Revista de Historia
N.º 77 • ISSN: 1012-9790
DOI: http://dx.doi.org/10.15359/rh.77.8
Enero - Junio 2018
Fecha de recepción: 08/02/2018 - Fecha de aceptación: 23/02/2018
MÉTODOS Y PROBLEMAS EN LA HISTORIOGRAFÍA CHIAPANECA: ENTREVISTA A JUAN PEDRO VIQUEIRA ALBÁN
Erick Fuentes Horta *
Rafael Ángel Ledezma Díaz **
Palabras clave: Entrevista; historiografía; Chiapas; México; Juan Pedro Viqueira Albán; historia.
Keywords: Interview; Historiography; Chiapas; Mexico; Juan Pedro Viqueira Albán; History.
Presentación1
El Dr. Juan Pedro Viqueira Albán −Ciudad de México, 1954− actualmente es profesor e investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Es Maestro en Historia por el Colegio de Michoacán −1984− y Doctor en Ciencias Sociales con especialidad en historia y civilizaciones por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, Francia −1997−.2 Con base en las tradiciones de la historia y la antropología social, sus investigaciones sobre demografía y geografía histórica han ofrecido elementos de análisis para comprender el pasado y la situación contemporánea de Chiapas. En ese sentido, dichos aportes han matizado las visiones simplistas e ideologizadas que sobre este Estado florecieron a raíz del levantamiento armado zapatista del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) el 1 de enero de 1994. En la presente entrevista nos interesa conocer su experiencia investigativa en la elaboración de tales estudios, cómo se ha renovado la historiografía chiapaneca en las últimas décadas, así como sus puntos de vista sobre los vínculos que se puedan hacer entre la historia de Chiapas y la de los países centroamericanos.
Erick Fuentes/Rafael Ledezma (EF/RL): Le agradecemos que haya aceptado la entrevista. Quisiéramos empezar preguntándole cuándo y por qué inició su interés por la historia de Chiapas y cuáles han sido sus principales líneas de investigación.
Juan Pedro Viqueira Albán (JPVA): ¿Por qué me interesé en Chiapas? Bueno, por azares del destino, para ser sincero. Mi mujer y yo estábamos hartos de la Ciudad de México y nos queríamos ir a vivir a provincia. En ese momento, 1985, salió a concurso en el CIESAS-Sureste3 una plaza de historiador para Chiapas. Yo ya conocía San Cristóbal de las Casas como turista; había ido dos veces −una vez de niño y otra de adolescente− y me había parecido un lugar maravilloso. Sabía, además, que tenía un archivo histórico diocesano, y en aquel entonces me interesaba trabajar sobre los juzgados ordinarios diocesanos. Eso fue lo que me decidió a concursar por la plaza del CIESAS-Sureste. De esta manera, me fui a trabajar a San Cristóbal de las Casas para investigar sobre la historia de Chiapas.
EF/RL: Nos parece conveniente comenzar la conversación mencionando el levantamiento armado zapatista del 1° de enero de 1994. Creemos que es un buen punto de entrada debido a que, al intentar explicar sus causas, varios actores sociales y políticos alegaron el carácter histórico de distintos problemas económicos y sociales presentes en Chiapas, como los relacionados con la tierra, la discriminación y la desigualdad económica. ¿En qué consistió este levantamiento armado? ¿Se podría decir que la identificación del EZLN como un levantamiento indígena cuestionó uno de los “lugares comunes” que la opinión pública tenía respecto a la población maya, como su supuesto aislamiento y su desinterés por los problemas de orden nacional e internacional? ¿Qué significó este movimiento social para la historiografía? ¿Representó un parteaguas o ya existía una labor previa que cuestionaba este tipo de opiniones populares respecto a la realidad social de ese estado?
JPVA: El 1º de enero de 1994, un grupo guerrillero, el EZLN, se levantó en armas en la Selva Lacandona y en Los Altos de Chiapas contra el gobierno federal de México. Se trataba de un movimiento subversivo muy distinto de otras guerrillas latinoamericanas: durante unos diez años se había dedicado a reclutar una amplia base de apoyo clandestina, sin darse a conocer, ni a través de comunicados, ni de acciones militares. Aunque el EZLN pretendía ser una organización de alcance nacional, en la práctica solo había logrado establecerse con fuerza en la Selva Lacandona y en algunos municipios de Los Altos de Chiapas, en los que la población indígena de lenguas mayas constituía la gran mayoría.
El EZLN logró ocupar en pocas horas siete cabeceras municipales, antes de tener que replegarse a las montañas ante el avance del ejército nacional. En un contexto de gran desencanto político, la rebelión zapatista logró en unos días sacudir a la opinión pública y volver a abrir el debate sobre las condiciones de miseria y discriminación en las que vive la gran mayoría de la población indígena de México. Después de 10 días de enfrentamientos sangrientos, el gobierno federal de Carlos Salinas de Gortari optó por proponer un alto al fuego y el inicio de negociaciones, mismos que fueron aceptados por el EZLN. El principal dirigente mestizo de la guerrilla zapatista, el “subcomandante Marcos”, gracias a sus habilidades mediáticas y su ironía poco convencional, se volvió rápidamente un personaje muy popular no solo en amplios sectores de la opinión pública de México, sino también de otras partes del mundo. Con sus altibajos, el cese al fuego se ha mantenido hasta nuestros días, aunque las negociaciones de paz no desembocaron en un acuerdo general y se encuentran suspendidas desde el año 2001. Gran parte del éxito del EZLN provino del apoyo que recibió de muchas organizaciones campesinas e indígenas de Chiapas y de movimientos, sindicatos y partidos políticos y de organizaciones no gubernamentales de México y de Europa. La alternancia política que se produjo en el año 2000, tanto en el gobierno federal como en el del Estado de Chiapas, privó al EZLN de algunas de sus banderas y le dejó sin muchos de los aliados políticos con los que había contado, debilitándolo en forma considerable.
