Temas de nuestra américa Número extraordinario 2016

ISSN 0259-2339


Páginas de la 9 a la 30 del documento impreso

Doi: http//dx.doi.org/10.15359/tdna.2016-e.1




Bolívar y Atatürk, Atatürk y Bolívar.

Semejanzas y coincidencias


Kaldone G. Nweihed

Profesor e investigador jubilado

Exembajador de la República Bolivariana de Venezuela en Turquía


La primera fórmula obedece al orden cronológico: Bolívar antecede a Atatürk por un siglo en cuanto a su aparición debajo del faro iluminador de la historia.

La segunda sigue el orden alfabético, precisamente en sus dos primeras letras, la A y la B: fórmula que se suele aplicar para evitar suspicacias diplomáticas y protocolares.

Esta reflexión se torna necesaria debido a la gran devoción con que cada uno de estos dos líderes de fama universal es venerado en su propia patria. Devoción que a veces raya en lo mítico e intocable. De ahí que, en Turquía, algunos sectores me miraran con cierta desconfianza cuando comencé a tocar el tema, a raíz de publicárseme una entrevista en el diario de lengua inglesa Turkish Daily News (Ankara, 7 de mayo de 2003). En esa entrevista con el embajador turco retirado y columnista acreditado, Yüksel Söleymez, comencé a enfocar lo que me parecía un extraordinario campo de semejanzas y coincidencias entre estas dos figuras universales.

A la inversa, en Venezuela no faltó quien me aconsejara tener mucho cuidado al comparar a Bolívar con una figura distinta, pese a su reiterada comparación con sus pares en mi obra Bolívar y el Tercer Mundo, premiada en su primera edición por el Concejo Municipal de Caracas, y presentada ante la augusta Academia Nacional de la Historia (1984). La segunda edición fue llevada ante la Conferencia de la UNESCO en París por el presidente Hugo Chávez, quien le escribió una generosa presentación (1999). El entonces canciller José Vicente Rangel pronunció un breve discurso acerca de los méritos de la obra.

Plutarco

Tal vez sea Plutarco, historiador y moralista griego de principios de la era cristiana, el pionero en el campo del estudio de las vidas paralelas de hombres célebres, cual hiciera al comparar una figura romana de su época con una figura helena, las cuales le inspiraran suficiente paralelismo entre sí. El no pretendía escribir historia –decía–, sino investigar la influencia del carácter humano sobre los destinos y las acciones de las figuras célebres de los cincuenta pares de su escogencia: Teseo y Rómulo, Alejandro Magno y Julio César, Demóstenes y Cicerón. El gran esfuerzo de aquel sabio de Queronea quedó estampado en la historia universal como una maravillosa exploración en el carácter moral de sus personajes, válida para bucear en las profundidades de las fuerzas que operan para inmortalizar a los hombres en la galería de la historia.

La comparación Bolívar-Atatürk no será exactamente plutárquica por encontrarse distantes y distintos los respectivos ámbitos geográficos e históricos: América Latina, en este caso Venezuela, frente a la llamada Región de los Cinco Mares (el Mediterráneo oriental, el mar Negro, el mar Caspio, el mar Rojo y el mar Arábigo), en este caso Turquía, asentada sobre la península de Anatolia –el Asia Menor– y la región europea de Tracia, con la cosmopolita Istambul, antes Constantinopla, entre Europa y Asia.

No será lo mismo oponer a Alejandro Magno y Julio César en el marco clásico helenístico-romano del Mare Nostrum, que confrontar a Bolívar, descendiente de vascos asentados en una fértil provincia del vasto imperio americano de España, con un Atatürk, nacido en una provincia balcánica del Imperio otomano, entonces en acelerada contracción tras haber abarcado las costas de los Cinco Mares y señoreado sobre los extremos más estratégicos de los tres continentes del Viejo Mundo. Y con un siglo completo del paso del tiempo.

A simple vista, serán tan obvias las diferencias como para desanimar a un Plutarco redivivus, incluso antes de invocar semejanzas para una válida comparación. Sin embargo, con un poco de paciencia y otro tanto de acuciosidad, veremos que nos esperan hasta dos clases de semejanzas y coincidencias: unas incrustadas en la médula del sentido global, ecuménico y cíclico de la historia, y otras aparentemente ligadas a las sorpresas que da la casualidad.

Coincidencias y casualidades

Antes de entrar en lo fundamental y sustantivo de la comparación, veamos algunas coincidencias que, aparentemente, no son más que eso: coincidencias. Ahora bien, colocándolas en el marco de las grandes corrientes de la historia universal, podrían tener algún sentido adicional a lo casuístico.

Ambos –Bolívar y Atatürk– nacen al final de un siglo y proyectan su presencia e influencia sobre el primer tercio del siglo siguiente. Es decir, traen un bagaje intelectual y moral de una época, con la disposición y capacidad de crear otra, adecuada a los valores y los medios en progreso. Bolívar: 1783 hasta 1830 para 47 años de vida; Atatürk, 1881 hasta 1938, para 57 años.

En la vida privada, ciertos paralelismos se asoman y asientan. Ninguno dejó descendencia y quizá por ello les ha cabido muy decorosamente la paternidad de su nación: Bolívar es el Padre de la Patria; Atatürk, el Padre de los Turcos. Cada cual tuvo una brevísima vida conyugal: Bolívar, en su juventud, enviuda; Atatürk, en plena madurez, se divorcia.

A comienzos de su carrera en plena juventud, cada uno tuvo la oportunidad de hacer un buen viaje por Francia, saboreando sus gustos y admirando sus paisajes. Francia para ambos: referente cultural.

Ambos hombres, conquistadores de plazas y ganadores de guerras, en algún temprano momento de su vida llegaron a ejercer la diplomacia.

