudó por un tiempo, después tuvieron que cerrar. Esta realidad persigue a muchas personas que, al llegar a su vejez, no cuentan con ningún recurso económico para una vida digna. La disminución de la capacidad física y cognitiva reniega a estas personas a vivir de la solidaridad del Estado, de las familias o del vecindario. Olga es la abuela que ostenta la mejor condición económica de las entrevistadas. Ella es la única que tiene casas de alquiler y cuyo marido tiene una pensión suficiente para sus gastos. En cuanto a sus prácticas religiosas, se reducen a un mínimo. No tiene costumbre de hacer oración, no frecuenta ninguna iglesia, ni tiene algún tipo de objetos sagrados. “Lleva a Dios en el corazón”, afirmó. Se considera una persona sin prácticas religiosas, apenas manifestó pedir, con sus propias palabras, la bendición de Dios.
Pareciera ser que, después de un año conviviendo con la pandemia, el confinamiento para estas mujeres se ha integrado en su estilo de vida y sus relaciones sociales. En los primeros meses hubo más miedo y menos contacto con familiares y vecinos. Ahora, especialmente después de la vacuna, ya existe más libertad para salir a caminar por el pueblo y recibir visitas. Sin embargo, las participantes indican estar tranquilas y acostumbradas a estar recluidas en sus casas, sin que esto signifique un problema. Como se denota, vivir en Pueblo Nuevo ha significado para cada una de ellas una oportunidad de pertenecer a un espacio geográfico y simbólico propio. En este espacio, buscan adaptarse a las circunstancias externas, como el peligro del contagio, como también internas, relacionadas con su vejez.
Por todo lo expuesto en los párrafos anteriores, se encontró que las prácticas religiosas para las abuelas de Pueblo Nuevo, en tiempos de pandemia, han tenido tres significados: reacción, soporte y fortaleza. Intensificar las oraciones, acercarse a las imágenes sagradas, acompañar la misa diaria transmitida por televisión fue una reacción inmediata, como una forma de atenuar algo que les costaba comprender y de reaccionar contra ello. La fe significó el soporte para afrontar la amenaza de la muerte. Fue comprobado con el relato de la única mujer participante contaminada por el COVID-19. Para alejar sus pensamientos de la muerte, encontró por medio de la fe el sostén que necesitaba para superar los días en que estuvo confinada en el hospital. Finalmente, las prácticas religiosas significaron una fuente de fortaleza ante la vulnerabilidad en la que se encontraban, por ser consideradas como grupo de riesgo. Junto con los protocolos de higiene, se fortalecían también con la certeza de estar protegidas y acompañadas por un Dios cercano y cuidador.
De esta forma se puede observar que, para las mujeres adultas mayores de Pueblo Nuevo, la religión y sus prácticas tienen relevancia en sus vidas. Las circunstancias adversas de pobreza y enfermedad son afrontadas por modelos de espiritualidad basadas en el sufrimiento redentor. Aunque la vida cotidiana se presenta complexa y desesperanzadora, la certeza de otra vida en la eternidad nutre el deseo de vivir y apacigua los problemas que surgen. En las peores circunstancias, estos modelos son los únicos medios que estas mujeres poseen para lidiar con sus angustias y temores.
La historia ha comprobado la existencia de diferentes pandemias al largo de los siglos y las diferentes formas como las comunidades humanas las enfrentaron desde el universo religioso. Actualmente, los avances científicos y tecnológicos van a un ritmo acelerado, aparentando apresurar respuestas a temas que amenazan a la vida humana. Esta investigación de campo evidencia que, aunque la ciencia ha avanzado y se ha posicionado en primera fila de la historia actual, las personas todavía hoy siguen buscando respuestas en sus creencias religiosas.
Las abuelas de Pueblo Nuevo retratan la realidad de exclusión, discriminación, estereotipos y marginalización vivida por muchas mujeres adultas mayores que, con la pandemia, engendran formas de reinventar la cotidianidad. Es cierto que las experiencias acumuladas a lo largo de la vida propician fortalezas para afrontar las diferentes situaciones de vejez. Sin embargo, es urgente superar las brechas socioetarias que impactan de forma directa a las personas mayores. La acción cuidadora no proviene del Estado, ni de las instituciones religiosas en sí mismas, sino de experiencias ancestrales de solidaridad, empatía, transmitidas de generación en generación. El entretejido cuidador es reforzado por las referencias religiosas donde encuentran el soporte para cargar con la realidad y encargase de ella. Este estudio revela que la religión entre las personas adultas mayores no es un tema periférico, sino central en sus vidas.
Los protocolos sanitarios introdujeron prácticas novedosas como el uso permanente del cubrebocas, lavado de manos constante y la conformación de burbujas familiares de protección. Estas prácticas constituyen nuevas ritualidades de la vida cotidiana que se suman a los rituales de fe de las personas adultas mayores. Así se expresa el profundo significado de la religión y la espiritualidad en la vejez. La imagen del cuidado es un hallazgo destacable que las abuelas expresan en su vida misma. Dios es el cuidador por excelencia y ellas encarnan esa imagen en sus propias vidas. Ellas cuidan de personas a su cargo, se cuidan a sí mismas en tiempos de pandemia, así como se dejan cuidar por otras personas cercanas.
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1 Académica e investigadora en la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión, Universidad Nacional. Máster en Psicopedagogía y doctora en Teología por el Doctorado Interdisciplinario de Letras y Artes en América Central (DILAAC/UNA). ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9877-6963 / Correo electrónico: nelisesm20@gmail.com
2 Académico e investigador en la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión, Universidad Nacional. Máster en Filosofía y doctor en Filosofía por el Doctorado en Estudios Latinoamericanos, UNA. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8110-3252 / Correo electrónico: victor.madrigal.sanchez@una.ac.cr
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