Ahora bien, pienso que la renovación de la historiografía en Chiapas se produjo antes del levantamiento armado, es decir, hacia la década de 1980, cuando apareció el primer libro de Jan de Vos,4 y cuando muchos antropólogos −Carlos Navarrete,5 Jan Rus,6 Mario Humberto Ruz Sosa7 y Dolores Aramoni Calderón,8 entre otros− empezaron a interesarse en la historia de la región en la que trabajaban. Esa fue realmente la inflexión fundamental en la historiografía de Chiapas. Cuando se produjo el levantamiento zapatista, desgraciadamente los periodistas y algunos académicos que no sabían nada sobre Chiapas empezaron a dar una imagen del Estado totalmente errónea, que rescató viejas ideas anteriores a la renovación historiográfica.
Así, la imagen de Chiapas que llegó a la opinión pública nacional e internacional fue realmente anacrónica, y no tenía nada que ver con la que tenían los académicos estudiosos de aquel Estado. Pero, afortunadamente, la imagen proporcionada por los medios no tuvo un impacto duradero en la historiografía: los investigadores siguieron trabajando sobre las mismas líneas de investigación que antes, e hicieron poco caso de las ideas que aparecían en los periódicos y en algunos libros escritos al vapor. Lo que sí resultó positivo de la exposición mediática de Chiapas es que el levantamiento zapatista atrajo a nuevos investigadores al Estado. Ciertamente, llegaron con muchos prejuicios, pero como se metieron a revisar archivos y empezaron a hacer un buen trabajo de investigación, combinándolo con entrevistas y con el rescate de historias orales, esos jóvenes historiadores hicieron aportes muy importantes. Muchos se interesaron, sobre todo, por los problemas relativos a la tenencia de la tierra y, con ello, aportaron nuevas visiones sobre esta problemática.
EF/RL: A lo largo de la historia, en Chiapas hubo otros motines y rebeliones, muchos de ellos bastante próximos en el tiempo, como el motín de Tuxtla de 1693, la sublevación de 1700 que provocó el visitador Francisco Gómez de la Madriz y la rebelión de Cancuc de 1712. Generalmente, este tipo de acontecimientos han sido explicados con ayuda de enfoques como el marxista, desde el cual, se ahondó en la idea de la acumulación de conflictos y tensiones dentro de una sociedad que finalmente termina por estallar en una rebelión o en una revolución. ¿Qué tanto se ha superado esta explicación en la historiografía chiapaneca tras el levantamiento zapatista de 1994? Nos acaba de decir que dicho acontecimiento no significó un parteaguas en la historiografía. ¿Antes del levantamiento ya se venía superando tal enfoque?
JPVA: Sobre el tema de las rebeliones del pasado, me parece acertado referirse al levantamiento zapatista. Empecemos, pues, por ahí, por el levantamiento de 1994. Pienso que hubo dos enfoques muy contradictorios en la manera en que este se interpretó. Los periodistas y algunos académicos que no sabían gran cosa sobre Chiapas recurrieron a la típica explicación marxista de una acumulación de contradicciones que hizo inevitable el estallido social. Esa versión fue la que se manejó de manera generalizada, a pesar de que el propio subcomandante Marcos insistió repetidamente en que la rebelión era el resultado de un largo trabajo que había hecho el EZLN durante diez años en la Selva Lacandona, para reclutar, poco a poco, a unas bases principalmente indígenas. También narró que en muchas asambleas comunales se había discutido sobre si era o no adecuado levantarse en armas, hasta que, finalmente, el movimiento optó por sublevarse el 1° de enero de 1994. De tal forma que las explicaciones convencionales de los periodistas y activistas que insistían en la inevitabilidad del levantamiento armado no cuadraban con lo dicho por el propio subcomandante Marcos, que insistía en el carácter planificado y voluntario del levantamiento como resultado de una toma de decisiones.
Si ahora retrocedemos a finales del siglo XVII y principios del XVIII, cuando se produjeron un motín y dos rebeliones, dentro de un clima de gran inquietud social, encontramos que la provincia de Chiapas atravesaba por una situación muy difícil. Era un contexto de recuperación demográfica en las Montañas Mayas. A ello se sumó la ilegal imposición de un nuevo sistema tributario, que exigía a los indios pagar un tributo más elevado que el que pagaban antes, sobre todo en los años de malas cosechas. Sí existió, pues, un contexto favorable para el descontento. A este se sumó el vacío de poder que se produjo en el imperio español: fueron los últimos años de los Habsburgo. Además, a partir de 1700 se produjo la Guerra de Sucesión. Por ello, la Corona española no lograba jugar su habitual papel de árbitro en los frecuentes conflictos que se suscitaban entre las distintas autoridades del imperio, en nuestro caso, las de la alcaldía mayor de Chiapas. Estos factores se combinaron entre sí para crear una situación muy inestable. No obstante, si uno analiza los tres grandes movimientos de protesta de la época −el motín de Tuxtla, la rebelión del visitador Gómez de la Madriz y la sublevación de 1712−, puede fácilmente ver que también hubo elementos totalmente azarosos que nos hacen pensar que dichos movimientos de protesta pudieron no haberse producido.
El motín de Tuxtla es resultado de una negociación entre los indios del común y los oidores de Guatemala, que se salió de control porque el alcalde mayor de Chiapas no acató las órdenes que le llegaron de la Audiencia de Guatemala, para destituir al gobernador de Tuxtla. La rebelión de 1700 nació de un conflicto entre las propias autoridades españolas. Este fue el que ocurrió entre el visitador Gómez de la Madriz y la Audiencia de Guatemala, el cual, cuando parecía haberse detenido con la expulsión del visitador del reino de Guatemala, resurgió con más fuerza cuando él aceptó la invitación de alojarse en una hacienda del Soconusco en vez de permanecer exilado en la inhóspita región del Istmo de Tehuantepec. Finalmente, la rebelión de 1712 también tiene muchos elementos azarosos, como el hecho de que poco antes de la rebelión había fallecido el alcalde mayor de Chiapas, y no hubo autoridad alguna que se ocupase en detener el descontento que se venía generando en las Montañas Mayas desde unos meses antes. Por lo tanto, es perfectamente posible pensar que a pesar de las condiciones tan difíciles por las que atravesaba la población india, ninguno de estos movimientos pudo haberse producido.