En 1810 Bolívar es enviado a Londres en misión de la Junta de Caracas para ganar el apoyo de Gran Bretaña a la causa de la próxima independencia de Venezuela. Fue durante ese viaje cuando conoció al precursor de la independencia de la América española y veterano de la Revolución francesa, el generalísimo Francisco de Miranda. Recuérdese que Miranda, en uno de sus viajes anteriores, visitó el Imperio otomano de Abdulhamit I (1786), escribiendo sus memorias más adelante.

El entonces coronel Mustafá Kemal, a su vez, fue el agregado militar en la Legación del Imperio Otomano en Sofía, Bulgaria, a principios de la Primera Guerra Mundial (1914-1915). Sucedió exactamente cuando el venezolano Rafael de Nogales decide ingresar al ejército otomano a través de su Legación en Sofía, pero aún no se han encontrado documentos que indiquen si los dos hombres llegaron a conocerse durante esa breve ocasión.

Cada uno por su lado iba a ser víctima de un terrible atentado contra su vida mientras desempeñaba el poder. Bolívar, en Bogotá, estuvo a punto de sucumbir a manos de sus potenciales asesinos en septiembre de 1828; Atatürk, en Izmir, se salvó a tiempo en junio de 1926. Ambos atentados dejaron profundas secuelas políticas.

Figura 1. Mapa de Turquía

La República de Turquía se extiende en toda la península de Anatolia y en Tracia oriental. Limita con regiones europeas y asiáticas, por lo que se le considera un país bicontinental. Tomado de: Mapas de Turquía, http://www.lahistoriaconmapas.com/atlas/mapas-y-rios/mapa-rios-turquia.htm

Figura 2. Mapa de Venezuela

La República Bolivariana de Venezuela está ubicada al norte de América del Sur. Es unpaís caribeño, andino, amazónico y atlántico. Ejerce derechos sobre su zona económica exclusiva y plataforma en el Caribe y el Océano Atlántico. Tomado de: Mapas de Turquía, http://www.lahistoriaconmapas.com/atlas/mapas-y-rios/mapa-rios-turquia.htm

Bolívar y Atatürk fueron grandes lectores y hombres de juicioso contemplar. Leían ávidamente todas las obras que llegaban a sus manos, entre campaña y campaña, pese a sus interminables compromisos. Y ambos fueron elocuentes oradores que les encantaba expresar, a través del verbo cálido y preciso, tanto su pensamiento político como sus planes y acción de gobierno.

Es muy célebre el Discurso de Angostura que Bolívar leyera en el Congreso de Angostura (hoy Ciudad Bolívar) en febrero de 1819, antes de emprender su campaña libertadora, que lo llevó al Potosí en las cordilleras andinas de lo que hoy es Bolivia. Por su parte, los turcos no cesan de leer e interpretar el famoso Discurso de los Seis Días, conocido en su idioma como Nutuk, pronunciado por el Gazi Mustafa Kemal ante la Asamblea Nacional, ya concluida la guerra y frente a la tarea de construir el Estado, en mayo de 1927.

Incluso, post mortem, otra similitud hubo de surgir como consecuencia de hechos objetivos. Ambos, padres de sus respectivas patrias, mueren lejos de la ciudad capital destinada a ser su última morada. Por lo tanto, ambos pasan por un proceso, para sus pueblos emotivo y ceremonial, de traslado y reposo provisional en espera, y solo al estar listo el lugar adecuado, serán bajados al eterno descanso en el lecho de la eternidad. Bolívar muere en la Quinta San Pedro Alejandrino, en la ciudad portuaria de Santa Marta, Colombia, el 17 de diciembre de 1830; su cuerpo permanece durante 12 años enterrado en la catedral de dicha ciudad hasta su traslado en 1842, en barco, al puerto venezolano de La Guaira, a corta distancia de Caracas, su ciudad natal. Será inhumado en la Catedral de Caracas a dos cuadras de su casa natal hasta que concluya la consagración del Panteón Nacional en 1876. Allá reposa junto a unas 150 personas ilustres, merecedoras de la eterna gratitud de la nación.

Atatürtk muere en el palacio otomano de Dolmabahçe, convertido en museo, en Istambul, antigua capital de los Imperios bizantino y otomano, el 10 de noviembre de 1938; sus restos mortales cruzan el Bósforo en barco y serán trasladados en tren a Ankara, capital del nuevo país escogida por él mismo. Yace durante 15 años en el Museo Etnográfico (Etnografya Müzesi) hasta la conclusión de la obra magna de Anýtkabir (Sepulcro Monumental) en Ankara, en 1953.

Quien esto escribe tuvo el honor, la suerte y el privilegio de conocer cada uno de estos sitios en Santa Marta y Caracas; en Istambul y Ankara.

Demoledores constructores

Hay dos notables aspectos comunes en las carreras paralelas de estos dos hombres separados por las épocas y por las distancias, como son, en primer lugar, demoler un estado de cosas preexistente cual paso previo a la construcción de un nuevo orden y, en segundo, saber acoplar las herencias del pasado, a veces con traumas y otras de modo natural, a las inevitables exigencias del porvenir.

El hecho de tener su ayer en un siglo y su mañana en el siguiente sirvió de acicate para que comprendieran, cada uno por su lado y dentro de sus circunstancias, cuán enorme debería ser su tarea y fuerte su responsabilidad si querían dejar su impronta sobre el siglo entrante.

Adelante quedaba una tarea de construcción cuyas pruebas serían examinadas, una y otra vez, al menos durante todo lo que restaba del nuevo siglo y después: Bolívar en el XIX y Atatürk en el XX. Cada quien tenía que dar respuesta al dilema tan elocuentemente retratado por el pensador italiano Antonio Gramsci, contemporáneo del líder turco, pensamiento también atribuido a otro contemporáneo de ambos, Romain Rolland: «El pasado no termina de morir, y el futuro no termina de nacer».

Desde luego, enterrar el ayer no podía ser una tarea absoluta. En el caso de Bolívar, si bien había que quebrantar la hegemonía política de España venciendo a su imperio en su parte del mundo, siempre quedaban otros valores de su herencia que se integrarían al nuevo Estado independiente: culturales, civilizatorios, lingüísticos, sociales, religiosos que, a lo sumo, tendrían que ser «americanizados», pero de ninguna manera abandonados, pues eso no sería más que un salto en el vacío.

Por su parte, Atatürk comprendía que, a la hora de liquidar el Imperio otomano con seis siglos a cuestas, siempre quedaría a la República Turca una vasta herencia en estos aspectos que, depurados de lo que se consideraba lesivo a su proyecto, como la interferencia de la religión en los asuntos del Estado y las múltiples manifestaciones de atraso social, tendrían que formar parte del soporte al nuevo Estado.

Ese Estado seguiría hablando la lengua turca, aunque en lenguaje republicano, absorbiendo la disciplina proverbial del hombre turco para la construcción de un país propio, y concentrando la vitalidad potencial de una nación que se sentía sitiada, en una empresa de competencia por la modernidad frente a sus antiguos enemigos. Quizá no exista un nexo más emblemático entre lo tradicional y lo moderno en la revolución de Atatürk que el hecho de conservar para la república la bandera roja de la media luna y la estrella, la misma que él mismo defendiera con increíble valor y éxito como supremo comandante otomano en la gran batalla por los Dardanelos: Galípoli o Çanakkale en 1915.

Mas nada de lo dicho en el sentido de no enterrar todo el pasado se podía interpretar como titubeo ante la empresa de construir un nuevo Estado y una nueva sociedad. Bolívar en este sentido se adelantó a su tiempo: abogó por la libertad de los esclavos, legisló sobre el reparto de la tierra y la conservación de la naturaleza y los recursos naturales, decretó las minas propiedad del Estado e impulsó la educación con todas las luces de sus experiencias en el mundo más allá de las costas patrias.

Y como Atatürk, ningún conductor o jefe de Estado a principios del siglo XX, en ninguna parte del mundo, ensayó y echó a andar una revolución multifacética en lo social, político, económico, educacional y sobre todo dirigida hacia la creación de una nueva conciencia nacional, prácticamente de un nuevo hombre, una nueva mujer y un nuevo concepto de la sociedad, cónsono con los valores occidentales, y a tono con el siglo XX, en cuyo seno su nombre ha quedado grabado como el arquetipo del constructor.

De modo que, tanto el uno como el otro supieron demoler el viejo poder con la pólvora y el cañón, para más adelante dedicarse a construir lo suyo propio con la pluma y con la ley. Y sin perder ninguno los valores esenciales de su ser original.

Victorias paralelas, asambleas paralelas y una visión similar

Ambos inician su guerra de liberación en un puerto de mar y la concluyen en otro. Bolívar, en la etapa conclusiva de su guerra libertadora, llega a las costas de la isla de Margarita en 1816 a bordo de la goleta Diana y desembarca en el puerto de Barcelona, en el continente, el primer día de 1817; las fuerzas españolas debieron salir de Puerto Cabello en 1823. Atatürk, habiendo zarpado de Istambul a bordo del transportador Bandirma, desembarca en el puerto de Sam-sun sobre el mar Negro el 19 de mayo de 1919; las fuerzas griegas –últimas combatientes de la alianza de países ocupantes– abandonan la península de Anatolia por el puerto de Izmir, sobre el mar Egeo, en 1922.

En el medio de sus respectivas campañas, el año clave será 1821. Bolívar libera la batalla decisiva por la emancipación de Venezuela el 24 de junio de 1821 en el campo de Cara- bobo (aunque le falten varias otras en países vecinos como Ecuador y Perú hasta 1824); Atatürk registra su victoria resonante a las orillas del río Sakarya tras una encarnizada batalla que concluye el 13 de septiembre de 1921, aunque hubo necesidad de infligir otra derrota a la expedición griega en Dumlupinar en el frente suroeste, para liberar las ciudades de Afyon, Eskishehir y Kütahya, en el lance final hacia Izmir. Se llamó esta batalla la del Generalísimo en honor a Atatürk y su fecha, 30 de agosto (1922), es el Día de la Victoria.

Apartados el marco histórico y las coincidencias cronológicas con todo el peso que lleva el primero y la curiosidad que despiertan estas últimas, quizá sea otro el punto de convergencia más sobresaliente entre las personalidades y acciones de estas dos figuras padres de sus respectivas patrias.

Me permito referirme a una estrategia, ya no militar sino sociopolítica, como lo es el saber convertir los trofeos militares, casi al instante, en sólidos eslabones hacia la creación de un marco institucional que garantizaría la viabilidad del nuevo Estado y la seguridad de la nación. Pareciera increíble que dos hombres separados, tanto por el correr cronológico como por la distancia geográfica y por el sustrato cultural, se comportaran como si se hubiesen puesto de acuerdo.

Es obvio que en ambos escenarios tuvo que existir un período de transición entre la psicología de la guerra aún en marcha y la seguridad que brinda la paz, precisamente como consecuencia de las acciones de los conductores supremos por lograrla y consagrarla. En el caso de Bolívar fue más larga la lucha, cuyo comienzo antecede a su desembarco en Costa Firme en 1817, pues data de la proclamación de la independencia de Venezuela en 1811.

El desembarco de 1817 fue el salto final y el laureado por la victoria que, a su vez, lo conduciría a llevar la guerra de liberación a otros países vecinos, ahora llamados países bolivarianos: de Venezuela a Colombia (entonces incluía a Panamá), al Ecuador, Perú y Bolivia. En el caso de Atatürk, su objetivo supremo no residía en llevar sus armas a su vecindario, sino más bien en salvar el territorio de Turquía propiamente dicho –Anatolia y Tracia– y consolidar sobre ese suelo una nueva república viable, integrada, soberana y reformadora.