Así, tanto el levantamiento zapatista de 1994 como los que se produjeron en el periodo colonial nos tienen que recordar a los investigadores que, si bien hay que tomar en cuenta una historia de larga duración, también hay que mirar la coyuntura particular en la que se producen estos movimientos, que no tienen de ninguna manera nada de inevitables.
EF/RL: ¿Existe paralelo entre los levantamientos guerrilleros centroamericanos de los años 1980 y el levantamiento zapatista de 1994, dada su relativa coincidencia o proximidad cronológica? ¿Se hizo una lectura dentro del levantamiento zapatista sobre lo que había pasado en Centroamérica una década atrás?
JPVA: A mi juicio, la gran diferencia radica en que se producen en contextos nacionales muy distintos. A pesar de que son cercanos en el tiempo, sus contextos históricos fueron muy diferentes. El levantamiento zapatista se produjo después de las negociaciones entabladas entre las guerrillas y los gobiernos en Centroamérica, y tras la caída del Muro de Berlín. Lo que sí es cierto es que los indígenas de la Selva Lacandona estuvieron muy al tanto de lo que sucedía en Centroamérica. Se trataba de campesinos muy organizados y muy politizados desde antes de que llegara el EZLN a la Selva Lacandona. Muchas familias tenían radios que captaban las estaciones de Centroamérica y, por su militancia en distintas organizaciones antes del EZLN, estaban al tanto de lo que sucedía en la región. Pero el contexto nacional era radicalmente distinto. Eso nos ayuda a entender el hecho de que el levantamiento zapatista no haya desembocado en largas guerras ni en un baño de sangre terrible como sí sucedió en varios de los países centroamericanos. En México, después de unos días de titubeo, el gobierno federal de Carlos Salinas de Gortari decidió negociar con los zapatistas, y esto le imprimió al levantamiento un cariz radicalmente distinto.
EF/RL: ¿El tema de las rebeliones, motines y el papel de “lo indígena” en ellos nos remite necesariamente a estudiar una historia “desde los márgenes”? En ese sentido, quisiéramos conocer su criterio sobre los llamados “estudios subalternos”, los cuales, si bien inicialmente estuvieron referidos a los análisis recientes sobre cultura, poder y crítica poscolonial en el sur de Asia, también han servido de apoyo para realizar ciertas relecturas de los pasados coloniales en América Latina. ¿En su opinión son aplicables los enfoques de los “estudios subalternos” al caso de Chiapas, tomando en cuenta los matices que introdujeron a las concepciones eurocéntricas de “modernidad” y “progreso histórico”?
JPVA: La idea de lo marginal puede conducirnos por caminos equivocados. Por ejemplo, uno diría que la Selva Lacandona es una región aislada, poco comunicada y, por ende, marginal. No obstante, no entenderíamos nada de su historia, si no la colocamos en un contexto nacional e internacional mucho más amplio. Los campesinos indígenas de la zona estaban muy al tanto de lo que pasaba más allá de su región. Ellos no vivían en otro mundo o en otro tiempo, sino que eran −y siguen siendo− nuestros contemporáneos. Esa es una idea muy importante. En cuanto a los estudios subalternos, los entiendo como una reacción en contra de algunas ideas totalmente indefendibles del marxismo. Así, estos estudios sirvieron para limpiar algunas de las telarañas que había introducido el marxismo, regresándonos a posiciones más sensatas, anteriores al mismo. Aparecieron como algo muy novedoso al confrontarse con el marxismo, pero si se les compara con la historia social que practicaban muchos historiadores antes del auge del marxismo, no me parece que impliquen un cambio radical.
EF/RL: ¿Entonces considera usted que sí son aplicables?
JPVA: Sí los son, sobre todo por la crítica que hacen de la idea del progreso, de la modernidad, de todas aquellas visiones teleológicas de la historia. Hay que abandonar todo planteamiento finalista en la historia y regresar a practicar una historia local y regional conectada con una historia mundial, que tome en cuenta su carácter radicalmente creador e imprevisible.
EF/RL: Un “lugar común” en la historiografía chiapaneca ha sido el fenómeno del latifundio, interpretado como la unidad de producción más importante que determinó el desenvolvimiento económico, y las estructuras político-ideológicas de Chiapas desde el periodo colonial hasta la Revolución Mexicana. ¿Cómo se explica el motivo y el origen de esa supuesta verdad absoluta?
JPVA: Antes de la revolución historiográfica de la década de 1980, eran comunes ciertas afirmaciones generales sobre los latifundios en Chiapas, que hacían caso omiso de su diversidad regional. Ese fue un primer problema que se corrigió, en buena medida, gracias a los trabajos de Sonia Toledo,9 Astrid Pinto,10 Carmen Legorreta,11 Justus Fenner12 y Aaron Bobrow.13 Todos estos trabajos mostraron que cada región de Chiapas tiene una historia agraria distinta, y que lo primero que tenemos que hacer es abandonar las generalizaciones. Durante el periodo colonial, las grandes propiedades fueron realmente marginales. Se ubicaron en zonas que quedaron en gran medida despobladas, como la Depresión Central, mientras que la gran mayoría de la población india vivía en las Montañas Mayas donde las grandes propiedades fueron escasas. A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, se desarrollaron las grandes propiedades en la Depresión Central y en los Llanos de Comitán. Ciertamente, hubo algunas regiones con una importante densidad de población indígena, que sí conocieron grandes propiedades, como fue el caso de la zona Chol, aunque ahí solo se mantuvieron en pie por algunas décadas. En otros lugares con población indígena, duraron más tiempo como fue el caso de los valles de Simojovel y Huitiupán, o de la franja que va desde Yajalón hasta la Selva Lacandona.