Lo que escribí en 1984 sobre la cadena de enlaces entre victorias y asambleas, espada y pluma, pólvora y derecho, en la carrera de Bolívar podrá ser leído perfectamente en función de Atatürk:

Podemos observar cómo en torno a los hechos trascendentales, generalmente después de una batalla decisiva o cada vez que volviera otra hoja en su libro de vida militar, aparece una genial idea de aquel estadista, diplomático, internacionalista, organizador, sociólogo, administrador, educador, hombre insaciable en cuanto a la sed que lo quemaba por su devoción a la causa pública; al ganar una nueva contienda, ponía en seguida la correspondiente nota institucional (p. 24).

Figura 3. La transición del soldado al estadista.

Atatürk infundiendo en su pueblo el espíritu del Estado moderno (pertenece al período anterior al cambio del fez por el sombrero, lo que sucede a partir de 1925). http://www.eba.gov.tr/

La nota institucional

Al desembarcar en la isla de Margarita en 1816 rumbo a Costa Firme, antes de su arribo a Barcelona el primero de enero del año siguiente, e inclusive antes de ganar alguna batalla decisiva en esta etapa, Bolívar exigió la reunión del Congreso Nacional. En la misma isla, siete meses antes, en un desembarco que no condujo al éxito deseado, él había declarado la formación de la Tercera República. Hay que recordar que las dos repúblicas anteriores habían tenido una vida efímera.

Apenas instalado en la población de Angostura sobre el caudaloso río Orinoco, ya tierra adentro hacia el sur, reunió Bolívar en 1818 al Consejo de Estado y convocó a un congreso, con el fin de establecer el marco jurídico definitivo de la nueva república. Fue ante ese Congreso de Angostura (hoy Ciudad Bolívar) donde pronunció el 15 de febrero de 1819 su célebre Discurso de Angostura, cuya estructura se basaba en devolver el poder al pueblo y crear una nueva sociedad.

El congreso lo eligió presidente, antes de proceder a la segunda etapa de su campaña victoriosa: subir por los Andes hacia Nueva Granada (hoy República de Colombia) y derrocar al virrey español tras la gran batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819). Victorioso, regresa a Venezuela para comparecer ante el Congreso en Angostura y solicitar la creación de la República de Colombia, compuesta por Nueva Granada (la actual Colombia, ya liberada en Boyacá) y la propia Venezuela, su tierra natal, que esperaba por concluir su propia redención.

En cambio, a la hora de desembarcar Atatürk en Samsun, la autoridad formal del Sultán Mehmet VI Vahdettin se suponía vigente, pese a la llegada de la flota británica a Istambul y la disposición del monarca a pactar con los aliados a como diera lugar para salvar su trono. El mismo Mustafá Kemal Pasha –luego Atatürk– zarpa para Samsun en misión del gobierno imperial. Será precisamente al pisar suelo anatoliense atalayando el mar Euxino, cuando decida desafiar la autoridad del sultán para redimir a su país de un destino humillante.

Procede a la antigua ciudad de Amasya (otrora capital del reino de Ponto, de Mitrídates VI), desde la cual emite una declaración fuertemente crítica de la sumisión del sultán a los dictados de las potencias victoriosas que ocupaban Istambul y otras regiones del país. La Declaración de Amasya ha sido considerada como el preludio a la próxima instalación de la república.

Al igual que el venezolano en 1819, el turco en 1919 decide convocar a los representantes del pueblo para dotar a su naciente proyecto de piso legal. Considerando las condiciones geográficas y sociales del país, fue necesario reunir dos congresos complementarios: el primero, en la ciudad oriental de Erzurum en agosto de 1919, y el segundo en la ciudad central de Sivas, la antigua Sebastia de los romanos, a renglón seguido en septiembre del mismo año.

El acreditado biógrafo argentino de Atatürk, Blanco Villalta, califica al Congreso de Erzurum de «nacionalista» y al de Sivas como «histórico». La cita en Erzurum –ciudad en la confluencia de tres culturas como fueran la caucásica, la turca y la persa, y en algún momento ocupada por tropas rusas– revistió un fenómeno extrañamente parecido a un hecho similar en la campaña de Bolívar.

Al instalarse en la provincia de Guayana en torno a Angostura, Bolívar –ya veterano de duras campañas anteriores contra los españoles– sabía que necesitaba del apoyo de las provincias orientales de Venezuela (Barcelona, Cumaná y la isla de Margarita), cuyas guarniciones respondían a la autoridad del general Santiago Mariño, quien afortunadamente se le une.

Figura 4. Estatua de Atatürk en Caracas, Venezuela

Fotografía tomada en el Municipio de Baruta

Atatürk, cien años después, en circunstancias parecidas, necesitaba del apoyo de las cinco orientales provincias de la Anatolia, bajo el mando del general Kazim Karabequir, quien en Erzurum afortunadamente se les une. Y como otro fenómeno inexplicable: en tiempos posteriores de paz y política tanto Mariño como Karabequir irían a marcar cierta distancia de sus respectivos comandantes, aunque sin llegar a protagonizar verdaderas rupturas.

En Erzurum hubo acuerdo sobre la integridad territorial y, por ende, las fronteras del futuro Estado amenazadas por fuerzas francesas desde el sur (Siria) y por rusas y armenias, antes unidas y luego separadas, desde el noreste.

En Sivas, los congresistas le reconocieron al Pasha Mustafá Kemal la jefatura del gobierno provisional al descartar la autoridad del gabinete del sultán, aunque sin meterse con el mismo monarca todavía.

Otra similitud se registra cuando en ambos casos, y después del éxito manifiesto que Bolívar cosechará en su campaña en Nueva Granada, su adversario español, el general Pablo Morillo, busca un encuentro con él en la población de Santa Ana de Trujillo, llegándose a un armisticio y a un tratado de regularización de la guerra en 1820. Sería prácticamente un reconocimiento, de parte de la monarquía española, a la nueva fuerza insurgente en su antigua provincia venezolana.