El origen de aquella visión de que Chiapas era un inmenso latifundio proviene de los primeros trabajos históricos, que fueron obra de universitarios que llegaron al Estado como militantes políticos, y que se involucraron con los movimientos campesinos que había en aquel entonces. Lógicamente, adoptaron el modo de ver las cosas de estos campesinos. Y claro, para esos campesinos, que poseían unas pocas hectáreas de tierra, una propiedad privada de ochenta hectáreas, aunque su tamaño no rebasaba los límites legales, era indudablemente un gran latifundio. Así, los primeros investigadores no se percataron de que el ritmo de la reforma agraria en Chiapas, con la única excepción de la Selva Lacandona, fue el mismo que se dio a nivel nacional, no vieron —y a mi parecer esto es lo más grave— que la verdadera explicación del porqué los conflictos sociales en Chiapas se concentraban en el campo, era el raquítico desarrollo de sus ciudades. Como en Chiapas no se produjo una importante migración del campo a la ciudad —tal y como sí sucedió en otros estados de la república mexicana— la población campesina creció de manera exorbitante y, obviamente, la tierra no alcanzó para todos. Es por ello que los conflictos se concentraron en torno a la posesión de la tierra, a pesar de que la estructura agraria de Chiapas, no era muy distinta de la del resto de México.
Como dije, la única excepción fue la Selva Lacandona. Hasta los años 1970, ahí siguieron existiendo grandes propiedades que solo empezaron a ser afectadas en ese periodo, cuando una parte muy grande se entregó a la llamada Comunidad Lacandona, que se componía de un pequeño grupo de indígenas lacandones. A partir de entonces, la Selva Lacandona pasó a ubicarse en el extremo opuesto, es decir, se convirtió en una zona con muy poca propiedad privada. Sin embargo, esta decisión tan demagógica —devolver sus tierras “originales” a los lacandones— generó un problema inmenso porque se quiso expulsar a los miles de indígenas tzeltales, tojolabales, choles y tzotziles que las habían colonizado en las décadas anteriores. Este es realmente el origen del conflicto agrario que terminó por desembocar en el levantamiento del 1º de enero de 1994.
El debilitamiento del Estado que siguió a este levantamiento hizo posible que muchos campesinos −no solo indígenas, sino también mestizos− aprovecharan para invadir propiedades privadas. Con el fin de pacificar a Chiapas y reducir las bases de apoyo del EZLN, el gobierno federal compró esas propiedades para repartirlas entre los campesinos que las habían ocupado. A raíz de eso, el 30% de la propiedad privada de Chiapas pasó a manos de campesinos transformándose en propiedad social, como se dice aquí en México. Actualmente, Chiapas es uno de los estados con un menor porcentaje de propiedad privada de la tierra en todo el país.
EF/RL: En el libro El arte de contar tributarios. Provincia de Chiapas (1560-1821)14 que usted escribió junto con Tadashi Obara-Saeki se menciona que la historia demográfica de Chiapas y de otras regiones de México, es poco tomada en cuenta, y que lo que se ha hecho hasta ahora carece, con algunas pocas excepciones, del rigor mínimamente deseable en dicha materia. ¿Podría mencionarnos algún ejemplo que nos permita dimensionar la importancia de la demografía histórica y de los datos cuantitativos en el caso de un Estado como Chiapas?
JPVA: No se puede hacer historia de ninguna región del mundo, si no se tiene un mínimo conocimiento de su historia demográfica. Es fundamental saber si, en el periodo de estudio, la población está creciendo o disminuyendo, cuándo se terminó la catástrofe demográfica provocada por la Conquista, a qué ritmo creció la población después de la recuperación demográfica, cuáles son las diferencias entre cada una de las regiones, cuáles fueron las migraciones que se produjeron de una región a otra, etc. Son datos básicos muy importantes, porque el fenómeno demográfico no tiene autonomía propia, sino que es el resultado de fuerzas muy diversas que van desde cuestiones biológicas y climáticas −epidemias, plagas−, hasta creencias y prácticas relacionadas con el matrimonio y la sexualidad, pasando por el desarrollo económico de distintas regiones que provocan migraciones en un sentido u otro. La demografía siempre es un fenómeno total, que nos lleva a multiplicar las preguntas históricas. Por lo tanto, no se puede construir una historia mínimamente coherente si no se parte de un buen conocimiento de la historia demográfica, así como de la geografía histórica.
EF/RL: En cuanto a la lectura filológica de las fuentes demográficas, ¿qué nos puede decir al respecto? Le preguntamos esto porque se suele pensar que la consulta de una fuente de historia demográfica consiste simplemente en tomar el dato y sistematizarlo, pero vemos que en el libro en mención se hizo un estudio filológico de fuentes como las relaciones de tributarios. ¿Qué nos puede comentar al respecto?
JPVA: Efectivamente, la inmensa mayoría de los investigadores solo toman datos descontextualizados y, en el mejor de los casos, elaboran con ellos una curva, que a menudo resulta inverosímil porque no hicieron lo que habitualmente sí hacen con las demás fuentes históricas, que es someterlas a una crítica. Las fuentes demográficas no deben ser una excepción a esta regla. Son fuentes históricas como cualquier otra en donde hay que preguntarse por qué se elaboró el documento encontrado, quién lo redactó, qué tan confiable es. Para responder a estas preguntas hay que reconstruir la historia de esa fuente. Ahora bien, la peculiaridad de las fuentes cuantitativas es que con ellas se pueden construir series que sirvan para criticar la fuente misma. Me explico: cuando el dato que arroja la serie no es congruente con los datos del periodo anterior, seguramente la fuente tiene un problema, y hay que hacer una búsqueda más acuciosa para detectarlo.