Figura 5. Estatua de Simón Bolívar, Ankara

Plaza Simón Bolívar, Ankara Turquía, a partir de 2005

Por otro lado, el sultán otomano, alarmado por el éxito político de su general rebelde tras los congresos de Erzurum y Sivas, le envía a su ministro de la Marina, quien termina firmando con él el llamado Pacto de Amasya (que no la ya mentada Declaración de Amasya), con el propósito de conservar la unidad de la nación. En la práctica, sería el reconocimiento tácito, por parte del gobierno imperial, a la existencia de esta nueva fuerza que venía surgiendo del corazón de Anatolia.

La práctica de consolidar lo institucional después de una acción decisiva continúa aquí y allá. Tras el armisticio entre España y Venezuela acordado en Trujillo en 1820, se vuelven a romper las hostilidades y Bolívar, con el apoyo de los generales Santiago Mariño, José Antonio Páez y otros, decide enfrentar al general Miguel de la Torre en el ya mencionado Campo de Carababo, en la entrada de los llanos occidentales al sur de la ciudad de Valencia. Ese memorable día, 24 de junio de 1821, selló la independencia de Venezuela para siempre. Casualmente, tal como en Turquía la victoria de Sakarya (1921) tuvo que ser complementada por la batalla ya mencionada de Dumlupinar o la del Generalísimo en 1922, a la de Carabobo tuvo que seguirle el colofón de la Batalla Naval de Maracaibo, librada el 24 de julio de 1823.

Apenas quedara el Campo de Carabobo libre de combatientes con la victoria de los patriotas, Bolívar procedería a convocar a un congreso más amplio y representativo que reforzara su predecesor de Angostura, de dos años atrás. Este fue suficiente durante la guerra; el nuevo se hará necesario para establecer las bases del nuevo Estado federado llamado Colombia. Se escogió por sede a la pequeña ciudad de Cúcuta, en territorio neogranadino (es decir, en la hogaña Colombia), a pocas leguas del límite entre el antiguo Virreinato de Nueva Granada y la Capitanía General de Venezuela. El Congreso de Cúcuta (julio-septiembre de 1821) confirmó a Bolívar en la presidencia y designó vicepresidente al general neogranadino Francisco de Paula Santander. Para capital del nuevo Estado, liberado y unido, se escogió a la urbe mayor de Bogotá, antigua capital del virreinato. Fue el paso jurídica y políticamente preciso para consagrar a la nueva república.

No cabe en este ensayo seguir las campañas de Bolívar, detallada e individualmente, por los países andinos de América del Sur sobre el océano Pacífico, verbigracia Ecuador, Perú y la hogaña Bolivia, así nombrada en su honor. Considero conveniente limitar su actuación a los dos países atlántico-caribeños –hoy Venezuela y Colombia (entonces Nueva Granada)– por ser fuente suficiente de las semejanzas encontradas con instancias, pasos y situaciones en la vida y obra de Atatürk, además por ocurrir casi en el mismo lapso, con un siglo completo entre ambos: aproximadamente en dos lustros que cabalgan sobre años que se repiten, en especial el 21: Carabobo (1821); Sakarya (1921).

Veamos ahora el desarrollo de los acontecimientos en la Turquía kemalista. Desde finales de 1919, en pleno invierno, el líder traslada la sede del Comité Representativo, surgido de los congresos anteriores, a la ciudad de Ankara, ya escogida por él como capital de la futura república. En Ankara a principios de 1920 se reúne la Cámara de Diputados y vota el Pacto Nacional, pero será el 23 de abril de ese mismo año, aún en plena campaña, cuando se instale la Gran Asamblea Nacional en la nueva capital. Esta fecha –23 de abril– vuelve cada año para recordarle a Turquía el origen democrático de la república.

Al año siguiente la asamblea le confiere el grado de generalísimo con el título de Gazi. Y tan pronto salen los griegos del puerto de Izmir, la asamblea decreta el fin del sultanato. Desaparece la institución que le dio al imperio treinta y siete sultanes durante unos seis siglos. El último sultán huye a bordo de un buque británico. No está de más recordar que el oficial venezolano Rafael de Nogales había servido en el segundo puesto más alto en la Casa Militar del sultán Mehmet VI Vehdettín, al ascender este al trono en 1918. El mismo Mustafá Kemal lo había acompañado a Alemania siendo Vahdettín príncipe heredero a principios de ese mismo año.

El vuelco total ocurre el 3 de marzo de 1924 cuando el victorioso generalísimo termina aboliendo la institución del califato, medida que no afectaba únicamente a los antiguos súbditos del imperio desaparecido, sino a todo el mundo islámico en general. Fue el sultán Selim I, apodado Yavuz (El Serio), quien en 1517 se llevara el título religioso de califa del Egipto de los mamelucos a la capital otomana sobre el Bósforo, Istambul. En sus Memorias, el venezolano Rafael de Nogales afirma haber sido el último oficial del Imperio otomano a quien le tocara devolver la bandera turca de vuelta al Asia, al cruzar de Egipto a Palestina en 1917, cuatro siglos después.

Las bases de las leyes: una sola visión en dos versiones

La creación de una nueva república requiere de un piso firme que se levante sobre las bases de su sistema jurídico y los principios que habrán de guiar sus leyes, postulados, instituciones y reformas. Ambos fundadores, obviamente sin haberse puesto de acuerdo, creían en la necesidad absoluta de adecuar las leyes de una sociedad a sus propias realidades, costumbres y necesidades.