Las relaciones de tributarios suelen tener dos tipos de problemas: no son fuentes primarias, sino que son el resultado de la copia de los padrones de tributarios, que pueden tener 20 o 30 años de antigüedad. Por ello, lo primero que hay que hacer es establecer la fecha de los padrones originales. El otro problema es que, incluso cuando se tienen los datos directos de los padrones, hay que averiguar quién levantó esos padrones y qué tan bien hizo su trabajo. Lo anterior lo hacemos evidente en nuestro libro. Hubo oidores, visitadores y comisionados que se enviaron a Chiapas para levantar los padrones de tributarios, y que hicieron muy mal su trabajo. Por ello es necesario conocer el contexto político en que elaboraron esos padrones para comprender sus errores y omisiones. También hubo otros que lo hicieron muy bien, ya que eran jóvenes oficiales que luchaban por alcanzar un mejor puesto y, por ello, se esmeraron en hacer bien su tarea para poder ascender en el escalafón de la administración colonial. Así, hasta la historia personal de los empadronadores termina por ser un dato de lo más relevante para la comprensión de las fuentes demográficas.
EF/RL: Cambiando radicalmente de contexto histórico, pero ahondando en el mismo punto, es decir, en la crítica de las fuentes cuantitativas, ¿de qué manera la mala interpretación que muchos investigadores hicieron de los datos y categorías del censo de 1910, generó la idea de que el latifundio fue el común denominador del campo mexicano durante el Porfiriato?
JPVA: El censo de 1910 podría haber sido una fuente ideal para comprender cómo era México en vísperas de la Revolución Mexicana. Pero, en este censo se clasificó a todos los habitantes del campo en tres únicas categorías, a saber: 1. “hacendados”, compuesto por un grupo muy pequeño de personas; 2. “agricultores”, que era un grupo un poco más grande; y 3. “peones o jornaleros”, donde entró la inmensa mayoría de la población rural −casi el 90%−. Durante muchos años se pensó que ese 90% no poseía tierra alguna, pues estaba constituido exclusivamente por peones de haciendas. El problema provino de que se malinterpretó esa última categoría. La de “hacendados” no se prestaba a confusión, dado que seguimos entendiendo por ello más o menos lo mismo que en 1910. La categoría de “agricultores” se refería exclusivamente a propietarios que lograban vivir holgadamente de sus tierras −serían los que en inglés se designan como “farmers”−. En la categoría de “jornaleros” entraron todos los demás, es decir, no sólo se incluyó a los peones de las haciendas, sino también a todos los que en algún momento del año alquilaban su fuerza de trabajo. Entre ellos, había muchos campesinos que tenían medianas y pequeñas parcelas. Por lo tanto, ese dato estadístico no servía para conocer cuántos propietarios existían en el campo. El investigador que aclaró muy bien ese grave malentendido, que había distorsionado gravemente la lectura de la situación agraria previa a la revolución fue François-Xavier Guerra. Pero, como esta importante aportación apareció en uno de los apéndices del libro, muchos historiadores no lo leyeron y siguen repitiendo el mismo error.15
EF/RL: Ahora bien, la demografía histórica nos remite necesariamente al espacio ecológico que sirve de marco para las múltiples interrelaciones entre los seres humanos. ¿Qué importancia ha tenido para usted, en lo particular, el estudio del paisaje y del conocimiento directo del medio geográfico a través del trabajo de campo?
JPVA: El trabajo de campo ha sido fundamental. Me explico remontando a mi propia historia. Antes de irme a Chiapas, me dedicaba a lo que ahora se llama “historia cultural” −como el término no existía, yo consideraba que hacía sencillamente historia social−. Cuando llegué a Chiapas cambié radicalmente de enfoque. Abandoné los estudios de historia cultural por dos razones: 1. Porque la historiografía en Chiapas estaba “en pañales” y había que empezar a investigar las cosas más elementales, y 2. Porque desde la segunda semana que estuve en San Cristóbal de las Casas, la maestra Dolores Aramoni me mostró, con mapas, que si no se tomaba en cuenta la diversidad regional del Estado, no iba a comprender absolutamente nada de la historia de Chiapas. Así, al avanzar en el trabajo de archivo, me fui poco a poco decantando por hacer una tesis doctoral de geografía histórica, y, como no se puede hacer un trabajo de geografía histórica únicamente a partir de trabajo de archivo, empecé a recorrer sistemáticamente toda la antigua provincia de Chiapas, a analizar sus paisajes humanos y a conversar con sus pobladores para comprender cómo se habían transformado las regiones. Además, cuando llegué a trabajar a Chiapas, la mayoría de mis colegas y amigos eran antropólogos, empezando por mi mujer, Graciela Alcalá. Como todos ellos habían empezado a interesarse en la historia, me encontré con el medio ideal para hacer confluir la historia con la antropología y la geografía.
EF/RL: Sin lugar a dudas, hoy en día se defiende la idea de que la población mexicana comparte una serie de tradiciones, una lengua, una historia, en otras palabras, una cultura nacional homogénea. La idea anterior invisibiliza la diversidad sociocultural −lingüística, económica, política, religiosa, etc.−, no solo de la población mexicana en general, sino al interior de las distintas sociedades que habitan ese territorio. También hay quien reconoce la diversidad de la población, pero la considera como un problema e identifica a la población indígena como parte de este, ya que se le ha considerado −particularmente por antropólogos− como sobreviviente de antiguas civilizaciones y que, gracias a su aislamiento, no se ha integrado a la llamada “cultura nacional”, es decir, ha permanecido al margen del mestizaje y de la historia nacional. Al respecto, ¿nos podría hablar de cómo se han manifestado estas ideas en Chiapas y qué papel ha tenido la población indígena en la historia del Estado?