En su Discurso de Angostura, Bolívar invoca a Montesquieu: «¿No dice el Espíritu de las Leyes que éstas deben ser propias para el Pueblo que se hacen? ¿Qué es una gran casualidad que las de una Nación puedan convenir a otra?». (1819, 15 de febrero)

Para ilustrar la idea con el ejemplo, y sin tener la intención de desconocer las virtudes del mundo oriental, mas coincidiendo sobre el abismo entre Oriente y Occidente con un occidental como Rudyard Kipling y un oriental como Cemalettín Afgani, agregó:

El libro de los Apóstoles, la moral de Jesús, la obra Divina que nos ha enviado la Providencia para mejorar a los hombres, tan sublime, tan Santa, es un diluvio de fuego en Constantinopla, y el Asia entera ardería en vivas llamas si este libro de paz se le impusiese repentinamente por Código de Religión, de Leyes y de costumbres.

Por su parte dirá Atatürk un siglo después: «La nación ha depositado su fe en el precepto de que las leyes deben inspirarse en las necesidades reales presentes aquí sobre la tierra, en cuanto hechos básicos de la vida nacional». Mustafá Kemal, quien ostentaría el apellido Atatürk desde que le fuera conferido por la Asamblea Nacional en 1934, había trazado seis principios para su nación, simbolizados por las seis flechas que aún figuran en el emblema del partido político republicano fundado por él en los años veinte, a saber: «Republicanismo, Nacionalismo, Populismo (en el sentido de poder popular y no como sinónimo de demagogia), Estatismo, Secularismo y Revolución».

Cada uno de los dos conductores apuntaba hacia un marco legal y constitucional en que las reformas, normas y reglas fueran cambiando y modernizando la sociedad respectiva; Bolívar, más acorde con la idiosincrasia de su pueblo y de su época; Atatürk, más veloz y drástico por cuanto su tarea implicaba una lucha contra un orden anacrónico, estancado y reacio a los cambios. Bolívar operaba en una sociedad considerada occidental en su superestructura, en cuanto a cultura, lengua, tradición y cosmovisión, así su infraestructura económica y social reflejara todos los embates del colonialismo opresor.

Atatürk, en cambio, se enfrentaba a una sociedad de un trasfondo oriental que se recelaba de la modernidad europea que él y sus colaboradores cercanos juzgaban imprescindible para salir de los residuos del pasado y entrar en pleno siglo XX a competir y alcanzar un puesto permanente y seguro. En el caso de Bolívar, aquella república conocida como la Gran Colombia (1819-1830) y en América Latina en general, la alta sociedad se afanaba más bien en imitar a Europa y considerarse parte integérrima de sus instituciones sociales, políticas y jurídicas.

Al líder turco, en cambio, le tocaría asumir actitudes radicales y tomar decisiones drásticas vis a vis sobre asuntos tan básicos como el rol de la religión en el Estado, el idioma turco y el alfabeto latino con que este se escribiría (a partir de 1928), la liberación y educación de la mujer, la vestimenta de la gente, las pesas y medidas, el calendario y los días feriados, en fin toda una reforma colosal que ha hecho de Turquía, hoy por hoy, un país moderno, funcional, dinámico, productivo, asimilado a todas las corrientes de la ciencia y tecnología, sin perder su identidad original, pese al choque que hoy se evidencia entre fuerzas en pugna, precisamente por diferencias sobre algunos aspectos exteriores de aquellas reformas, como el pañuelo sobre la cabeza de la mujer o las escuelas de enseñanza religiosa básica.

En su debido momento, ambos líderes se ocuparon directa y dilectamente de la educación y formación de la juventud. Son muy conocidas las palabras de Simón Bolívar en la ocasión de visitar un colegio de niñas en la fresca ciudad de Arequipa cuando se encontraba en el Perú: «Hijas del sol, sois tan libres como hermosas» (mayo, 1825). En Turquía no existe un ser, adulto, adolescente o niño, nacional o extranjero, que no haya contemplado la fotografía de Kemal Atatürk, enseñando él mismo el nuevo alfabeto a un grupo de estudiantes.

Compartían la misma preocupación por el medio ambiente, la conservación de la naturaleza y la arborización del paisaje. En su capacidad de ilustrados gobernantes, ambos reciben un territorio devastado por la guerra y arrasado por el paso de tropas y las migraciones de la población. En los altos páramos andinos, con sus llamas y vicuñas, Bolívar prohíbe el sacrificio de estos animales y decreta el uso racional del agua. En Turquía, el verdor que Ankara hoy por hoy reviste se debe a la visión paisajista y conservacionista del fundador. El sector más cotizado al oeste de la ciudad se llama O.A.Ç: abreviatura en turco del nombre Granja Forestal Atatürk.

Política exterior: convivencia regional y paz mundial

Otro aspecto de mayor relevancia en el que estos dos hombres tendrían un pensamiento único y seguirían una acción parecida para convertir tal pensamiento en acción permanente es el referido a su política exterior, tanto la regional como la mundial. ¡Ida la guerra, venga la paz!

En este aspecto, Atatürk dejó una sentencia grabada, sencilla y lacónica, en la conciencia de su país, la cual merece romper el esquema cronológico que he adoptado para este análisis que evoca al sabio Plutarco sin poderlo igualar. Es una frase que se repite una y otra vez; encabeza libros, revistas y periódicos; suena y reverbera en cada momento en que los tambores de una lejana guerra amenacen con acercarse al país blindado que Atatürk, Inönü y sus sucesores han dejado a la posteridad. No dice más que esto: «¡Paz en casa, paz en el mundo!». Garantizada la paz doméstica, ¡qué bueno será vivir en un mundo de paz!

El otro guerrero, estadista y constructor, Simón Bolívar, un día le escribió al vicepresidente Santander lo que sigue: «La paz será mi puerto, mi gloria, mi recompensa, mi esperanza, mi dicha y cuanto es precioso en el mundo» (Carta al General Santander, 23 de julio de 1820). Y ambos comprendieron que la paz en el mundo pasa por la paz en el contorno regional.