JPVA: Las ideas de la homogeneidad nacional prosperaron en el siglo XIX como un objetivo por alcanzar. Después de la Revolución Mexicana, se dio por supuesto que ya existía una cultura nacional, aunque no todos los mexicanos −especialmente los indígenas− estaban integrados a la misma. Cuando uno se pregunta seriamente en qué consiste esa cultura nacional, la idea de su existencia se viene abajo. Basta ver las diferencias entre un habitante de Mérida −Yucatán− y un habitante de Hermosillo −Sonora− o de Veracruz, que son abismales y a esto se suman las diferencias sociales que hay en cada región del país. Entonces, el problema es seguir pensando que existe algo llamado “cultura nacional” y que todo el mundo debería integrase a eso que no existe.
Lo que sí es real en México, como en la inmensa mayoría de los países, es una gran diversidad social, regional e incluso, en nuestro caso, lingüística. Por otro lado, como ya manifesté al principio de la entrevista, no hay ningún grupo que esté al margen de la historia. La historia de Chiapas es sencillamente incomprensible sin los indígenas. En la colonia fueron, ni más ni menos que entre el 80% y 90% de la población. Por otra parte, aunque el porcentaje de hablantes de lenguas mesoamericanas disminuyó fuertemente en los siglos XIX y XX, fueron los indígenas de las zonas de montaña los que recolonizaron todas las áreas vacías del resto del Estado. Hasta décadas más recientes representaron la principal mano de obra del campo, no sólo en sus regiones de origen, sino también de otras como el Soconusco donde trabajaban en las fincas de café. Por lo tanto, la historia de Chiapas sería incomprensible sin tomar en cuenta a la población indígena, y esto también se puede aplicar a la historia de México en general, la cual, es incomprensible sin los hablantes de lenguas mesoamericanas.
EF/RL: El concepto de “comunidad” se ha utilizado mucho en los estudios antropológicos e históricos en México. A este se le asoció el adjetivo “indígena” haciendo que la llamada “comunidad indígena” fuera vista como una supervivencia prehispánica. ¿De qué manera esa lectura sobre la “comunidad indígena”, interpuesta al contexto chiapaneco, promovió la idea de que ese es el Estado con mayor presencia indígena dentro de la república mexicana? ¿Qué influencia ha tenido el mito de la “comunidad indígena” en la interpretación del mestizaje?
JPVA: Es interesante rastrear la historia del término “comunidad”. Gracias a los trabajos de Andrés Lira,16 sabemos hoy en día que, en el periodo colonial, dicho término tuvo un significado muy específico: se refería al aspecto económico de los pueblos de indios. Luego su uso se transformó en el siglo XIX y, finalmente, fue adoptado por los antropólogos en el siglo XX. Como concepto analítico, puso a los investigadores en el camino equivocado. Por mucho tiempo se quiso ver a la llamada “comunidad indígena” bajo el enfoque de la sociología alemana. Esta sociología distinguió a la “comunidad” de la llamada “sociedad moderna”. A la primera le atribuyó ciertas características que, en realidad, nunca tuvo. Así se creó el mito de la “comunidad” como sinónimo de “armonía” y de “homogeneidad” entre sus habitantes. A pesar de que se han hecho muchos estudios que han mostrado que esta visión es insostenible, esta sigue prevaleciendo en la opinión pública. De esta manera, cuando un investigador da cuenta de los conflictos internos que existen en los municipios indígenas, la gente se queda muy sorprendida por tales “hallazgos”, como si pudiesen existir grupos humanos sin conflictos.
A esto se sumó el hecho de que la antropología culturalista norteamericana no se interesó en los indígenas en sí mismos, es decir, en sus problemas del momento, sino que los vio como una supervivencia de las sociedades prehispánicas, que eran las que resultaban dignas de ser estudiadas. Además, muchos de estos antropólogos no conocían a las sociedades latinas y católicas, lo que los llevó a cometer graves errores de interpretación. Por ejemplo, varios antropólogos norteamericanos dedicaron libros enteros a estudiar los rituales religiosos de los indígenas de Los Altos de Chiapas. Se interesaron en las procesiones, en saber si le daban la vuelta a la iglesia del pueblo en el sentido de las manecillas del reloj o en el sentido inverso, cuantas vueltas le daban al templo, etc. Décadas después, llegó un antropólogo español, Pedro Pitarch, decidido a hacer trabajo de campo en Los Altos de Chiapas.
Pitarch se percató enseguida de que esos rituales públicos, que tanto fascinaban a los colegas, eran muy similares a los que se practican en cualquier pueblo de España y, por lo tanto, no eran propios de los indígenas de Chiapas. Lógicamente, Pedro Pitarch se enfocó en los rituales privados de curación de las almas porque sabía que lo otro tenía su origen en el culto católico.17 De hecho, este antropólogo hizo evidente que si a los indígenas se les pregunta sobre el significado de los rituales públicos, su respuesta invariable es que era “la costumbre”. Tal respuesta dio pie a que los antropólogos norteamericanos inventaran, sin cortapisa alguna, interpretaciones de lo más fantasiosas. En cambio, explica Pitarch, si se les pregunta por aspectos específicos de los rezos privados de curación de las almas, los indígenas pueden glosar por horas sobre sus significados y razones de ser. Esos rezos y esas creencias no formaron parte de aquellas prácticas culturales que se les impusieron desde afuera, y que pertenecían a un marco teológico que nunca comprendieron cabalmente.
EF/RL: Quisiéramos conocer su criterio sobre hasta qué punto las fronteras nacionales entre México y los países de Centroamérica representan un límite para comprender la historia de Chiapas y viceversa. En el actual contexto de globalización, ¿cómo podemos indagar y explicar una diversidad de procesos históricos entre Chiapas y Centroamérica, sin circunscribirnos únicamente a los marcos nacionales?