Poco antes del encuentro histórico en Guayaquil (Ecuador ) entre Simón Bolívar y el libertador argentino general José de San Martín en 1822, con Bolívar a la cabeza de Colombia, se firmó en Lima un Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua entre Colombia y Perú; a renglón seguido otro similar entre Colombia y Chile (1822); al año siguiente, 1823, un Tratado de Amistad y Alianza con Buenos Aires; en el mismo año un Tratado de Unión, Liga y Confederación con México; en 1825 otro similar con Centroamérica, integrada entonces en un mismo Estado.

No obstante, la acción más conspicua de Bolívar en el campo regional estriba en su denodado esfuerzo por llevar el esquema del Pacto de Unión, Liga y Confederación a todo el ámbito geopolítico de Hispanoamérica. Apenas su lugarteniente, el joven y brillante general Antonio José de Sucre, terminó de liquidar el poderío del ejército peninsular en el Perú al realizar la victoria decisiva de Ayacucho (9 de diciembre de 1824), ya Bolívar, desde Lima, estaba convocando al Congreso Anfictiónico de Panamá, al que él mismo no asiste, pero organiza e inspira.

Asistieron Colombia, Perú, México y Centroamérica y, como observadores neutrales por sus intereses coloniales en América, Gran Bretaña y los Países Bajos. Estados Unidos desplegó esfuerzos frenéticos por hacer fracasar el empeño bolivariano. Si bien se acordó al fin, el 15 de julio de 1826, un Tratado de Unión, Liga y Confederación, recortado y diluido por muchas modificaciones y reservas, el significado del proyecto bolivariano de crear un subsistema de derecho en la América de habla hispana, la América con que soñara el gran Miranda, no tenía parangones en la historia de las relaciones internacionales. 130 años después –he sostenido en varias oportunidades– la Conferencia Afroasiática de Bandung siguió el ejemplo del Congreso de Panamá.

Además, Bolívar fue capaz de captar la importancia geopolítica singular de Panamá, como paso marítimo potencial entre dos continentes, con el mismo ojo avizor que Atatürk tuviera, 110 años después, al negociar la Convención de Montreaux (1936) que devolvió a Turquía el control de los estrechos en un marco del derecho internacional aceptable para Turquía y para la comunidad de países usuarios.

En efecto, la diplomacia turca se asoma al mundo blandiendo el honroso y equilibrado Tratado de Lausana (24 de julio de 1923), el cual, tras la victoria, puso punto final al estado de guerra y sustituyó el abortado Tratado de Sevres que la delegación del sultán había firmado en 1920.

Enfrentado a un contorno convulso entre las dos guerras mundiales, Atatürk dirige una política exterior basada en la convivencia en paz con sus vecinos. Su conocimiento de la historia del anillo geopolítico que rodea a su país, además de su experiencia como soldado vencedor de las grandes potencias de la época, le prestaron una plataforma de prestigio que allanaría obstáculos y abriría nuevos caminos.

Su decidida política de establecer un marco relacional de paz con la hasta hacía poco enemiga Grecia fue facilitada por el acuerdo de intercambio de poblaciones: la mayoría absoluta de griegos que vivían en Anatolia terminó en la patria de sus ancestros, tal como turcos y otros musulmanes rezagados en la Tracia helénica (donde el mismo Kemal naciera en Salónica) terminaron en las viviendas abandonadas por griegos en Anatolia.

El éxito en el forjamiento de la amistad griego-turca fue también debido a la diplomacia e inteligencia del premier griego Venizelos, recibido en Turquía como amigo y buen vecino, siendo firmante con Inönü del Tratado de Amistad y Neutralidad en 1930. Si bien no fue fácil enderezar las relaciones con Bulgaria, Turquía y Grecia, junto a Rumania y Yugoslavia, ingresaron al Pacto Balcánico, lanzado desde Atenas en 1934.

La primera misión de Mustafá Kemal, entonces joven capitán en el ejército del sultán Abdulhamit II, lo llevó a la entonces provincia otomana de Siria, en donde le tocó enfrentarse a una rebelión en el Monte Druso, el antiguo Haurán o la Aurinítida de los romanos.

En 1911 participa en la defensa de la provincia de Tripolitania (Libia) frente a la invasión italiana. Y tan pronto como saliera triunfante de las batallas de los Dardanelos en 1915, en el frente este de Anatolia, recupera las ciudades de Bitlis y Mush. En pocas palabras, ese hombre cuya gran meta era modernizar y europeizar a Turquía, no ignoraba que la mayoría absoluta de las fronteras de su país eran compartidas con países asiáticos: Siria, entonces bajo mandato francés; Irak, bajo mandato británico hasta 1932; Irán, el histórico rival con el cual el Imperio otomano había firmado el primer tratado limítrofe en la historia moderna de las relaciones internacionales: Zohab, 1639

Por el noreste Turquía tenía por vecina a la recién declarada Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, específicamente con las dos repúblicas caucásicas de Georgia y Armenia. Con el bolchevismo establecido sobre el territorio de la antigua enemiga Rusia, el movimiento kemalista logró iniciar una nueva etapa de convivencia, mediante la firma del Tratado de Moscú en 1921, y luego el tratado fronterizo de Kars con las repúblicas soviéticas del Cáucaso.

Olfateando la proximidad de una nueva guerra europea con la formación del eje Roma-Berlín (luego mundializada con el ingreso de Tokio), y teniendo a Italia asentada en las islas del Dodecaneso frente a la codiciada costa sudoccidental de Anatolia (provincia de Mugla: Bodrum y Mármaris), Atatürk pone a funcionar su excelente cuerpo diplomático para la consecución de un pacto de paz y amistad con sus vecinos asiáticos: Irak e Irán, además del reino transfronterizo de Afganistán, entonces –al igual que Irán– comprometido con su propio proceso de gradual transformación modernizante, impulsada por el respectivo monarca.