JPVA: El marco político tiene cierta importancia. El marco político del momento debe ser tomado muy en cuenta. Lo que sucede es que, cuando investigamos sobre historia colonial, el marco político es el imperio español, y ese es el que hay que utilizar y no el de las naciones modernas. A mí me pareció escandaloso que cuando se escribió la Historia general de Centroamérica en varios volúmenes,18 en el tomo sobre el periodo colonial se dejó fuera a la provincia de Chiapas y a la gobernación del Soconusco.19 Eso simplemente es incomprensible. No puedo concebir cómo unos académicos de primer nivel cometieran esa omisión sencillamente porque Chiapas se integró a la república mexicana después de la Independencia. Ellos sabían perfectamente que en el periodo anterior formó parte del Reino de Guatemala. Me pareció una grave intromisión de sentimientos nacionalistas en una obra académica, por lo demás, de muy buena factura.
Efectivamente, después de la Independencia el marco nacional adquiere su peso. Esto explica, como antes dije, que el levantamiento zapatista no haya terminado como otros que tuvieron lugar en Centroamérica. En México, existía un Estado que había hecho un importante reparto de tierras y que tenía una larga tradición de negociar con los campesinos. Ahora bien, hay otros aspectos que escapan por completo del marco nacional. Por ejemplo, la historia reciente de Chiapas es incomprensible si no tomamos en cuenta el mercado internacional de productos como el café. Además, se ha producido un movimiento indianista a nivel continental que también influyó en la percepción que se tuvo del levantamiento armado. No digamos ya los cambios que se produjeron en la Iglesia Católica a partir de la década de 1970.
Luego tenemos fenómenos regionales que pueden abarcar partes de países distintos. Si uno intenta explicar, en el centro de México, los conflictos religiosos que se produjeron en Los Altos de Chiapas en el último cuarto del siglo XX, se suscita una reacción de total incomprensión. Los medios de comunicación nacionales decidieron que esos conflictos se daban entre católicos y protestantes. Cuando se intenta corregir esa explicación falsa y se explica que en Chamula, por ejemplo, el conflicto enfrentó originalmente a los tradicionalistas o costumbristas, por un lado, y a católicos y evangélicos por el otro, simplemente nadie comprende lo que se les quiere decir. En cambio, en Guatemala todo mundo lo comprende perfectamente bien porque también sus habitantes han conocido la existencia de esos tres grupos. Se trata de un caso muy interesante en el que se produce un fenómeno religioso muy particular en una región que abarca Chiapas y grandes áreas de Guatemala, es decir, es un fenómeno claramente constreñido en el espacio, pero que desborda los límites nacionales.
EF/RL: No podemos concluir esta entrevista sin agradecerle por la fineza de compartir con nosotros sus experiencias como investigador y preguntarle por los proyectos de investigación que en la actualidad está desarrollando? ¿Cuáles son los retos metodológicos de las futuras investigaciones sobre Chiapas? ¿Hacia dónde avanza la historiografía chiapaneca?
JPVA: En la actualidad estoy trabajando en dos proyectos que guardan una muy estrecha relación. Por una parte, con la información demográfica que arrojó nuestro libro, El arte de contar tributarios, estoy corrigiendo y ampliando el texto que presenté como tesis doctoral −y que se mantiene inédito− sobre los efectos de la conquista y colonización españolas en la conformación de los espacios sociales de la provincia de Chiapas desde la primera incursión de los conquistadores hasta la rebelión de 1712. Se trata de un trabajo fundamentalmente de geografía histórica. Por otra parte, sigo recopilando información escrita y oral sobre las maneras en que se han transmitido las distintas memorias de dicha rebelión. Aunque esta segunda investigación parece muy alejada de la anterior por su enfoque historiográfico, en realidad se originó también en una pregunta de geografía histórica: ¿por qué la zona indígena de Chiapas con los porcentajes más bajos de hablantes de español coincide en gran medida con el espacio en el que se desarrolló la sublevación de 1712? ¿Qué papel han desempeñado en ello las distintas memorias de ese levantamiento armado?
Desde hace unas pocas décadas el panorama historiográfico de Chiapas se ha transformado por completo. El número de investigaciones y tesis rigurosas sobre su pasado se ha multiplicado aceleradamente con la apertura de licenciaturas y posgrados de historia en el Estado, con el desarrollo de varios centros de investigación en San Cristóbal de las Casas y con la llegada de jóvenes investigadores del extranjero atraídos por la rebelión zapatista. El principal reto que enfrenta hoy la historiografía sobre Chiapas es la atomización de la investigación −lo que es un problema muy común hoy en día en muchas partes del mundo−. Para ello, es indispensable revisar a fondo las obras de síntesis que, casi siempre, han envejecido rápido y mal ante las nuevas investigaciones particulares y proponer nuevas interpretaciones generales. Pero ello solo se podrá llevar a cabo de manera fructífera, si contamos con buenas historias demográficas −es el campo al que más he procurado contribuir− y con una sólida historia económica de larga duración, problemática que desgraciadamente hasta ahora no ha atraído mucho a los jóvenes historiadores, a veces deslumbrados por las modas académicas.
* Mexicano. Licenciado en Antropología Social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, México (2012). Candidato a Doctor en Historia por El Colegio de México. Correo electrónico: erickofh@hotmail.com
** Costarricense. Máster en Historia Aplicada por la Universidad Nacional, Costa Rica (2012). Candidato a Doctor en Historia por El Colegio de México. Correo electrónico: rafaledez@gmail.com rafaledez@gmail.com
1Entrevista realizada el 28 de junio de 2017 en El Colegio de México, Ciudad de México.