No hay que perder de vista que la figura de Atatürk ya simbolizaba la esencia de la exitosa revolución social para los países islámicos, admitida con acento moderado bajo el incuestionable control del trono. La reunión de plenipotenciarios con los vecinos islámicos se realiza en el palacio de Saadabad, Teherán, en 1938, el año en cuyos finales el líder turco deja de existir, no sin haberse puesto de acuerdo con Francia y Gran Bretaña –temerosas estas de que Turquía vuelva a consentir a la antigua aliada Alemania en la inminente guerra– para que admitan su reclamo sobre la provincia entonces siria de Alejandreta o Iskenderun, hoy y a partir de 1939 la provincia turca de Hatay.

Resumiendo, la convivencia regional como una imperiosa necesidad surge ante los ojos de ambos estadistas: Simón Bolívar en la Gran Colombia y Perú a principios del siglo XIX; Kemal Atatürk en Turquía en el primer tercio del siglo XX. Cada uno se valía de diplomáticos probos para conseguir estos pactos sin moverse de su punto fijo: ni Bolívar viaja a Panamá, ni Atatürk se aparece en Saadbad. Ya ambos sabían lo que valían como alfareros de repúblicas, creadores de Estados y padres de patrias.

En retrospectiva

Ahora que han transcurrido siete décadas de la muerte de Atatürk y casi dieciocho de la de Bolívar, al investigador que hurga en sus vidas con binoculares de Plutarco le asalta la misma pregunta del comienzo: ¿coincidencias o más que eso?

Desde luego, he constatado algunas coincidencias que son producto del azar. Mas no se debe dejar de razonar lo razonable: estos dos hombres fueron, cada quien en su medio, la respuesta a una época histórica marcada por circunstancias de convulsión social y política, no solo en su entorno nacional o regional, sino también en el marco mundial a nivel planetario. Fueron hijos de dos sucesivas grandes corrientes de la historia.

En el caso de Bolívar, la época estuvo marcada por el signo de la revolución contra el coloniaje, el cual dice, en últimas cuentas, violencia y guerra.

La de Atatürk fue la época de la liquidación de los imperios continentales, cuyo signo sería, desde el principio, violencia y guerra. Una violencia reprimida y colectiva que, tras la Segunda Guerra Mundial, acabó tanto con el colonialismo como con las potencias coloniales marítimas que lo venían sosteniendo.

Ambos tuvieron la visión de comprender que la guerra no era un fin en sí, sino más bien un puente necesario hacia la convivencia y la paz. Ambos supieron dónde quedaba el límite fronterizo entre su rol de demoledores y su responsabilidad de constructores.

Entiendo que el lector de estas líneas podría alegar que este ensayo aspirante al colegio de Plutarco no revela mucho, pues podría ser aplicado a otras figuras contemporáneas del uno o del otro. Ya lo he contemplado. Ninguno de los contemporáneos tuvo la oportunidad de jugar ambos roles.

En la época de Bolívar, Miranda no llegó a la etapa de la construcción del Estado, aunque sus ideas y sueños fuesen la luz del alba, el toque de la diana, el sermón del valle y el eco del himno en la soledad. José de San Martín, noble como él muy pocos, se retiró temprano de la contienda política tras regalarle a su país la espada, la victoria, la esperanza y la ruta hacia la eternidad.

En el caso de Atatürk, algo parecido sucedió entre los dirigentes contemporáneos de los países islámicos vecinos y, como él, aspirantes a modernizar a la sociedad. Anduvieron un trecho, legua más, legua menos, pero ninguno se atrevió a jugarse el todo por el todo, inmunes como él a la crítica de los fanáticos de la religión y de los mercaderes de la vieja política.

El shah de Irán dejó a su hijo un país tan negativamente occidentalizado que trajo el otro extremo de la revolución islámica del Imán Khomeini; la monarquía egipcia naufragó entre el Occidente seductor y el conservadurismo religioso, dejando el camino para una revolución socialista que, después de Nasser, moriría; la monarquía iraquí, hachemita como la vecina en Jordania, también termina derrocada y crea el ambiente para el surgimiento de un Saddam Hussein; el rey de Afganistán es derrocado y desterrado, al abrirse el camino a un régimen comunista seguido por la invasión soviética, los talibanes y ahora la ocupación de Estados Unidos y sus aliados.

Figura 6. Comandante en jefe, Atatürk

fuente: http://www.eba.gov.tr/

Ninguno se atrevió a lo que se atrevió Atatürk. Y Turquía no es, hoy por hoy, menos país islámico que los demás. Su dilema actual estriba más bien en saber medir cuánto islamismo se debería practicar y cuánto secularismo se debería aplicar, sin dañar el equilibrio milagrosamente conseguido por el Gazi Mustafá Kemal Atatürk.

Y Venezuela vive su hora de regreso a Simón Bolívar. A partir de 1999, se llama constitucionalmente la República Bolivariana de Venezuela.

En algún momento los pares han de encontrarse en las páginas de la historia. Este ensayo, concebido por su autor en Ankara tras ver y palpar la obra de Atatürk, no será completo sin las biografías de estos dos próceres y estadistas: la de Simón Bolívar dirigida al lector turco, escrita por el historiador venezolano Reinaldo Rojas, y la de Atatürk dirigida al lector latinoamericano, redactada por el filólogo turco Mehmet Necati Kutlu. Que la lectura de estas dos biografías lo mejore y lo enriquezca.

Referencias

Turkish Daily News (2003/5/7) Interview to Ambassador Dr. Kaldone G. Nweihed of the Bolivarian Republic of Venezuela on Turkey-Venezuela relations Disponible en: http://www.hurriyetdailynews.com/default.aspx?pageid=438&n=...featuresnbspnbspnbspnbsp-2003-05-07

Nweihead, K. (1984). Bolívar y el Tercer Mundo. Caracas: Comité Ejecutivo del Bicentenario de Simón Bolívar.

Bolívar, S. (1825). Pequeña proclama del 10 de mayo de 1825. Biblioteca Ayacucho.

__________ (1820, 23 de julio). Carta al General Santander. Archivo del Libertador.

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