2 Entre algunas de las publicaciones del Dr. Viqueira destacan: ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el Siglo de las Luces (México, D.F.: FCE, 1987); María de la Candelaria, india natural de Cancuc (México, D.F.: FCE, 1993); Encrucijadas chiapanecas: economía, religión e identidades (México, D.F.: El Colegio de México-Tusquets, 2002); y en coautoría con Tadashi Obara-Saeki, El arte de contar tributarios. Provincia de Chiapas (1560-1821) (Ciudad de México: El Colegio de México, 2017). Además, coordinó junto con Mario Humberto Ruz la obra Chiapas: los rumbos de otra historia (México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1995), con Willibald Sonnleitner, Democracia en tierras indígenas. Las elecciones en Los Altos de Chiapas (1991-1998) (México, D.F.: Instituto Federal Electoral-El Colegio de México-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2000); y con Marco Antonio Estrada, Los indígenas de Chiapas y la rebelión zapatista: microhistorias políticas (México, D.F.: El Colegio de México, 2010).
3 Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Este tiene sedes en San Cristóbal de las Casas, Guadalajara, Xalapa, Oaxaca, Mérida, Monterrey y Ciudad de México.
4 Jan de Vos nació en Amberes, Bélgica, en 1936, y murió en la Ciudad de México en 2011. Radicó en Chiapas desde 1973. En ese Estado se desempeñó, primero, como misionero jesuita y, posteriormente, como historiador. Desde 1987 fue profesor investigador del CIESAS-Sureste. Es uno de los historiadores más reconocidos en México y en Chiapas. La paz de Dios y del Rey: la conquista de la Selva Lacandona (1525-1821) (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas: Gobierno del Estado de Chiapas, 1980), es la primera parte de una historia que el autor escribió sobre la Selva Lacandona desde la conquista hasta la actualidad. Los libros que componen las siguientes partes son: Oro verde. La conquista de la selva Lacandona por los madereros tabasqueños, 1822-1949 (México, D.F.: FCE; Gobierno del Estado de Tabasco; Instituto de Cultura de Tabasco, 1988) y Una tierra para sembrar sueños: historia reciente de la selva Lacandona (México, D.F.: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social; FCE, 2002).
5 Carlos Navarrete Cáceres es originario de Quetzaltenango, Guatemala. Se formó como arqueólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y se doctoró como antropólogo en la Universidad Nacional Autónoma de México. Se ha centrado en la investigación arqueológica de las tierras altas del área maya en Chiapas y Guatemala. Entre sus obras más importantes destacan: Un Reconocimiento de la Sierra Madre de Chiapas: apuntes de un diario de campo (México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México, 1978) y Las Esculturas de Chaculá, Huehuetenango (México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México, 1979).
6 Jan Rus es originario de Estados Unidos. Es doctor en antropología por la Universidad de California-Riverside. Su investigación se ha centrado en la historia oral, etnohistoria y antropología en Chiapas. Entre sus investigaciones más importantes están: “The Comunidad Revolucionaria Institucional: The Subversion of Native Government in Highland Chiapas, 1936-1968”, en: Everyday Forms of State Formation: Revolution and the Negotiation of Rule in Modern Mexico, G. Gilbert Joseph y Daniel Nugent (eds.) (Durham, EE. UU.: Duke University Press, 1994) y El ocaso de las fincas y la transformación de la sociedad indígena de los Altos de Chiapas (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas: Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, 2012).
7 Mario Humberto Ruz Sosa nació en México. Se doctoró como etnólogo en la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales en París, Francia. Se ha destacado por sus investigaciones históricas y de lingüística histórica acerca de grupos mayences, zoques y chiapanecas. Los legítimos hombres. Aproximación antropológica al grupo tojolabal (México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México, 1982) y Copanaguastla en un espejo. Un pueblo tzeltal en el Virreinato (Chiapas, México: Universidad Autónoma de Chiapas, 1985) son dos de sus trabajos más relevantes.
8 Dolores Aramoni Calderón es originaria de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Estudió antropología en la Universidad Iberoamericana y se doctoró en estudios mesoamericanos en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Los refugios de lo sagrado. Religiosidad, conflicto y resistencia entre los zoques de Chiapas (México, D.F.: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1992), es una de sus principales publicaciones y referencia obligada para el estudio de las religiones en Chiapas.
9 Sonia Toledo Tello, Fincas, poder y cultura en Simojovel, Chiapas (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas: Universidad Nacional Autónoma de México, 2002).
10 Astrid M. Pinto Durán, Los artificios de la fidelidad. Chichihuistán: etnografía de la fidelidad y la reciprocidad (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas: Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, 2001).
11 Ma. del Carmen Legorreta Díaz, Desafíos de la emancipación indígena. Organización señorial y modernización en Ocosingo, Chiapas (1930-1994) (Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2008).
12 Justus Fenner Bieling, La llegada al sur: la controvertida historia de los deslindes de terrenos baldíos en Chiapas, México, en su contexto internacional y nacional (1881-1917) (México: El Colegio de Michoacán, 2012).
13 Aaron Bobrow-Strain, Enemigos íntimos. Terratenientes, poder y violencia en Chiapas (México: Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur, UNAM, 2015).
14 Juan Pedro Viqueira Albán y Tadashi Obara-Saeki, El arte de contar tributarios. Provincia de Chiapas (1560-1821) (Ciudad de México: El Colegio de México, 2017).
15 François-Xavier Guerra, México: del Antiguo Régimen a la revolución, Volumen 2 (México, D.F.: FCE, 1988), 473-496.
16 Andrés Lira, “La voz comunidad en la recopilación de 1680”, en: Recopilación de leyes de los reynos de las Indias. Estudios histórico-jurídicos, (coord.) Francisco de Icaza Dufour (México, D.F.: Miguel Ángel Porrúa, 1987), 415-427.
17 Pedro Pitarch Ramón, Ch’ulel. Una etnografía de las almas tzeltales (México, D.F.: FCE, 1996).
18 Edelberto Torres-Rivas (coord.), Historia general de Centroamérica, 6 volúmenes (Madrid, España: Sociedad Estatal Quinto Centenario; FLACSO, 1994).
19 Julio Pinto Soria (ed.), Historia general de Centroamérica. El régimen colonial, Volumen 2 (Madrid, España:ntenario; FLACSO, 1994).
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.